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'Pam & Tommy': la loca historia del vídeo sexual de Pamela Anderson es la serie del año
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'Pam & Tommy': la loca historia del vídeo sexual de Pamela Anderson es la serie del año

En 1995, un vídeo íntimo de la actriz Pamela Anderson y el batería Tommy Lee se convirtió en un superventas del porno. Ahora, Disney+ lo ha convertido en la serie del momento

Foto: Sebastian Stan y Lily James nos devuelven a los noventa en 'Pam & Tommy'.
Sebastian Stan y Lily James nos devuelven a los noventa en 'Pam & Tommy'.

Pocos iconos de los noventa hay más grande que los pechos de Pamela Anderson. Entonces no hacía falta revestir la mercantilización del cuerpo de la mujer ni de empoderamiento mal entendido ni de excusas baratas. Las tetas vendían. Cuanto más grandes, mejor. Y punto. La playa de 'Los vigilantes de la playa' era un simple marco espacial para el desfile de glúteos tersos y senos voluptuosos que convirtió a Anderson en el oxigenado objeto de deseo de hombres y niños en todo el mundo. También de algún torso macizo y esculpido, pero ellos eran lo de menos: no muchos se percataron de un Jason Momoa barbilampiño en las últimas temporadas de una serie más que amortizada con cuatro carreras turgentes hacia el agua. Anderson reinaba omnipresente en la cultura pop: en las revistas, en la televisión y, pronto, en la pantalla más grande de todas. Si Brigitte Bardot había supuesto la sublimación de la carnalidad rubia platino, Anderson era una fotocopia sin el 'charme' francés, más tosca y pasada por el filtro de la cultura rápida americana. Aunque ella quería verse como la nueva Jane Fonda: de mito erótico a actriz seria reconvertida en activista y chica 'fitness'. Ya había superado la primera casilla y estaba dispuesta a saltar a la segunda: 'Barb Wire' (1996) sería su primer protagonista en cine. El resto llegaría después, o eso creía.

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Probablemente, muchos de los nacidos en el nuevo milenio no conozcan a la que fue la 'sex symbol' universal de fin de siglo. Y menos al que fue uno de sus maridos y padre de sus hijos, Tommy Lee, icono trasnochado del 'glam metal' de los ochenta, batería de Motley Crüe y buscarruidos (anécdota antológica del rock es la que cuenta cómo incitó a Ozzy Osbourne a esnifar una raya de hormigas vivas cuando en una fiesta —la fiesta eterna en la que vivían— se les acabó la cocaína). Tommy Lee, hijo de un soldado estadounidense y una 'miss' griega, había logrado sortear el muro de invisibilidad que supone tocar las baquetas y no la guitarra en un grupo de rock. También había logrado sobreponerse a los cardados y el maquillaje de su primera etapa, que no era fácil en una década que quería dejar atrás la pesadilla hiperpurpurinada de los ochenta.

Y tampoco sabrán que la pareja fue protagonista de un escándalo mayúsculo, cuando todavía Estados Unidos no se había curado de espanto con el caso Lewinsky: el robo y posterior comercialización de un vídeo íntimo que acabó colgado en todo internet, cuando la red andaba en pañales y la palabra "web" era estigma de tecnofrikis, pajeros y empleados del CERN. Se han levantado imperios sobre vídeos sexuales caseros. Kim Kardashian, por ejemplo, ha amasado un patrimonio neto de 1.800 millones de euros gracias al empujón de fama que le dio su 'sextape' con el rapero Ray J cuando la cabecilla del 'klan' solo se definía como la mejor amiga de Paris Hilton. La heredera del imperio hotelero, a la vez artífice del concepto de 'celebrity' del siglo XXI, también protagonizó su propio vídeo casero en 2004 con 'One Night In Paris'. Pero, casi 10 años antes, el impacto que tuvo esta intromisión en la intimidad en la carrera de Pamela Anderson fue muy diferente. En plena guerra de plataformas, pocos habían imaginado que sería Disney la encargada de recuperar este capítulo de la cultura pop que lo tiene todo: atracos, drogas, mucho lujo, pocas neuronas y —atención— una escena protagonizada por un pene parlante.

'Pam & Tommy' va a ser una de las series del año. Primero, porque no cuenta con el beneplácito de sus protagonistas reales. Y eso siempre es bueno. Da igual que, 'a priori', la premisa no pase del chascarrillo. Porque la manera en que su creador, Robert Siegel, ha decidido contar la historia es absolutamente original. Y porque las ideas de puesta en escena que se encadenan en cada capítulo —los tres primeros los dirige Craig Gillespie, responsable de 'Yo, Tonya'—, desvergonzadas y 'kitsch', hacen que una trama sin demasiado recorrido se convierta en un análisis desopilante sobre el mundo del espectáculo, el nacimiento de internet, el falso puritanismo protestante y unos años 90 ingenuos, optimistas y un poco ordinarios. Hay mucho 'trash' en 'Pam & Tommy', pero 'trash' del bueno.

placeholder Lily James ha pasado de 'Cenicienta' a mito erótico noventero. (Disney+)
Lily James ha pasado de 'Cenicienta' a mito erótico noventero. (Disney+)

La elección del casting es, inesperadamente, acertadísima. Ella es Lily James, conocida por 'Cenicienta' (2015), 'Downtown Abbey' y 'Guerra y paz'. Acento inglés reconcentrado, cuello aristocrático, cierto encorsetamiento gestual y currículum limpio de escándalos. El estereotipo femenino opuesto al atractivo salaz de Anderson. Sin embargo, la interpretación de James ha conseguido traspasar la imagen neumática del mito para redimensionarlo a través de la candidez de una mujer enamorada del amor y fascinada por los chicos malos. Una actriz con una carrera cimentada sobre una talla de sujetador, pero que también perseguía unas aspiraciones interpretativas que nadie le concedió. Una chica de un pueblecito de Canadá que encontró un hueco en la televisión gracias a su físico despampanante, pero que no soportaba que todo el mundo la viera como un cacho de carne. Cuando tu superpoder es, a la vez, tu criptonita.

Sebastian Stan, hasta ahora, se había hecho un hueco en el Universo Marvel como el Soldado de Invierno. Papeles menores, un recurrente en 'Gossip Girl', muchos secundarios. Y ha encontrado en la chifladura de Tommy Lee el trampolín perfecto para ofrecer una interpretación desbarrada, histriónica y que, a pesar de todo, parece natural. La química entre los dos es absoluta. Desde las escenas de sexo tórrido —desnudos hay muchos, eso sí, con prótesis— hasta las extrañas conexiones emocionales entre dos niños grandes y consentidos, como la que experimentan en la secuencia en la que ambos cantan 'Getting To Know You' (podría traducirse como "Conociéndote") de 'El rey y yo' (1956) al poco tiempo de casarse, cuando empiezan a indagar el uno en la vida del otro. Al revés del mundo. Porque, al fin y al cabo, Anderson y Lee eran dos personas hiperfamosas que apenas se conocían: se encontraron en una fiesta y a los cuatro días contrajeron matrimonio. Cuatro días que pasaron totalmente borrachos y colocados de éxtasis.

placeholder Seth Rogen y Nick Offerman, los reyes del porno cutre. (Disney+)
Seth Rogen y Nick Offerman, los reyes del porno cutre. (Disney+)

En 1995, Anderson se encontraba en la cresta de la ola, pero Tommy Lee empezaba a considerarse un vestigio de aquellos olvidables ochenta. Llegaba el grunge, llegaban las 'boybands'. Con 30 años, Tommy Lee era un viejo dentro de una industria en constante transformación. Ambos eran asquerosamente ricos y tenían ganas de beberse la vida. Y los creadores dan con la clave de cómo empezar a contar esta historia. ¿A través de los ojos del chico malo y la tía buena? No, eso hubiese sido lo previsible. Porque el protagonista del primer capítulo es el alfeñique que pasa desapercibido entre tanto lujo y desfase: el carpintero que trabajaba en la mansión de la pareja, interpretado por Seth Rogen. Que luego tomará un papel más relevante en esta historia. Y que permite que conozcamos a las estrellas desde su perspectiva: él como la clase de estrella del rock presuntuosa y abusona, del tipo que cree que un par de temas de éxito otorgan bula papal de por vida. Y ella como el espíritu sexual que se aparece por los pasillos.

De momento son cuatro los capítulos disponibles en Disney+, de más o menos cincuenta minutos de duración, y cada uno de ellos se centra en un aspecto de la relación de los protagonistas y en cada una de las piezas de la cadena que llevaron a que el vídeo se convirtiese en uno de los más vendidos de la historia del porno. Cada uno de los aleteos de mariposa que aupó el huracán Anderson+Lee. 'Pam & Tommy' resuelve la pregunta de cómo acabó una cinta de vídeo casera que estaba guardada en una caja fuerte en la casa de todos aquellos que tuviesen un ordenador en casa y conexión a la red. A mediados de los noventa, la industria del porno se encontraba en su cenit. El desarrollo del VHS había revolucionado el mercado audiovisual y, ya se sabe, cualquier avance científico encuentra su aplicación última en el mercado del sexo. Pero pocos previeron la revolución que se cernía a la vuelta de la esquina. La serie imagina una escena hilarante en la que los protagonistas, que no tienen internet en casa, acuden a la biblioteca pública a buscar en sus ordenadores la dirección postal del hombre que está 'tostando' los DVD con su intimidad.

placeholder Otro momento de 'Pam & Tommy'.
Otro momento de 'Pam & Tommy'.

La cámara de Craig Gillespie se mueve continuamente pero siempre con sentido e intención, al estilo Iñárritu. Los personajes se entrelazan, se roban la atención, y todo fluye dentro del cuadro, con la profundidad de campo llena de acciones, todo perfectamente coreografiado. Los personajes son a ratos detestables y a ratos adorables Cuando estamos a punto de caer en el grotesco, Gillespie consigue dotarlos de la profundidad y la emoción que no los convierte en unas caricaturas ramplonas. La banda sonora, las referencias, están presentes, pero no se subrayan. Sabemos que estamos en los noventa, no hace falta un recordatorio permanente. El humor no es complejo, pero tampoco es fácil. Consigue al mismo tiempo ser 'kitsch' e, incluso, elegante. A su manera. 'Pam & Tommy' enfrenta los personajes públicos de una pareja aparentemente hueca con la imagen íntima de un matrimonio con sus aristas y vulnerabilidades, como todo hijo de vecino. Diría que, al final, todas las parejas enamoradas, en cueros y en su momento más íntimo, somos iguales. Pero no. El sexo en un yate entre dos famosos pasados de vueltas es mucho, mucho más divertido de ver.

Pocos iconos de los noventa hay más grande que los pechos de Pamela Anderson. Entonces no hacía falta revestir la mercantilización del cuerpo de la mujer ni de empoderamiento mal entendido ni de excusas baratas. Las tetas vendían. Cuanto más grandes, mejor. Y punto. La playa de 'Los vigilantes de la playa' era un simple marco espacial para el desfile de glúteos tersos y senos voluptuosos que convirtió a Anderson en el oxigenado objeto de deseo de hombres y niños en todo el mundo. También de algún torso macizo y esculpido, pero ellos eran lo de menos: no muchos se percataron de un Jason Momoa barbilampiño en las últimas temporadas de una serie más que amortizada con cuatro carreras turgentes hacia el agua. Anderson reinaba omnipresente en la cultura pop: en las revistas, en la televisión y, pronto, en la pantalla más grande de todas. Si Brigitte Bardot había supuesto la sublimación de la carnalidad rubia platino, Anderson era una fotocopia sin el 'charme' francés, más tosca y pasada por el filtro de la cultura rápida americana. Aunque ella quería verse como la nueva Jane Fonda: de mito erótico a actriz seria reconvertida en activista y chica 'fitness'. Ya había superado la primera casilla y estaba dispuesta a saltar a la segunda: 'Barb Wire' (1996) sería su primer protagonista en cine. El resto llegaría después, o eso creía.

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