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'Elogio de lo cursi': Lladró ya marcó el camino para las 'cupcakes' y los memes de gatitos
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'Elogio de lo cursi': Lladró ya marcó el camino para las 'cupcakes' y los memes de gatitos

Esta exposición, en la cuarta planta de CentroCentro, en Madrid, pretende ser una reflexión en torno a lo cursi como un concepto aspiracional de clase

Foto: 'Elogio de lo cursi'. (CentroCentro)
'Elogio de lo cursi'. (CentroCentro)

¿Qué es lo cursi? ¿Lo kitsch? ¿Lo camp? A lo mejor te suena algo —si acaso— de la desastrosa MET Gala de 2019, pero ¿cómo identificar esos conceptos? Una figura de una flamenca encima de un televisor sobre un tapete de ganchillo —mal hecha, mal pintada, con el pegamento escapando entre los volantes— es lo kitsch, la idea de producción en masa; esa misma figura, pero de Lladró, sería cursi, algo incluso pretencioso, y, finalmente, una Barbie vestida de flamenca, que tiene casi un componente drag, es lo camp, es decir, siempre con el punto de la ironía, como ya escribió Susan Sontag hace 50 años. Así describe las diferencias de estos conceptos Sergio Rubira, profesor de Historia del Arte Contemporáneo de la Universidad Complutense de Madrid y comisario de la exposición Elogio de lo cursi, en el espacio cultural CentroCentro de Madrid.

Se trata de una exposición cuya función es poner en valor el término cursi que, al igual que lo kitsch, es estrictamente contemporáneo, está muy relacionado con un componente de clase y tiene un carácter político que se centraba en la revolución por intentar desclasarse. "Lo cursi significa querer y no poder pertenecer a una clase", señala Rubira.

placeholder Gato con ramo de rosas. (Museo de Historia de Madrid)
Gato con ramo de rosas. (Museo de Historia de Madrid)

Elogio de lo cursi, que estará abierta hasta el 8 de octubre, relaciona la estética cursi con lo kitsch y camp, y pretende definir un cierto tipo de mal gusto que tiene que ver con la idea de copia degradada. La exposición muestra principalmente productos de la cultura popular, desde abanicos, muebles u objetos decorativos, pasando por libros, fotonovelas, cómics, postales, carteles publicitarios, anuncios de obras de teatro, fotografías de escena y obras de arte, seleccionados a partir de una investigación de Rubira basada en lecturas del siglo XIX y la ambientación de esta. Se centra en el siglo XIX español, ya que “es una imitación de lo francés, pero degradado”, afirma el historiador.

La exposición tiene como pieza central un “saloncito cursi” que intenta generar un ambiente para ricos, un aire burgués y pretencioso con un estilo rococó, con mobiliario adquirido por Wallapop. Representa a la perfección esa idea de que cada casa fuese un palacio, pero con objetos no extraídos precisamente de un palacio. Desde un cuadro con cabello humano y una bandeja con ángeles bordados hasta una cerámica decorativa con lazos y perros con alas es lo que te puedes encontrar entre los dos pasillos enfrentados que conforman la totalidad de la muestra.

Se centra en el siglo XIX español, pues "es una imitación de lo francés, pero degradado"

El concepto de lo cursi también viene vinculado al desarrollo de las ciudades, cuando la clase media buscaba imitar los lujos de la burguesía y estos imitaban las excentricidades de la aristocracia. Al final era una rueda de copycat aspiracional entre clases (menos la más alta de todas). Es decir, más o menos lo de siempre.

placeholder Cuadro con cabello humano. (Museo Nacional del Romanticismo)
Cuadro con cabello humano. (Museo Nacional del Romanticismo)

El origen propio de la palabra cursi es muy curioso, ya que le acompaña un mito: todo comienza con las hermanas Sicur de Cádiz, de las que se contaba que copiaban la moda de París y la exageraban. Los adornos ocultaban las manchas, los desgarrones y los brillos de unos vestidos que el tiempo había desgastado y ellas no podían renovar. Su aspecto se volvió ridículo y, cuando paseaban, las gritaban: "¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur!". De este modo, por la repetición, su apellido invertido se convirtió en sinónimo de ridículo. Sin embargo, la otra versión —y más creíble, según el comisario— es que procede de la abreviatura de la palabra cursiva, un tipo de caligrafía que se puso de moda por influencia de Inglaterra a finales del siglo XVIII, pero que resultaba muy difícil de imitar.

Lo cursi, hoy

Lo cursi, aunque se refiera a un contexto antiguo, tiene una práctica vigente. Los cupcakes, ejemplifica Rubira, son magdalenas cursis, exageradas, estrafalarias. Los gatitos y los memes de gatitos asisten a esa iconografía que envuelve la estética cursi. Azul celeste, lazos, o la cerámica que aparenta ser porcelana también entrarían en el mismo saco. "La duquesa de Alba, en todas sus etapas, es la representación de lo cursi", asegura el historiador.

Foto: Pablo Picasso de cuerpo presente, obra de Eugenio Merino.
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Y lo kitsch también está presente en nuestros tiempos. Una simple vista al street style actual es encontrarte frente a frente con el uso de camisetas de futbol a diario —ya no solo como prenda masculina—, crocs con calcetines más allá que para bajar cinco minutos al supermercado o a pasear al perro, y hasta el chándal como el nuevo traje de gala. Formatos que congregan una sociedad tan democratizada que concibe la cultura kitsch como la diaria. “Si no tienes la bolsa de Balenciaga, no te preocupes porque tienes la imitación del Ikea”, sentencia Sergio Rubira.

Rosalía, Bad Gyal y los traperos hacen uso de componentes camp, kitsch y hortera en su estética y en su imagen, opina este comisario. Hacen uso del mal gusto de forma consciente y en algunos casos muy irónica. De igual forma, las redes sociales tienes formatos cursis, esa necesidad de aparentar lo que no se es. "Instagram y las influencers que enseñan su casa y su constante necesidad por cambiar la decoración" son ejemplos paradigmáticos de que estamos ante el imperio de lo cursi y lo hortera.

¿Qué es lo cursi? ¿Lo kitsch? ¿Lo camp? A lo mejor te suena algo —si acaso— de la desastrosa MET Gala de 2019, pero ¿cómo identificar esos conceptos? Una figura de una flamenca encima de un televisor sobre un tapete de ganchillo —mal hecha, mal pintada, con el pegamento escapando entre los volantes— es lo kitsch, la idea de producción en masa; esa misma figura, pero de Lladró, sería cursi, algo incluso pretencioso, y, finalmente, una Barbie vestida de flamenca, que tiene casi un componente drag, es lo camp, es decir, siempre con el punto de la ironía, como ya escribió Susan Sontag hace 50 años. Así describe las diferencias de estos conceptos Sergio Rubira, profesor de Historia del Arte Contemporáneo de la Universidad Complutense de Madrid y comisario de la exposición Elogio de lo cursi, en el espacio cultural CentroCentro de Madrid.

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