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Yo fui un gran escritor olvidado, españoles
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Yo fui un gran escritor olvidado, españoles

Casi 100 años después, la excelente novela 'Un caballero a la deriva', de Herbert Clyde Lewis, se publica en España de la mano de la editorial Periférica

Foto: 'Un caballero a la deriva', de Herbert Clyde Lewis.
'Un caballero a la deriva', de Herbert Clyde Lewis.

Entre el público general, funciona el mito de que Kafka era un completo desconocido en su época y que Stendhal no vendía nada y que Beckett vendía cuatro o cinco ejemplares porque los compraba él mismo para subrayarse la genialidad. El mito sigue: luego se hicieron famosos, inmortales, grandes estrellas de la cosa literaria por justicia divina y advenimiento mágico de los lectores. En realidad, esto no ha sucedido nunca. No ha sucedido nunca que un escritor sin el menor éxito en su época acabe entrando en la historia de la literatura. De hecho, la única manera de entrar en el futuro es protagonizar el presente, y ya sólo entre los autores que publican y se exhiben, y cosechan el reconocimiento de sus pares en un determinado momento, se decide todo lo relativo a la posteridad.

William Faulkner dijo que Thomas Wolfe era el mejor escritor de su generación. A Thomas Wolfe hoy no lo conoce nadie, ni lo lee nadie, ni nadie, en realidad, debería creerse que Faulkner hablaba en serio. Yo considero que hay que olvidar un poco más a Thomas Wolfe.

La editorial Periférica lo publica y también publica a otros escritores estadounidenses olvidados. Son siempre tipos con sombrero, traje gris, cara de haber publicado en alguna revista de Nueva York en los años 20 o 30 y algo como el bulto de una botellita (flash) de licor en el bolsillo de la chaqueta. Este año le ha tocado resucitar a Herbert Clyde Lewis, con su novela Un caballero a la deriva (1937). Me ha parecido extraordinaria.

placeholder Portada de 'Un caballero a la deriva', de Herbert Clyde Lewis.
Portada de 'Un caballero a la deriva', de Herbert Clyde Lewis.

En España publicar literatura norteamericana es un lugar común. Es casi imposible publicar en Estados Unidos y que no haya alguien en España que te traduzca. Esto es así porque, como es sabido, los escritores estadounidenses hablan siempre de los problemas de España, y nos interesan sobremanera. La extinta Libros del silencio y la no extinta aún Duomo echaban mano de la lista de finalistas de los premios Pulitzer para llevar a cabo estas resurrecciones. Así tuvimos ocasión de conocer a Don Carpenter ( Dura la lluvia que cae, 1966) o a Robert Stone ( Dog soldiers, 1974), y olvidarlos enseguida. También en Libros de silencio apareció otro libro excepcional y olvidado: Compañía K (1933), de William March.

Un caballero a la deriva tiene algo de Compañía K, pues también se publicó en los años 30 y también parece un Faulkner aproximativo. Si Compañía K utiliza a varios narradores, la novela de Herbert Clyde Lewis explora por su parte el tiempo del relato y el alargamiento de una única acción: un hombre cae al mar, y eso es todo.

La novela, muy cortita, es realmente perfecta, actual y modernísima. Nuestro caballero está cansado de la presión laboral y social y decide darse un descanso dejando mujer e hijos para hacer en solitario un crucero de placer. Tiene la mala suerte de resbalar en cubierta y caer al océano. Flota. Flota durante 150 páginas y piensa en su vida y en ese momento inevitable en el que el barco dará la vuelta y volverá a por él. Alguien tiene que haberle echado en falta en el barco. ¿O no?

placeholder Samuel Beckett, autor de 'Esperando a Godot,' fotografiado en Londres en 1980.
Samuel Beckett, autor de 'Esperando a Godot,' fotografiado en Londres en 1980.

La idea me parece moderna porque es como Esperando a Godot (1952) con más agua. Según Salman Rushdie, Godot representa la muerte. Nuestro caballero a la deriva, llamado Standish, espera la muerte o el rescate, mientras las horas pasan y el sol se pone sobre su cabeza, cubierta ridículamente con los propios calcetines que el náufrago llevaba puestos. Mientras, en el barco un puñado de personajes consigue con inusual pericia relacional no darse cuenta todavía de que el señor que viajaba solo no está por ninguna parte.

El tono empleado por Herbert Clyde Lewis es encantador, muy humorado. “Caerse de un barco causaba muchas molestias a otras personas”, leemos. Es un tono que puntea siempre el carácter moral de un perfecto caballero, que tratará en todo momento de guardar las formas, incluso en situaciones nada exigentes con las buenas maneras. “Prefería ahogarse antes de permitir que lo rescataran en ropa interior”, es su pensamiento en las primeras horas de desgracia. Y luego: “Llegó a la conclusión de que, dado que era un hombre tan educado y formal, no podía volverse loco. No era propio de él perder el control.”

¿Por qué 'Un caballero a la deriva' no es un clásico?, ¿por qué nadie ha hecho con esta historia una película?

Las horas pasan y, con ellas, el presente, el pasado y el futuro del protagonista. ¿Le rescatarán? ¿Cómo ha llegado hasta aquí, hasta esta vida de corredor de bolsa amargado? ¿Qué harán su mujer y sus hijos si él les falta? La novela no percute en la angustia, sino en el absurdo. Aunque deseamos saber si Standish muere finalmente, no es esa tensión la que trabaja el escritor. A Lewis le interesa un hombre flotando en el océano, qué significa ese puñado de horas, ese desahucio acuático.

¿Por qué Un caballero a la deriva no es un clásico?, ¿por qué nadie ha hecho con esta historia una película? Fue redescubierto en 2009 por una web personal donde se señalaban grandes novelas olvidadas, y reeditado por primera vez en español en 2011 por la editorial argentina La bestia equilátera (con un título mucho peor: El caballero que cayó al mar). Es decir, le estamos dando una oportunidad. Como a Huracán en Jamaica (1929), de Richard Hughes o a La mujer de Martin Guerre (1941), de Janet Lewis. Todos podrían ser libros tan leídos como El viejo y el mar o En la carretera. ¿Cuál es el motivo de que no sea así?

Respuesta: no hay sitio para todos.

Entre el público general, funciona el mito de que Kafka era un completo desconocido en su época y que Stendhal no vendía nada y que Beckett vendía cuatro o cinco ejemplares porque los compraba él mismo para subrayarse la genialidad. El mito sigue: luego se hicieron famosos, inmortales, grandes estrellas de la cosa literaria por justicia divina y advenimiento mágico de los lectores. En realidad, esto no ha sucedido nunca. No ha sucedido nunca que un escritor sin el menor éxito en su época acabe entrando en la historia de la literatura. De hecho, la única manera de entrar en el futuro es protagonizar el presente, y ya sólo entre los autores que publican y se exhiben, y cosechan el reconocimiento de sus pares en un determinado momento, se decide todo lo relativo a la posteridad.

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