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"Cosas de chicas": qué ganas de matar el ángel del hogar
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'TRINCHERA CULTURAL'

"Cosas de chicas": qué ganas de matar el ángel del hogar

A las mujeres todavía se nos supone empáticas, dulces, hacedoras de equipos, lideresas amables, egos mejor resueltos

Foto: Un ama de casa sujetando a su hijo que llora. (iStock)
Un ama de casa sujetando a su hijo que llora. (iStock)

"Y aquí está el cuarto de la plancha". Lo dijo como si todas las casas lo tuvieran, como se tiene un cuarto de baño o una barra en el armario para colocar las perchas. Pero fue la primera vez que vi algo parecido. Era una habitación espaciosa en aquel ático imponente, con espacio suficiente para que la chica que trabajaba en aquella casa colocara la tabla, se fuera quitando la pila de ropa amontonada y de paso, si no era mucha molestia, rematara algún bajo de pantalón descosido. Entraba mucha luz en aquel cuarto en el que también vivió durante años una gata y su inseparable caja de arena.

Aquel cuarto parecía tener reservado el derecho de admisión. Un espacio en el que solo entraban mujeres a hacer cosas de mujeres. Coser y planchar. Coser y cantar. Un cuarto en el que algunos se empeñan en no entrar, ni siquiera por curiosidad. Aunque ahí dentro todo parezca fácil y acogedor e intuyas que nada malo va a pasarte.

Foto: Una terraza en la Plaza Mayor de Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)

"Hola, te llamo para contarte una cosa a ver si te gusta y porque sé que estos temas te interesan". "Esto es muy tuyo". "Es que todo esto se os da muy bien". Son cosas que nos dicen a las mujeres. Como si hubiera tareas que solo nos pertenecen. Los cuidados, la pobreza, la conciliación, el consumo responsable, la sostenibilidad del planeta, la brecha de género, la moda, la dieta mediterránea, el puchero de la abuela, tener buena cara, la violencia machista.

Como si lo importante fueran la economía y la política y solo tuviera sesgo masculino. Como si coser un botón nos impidiera interesarnos también por las cifras del paro y los algoritmos. Como si los derechos sociales y los humanos, cosas blanditas como pensar en los otros y preguntarnos si podemos hacer algo al respecto, no se construyeran con política y economía.

A las mujeres todavía se nos supone empáticas, dulces, hacedoras de equipos, lideresas amables

A las mujeres todavía se nos supone empáticas, dulces, hacedoras de equipos, lideresas amables, egos mejor resueltos. Se nos supone en la mesa petitoria de los días grandes de la caridad, con nuestra mejor sonrisa. Tareas de primera dama y reina consorte. Mercadillos benéficos andantes, siempre preocupadas por las causas justas. Cuidamos, guisamos, besamos allá por donde vamos, suplimos la falta de sueño con contorno de ojos y retinol.

Evitamos calles oscuras, reducimos la jornada laboral y mermamos nuestro sueldo porque alguien tendrá que repasar las conjugaciones con el niño. Siempre hay algo en la nevera, un suavizante de más en la despensa, tiritas en el botiquín, la comida de los domingos con suegros o padres.

Qué ganas de matar de una vez por todas al ángel del hogar.

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El jueves por la tarde, justo antes del partido del Mundial, un mensajero vino a casa y me hizo entrega de un sobre. El remitente era Save the Children. Dentro, su campaña de Navidad me recordaba que en España hay 400.000 niños que no tienen acceso a una dieta variada, 700.000 que no pueden permitirse las gafas con las que verán bien la pizarra de clase. Y hay un millón de niños en esta España que se la juega el próximo martes contra Marruecos que llevan el abrigo puesto en casa porque la calefacción está apagada y así seguirá hasta que llegue el buen tiempo.

Y en ese puñado de cifras, vi a la política y a la economía ocupando su sitio en el cuarto de la plancha. Vi la capacidad de las administraciones en sostener al vulnerable, la de las empresas en convertir beneficios en responsabilidad social corporativa, la necesidad del tercer sector para ocuparse de los nadie. Vi la importancia de los cuidados, de que comer bien es un privilegio, de que tienes más papeletas de padecer diabetes si la fruta, la verdura y el aceite de oliva son un bien escaso. De que un miope sin gafas o una oreja sin audífono puede ser carne de fracaso escolar.

Vi de nuevo aquel cuarto de la plancha en aquel ático imponente de Madrid. Y pensé que merece un espacio más grande en cualquier casa. Para que entremos todos.

"Y aquí está el cuarto de la plancha". Lo dijo como si todas las casas lo tuvieran, como se tiene un cuarto de baño o una barra en el armario para colocar las perchas. Pero fue la primera vez que vi algo parecido. Era una habitación espaciosa en aquel ático imponente, con espacio suficiente para que la chica que trabajaba en aquella casa colocara la tabla, se fuera quitando la pila de ropa amontonada y de paso, si no era mucha molestia, rematara algún bajo de pantalón descosido. Entraba mucha luz en aquel cuarto en el que también vivió durante años una gata y su inseparable caja de arena.

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