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'Matilda, el musical': ¡no dejéis que los niños se acerquen a los libros!
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'Matilda, el musical': ¡no dejéis que los niños se acerquen a los libros!

Si quieren pasárselo bien, volver a ser un poco un niño y que sus hijos —o los niños que conozcan— disfruten con el buen teatro musical (y los libros), vayan a ver esta obra en el Nuevo Alcalá de Madrid

Foto: 'Matilda', una de las mejores grandes producciones que hay ahora en la cartelera madrileña. (EFE)
'Matilda', una de las mejores grandes producciones que hay ahora en la cartelera madrileña. (EFE)

Libro: caca, basura, purulencia. Todo lo malo se encuentra en esas páginas de papel impreso (o ahora, 'e-books'). Nada de lectura, que es un rollo y te vuelve tonto. Al contrario: a los niños dadles más tele (ahora, más móvil, más internet), más programas idiotas, más quedarse embobado delante de tertulias de tipos gritándose inanidades. Así es como se aprende en esta sociedad salvaje.

placeholder El musical de Matilda es espectacular. (EFE)
El musical de Matilda es espectacular. (EFE)

Estas ideas proceden del británico Roald Dahl (1916-1990), que conocía como pocos la mente de los niños y la de los adultos, que tampoco cambia tanto. Sabía que para llamar la atención había que ir justo por el otro lado, por el de la prohibición, el de la irreverencia y la profanación. Y así, de su cabeza salieron algunos de los mejores libros infantiles de todos los tiempos: ‘James y el melocotón gigante’ (1961), ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ (1964), ‘Las brujas’ (1983) o ‘Matilda’ (1988), que es la historia que nos ocupa esta vez y en la que cuenta cómo una niña vence todos los obstáculos gracias a los libros. ¿Argumento buenista? No, no, nada de eso. Aquí hay familias desestructuradas, padres que no quieren a sus hijos —literalmente—, que odian que los niños lean (“niña, ni te acerques a la biblioteca”), profesoras que maltratan a los alumnos y niños que se sienten solos, abandonados y malqueridos. Realismo social y crudo pasado por la batidora genial de la pluma de Dahl. Ahí está la magia: ni es moralista ni adoctrinador, y sigue siendo un libro para niños.

Cine y teatro

La historia de ‘Matilda’ ya fue trasladada al cine en 1996 en una película dirigida y protagonizada por Danny de Vito y su mujer, Rhea Perlman, que interpretaban a esos padres de la niña que inculcan muy poco amor por los libros, las ideas, el debate o el conocimiento. Los valores son otros: estafa, sé un pícaro, gana dinero rápido y échate a dormir. No son los únicos que lo practican. La película no fue muy taquillera, pero hoy tiene su lugar de culto gracias a las plataformas (se puede ver en Netflix).

En 2010, la Royal Shakespeare Company convirtió 'Matilda' en musical y es el que se puede ver estos días en el Nuevo Alcalá de Madrid

En 2010, nada menos que la Royal Shakespeare Company la convirtió en musical y les fue muy bien. Tanto, que se sigue representando hoy en día en Londres, se estrena ahora en versión película en Netflix (protagonizada por Emma Thompson, así que ya saben) y acaba de llegar adaptado al castellano al Teatro Nuevo Alcalá de Madrid, dirigido por David Serrano (‘El otro lado de la cama’ o ‘Voy a pasármelo bien’). Y aquí el dictamen: no se lo pierdan. Ni ustedes —Dahl es capaz de llegar también a los adultos— ni cualquier niño a partir de seis años. Llegamos 12 años tarde al estreno londinense, pero el disfrute está asegurado.

Nada más entrar en el teatro, impresiona el escenario poblado de libros gigantes. Y la tramoya. Es uno de los escenarios más sensacionales que se han montado últimamente en España. Casas, pizarras que suben y bajan, agujeros que aparecen y desaparecen, pupitres, ¡hasta un plinto! (algunos sabemos de qué va este artilugio gimnástico). Todas las posibilidades que puede ofrecer un escenario están aquí y funcionan como un reloj.

placeholder Matilda y Tronchbull, en el musical. (EFE)
Matilda y Tronchbull, en el musical. (EFE)

Otro punto a favor: las coreografías, tanto las del elenco adulto como el infantil. Son divertidas, tiernas, geniales, alucinantes. Y están perfectamente engrasadas (dicen que han ensayado durante 24 meses, y se nota). Algunas canciones se quedan grabadas, como ‘Cuando sea mayor’. ¿A qué adulto no le gustaría en ese momento retroceder algunos años en el tiempo? Esa es la magia de los musicales bien hechos.

La escena de la clase de gimnasia y la del baile en la que aparece la señorita Honey fueron para enmarcar o para que todos acabáramos bailando

En el plano actoral, qué bien dirigidos están los niños y qué estupendo es el contrapunto de los actores adultos. En la función del pasado miércoles —hay diferentes actores interpretando a distintos personajes— Pepa Lucas como Mrs Woormwood y Daniel Orgaz como Trunchbull estuvieron, además, sublimes. La escena de la clase de gimnasia, la de la niña de las trenzas y la del baile en la que aparece la señorita Honey fueron para enmarcar. O para que todos en la platea acabáramos bailando.

Final anticlimático

En conjunto, este musical es de lo mejor que hay en estos momentos en la cartelera madrileña si uno quiere ver una gran producción. Solo un par de notas negativas que hacen que no sea redondo. Una de ellas es la música, que en algunos momentos se vuelve estridente y en otros se hace difícil entender la letra de las canciones (que son en castellano). Se escucha mejor cuando cantan en solitario. Cuando lo hacen todos a la vez, sobre todo los niños, queda desvirtuado.

placeholder Parte de los actores de 'Matilda'. (EFE)
Parte de los actores de 'Matilda'. (EFE)

Y el final es un poco anticlimático. Dura tres horas y de ellas dos y media son estupendas. Los últimos 20-25 minutos decae, como si no se le hubiera sabido poner un buen punto y final. Además, todo parece apresurado. Algo así como 'un cierra la puerta que nos vamos'. Pulan solo un poquito en estas dos cuestiones.

No obstante, una insiste: si quieren pasárselo bien, volver a ser un poco un niño y que sus hijos —o los niños que conozcan— disfruten con el buen teatro musical (y los libros), vayan a ver esta obra. De momento no está llenando, pero, dicho de forma vulgar, es un dinero bien invertido hasta para quienes no les gusten los musicales. Y sí, claro, esto va de que los niños (y yo diría que casi más los adultos) amen los libros.

Libro: caca, basura, purulencia. Todo lo malo se encuentra en esas páginas de papel impreso (o ahora, 'e-books'). Nada de lectura, que es un rollo y te vuelve tonto. Al contrario: a los niños dadles más tele (ahora, más móvil, más internet), más programas idiotas, más quedarse embobado delante de tertulias de tipos gritándose inanidades. Así es como se aprende en esta sociedad salvaje.

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