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La puerta que se ha abierto con la guerra de Ucrania: el mundo que viene
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La puerta que se ha abierto con la guerra de Ucrania: el mundo que viene

"La geopolítica va a ser más importante que la economía para la próxima generación": un informe del ámbito financiero subraya los cambios en los que estamos inmersos y un poderoso nacionalismo es el primero de ellos

Foto: El canciller alemán Olaf Scholz. (EFE/Martin Divisek)
El canciller alemán Olaf Scholz. (EFE/Martin Divisek)

El informe CE Spotlight 2022 señala que los impactos causados sucesivamente ​​por la pandemia, la guerra en Ucrania y las tensiones entre Estados Unidos y China van a tener un impacto duradero en la economía mundial, "revirtiendo décadas de integración global en algunas áreas". La fractura de los lazos económicos y financieros globales "conducirá a cambios en las cadenas de suministro y a una reducción de los flujos de inversión y tecnología entre los bloques centrados en EEUU y China durante la próxima década. Las consideraciones geopolíticas desempeñarán un papel más importante en la política económica durante la próxima generación".

Que el ámbito del capital tenga claro que lo geopolítico va a ser más relevante que lo financiero en los años que vienen es suficientemente convincente a la hora de concluir que la globalización se ha terminado. Se está produciendo un realineamiento de fuerzas a través de un desacople intenso, con dos bloques encabezados por EEUU y China que vivirán entre tensiones crecientes en los ámbitos de la energía, las finanzas y la tecnología, incluso más que en el militar.

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Un ejemplo de cómo están cambiando las cosas lo hemos tenido esta misma semana, con una decisión que subraya el cambio de eje en la política internacional: la OPEP+ acordó reducir la producción de petróleo, lo que llevó a la Casa Blanca a señalar a la asociación de productores como aliada de Rusia. Arabia Saudí, un tradicional socio estadounidense, ha asegurado que obrarán en función de sus intereses, y no de los de Biden o los de Europa. Es una muestra más de que Oriente Medio está virando hacia posiciones propias, tejidas según sus necesidades, y si eso supone estrechar lazos con China, ningún problema. Otras zonas del mundo, como América Latina y África, cada vez están más lejos de Occidente y más cerca de Pekín. Y esta misma semana también hemos visto cómo Rusia continúa ganando espacio en África.

Europa bipolar

Europa debe hacer frente a estos cambios, pero su respuesta resulta contradictoria. En términos internos hay cierto margen fiscal y las exigencias de eliminar los déficits se han relajado notablemente, como ha sido perceptible en el plan presupuestario de Sánchez presentado esta semana; se ha dispuesto un mecanismo antifragmentación europeo y además está todavía por repartirse el fondo de recuperación mancomunado. En ese sentido, se insiste desde Bruselas en que la acción en esta crisis está siendo muy diferente a la de 2008-2011, y es cierto.

Pero, al mismo tiempo, se están incrementando sustancialmente las diferencias entre países europeos. Alemania, la gran beneficiada de la existencia del euro, ha contado estos años con superávits sucesivos que le han permitido afrontar las crisis con mucho margen de maniobra. Los 200.000 millones que ha introducido en su economía para hacer frente a los precios de la energía, que servirán también de ayuda a sus empresas, son un ejemplo palmario, que ha suscitado muchas suspicacias en el resto de países de la UE. Máxime cuando a esta cantidad debe sumarse el billón y medio de euros con el que sostuvo Berlín a su país durante el covid. La diferencia en la salida con países como España, Italia o incluso Francia serán muy significativas: son dos mundos completamente distintos.

Lo vimos ya en el inicio de la pandemia, cuando la respuesta se produjo en términos puramente nacionales, con cada país tomando medidas por su cuenta e intentando acaparar material sanitario. Y ahora ocurre algo muy similar: las tensiones energéticas han mostrado una falta significativa de salida en común, con Francia tirando de una cuerda y Alemania de otra. Las repercusiones son amplias, como se aprecia, entre otros asuntos, en las relaciones españolas y europeas con Marruecos y Argelia. Además, las reuniones bilaterales, como la celebrada esta semana entre España y Alemania, como antes ocurrió entre Francia e Italia, parecen ser la prioridad más que el hecho de tejer una respuesta europea en su conjunto.

Foto: Vladímir Putin, presidente de Rusia. (Reuters)

Desde Bruselas se han pronunciado en contra de esta salida nacional e insisten en la necesidad de articular respuestas comunes. Thierry Breton, comisario europeo de Mercado Interior, y Paolo Gentiloni, comisario europeo de Economía, señalaron que "para superar las fallas provocadas por los diferentes márgenes de maniobra de los presupuestos nacionales, debemos pensar en herramientas mutualizadas a nivel europeo. Solo una respuesta presupuestaria europea nos permitirá, apoyando la acción del BCE, responder eficazmente a esta crisis y calmar la volatilidad de los mercados financieros". La tecnocracia europea, incluyendo a Draghi, está presionando para articular respuestas que eviten una fragmentación excesiva e insisten en la necesidad de dar pasos adelante en común.

La respuesta europea, en consecuencia, es contradictoria y un tanto bipolar: hay una salida en términos nacionales y nacionalistas, mi país primero, que va a generar mayores distancias entre unos Estados y otros, al mismo tiempo que se desea articular una visión común y se aboga por mutualizar más deuda. Ambas direcciones pueden ser compatibles durante un tiempo corto, pero no a medio plazo. Hay que priorizar claramente una opción, y la pelota está en ese alero.

Washington y Berlín

Sin embargo, no solo hay dudas internas que deben ser resueltas; también existen elementos estructurales y de poder que influirán en las decisiones que se tomen. Hay un aspecto que complica la posición europea, como es la salida nacionalista que EEUU está teniendo de la crisis. En lugar de asentar los lazos con Europa, está presionando en ámbitos que conducen a la UE hacia una situación muy complicada. Al margen del incremento de gasto en defensa en el marco de la OTAN, EEUU está subiendo tipos, con la presión que eso supone para nuestras economías, ha recanalizado la venta de su energía hacia nuestro continente, y mantiene las medidas proteccionistas de Trump. Es una posición que rompe los consensos de la globalización, y hace de Europa el territorio que más puede sufrir la crisis. Como contaba Enric Juliana el pasado martes, Paolo Scaroni, ex consejero delegado de ENI, ponía el dedo en la llaga: "Desde un principio se debería haber llegado a un acuerdo en el seno de la OTAN para que ningún país de la Alianza Atlántica —y me estoy refiriendo a Estados Unidos y Canadá, y sobre todo a Noruega—, se enriqueciese con el esfuerzo de Europa para ayudar a Ucrania. El tope del precio del gas se debía haber fijado desde el principio".

Por otra parte, hay que subrayar que Alemania es el país más perjudicado por la guerra. La hegemonía alemana en Europa se sustentaba en dos pilares, la energía barata rusa, con la que su industria era competitiva globalmente, y el euro. Si este desaparece o queda debilitado, los germanos vivirían dificultades serias. Dado que una vuelta al marco sería muy difícil de sobrellevar para Alemania, está obligada a proporcionar una respuesta en términos europeos que fortalezca a la eurozona, y que tendría que conllevar avances significativos a la hora de construir una UE más cohesionada, con menos disparidades y con una dirección más firme.

Foto: Foto: EFE/Maxim Shipenkov

El nacionalismo sistémico

Son dos factores que empujan en direcciones opuestas, y una de ellas será la ganadora. O la UE sale reforzada (o muy reforzada) o se ahondará en las tendencias disgregadoras. Alemania puede plantearse opciones particulares, y algunas voces autorizadas como Schaüble hablan de ellas; EEUU puede pensar que, para este nuevo tiempo en el que lo importante es el Pacífico, Europa no le es necesaria más que como patio trasero para detener a Rusia en lugar de como un aliado relevante. Occidente está en ese momento en que tiene que decidir entre integración o disgregación, entre actuar en común, y muy especialmente en lo económico, o disolverse en intereses nacionales.

En España la división política parece clara, entre un PSOE europeísta y alineado con Bruselas, y un PP cercano en ese sentido, y una opción opuesta, la representada por Vox, que señala la necesidad de otra Europa, que ve a la UE con hostilidad porque la percibe como una mezcla de burocracia y de ideología woke nada pertinente para esta época. Pero reducirlo a esta lucha ideológica sería reducir la dimensión del dilema. La partida es mucho mayor. La globalización se ha roto y han resurgido los nacionalismos, pero no como efecto del empuje de partidos extrasistémicos, sino desde el mismo centro del sistema: EEUU y China, los dos países más importantes del mundo, están reaccionando en esos términos; lo está haciendo Rusia, pero también India, Turquía o Arabia Saudí, y las tentaciones alemanas en ese sentido también han quedado claras.

Estamos en un cambio de época, en el que se están configurando nuevos bloques y nuevas maneras de relacionarse dentro de ellos. El mundo se está reorganizando mientras Europa hace equilibrios. Pero esa es una situación coyuntural: la puerta ya se ha abierto y estamos comenzando a percibir lo que hay detrás. Probablemente lo peor sea que estamos afrontando la nueva era desde la ilusión idealista, con ese marco de democracias contra autocracias: nosotros somos los buenos y ellos los malos, y por lo tanto la victoria es inevitable. Hará falta mucho más que pensamiento positivo para salir bien de esta encrucijada, me temo.

Estos cambios, en lo interno, en lo externo, en lo social, lo económico, lo político y lo geopolíltico serán analizados en mi próximo libro, 'El rencor de clase media alta y el fin de una era' (Ed. Akal), que se pondrá a la venta en dos semanas.

El informe CE Spotlight 2022 señala que los impactos causados sucesivamente ​​por la pandemia, la guerra en Ucrania y las tensiones entre Estados Unidos y China van a tener un impacto duradero en la economía mundial, "revirtiendo décadas de integración global en algunas áreas". La fractura de los lazos económicos y financieros globales "conducirá a cambios en las cadenas de suministro y a una reducción de los flujos de inversión y tecnología entre los bloques centrados en EEUU y China durante la próxima década. Las consideraciones geopolíticas desempeñarán un papel más importante en la política económica durante la próxima generación".

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