El campo de batalla donde Rusia todavía está ganando
La larga sombra de Rusia ha planeado sobre el golpe de Estado de esta semana en Burkina Faso, con protestas contra la embajada francesa y varias banderas rusas. El Sahel es, de hecho, el escenario donde la influencia de Rusia está creciendo
En las manifestaciones a favor del golpe de Estado del pasado viernes en Burkina Faso había casi más banderas blancas, azules y rojas, los colores de Rusia, que rojas y verdes, con la estrella amarilla en el centro, propias del país saheliano. En una jornada de confusión, un grupo de militares liderados por el joven capitán del Ejército Ibrahim Traoré (34 años) asaltaron la residencia presidencial, bloquearon la retransmisión de la televisión local y forzaron la dimisión del hasta entonces presidente interino, el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba. Se trata del segundo golpe de Estado en Burkina Faso en apenas ocho meses.
Entre las razones que esgrimía el grupo de militares sublevados está la incapacidad de Damiba —quien llegó al poder también por un golpe de Estado el pasado enero— de hacer frente a la espiral de violencia yihadista que azota el país. Apenas dos días antes se habían encontrado los cadáveres de una docena de militares víctimas de un ataque terrorista (en el país, operan filiales locales de Al Qaeda y del Estado Islámico) contra un convoy, y el atentado solo ha sido el último de una sangrienta ristra.
Captain Ibrahim Traore, the new leader of Burkina Faso is just 34 - the same age as Thomas Sankara when he came to power.
— Larry Madowo (@LarryMadowo) October 6, 2022
He's got some public support for now as the West African nation's citizens sour on France, and warm up to Russia pic.twitter.com/nEGU7aH6SM
Pero la sombra de Rusia es alargada. Además de las banderas rusas en las manifestaciones en la capital burkinesa, Ouagadugu, partidarios del golpe de Estado rodearon y lanzaron piedras contra la embajada francesa —donde se rumoreaba que podría haberse refugiado el depuesto presidente— y atacaron un centro cultural francés en la ciudad de Bobo-Dioulasso al grito de “¡Rusia, Rusia, Rusia!”, según vídeos distribuidos en redes sociales. “Queremos cooperación con Rusia y la salida de Damiba y Francia”, afirmaba un manifestante a la agencia Reuters. “Hoy, los burkineses piden el apoyo de Rusia para acompañarles en esta feroz lucha que se nos ha impuesto”, decía un segundo manifestante.
Estos elementos son solo la superficie de una realidad que muestra que, pese a que Rusia está cediendo la batalla en muchos escenarios, desde el puramente militar ante la contraofensiva ucraniana al diplomático, en África Subsahariana, y muy especialmente en el Sahel, no solo no está de retirada, sino que gana posiciones.
Las tropas rusas acusan derrota tras derrota en el frente militar, cediendo terreno a gran velocidad en el noreste (Járkov) y apenas sosteniendo posiciones en Donetsk, mientras que los ucranianos avanzan consistentemente en el sur. En el terreno diplomático, el peor golpe para Moscú fue la fría reacción de aquellos a quienes consideraba aliados en la narrativa de lucha contra Occidente. En el último encuentro de la Organización de Cooperación de Shanghái, Rusia no logró el apoyo esperado de países como China o India, que señalaron muy públicamente sus “preocupaciones” por la guerra en Ucrania. Aliados tradicionales como Kazajistán han anunciado que no reconocen ni reconocerán la anexión de los territorios donde Rusia organizó pseudorreferéndums de unificación, y otros aliados tradicionales aún más necesitados, como Armenia, se han sentido abandonados por la falta de apoyo ruso para hacer frente a la ofensiva azerí contra la disputada región de Nagorno Karabaj.
Pero entonces, en Burkina Faso se escenificaba el golpe de Estado. Países como Estados Unidos y Francia han apuntado a la posible participación rusa en la asonada militar, especialmente cuando se había ya acusado en los últimos meses al anterior líder de la junta de mantenerse demasiado cercano a Francia, rechazando un acercamiento demasiado obvio a Rusia. “Es Rusia la que está actuando. Lo podemos ver bien en Burkina Faso, cuando hay ataques a la embajada de Francia, vemos ondear las banderas rusas…”, afirmó este miércoles el expresidente francés François Hollande, en una entrevista en RFI.
Aunque el Kremlin ha mantenido un bajo perfil, con un escueto comunicado deseando que pronto se vuelva a la estabilidad en el país africano, el fundador del grupo de mercenarios Wagner y punta de lanza de la política exterior rusa en África, Yevgeny Prigozhin, publicó un comunicado llamando a Traoré, el líder golpista, “un hijo de la patria verdaderamente valiente”. Un analista progubernamental en Moscú, Serguéi Markov, afirmaba a 'The Globe and Mail' que “nuestra gente” había ayudado al líder golpista, aunque sin detallar qué clase de ayuda. Sutil.
En el contexto de inseguridad en el país, que ha desplazado a dos millones de personas (de 21 millones) y se ha cobrado la vida de miles de personas, muchos esperan que Traoré invite a los mercenarios Wagner a entrar en el país para “asistir” en la lucha antiyihadista. Tanto EEUU como Francia han advertido a la nueva junta militar contra acercarse demasiado a Wagner.
Cooperación en "seguridad"
En este juego del avance de Rusia en África, normalmente acompañado del retroceso de Francia y de la mano de las promesas de seguridad y lucha contra el yihadismo que ofrecen a través de mercenarios de Wagner, Burkina Faso es solo la última de las piezas que el Kremlin sigue moviendo en el Sahel. Tampoco pilla de sorpresa. Ya a principios de año, al menos dos funcionarios de Inteligencia estadounidenses advertían de que Burkina “podría ser el siguiente objetivo” de la influencia del Grupo Wagner, según recogía 'Foreign Policy' en un artículo del pasado julio. Burkina Faso, que ya era un comprador de helicópteros y armas rusos —la principal herramienta de la diplomacia rusa en África, que no puede ofrecer inversiones económicas como China, EEUU o Europa—, también ha sido bombardeado por propaganda prorrusa en las redes sociales. Un informe del Laboratorio de Investigación Forense Digital del Atlantic Council recoge la explosión de contenidos prorrusos difundidos en redes de África Occidental, especialmente en Burkina Faso (donde ya ha habido manifestaciones antiucranianas) y Malí.
En julio, el general Stephen Townsend, excomandante del Mando africano del Ejército de EEUU, afirmó que aunque Wagner había reducido el tamaño de su despliegue en Libia “para mover operativos a luchar a Ucrania”, habían mantenido su presencia en otros países subsaharianos, especialmente en Malí, donde se calcula que Wagner tenga desplegados unos 700 milicianos. Casi como queriendo dejar claro que efectivamente sus ojos están puestos en el Sahel, esta misma semana el Kremlin anunciaba que Putin había mantenido una conversación telefónica con el presidente interino de Malí (también fruto de un golpe de Estado), Assimi Goita, durante la que hablaron de “su mutua intención de reforzar la cooperación ruso-maliense en seguridad”. Putin invitó además al líder maliense a asistir a la segunda edición de la cumbre Rusia-África, que tendrá lugar en San Petersburgo el verano de 2023.
Lo que a corto plazo podría ser una relación especialmente enfocada en el acceso a la extracción de recursos naturales —Burkina Faso cuenta con minas de oro, por ejemplo, y la intervención de Wagner suele estar ligada a contratos de explotación— de los países más dependientes de la seguridad rusa, ahora se paga también en el escenario diplomático. No solo por la victoria frente a Francia, que pierde posiciones a pasos agigantados, sino recabando apoyos también en escenarios clave como la ONU.
En las manifestaciones a favor del golpe de Estado del pasado viernes en Burkina Faso había casi más banderas blancas, azules y rojas, los colores de Rusia, que rojas y verdes, con la estrella amarilla en el centro, propias del país saheliano. En una jornada de confusión, un grupo de militares liderados por el joven capitán del Ejército Ibrahim Traoré (34 años) asaltaron la residencia presidencial, bloquearon la retransmisión de la televisión local y forzaron la dimisión del hasta entonces presidente interino, el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba. Se trata del segundo golpe de Estado en Burkina Faso en apenas ocho meses.