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La escalofriante génesis de un monstruo. ¿Podemos entender a un asesino caníbal?
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La escalofriante génesis de un monstruo. ¿Podemos entender a un asesino caníbal?

Netflix acaba de estrenar de tapadillo 'Dahmer', la última serie de Ryan Murphy, el retrato de uno de los asesinos en serie más conocidos de la crónica negra estadounidense

Foto: Evan Peters interpreta, con un cadencia escalofriante, a Jeffrey Dahmer. (Netflix)
Evan Peters interpreta, con un cadencia escalofriante, a Jeffrey Dahmer. (Netflix)

En la novela gráfica ‘Mi amigo Dahmer’, Derf Backderf intenta dibujar el perfil psicológico de su compañero de instituto Jeffrey, un tipo peculiar y solitario al que le gustaba fingir mongolismo para hacer reír a la clase y que mostraba interés por hobbies tan poco habituales como la taxidermia. Backderf relata cómo, años después de abandonar el centro, el recuerdo nebuloso de ese compañero del que nadie había vuelto a saber nada cristalizó en la pantalla de una televisión cuando, en las noticias, ilustraron con su cara la detención de un asesino en serie que, a sus 31 años, había matado, descuartizado y, en algunos casos, cocinado a diecisiete hombres jóvenes en un pequeño apartamento de un barrio marginal de Milwaukee. Su compañero Dahmer, el rarito, el de las clases de disección, el de la madre loca, el que a veces iba pedo a clase con sus seis latas de cerveza, ese Dahmer, sí, el mismo, era un asesino en serie. Y acabaría convirtiéndose en uno de los nombres más conocidos de la crónica negra estadounidense, que, como todo en aquel país, es siempre más grande, más espectacular, más ‘a lo bestia’.

La detención de Dahmer ocurrió el 22 de julio de 1991. Treinta años después, su historia se ha convertido en la última serie de Ryan Murphy (‘American Horror Story’) con Ian Brennan que acaba de estrenar Netflix. Estrenada de tapadillo, quizás para evitar llamar la atención del público más sensibilizado con la violencia y el gore -porque no escatima en detalles cruentos y desagradables-, ‘Dahmer’ (al título lo acompaña la coletilla pomposa de ‘Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer’) es el trabajo más delicado y adulto de un Murphy muy dado a centrarse en el brillo superficial de muchas de las crónicas pop que lo han convertido en uno de los creadores televisivos más exitosos de lo que llevamos de siglo.

placeholder Otro momento de 'Dahmer'. (Netflix)
Otro momento de 'Dahmer'. (Netflix)

La cultura americana siente una malsana fascinación por los casos más despiadados de su historia criminal, que es prolífica como pocas. Casos como el de H. H. Holmes, quizás el asesino en serie más sofisticado, que construyó en el siglo XIX un castillo que escondía salas de torturas, cámaras de gas, montacargas y toboganes para desplazar los cadáveres, y en el que murieron, según los cálculos más desorbitados, hasta trescientas personas. Dicen que la novela negra es un fiel reflejo de las pulsiones de su época, pero son sobre todo los casos reales como los de Dahmer los que sirven para destilar las problemáticas del momento porque, ¿cómo es posible matar a más de una quincena de personas si no es gracias a la negligencia colectiva? Porque al utilizar la palabra "monstruo" todos quedamos eximidos de cualquier responsabilidad.

En cada uno de los diez capítulos-de momento- de 'Dahmer' -dirigidos por varios cineastas, entre ellos Jennifer Lynch, hija de David Lynch-, la serie se aproxima al caso Dahmer desde un punto de vista. Como es habitual en este género, la narración busca en la infancia, en la relación con los padres y con la sociedad, los gérmenes de la psicopatía del "monstruo". Pero, en la mayor parte de los títulos que han analizado los perfiles de criminales como Henry Lee Lucas o Elmund Kemper se parte de la premisa de una maldad etérea, como divina, que dirige las acciones de unas personas que disfrutan con el dolor ajeno.

placeholder Otro momento de 'Dahmer'. (Netflix)
Otro momento de 'Dahmer'. (Netflix)

En 'Dahmer', sin embargo, se muestra a un Jeffrey Dahmer (interpretado con una cadencia escalofriante por Evan Peters, ganador del Emmy por 'Mare of Easttown') que sufre por la imposibilidad de refrenar sus impulsos. Un adolescente consciente de que hay algo que no marcha bien en su cabeza, que la atracción que siente por las vísceras y las superficies brillantes y viscosas no es normal, que si la excitación sexual sólo le llega a través de la carne en su acepción más cruda y anatómica, va a hacer daño a mucha gente. La serie plantea que la génesis del "monstruo" es consecuencia de muchas causas a lo largo de su vida.

El personaje muestra una gran dependencia emocional y un pánico al abandono por parte de unos padres (mención especial para el papelón de Richard Jenkins como Lionel Dahmer) cuya relación es violenta y disfuncional y que acaban dejándolo solo a una edad muy temprana. También se plantea si, desde el punto de vista puramente químico, el hecho de que la madre tomase un cóctel de antidepresivos y excitantes durante el embarazo tuvo que ver con el desarrollo de un cerebro anormal. Pero la serie tampoco criminaliza a unos padres que nunca se encontraron cómodos con la forma de ser de su hijo y que evitaron afrontar un problema que iba acrecentándose con la edad.

placeholder El pequeño Dahmer de 'Dahmer'. (Netflix)
El pequeño Dahmer de 'Dahmer'. (Netflix)

La serie, con un cuidadísimo diseño de producción que sumerge al espectador entre los años setenta y principios de los noventa -¡qué lejos y qué antiguos quedan ya!-, demuestra una gran capacidad para llenar de sensibilidad los momentos que, en otra producción, hubiesen sido pura hemoglobina. El formato panorámico subraya ese aislamiento del protagonista en una sociedad que lo acabará expulsando. En 'Dahmer' vemos cómo el asesino se come el corazón de la única persona con la que había sentido una conexión emocional. También cómo envuelve en papel film la cabeza cercenada de una de sus víctimas. Y la observa casi con ternura. Y la besa con la suavidad que no ha mostrado al desmembrar el cuerpo con la sierra. En 'Dahmer' no se produce la humanización del 'monstruo', pero sí la necesidad de construir un retrato complejo de una mente enferma lejos de moralinas maniqueas y convenciones fáciles de otros tiempos.

Porque Jeffrey Dahmer, desde joven, tuvo problemas con la justicia. Ya fuese por exhibicionismo o abusos sexuales o abuso de menores, antes de los asesinatos dio muestras de un comportamiento antisocial que, tanto la familia como las autoridades, intentaron pasar por alto. Por sus problemas con el alcohol -que utiliza como un calmante de sus pulsiones, pero que acaba funcionando como catalizador-, la juventud de Dahmer fue un reguero de contratos más o menos cualificados que acaban en despido. Llama la atención que, al menos, tuvieron que ver con su principal interés: Dahmer trabajó en una carnicería polaca y en una clínica de extracción de sangre, entre otros puestos.

placeholder Niecy Nash es Glenda Cleveland. (Netflix)
Niecy Nash es Glenda Cleveland. (Netflix)

La serie avanza a lo largo de varias líneas temporales, por las que va saltando, y las relaciona con cada uno de los asesinatos, a pesar de que la mayoría ocurrieron a principios de los 90. Y en esta estructura y el cambio de puntos de vista donde 'Dahmer' demuestra su genialidad. Porque Dahmer se convierte en personaje secundario de muchos de los capítulos de su propia serie y prioriza el caleidoscopio de miradas: si en uno de los episodios entendemos a Dahmer a través de la relación con su padre, en otro lo haremos desde la de una de sus víctimas, con la que tuvo una relación más duradera, o desde la mirada de Glenda Cleveland (Niecy Nash, que roba cada plano en el que aparece), la vecina que alertó de los crímenes de Dahmer, pero a la que la Policía ignoró.

Porque estas distintas propuestas sirven a los creadores de 'Dahmer' para plantear los diferentes temas que predominan en cada episodio. Y resulta especialmente interesante los que tienen que ver con la situación de las minorías étnicas y de la comunidad homosexual, recordemos, a principios de los años 90. Porque casi todas las víctimas de Dahmer se movían por el ambiente gay y muchas de ellas eran afroamericanas. 'Dahmer' reconstruye una América que arrastraba la crisis del sida de los ochenta y en la que todavía se escuchaba en público el mensaje de que el virus era el castigo de Dios a la homosexualidad. Y en la que las minorías seguían -sigue- sufriendo la represión y el abandono policial y el peso de los estereotipos y de un sistema judicial que prioriza "la palabra de un blanco con antecedentes penales que la de un negro sin antecedentes". La Policía se pelea con Dahmer el papel de gran villano de la historia.

placeholder Molly Ringwald y Richard Jenskins en 'Dahmer'. (Netflix)
Molly Ringwald y Richard Jenskins en 'Dahmer'. (Netflix)

Porque, de nuevo, la llaga en la que 'Dahmer' mete el dedo es la de la homofobia y el racismo sistémico que permitieron que un hombre al que el Ejército expulsó por abusos sexuales, que era objeto de denuncias continuadas por parte de su vecinos, matase a casi una veintena de personas sin que las autoridades lo impidiesen. Mención especial para el séptimo capítulo, 'Cassandra', que hace hincapié en la impotencia de la vecina del asesino, que después de que la Policía ignorase sus llamadas pidiendo auxilio, escuchaba el ruido de las sierras trabajando al otro lado de la pared.

'Dahmer' es una serie incómoda y retorcida, pero también una muestra de que empezamos a dejar atrás diagnósticos cuasi mágicos en relación a los comportamientos antisociales. Es una aproximación que provocará muchas críticas que la vean como un desprecio a las víctimas del asesino, pero que supone un trabajo minucioso y comprometido con el motor de cine: el intento de comprender la naturaleza humana. Aunque sea la de alguien como Dahmer.

En la novela gráfica ‘Mi amigo Dahmer’, Derf Backderf intenta dibujar el perfil psicológico de su compañero de instituto Jeffrey, un tipo peculiar y solitario al que le gustaba fingir mongolismo para hacer reír a la clase y que mostraba interés por hobbies tan poco habituales como la taxidermia. Backderf relata cómo, años después de abandonar el centro, el recuerdo nebuloso de ese compañero del que nadie había vuelto a saber nada cristalizó en la pantalla de una televisión cuando, en las noticias, ilustraron con su cara la detención de un asesino en serie que, a sus 31 años, había matado, descuartizado y, en algunos casos, cocinado a diecisiete hombres jóvenes en un pequeño apartamento de un barrio marginal de Milwaukee. Su compañero Dahmer, el rarito, el de las clases de disección, el de la madre loca, el que a veces iba pedo a clase con sus seis latas de cerveza, ese Dahmer, sí, el mismo, era un asesino en serie. Y acabaría convirtiéndose en uno de los nombres más conocidos de la crónica negra estadounidense, que, como todo en aquel país, es siempre más grande, más espectacular, más ‘a lo bestia’.

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