El turismo del morbo: así es pagar por veranear con narcos o en zonas de guerra
El nuevo documental de la plataforma, 'Dark Tourist', muestra el turismo más macabro mediante crónicas de lugares donde han tenido lugar catástrofes o asesinatos
“Me gusta mucho la muerte”, dice pizpireta una mujer antes de unirse a un tour sobre la vida de un famoso caníbal estadounidense. Ella, emocionada como un niña por lo oscuro y amargo, define la esencia del ‘dark tourist’ o su más que pintoresca traducción: ‘tanatoturista’. Para empezar, el tanatoturista puede ser cualquiera. Hay que evitar caer en el cliché de que el aficionado a estas vacaciones del terror es el hijo gótico del vecino. El tanatoturista planea sus vacaciones en lugares asociados con la muerte y la destrucción, movido por el morbo y la curiosidad de quien, parece, no le teme a nada.
El periodista David Farrier lo llama turismo negro, “un fenómeno global de gente que huye de lo habitual” a lugares abandonados o donde han ocurrido desgracias: tours por escenarios donde han tenido lugar asesinatos o por ciudades devastadas por la guerra, exorcismos en primera fila, rituales de vudú o cenas con vampiros. ‘Dark Tourist’, con ocho episodios de 40 minutos, es la nueva serie documental de Netflix que retoza en el morbo, en la esencia humana y el humor mientras Farrier acompaña a varios tanatoturistas en sus vacaciones. ¿Qué podría salir mal?
En el primer episodio, un David Farrier ataviado con sus características bermudas con piñas visita Colombia persiguiendo la figura de Pablo Escobar como tantos otros fans -es el nombre más apropiado- al año, los ‘narcoturistas’. El legado de Escobar ahora es comercial: hay tours por las zonas donde vivió y la gente se hace fotos junto a su lápida. Uno de sus sicarios fue Popeye, que asesinó a más de 250 personas, incluida a su novia y pasó 22 años en prisión. Farrier, sin miedo a nada, se reúne con él, ya “retirado” y canoso. “Sus hombres están con él en las orgías y en la guerra”, le explica muy efusivo sobre Escobar. Mientras pasean, varios ‘narcoturistas’ neoyorquinos se acercan para hacerse el selfie de rigor. “Es un sueño hecho realidad”, dice uno de ellos después de darle un abrazo al sicario.
El Día de los Muertos, en México, es otra de las paradas de Farrier, santuario para nuestros nuevos amigos, los tanatoturistas. Farrier visita la secta llamada Santa Muerte, que si bien trata de no tener miedo a la Parca, un cura asustadizo asegura que sus integrantes "realizan sacrificios humanos". Para acabar el capítulo, el periodista sale del país pero lo hace por la frontera con EEUU para conocer a los emigrantes que intentan abandonar México. O al menos eso quiere reconstruir: se une a otros ‘dark tourists’ que pagan 50 dólares para recrear la huida de un emigrante, arrastrándose por escarpadas montañas, con tiros de fondo, sin provisiones, con robos falsos y narcos demasiado cinematográficos incluidos. Mientras son teatralmente atacados cerca la falsa frontera, varios se ríen. Frivolidad en estado puro.
Groupies en Fukushima
Llega un nuevo día y es hora de desayunar un poco de cáncer. Farrier se adentra en Fukushima a bordo de un autobús lleno de tanatoturistas y un risueño guía local, encantado de protagonizar un nuevo tour radiactivo. “No me han salido cuernos ni más dedos”, tranquiliza mientras los turistas ríen. “Dicen que la Vitamina D regula los efectos de la radiación”, comenta despreocupada una de ellas con un bote de pastillas en la mano. Teniendo siempre muy presentes los niveles de radiación, que aumentan por momentos sin que ninguno de los visitantes se plantee volver por donde ha venido, visitan varios pueblos abandonados. Uno de los turistas, con flequillo de influencer, se hace un selfie al lado de los escombros que dejó el tsunami de Fukushima, cerca de unas lápidas, y se ríe porque no ha sacado su mejor perfil. Otros le siguen la gracia. “A veces nos reímos de cosas para tapar los nervios”, comenta Farrier tratando de buscar el lado filosófico de la situación.
Los groupies de la radiación no son los únicos tanatoturistas que conoce en este viaje. El siguiente destino es el Jukai, el bosque que descansa en la base del Monte Fuji y que tiene el honor de portar el famoso apelativo “de los suicidios”. Mientras Farrier y el mismo animado guía del día anterior leen el cartel previniendo contra el suicidio colocado a la entrada del bosque, se encuentran con dos tanatoturistas bajando de su coche. “Vimos vídeos en YouTube que decían que aquí viene mucha gente a suicidarse”, relatan animados. “Pensamos que sería interesante visitarlo”.
Limpiar cadáveres y disparar vacas
“Nadie quiere que lo maten y nadie debería alegrarse de eso”, ríe nerviosa una fanática de Jeffrey Dahmer, el ya fallecido caníbal estadounidense que posee un ejército de seguidores bien nutrido. Está a punto de empezar el tour sobre su figura que comentábamos al inicio del artículo. El llamado ‘Tour del Caníbal’ pasa por los lugares donde Dahmer elegía a las víctimas y sus asistentes realizan sesiones de espiritismo para contactar con él. “Te sientes atraído y al mismo tiempo piensas que es horrible”, explica la mujer.
Te sientes atraído y al mismo tiempo piensas que es horrible
“Son unas vacaciones extrañas, como un modo de escapar antes de volver a la vida normal y aburrida. Alivia saber que estás vivo y que no hay un cadáver en tu bañera”. Esta frase de Farrier resume a la perfección las motivaciones de los ‘dark tourist’. La muerte es una de las constantes en sus viajes: si en Indonesia limpia un cadáver momificado, en Camboya paga 400 dólares para disparar a una vaca. El periodista, recién llegado al continente asiático, ojea un panfleto turístico en el que predominan los anuncios para alquilar armas, casi todos con niños. “Muchos turistas vienen aquí por motivos lúgubres”, comenta a su conductor. “Si tienes dinero, puedes hacerlo todo”. Farrier tontea con lo escabroso una vez más, pretendiendo durante varios minutos que se está planteando de verdad lanzar una ráfaga de balas sobre una vaca atada. Varios turistas ingleses han llegado con la misma intención que él y se hacen fotos cargando pesadas armas. Finalmente, la vaca vive un día más.
‘Dark tourist’ juega con el morbo, se revuelca en lo sangriento y convierte culturas extranjeras en un chiste a base de humor y voz en off, pero se escuda en la exploración y la búsqueda interior. “Me han forzado fuera de mi zona de confort y ahora estoy más feliz de estar vivo”, repite Farrier en el vídeo promocional. Si bien el documental de Netflix ofrece una visión cuanto menos curiosa, cabe preguntarse hasta qué punto hay que tomarse en serio una cámara que entra en el momento justo en el que un cura está practicando un exorcismo a una mujer poseída. “Nunca había visto un exorcismo, ¿tendrán quejas los vecinos?”, comenta incluso el presentador.
Desde luego que llama la atención ver, desde la comodidad del sofá, a un extraño carismático embarcándose en viajes a lugares radiactivos, pero conviene tener la alarma puesta mientras se hace. No hay más que ver el episodio de Pablo Escobar, en el que Farrier muestra un retrato encantador y divertido de un asesino a sangre fría. “Me caes bien y no deberías, me lo advirtieron”.
“Me gusta mucho la muerte”, dice pizpireta una mujer antes de unirse a un tour sobre la vida de un famoso caníbal estadounidense. Ella, emocionada como un niña por lo oscuro y amargo, define la esencia del ‘dark tourist’ o su más que pintoresca traducción: ‘tanatoturista’. Para empezar, el tanatoturista puede ser cualquiera. Hay que evitar caer en el cliché de que el aficionado a estas vacaciones del terror es el hijo gótico del vecino. El tanatoturista planea sus vacaciones en lugares asociados con la muerte y la destrucción, movido por el morbo y la curiosidad de quien, parece, no le teme a nada.