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Carlos III, el rey arquitecto: "Quieren hacer un forúnculo monstruoso en Trafalgar Square"
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Carlos III, el rey arquitecto: "Quieren hacer un forúnculo monstruoso en Trafalgar Square"

El nuevo monarca nunca ha ocultado su oposición a los edificios más vanguardistas y contemporáneos y abre un debate estético y filosófico interesante: ¿arquitectura moderna o tradicional?

Foto: Carlos III, en el castillo de Cardiff. (Reuters/Chris Jackson)
Carlos III, en el castillo de Cardiff. (Reuters/Chris Jackson)
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"Lo que proponen hacer es una especie de forúnculo monstruoso en la cara de un amigo muy querido y elegante". Así de taxativo y estentóreo se expresó Carlos III —cuando todavía era el Príncipe Carlos— en 1984 con motivo del proyecto de ampliación de la National Gallery en Trafalgar Square en Londres. El proyecto había sido adjudicado a Robert Venturi, Denise Scott Brown y Barry Edward, considerados de los mejores arquitectos del mundo, para modernizar el museo, pero la frase del príncipe pronto hizo fortuna. La redacción de la revista de arquitectura 'Building Magazine', quien sabe si en una tarde de risas caricaturizando a Carlos, instituyó los "Premios Forúnculo" para designar cada año el edificio más feo del Reino Unido. Y un buen puñado de arquitectos (estrella) como Jacques Herzog, Norman Foster, Zaha Hadid, Renzo Piano y Frank Gehry se le echaron encima. El edificio, por cierto, por mucho que dijera el príncipe, se culminó en 1991 y obtuvo varios premios.

Sin embargo, no fue la única salida de pata de banco del hoy rey en relación con la arquitectura y el urbanismo de cariz más contemporáneo, algo que vistas sus formas en los últimos días tampoco parece sorprendente. Sobre la Biblioteca de Birmingham, diseñada por John Madin en 1974 y de estilo brutalista, comentó que le parecía "más un lugar para incinerar libros y no para conservarlos". Sobre la remodelación de Paternoster Square, de la Royal Opera House, y un complejo de viviendas en Chelsea Barracks que había proyectado Richard Rogers —premio Pritzker en 2007— llegó a plantear hasta un diseño alternativo parecido al Hospital Real de Christopher Wren, de finales del siglo XVII. Es decir, antiguo y tradicional. Y sobre el One New Change de la City, diseñado Jean Nouvel —Pritzker en 2008 y creador, entre otros edificios, de la ampliación del Museo Reina Sofía— alzó su voz para criticar, primero que el arquitecto fuera francés, y segundo porque le parecía un edificio "demasiado modernista".

placeholder La Biblioteca de Birmingham, de John Maddin. (Wikipedia)
La Biblioteca de Birmingham, de John Maddin. (Wikipedia)

Parece obvio: a Carlos III le pones acero, hormigón y amplios ventanales de cristal y le sale un sarpullido. Para él, donde estén las "terraced Houses" del XVII (las famosas casas adosadas británicas) y los palacetes de la campiña que se quite cualquier extravagancia contemporánea. En definitiva, al nuevo rey no le saques de Downton Abbey.

"Me parece relevante que tenga la osadía de expresar estas opiniones en la arquitectura. Eso evidencia la incultura sobre arquitectura. En cualquier otro arte no expresaría su ignorancia de una manera tan poco formada. Otras cosas no le gustarán o no las entenderán, pero seguro que no hace una llamada en público sobre eso", afirma a este periódico Javier Peña, arquitecto y actual Director de Concéntrico, el conocido Festival Internacional de Diseño y Arquitectura de Logroño. Es la opinión que tienen los arquitectos modernos con respecto a Carlos desde hace ya décadas.

Arquitectura conservadora

Pero el asunto es más serio de lo que aparenta, ya que a Carlos III el tema de la arquitectura le interesa más allá de los chascarrillos que generan sus comentarios. En 1986 fundó y financió el Instituto de Arquitectura Príncipe de Gales con el fin de enseñar los principios de la arquitectura tradicional. Y ha escrito un par de libros sobre el asunto, 'A vision of Britain: A personal view of Architecture' (1989) y 'Harmony: A revolution' (2010). Y, además, sus planteamientos se asientan en la base de la filosofía de arquitectos y pensadores como Leon Grier, Gordon Cullen y su libro 'El paisaje urbano' y Sir Roger Scruton. Es una filosofía de cariz conservador, pero como dice el arquitecto Fernando Caballero a El Confidencial, "aunque cuantitativamente ahora no es lo predominante lo que plantean es que existe una estética que corresponde a unos valores que no han desaparecido. Así que una cosa es el chascarrillo y otra cosa es la filosofía que hay detrás de Carlos III, por eso no hay ninguna tontería en esta forma de comportarse ni en tener estas opiniones". Quizá así se entiende mejor que no le gusten ni Rogers, ni Nouvel, ni Piano, ni Foster ni ninguno de los arquitectos multipremiados de las últimas décadas.

placeholder La ampliación de la National Gallery de Londres. (Wikipedia)
La ampliación de la National Gallery de Londres. (Wikipedia)

De hecho, aquí van algunas de las ideas sobre arquitectura contemporánea del nuevo monarca: "La destrucción sin sentido en nombre del progreso (…) y la proliferación de monstruos frankensteinianos, vacíos de carácter, ajenos y mal queridos de todos, salvo de los profesores que los han ideado en sus laboratorios". O sobre el urbanismo de las ciudades: "Escalas humanas, sin apenas ruido de señalización, alturas controladas, espacios comunitarios, mezcla convivencial de viviendas y comercio, preocupación ecológica y un estilo ecléctico que no pierda de vista el clasicismo".

"Ser conservador en lo estético no quiere decir que alguien sea de derechas, sino que protege los estamentos, protege el entorno..."

¿Es, por tanto, lo de Carlos III un chiste o invoca algo mucho más profundo y filosófico? La estética, como la ética, siempre dice mucho de nosotros mismos. Y una cuestión importante de la que avisa Caballero, "ser conservador en lo estético no quiere decir que alguien sea de derechas en cuanto a lo económico. El conservador protege los estamentos, protege el entorno… Y, en este sentido, eso es Carlos III". Es verdad que también se puede coincidir, pero eso ya es otro debate.

Estética perdurable

Para este arquitecto, antes de escrutar estas opiniones, hay que plantearse varias cuestiones. Una de ellas es que, ante todo, "es un señor de campo que siempre ha vivido en palacios y defiende los valores detrás de esa estética". Por tanto, "es de moral conservadora y defiende todas estas cosas de los materiales del entorno, que tiene que ver mucho con los gremios, entorno palaciego, rico… Y claro, los valores de la estética moderna no van con él".

La segunda es si el nuevo rey es plenamente consciente de lo que hay detrás de sus opiniones o solo "es un privilegiado mediocre que se asusta porque el mundo no es como él quiere y por eso le repugnan el hormigón y el acero".

Defiende que un casco urbano medieval hoy sigue existiendo, pero un edificio hoy modernísimo puede convertirse en un anacronismo

Vayamos a que sí hay toda esa estética conservadora consciente que han propugnado creadores como los antes citados Scruton, Crier y Cullen. En ese sentido, Caballero reconoce que “tanto en la crítica a lo contemporáneo que hacen Carlos y ellos hay cierta verdad ya que hablan de una arquitectura imperecedera". En términos sencillos: un casco urbano medieval hoy sigue existiendo y lo seguimos admirando mientras que un edificio hoy modernísimo puede convertirse en un anacronismo desechable dentro de 150 años. "Todos queremos siempre estar en posesión de la verdad, pero esta corriente conservadora es tan vigente como la otra", apostilla este arquitecto.

Ciudad progresista, mente reaccionaria

Junto a Leon Crier, Carlos III puso en marcha en 1988 el proyecto Poundbury, un barrio tradicional a las afueras de Dorchester, al sur de Inglaterra. Casitas de piedra y ladrillo, columnatas griegas, amplias plazas, calles estrechas, muchos jardines y sin antenas de televisión que enturbien el paisaje. El nuevo rey, cuya otra de sus obsesiones es la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático, quería crear una ciudad sostenible y ecológica en la que se usaran muy poco los coches (aunque esto no lo han controlado del todo bien como se ve en las imágenes). En realidad, es un proyecto que, en nuestro contexto de guerras culturales, puede hacer estallar la cabeza a más de uno: por un lado, como también se dijo en la prensa británica, era "parque jurásico" y una "disneylandia medieval", pero al mismo tiempo, el 'Financial Times' lo describió como la paradoja Poundbury: "la combinación de una estética reaccionaria con una organización social y urbana genuinamente innovadora". Un paraíso progresista —sobre todo después de estos tiempos pandémicos— ideado por una mente reaccionaria.

placeholder La plaza de la Reina Madre en Poundbury
La plaza de la Reina Madre en Poundbury

Sin embargo, todo cambia cuando pensamos en el privilegio. A eso va Fernando Caballero al hablar de este tipo de pueblecitos modélicos, limpios, con aire oxigenado. "Poundbury es un pueblo precioso, ¿a quién no le gusta ese pueblo? Ahora bien, ¿quién se puede permitir vivir ahí? Esto es como el urbanismo de Gaudí, que era el de la burguesía de Barcelona. Porque sí, era precioso pero, ¿quién se lo podía permitir?", manifiesta.

Este arquitecto pone otros ejemplos como el barrio Borneo de Ámsterdam en el que han participado los arquitectos más relevantes. "Todos los edificios son diferentes, todos son precisos y todos son carísimos. Todo esto está detrás de la filosofía de Carlos III, Scruton y este tipo de pensadores. O como Jane Jacob, que hizo un barrio de privilegiados y ricos en Nueva York", sentencia Caballero.

"Poundbury es un pueblo precioso, ¿a quién no le gusta ese pueblo? Ahora bien, ¿quién se puede permitir vivir ahí?"

Por otro lado, para Javier Peña también habría otra crítica que hacer a la ciudad fetiche del rey y es su poca funcionalidad. "Él defiende una ciudad en la campiña, bucólica y pastoril que se aleja de los modos de vida actuales. Las cuestiones estéticas que él defiende no tienen nada que ver con la ciudad, que tiene otros flujos". En definitiva, las ideas de Carlos no sirven para un Londres o incluso un Madrid.

Los reyes y la vanguardia

Hay otra cuestión interesante en torno a las opiniones arquitectónicas del nuevo rey y es que parecen más antiguas que las de sus antepasados regios. Es una idea que comenta Peña, ya que cuando los reyes eran los clientes de los arquitectos solían elegir a los mejores del momento, los más vanguardistas, los que hacían las cosas más atrevidas. "La Corte se rodeaba de las figuras de la cultura más destacadas, como Carlos III (el nuestro) con Sabatini. Hasta el Escorial tiene la bóveda plana, que es un ejercicio de ingeniería arquitectónica que era la vanguardia del momento. No era rancio", apostilla. Aquello daba prestigio y una diferenciación total con el pueblo llano y analfabeto. "En la actualidad no prevalece la calidad sino la mediocridad. Ellos están yendo en contra de su propia historia", añade.

placeholder El edificio One New Change, de Jean Nouvel, en la city de Londres. (Wikipedia)
El edificio One New Change, de Jean Nouvel, en la city de Londres. (Wikipedia)

A su juicio, la apuesta por la vanguardia debería estar detrás de las decisiones estéticas, no solo de reyes, sino de cualquier institución pública, puesto que ahora son las que pagan los proyectos. Así que, el debate sobre la arquitectura está abierto: ¿vanguardia, tradicionalismo, progresismo, conservadurismo? Como decía Fernando Caballero, lo de Carlos III y la arquitectura no es ninguna tontería.

"Lo que proponen hacer es una especie de forúnculo monstruoso en la cara de un amigo muy querido y elegante". Así de taxativo y estentóreo se expresó Carlos III —cuando todavía era el Príncipe Carlos— en 1984 con motivo del proyecto de ampliación de la National Gallery en Trafalgar Square en Londres. El proyecto había sido adjudicado a Robert Venturi, Denise Scott Brown y Barry Edward, considerados de los mejores arquitectos del mundo, para modernizar el museo, pero la frase del príncipe pronto hizo fortuna. La redacción de la revista de arquitectura 'Building Magazine', quien sabe si en una tarde de risas caricaturizando a Carlos, instituyó los "Premios Forúnculo" para designar cada año el edificio más feo del Reino Unido. Y un buen puñado de arquitectos (estrella) como Jacques Herzog, Norman Foster, Zaha Hadid, Renzo Piano y Frank Gehry se le echaron encima. El edificio, por cierto, por mucho que dijera el príncipe, se culminó en 1991 y obtuvo varios premios.

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