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La escudería de Norman Foster arrasa en el Guggenheim de Bilbao
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La escudería de Norman Foster arrasa en el Guggenheim de Bilbao

La fabulosa colección de coches del arquitecto atrae a más de 650.000 personas y demuestra que Marinetti tenía razón al decir que un automóvil era más bello que la Victoria de Samotracia

Foto: El arquitecto Norman Foster, en la inauguración de la exposición 'Motion. Autos, arte y arquitectura' en Bilbao. (Reuters/Vincent West)
El arquitecto Norman Foster, en la inauguración de la exposición 'Motion. Autos, arte y arquitectura' en Bilbao. (Reuters/Vincent West)

Quedan apenas un par de semanas, pero todavía sigue abierto el garaje que Frank Gehry le ha abierto al colega Norman Foster. Quiere decirse que la sede bilbaína del Guggenheim aloja la colección de coches del arquitecto británico. Once obras de arte sobre ruedas que comparten el 'hangar' con otros magníficos ejemplares de la automoción. Y que permanecen aparcados hasta el 18 de septiembre para estupefacción de los visitantes.

Más de 650.000 personas han acudido al Guggenheim desde que se inauguró el pasado abril 'Motion, art and architecture'. Un 'espectáculo' indisociable de los iconos reunidos —el primer coche de la historia (1886), el Escarabajo, el Aston Martin de James Bond y el Fórmula 1 de Hamilton—, pero concebido en el contexto del diseño y de las artes plásticas. Lo demuestra la significación de Marinetti. Y la dimensión visionaria que el maestro italiano del futurismo atribuyó a la irrupción revolucionaria de los coches en las calles y en la cotidianidad. “Un automóvil rugiente, que parece correr como la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”.

Es un 'espectáculo' indisociable de los iconos reunidos: el primer coche de la historia (1886), el Escarabajo, el Aston Martin de James Bond

Expone el Guggenheim las pinturas de Marinetti. Y le otorga la razón respecto a la belleza de los coches reunidos. Ninguno tan exuberante y hermoso como el Delahaye Type 165. No forma parte de la colección Foster, sino de la Mulin Automotive Museum. Lo concibió en 1939 el ingeniero francés Émile Delahaye. Y solo existe un ejemplar, de tal manera que la belleza y excepcionalidad del auto lo convierten en una asombrosa escultura.

placeholder El Bugatti, en la exposición del Guggenheim. (Reuters/Vincent West)
El Bugatti, en la exposición del Guggenheim. (Reuters/Vincent West)

Y no es la única. El trasiego de diseñadores e ingenieros proporcionan a la exposición sensaciones parecidas al síndrome de Stendhal. Por la originalidad del Bugatti Atlantic (1936). Por el esplendor del Cadillac Eldorado Biarritz (1959) y por un deportivo de Pegaso —el Z-102 (1952)— que desborda la fantasía y la aerodinámica, y que nunca llegó a comercializarse. La singularidad de los modelos únicos explica el interés de la exposición, pero el Guggenheim también es sensible a los modelos populares que merecen un homenaje entre las razones sentimentales y las estéticas. El Mini y el Seiscientos, por ejemplo. Y, por ejemplo, la furgoneta 'hippy' Volkswagen, cuyas formas rectilíneas contradicen el obsesivo esfuerzo aerodinámico que caracteriza el recorrido por el 'garaje' del Guggenheim.

Reúne mucho valor simbólico que la obra mayúscula de Gehry aloje la colección particular de Norman Foster, precisamente porque la capital vizcaína es el escenario de la dialéctica arquitectónica entre ambos colosos. Son de la misma generación. Y sostienen principios estéticos diferentes, pero no del todo antagonistas. La distorsión formal de Gehry cohabita en Bilbao con el diseño de las marquesinas del metro de Foster (los 'fosteritos', como se los conoce en la ciudad). Y lo hará más todavía cuando finalice la reforma del Museo de Bellas Artes que se le ha encomendado al maestro británico.

El Guggenheim también es sensible a los modelos populares que merecen un homenaje: el Mini, el Seiscientos y la furgoneta 'hippy' Volkswagen

Mientras tanto, Norman Foster (87 años) se ha puesto los galones de comisario para ordenar el acontecimiento del Guggenheim. No solo con criterios estéticos, sino con plena conciencia de los hitos de ingeniería y de instinto industrial que dieron vuelo a la revolución del automóvil. Es la razón por la que impresiona tanto la exposición de un Porsche. Y no el 911, sino el modelo Phaeton que se dio a conocer en 1900 y que ya contenía en su mecánica la 'cohabitación' híbrida del combustible y la electricidad.

placeholder Los coches más populares también tienen su espacio en la muestra. (Reuters/Vincent West)
Los coches más populares también tienen su espacio en la muestra. (Reuters/Vincent West)

Comenzaba entonces una transformación del transporte y de la sociedad que estimuló —y estimula— el ingenio de los diseñadores y de los ingenieros. No solo preocupados por la comodidad y el consumo, sino intrigados por la relación con el tiempo y con... el viento. Lo demuestra el Mercedes con que Hamilton compitió en 2020. Negro y largo, pero sobre todo evanescente. El coche 'desaparece', como si se hubiera mimetizado con el aire. La respuesta popular es elocuente. No ya por la cifra abrumadora de espectadores, sino porque la expo de los automóviles de Foster y de los artistas 'aledaños' —de los futuristas italianos a los maestros pop de EEUU— supone que el Guggenheim ha conseguido el mejor verano de su historia, un cuarto de siglo después de haberse inaugurado.

Quedan apenas un par de semanas, pero todavía sigue abierto el garaje que Frank Gehry le ha abierto al colega Norman Foster. Quiere decirse que la sede bilbaína del Guggenheim aloja la colección de coches del arquitecto británico. Once obras de arte sobre ruedas que comparten el 'hangar' con otros magníficos ejemplares de la automoción. Y que permanecen aparcados hasta el 18 de septiembre para estupefacción de los visitantes.

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