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'La isla de Bergman': Mia Hansen-Løve vuelve a desnudarse para hablar del amor y la creación
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'La isla de Bergman': Mia Hansen-Løve vuelve a desnudarse para hablar del amor y la creación

Seleccionada en Cannes, la última película de Mia Hansen-Love es una reflexión metacinematográfica sobre cómo la vida y el cine se retroalimentan en el proceso creativo

Foto: Vicky Krieps y Tim Roth son una pareja de cineastas en 'La isla de Bergman'. (Elastica)
Vicky Krieps y Tim Roth son una pareja de cineastas en 'La isla de Bergman'. (Elastica)

Siempre me ha precedido cierto prejuicio hacia el cine de Mia Hansen-Løve. Demasiado lánguido, explícitamente intelectual, con ese punto pijo de burgués bohemio parisino que crea afinidades y rechazos viscerales por igual. Pero también hay que reconocer la valentía del sustrato autobiográfico de sus películas, de sus desnudos emocionales. 'La isla de Bergman' es de nuevo un ejercicio de honestidad en el que la directora ha expuesto su intimidad y sus obsesiones en una historia en la que cine y vida se solapan en diferentes capas a través de la relación de dos personajes sospechosamente parecidos a ella misma y su expareja, el también director Olivier Assayas. En ellos, Hansen-Løve parece haber volcado las frustraciones e inseguridades de una mujer creativa a la sombra de un hombre creativo como Assayas, veintiséis años mayor que ella y cinco veces nominado a la Palma de Oro. Precisamente, con 'La isla de Bergman', Hansen-Løve consiguió en 2021 su primera nominación al premio gordo de Cannes.

Como álter ego, Hansen-Løve ha escogido a la alemana Vicky Krieps ('El hilo invisible'), tan desgalichada como atractiva, y a Tim Roth ('Los odiosos ocho'), sólido y paternalista. Los personajes, claro. Ella es Chris, una directora de cine joven-ya-no-tan-joven insegura y con ganas de explorar el mundo ahí fuera. Él es Anthony, un director de cine consagrado y respetado, pero también ensimismado a veces, y muy celoso de su trabajo. La pareja, que comparte una hija, se marcha sola durante una temporada a Fårö, la isla sueca en la que vivió Bergman, con la idea de encontrar la paz y la inspiración para escribir sus próximos trabajos. Es más, se trasladan a la casa en la que vivió el propio Bergman, una especie de granero de madera en medio del paisaje agreste y ventoso.

placeholder Vicky Krieps, junto al molino de la casa propiedad de Bergman. (Elastica)
Vicky Krieps, junto al molino de la casa propiedad de Bergman. (Elastica)

Se encuentran con un Fårö absolutamente dominado por la presencia fantasmal y ubicua de Bergman. Una tierra eternamente vinculada a su nombre en una especie de apropiación o reasignación identitaria, en la que se presupone a todos los vecinos una devoción del cineasta impuesta por el gentilicio. Toda la actividad cultural del lugar pivota sobre la obra del arista. Hay un festival de Bergman. Una especie de Fundación Bergman. Un safari Bergman que recorre todas las localizaciones en las que rodó Bergman —y en el que nos encontramos con un sorprendente cameo del crítico catalán Jordi Costa en el papel de peregrino bergmaniano—. Bergman, Bergman, Bergman por todos lados. Curiosamente, Assayas es —como muchos, por otro lado— un obseso del cine de Bergman que, además, fue un autor profundamente autorreferencial. "Hay algo en su trabajo que me habla directamente a mí de forma íntima a través de sus escritos y sus referencias autobiográficas... Es una situación muy extraña encontrarte ante un artista que utiliza su propia vida como una herramienta más, como la única posible", le contó Assayas a Luis Martínez en un reportaje de 'El Mundo' por el centenario del nacimiento del sueco.

Las dinámicas de pareja aparecen perfectamente dibujadas en la cotidianidad de los protagonistas. Esos roles y configuraciones que utilizan la excusa de Bergman para ser explícitos. Por ejemplo, la difícil compatibilidad de maternidad y creación, y no tanto de la paternidad y la ídem. Bergman, cuenta la película, tuvo nueve hijos con seis mujeres diferentes y a los 41 años ya había dirigido 25 películas. Más las obras de teatro. Más la dirección del Teatro de la Ópera Real de Estocolmo. Y tanto al personaje de Chris como a la directora, ambas madres y creadoras, se les plantea la frustración de contar con la imposibilidad de conciliar familia y eternidad. La reflexión sobre el proceso creativo vertebra toda la película que, además, tiene la osadía de romper con la estructura convencional a mitad de película y narra de manera bastante ingeniosa la materialización de las ideas.

placeholder Mia Wasikowska baila durante la boda de una de sus amigas. (Elastica)
Mia Wasikowska baila durante la boda de una de sus amigas. (Elastica)

Lo que comienza como un drama amoroso acaba reconduciéndose por otros caminos —es mejor no concretar para el mayor disfrute de la película— y acaba con una moraleja reconfortante para los creadores inseguros, las madres autoras que no llegan a todo y para la propia Hansen-Løve, supongo. Mientras tanto, la directora teje de manera sutil esas costuras en las que la ficción y la vida se retroalimentan. Desde ponerse las gafas —una réplica— que llevó Bibi Andersson en 'Persona' hasta volcar las propias obsesiones en boca de un personaje, o colocar a una persona real dentro de una ficción, o dejar que todo aquello que uno oculta, que uno no se ha atrevido a expresar nunca ni en la mayor de las intimidades, emerja y transpire a través de la creación.

Hansen-Løve también reflexiona sobre estas dinámicas de pareja a través de los personajes de Mia Wasikowska y Anders Danielsen Lie, dos treintañeros antiguos amantes que vuelven a coincidir años después en la boda de una amiga en común en la isla de Fårö. La directora vuelve sobre el tema de la imposibilidad del amor materializado contra la longevidad del amor como idea, como obsesión, como frustración. Y Wasikowska también interpreta a una joven directora de cine madre de una niña pequeña. Un juego de 'matrioskas' metaficcional que funciona también como drama romántico a secas, para los muy cafeteros y para menos cafeteros, pero que les gusta el café.

placeholder Tim Roth y Vicky Krieps son una pareja de cineastas. (Elastica)
Tim Roth y Vicky Krieps son una pareja de cineastas. (Elastica)

Esa languidez, esa desgarbada melancolía del cine de Hansen-Løve funciona muy bien en ese naturalismo bergmaniano, en ese contexto de la Suecia remota y tan bella como inhóspita. Hay una cadencia suave con la que la gente pasea, monta en bicicleta y lee libros. Hay una acogedora tranquilidad ocre de disquisiciones sobre el arte y la existencia, pero también una frescura descompresiva de tanta densidad introspectiva. 'La isla de Bergman' conquista pacientemente, sin demasiados gestos demasiado ampulosos. Una película que, como Vicky Kriepps, cautiva por su falta de impostura, por su atractivo sin subrayados ni maquillaje. Y que además ofrece un viaje barato a los paisajes stendhalianos de Fårö.

Siempre me ha precedido cierto prejuicio hacia el cine de Mia Hansen-Løve. Demasiado lánguido, explícitamente intelectual, con ese punto pijo de burgués bohemio parisino que crea afinidades y rechazos viscerales por igual. Pero también hay que reconocer la valentía del sustrato autobiográfico de sus películas, de sus desnudos emocionales. 'La isla de Bergman' es de nuevo un ejercicio de honestidad en el que la directora ha expuesto su intimidad y sus obsesiones en una historia en la que cine y vida se solapan en diferentes capas a través de la relación de dos personajes sospechosamente parecidos a ella misma y su expareja, el también director Olivier Assayas. En ellos, Hansen-Løve parece haber volcado las frustraciones e inseguridades de una mujer creativa a la sombra de un hombre creativo como Assayas, veintiséis años mayor que ella y cinco veces nominado a la Palma de Oro. Precisamente, con 'La isla de Bergman', Hansen-Løve consiguió en 2021 su primera nominación al premio gordo de Cannes.

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