Es noticia
El monopolio de los sentimientos de Mia Hansen-Love
  1. Alma, Corazón, Vida

El monopolio de los sentimientos de Mia Hansen-Love

En uno de los diálogos más divertidos de la última película de la directora francesa Mia Hansen-Løve, Un amor de juventud (Un amour de jeneusse), que

En uno de los diálogos más divertidos de la última película de la directora francesa Mia Hansen-Løve, Un amor de juventud (Un amour de jeneusse), que se acaba de estrenar en nuestro país, el protagonista masculino reprocha a su partenaire femenina que la película que acaban de ver en un cine parisino “resulta excesivamente francesa”. Es una forma de explicitar de forma irónica una de las críticas que se han realizado con cierta frecuencia sobre el cine de la joven directora, que acaba de cumplir treinta y un años. En la misma conversación, el joven interpretado por Sebastian Urzendowsky acusa a su compañera, una sensacional Lola Créton, que “cree tener ella sola el monopolio de la sensibilidad”. Un duro juicio que puede ser aplicado, en cierta forma, a las películas de Hansen-Løve.

Quizá sea ese factor lo que convierte la aún breve filmografía de la directora –tres largometrajes– en interesante, pero no brillante: la sensación de que Hansen-Løve es excesivamente consciente en cada plano, en cada línea de diálogo, en cada elipsis, de la poesía que envuelve a sus personajes y a sus problemas cotidianos, ligados a una tradición del cine francés cercana a Eric Rohmer, François Truffaut o Jacques Rivette sin pertenecer necesariamente a niguno de ellos.

También podría figurar en dicha lista su marido Olivier Assayas, otro director que ha hecho de su condición francesa una seña de identidad. Si en un director como el fallecido Rohmer lo lírico se extraía a partir de la mirada del director sobre sus personajes, como una consecuencia de una dramaturgia sutil y empática hacia la condición humana, en el caso de las películas de Hansen-Løve parece ser su obligado punto de partida y también su conclusión final.

No es que este Primer amor, como se ha subtitulado en España, no sea una buena película, sino que esa conciencia del dispositivo que construye la película, entre el realismo baziniano y la praxis truffautiana parece contradecir la aparente naturalidad de la que hace gala. La historia de estos dos amantes que se encuentran y desencuentran a lo largo de la primera década del siglo XXI resulta convincente, pero no puede evitar convertirse en un algo ombliguista homenaje autobiográfico, como ocurría aún en mayor grado con la anterior película de la directora, El padre de mis hijos (Le père de mes enfants, 2010), que entre líneas podía leerse como todo un intento por parte de la directora de postularse como la gran dama del cine francés en el siglo XXI.

Es complicado no ver en la figura de ese arquitecto interpretado por Magne Havard Brekke con el que la protagonista mantendrá un maduro romance cierto paralelismo con la relación que la propia directora puede tener con su marido, el citado director y ex redactor de Cahiers du Cinéma Olivier Assayas. Casi treinta años mayor, Assayas es el amante, padre y mentor al mismo tiempo, una figura que le abrió las puertas a su vida cinematográfica tras ofrecerle un papel en Finales de agosto, principios de septiembre (Fin août, début septembreen 1998, cuando la ahora directora apenas contaba con diecisiete años.Quizá esa idealización de su propia vida lastre continuamente las películas de Hensen-Løve, al verse en la constante necesidad de afirmar su lugar como la gran esperanza femenina del cine francés.

En ese sentido, y aunque parezcan provenir de culturas cinematográficas muy diferentes, el cine de Hansen-Løve y el de Sofia Coppola no son tan diferentes como podría pensarse. En ambas existe esa conciencia del peso de toda una tradición cargada sobre sus hombros, en la que cada encuentro de un hombre y una mujer no es simplemente el mero encuentro de dos personajes, sino una reescritura de todas las grandes parejas que han existido a lo largo de la historia del cine. También ese deseo continuo, y algo cargante, de extraer a cada gesto de sus actores todo su potencial lírico.

Quizá la salida ante tal esquizofrenia entre lo natural y lo buscado, entre la dramaturgia de lo contemplativo y el peso de la tradición del Gran Cine Francés, se encuentre en ese sombrero de paja (como el de la película de René Clair), sobre el que Mia realiza un artificioso y godardiano cierre de lente, convirtiéndolo en un signo cargado de significado. Quizá sólo poniendo de manifiesto el auténtico significado de sus películas, y no ocultándolo bajo una capa de forzada trivialidad, en ocasiones convincente, en otros momentos obvia, sea como la directora pueda dar ese salto de calidad del que no se encuentra tan lejos.

En uno de los diálogos más divertidos de la última película de la directora francesa Mia Hansen-Løve, Un amor de juventud (Un amour de jeneusse), que se acaba de estrenar en nuestro país, el protagonista masculino reprocha a su partenaire femenina que la película que acaban de ver en un cine parisino “resulta excesivamente francesa”. Es una forma de explicitar de forma irónica una de las críticas que se han realizado con cierta frecuencia sobre el cine de la joven directora, que acaba de cumplir treinta y un años. En la misma conversación, el joven interpretado por Sebastian Urzendowsky acusa a su compañera, una sensacional Lola Créton, que “cree tener ella sola el monopolio de la sensibilidad”. Un duro juicio que puede ser aplicado, en cierta forma, a las películas de Hansen-Løve.