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¡Los Reyes Magos sí existen, malditos infieles!
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¡Los Reyes Magos sí existen, malditos infieles!

Las primeras discusiones serias y dolorosas que recuerdo, más intensas que las que pueda tener hoy en torno a asuntos tan polémicos como el feminismo o la independencia de Cataluña, se refieren a la existencia de los Reyes Magos

Foto: Foto que demuestra la existencia de los Reyes Magos. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
Foto que demuestra la existencia de los Reyes Magos. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

La primera batalla cultural a la que solemos enfrentarnos en nuestra vida es la de la existencia de los Reyes Magos. Desde críos hemos de luchar contra la evidencia, falsear los datos, omitir estudios académicos serios y manipular la realidad para adaptar el mundo a nuestra forma de verlo: por ejemplo, para decir que no existen cuando claramente sí que existen, como demuestra la foto que ven ahí arriba.

Esto no es muy distinto de otras guerras culturales en las que un grupo sostiene que una confabulación invisible explica todos nuestros problemas mientras otro grupo argumenta que todo eso es una paranoia y un cuento. Quien piense que los padres usurpan el papel de Sus Majestades de Oriente es, para mí, como el que piensa que nos domina un contubernio de judíos, masones y reptilianos. Las primeras discusiones serias y dolorosas que recuerdo, más intensas que las que pueda tener hoy en torno a asuntos tan polémicos como el feminismo o la independencia de Cataluña, se refieren a la existencia de los Reyes Magos.

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Mi madre, por ejemplo, ha creído siempre en los Reyes Magos y nos ha hecho creer a nosotros con ahínco. La particularidad es que mi madre es atea y supongo que republicana, cosa que nunca ha importado para que en casa adorásemos a una monarquía oriental de raigambre católica. Es todo un tiro al palo a seguir queriendo a Juan Carlos I, que también es un rey mago que vive en Oriente. El caso es que lo mismo que a mi madre me pasa a mí. Tanto he creído en los Reyes que, un poco ya demasiado mayor para estas cosas, me peleé con mis compañeros de colegio defendiendo su existencia.

Merece la pena explicar aquella polémica. La discusión teológica acabó con un grupo de niños llamando a consulta a lo más cercano a una autoridad vaticana que había en el colegio público Nuestra Señora de la Salud de Alcantarilla, Murcia: la profesora de religión. Fuimos a preguntarle si los Reyes eran los padres y ella se quedó anonadada al ver que el único alumno del centro que no asistía a su clase defendía la existencia de la magia con una fe de la temperatura de la de Osama Bin Laden y a una edad, por cierto, en la que toda esta ilusión empezaba a ser un poco aparatosa.

Tanto he creído en los Reyes Magos que, un poco ya mayor para estas cosas, me peleé con mis compañeros de colegio defendiendo su existencia

Mi amigo Samuel Marín Jover, que ya no creía entonces, me preguntó cómo demonios podían estar esos tipos en todas partes a la vez, qué explicaba esta circunstancia irracional si no eran los padres de cada niño, a lo que yo respondí con la agilidad de un terraplanista que la razón era muy simple: los Reyes eran Magos, como su propio nombre indica, y si llevaban vivos más de dos mil años no debía costarles mucho el desdoblamiento multidimensional. Vamos, que me anticipé al metaverso de Zuckerberg y a la película 'Interestellar' con mis dos cojones murcianos.

Nunca me pareció contradictorio ser un niño repipi que iba por ahí diciendo que Dios no existe sin que nadie se lo preguntase y, al mismo tiempo, estar convencido de que tres magos de Oriente habían ido a adorar al niño Jesús guiados por una estrella y sembrando el mundo de regalos. Incluso hoy, cuando creo menos en la magia que en las manipulaciones y los espejismos, lo encuentro coherente. La existencia de los Reyes Magos es, al fin y al cabo, la defensa de la frontera que separa la niñez de la vida adulta. Y en un mundo que considera cada vez más a los adultos como niños y a los niños como adultos, esta frontera es mucho más necesaria que las concertinas de Ceuta.

Foto: Cabalgata de los Reyes Magos en 2020. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Supongo que me enfrento a descreídos, así que usaré la pedagogía: os demostraré la existencia de los Reyes Magos con una prueba irrebatible y fácil de entender. He contado algunas veces en este periódico las discusiones atroces que se dan en mi familia entre los miembros ateos y de izquierdas (mi madre y mi tía Virginia) y los católicos de derechas (mis tíos Paco y Manolo). He escrito sobre los beneficios que me proporcionó criarme en esa marmita de polarización, pues ahí aprendí que, al margen de la ideología, e incluso cuando hay una ideología que uno aborrece, se puede querer mucho a otro y saber que es una buena persona aunque diga barbaridades.

Pues bien: lo que no creo haber contado es que la noche de Reyes, al menos desde que yo nací, se suspende temporalmente todo conato de discusión. Los dos bandos de mi familia se reconciliaban en torno a los Reyes Magos como los dos bandos de la España cainita se reconciliaron en 1978 en torno a la monarquía constitucional. Si esto no es una prueba de la existencia de los Reyes, ¿qué lo explica? Es magia. No hay ningún asunto imaginable en el que las dos Españas de mi familia no discutan a muerte, pero la noche de Reyes todo es paz y armonía, y todos se ponen de acuerdo desinteresadamente.

Las discrepancias entre la fe y el descreimiento, entre la validez u obsolescencia de las tradiciones, entre los grados aceptables de consumismo capitalista, temas todos ellos que abren brechas y conducen a reyertas todos los días del año, se esfuman. De hecho, si algún político de los que suele votar mi tía propone cambiar una coma a la noche de Reyes, como dejar de pintar a concejales de pueblo la cara de negro o implantar 'reinas magas', ella, tan poco amante de las tradiciones, salta al cuello del progre y sirve en bandeja el cadáver a mis tíos de Vox. ¡Es inaudito!

Foto: Consejos para hacer la lista a los Reyes Magos (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

Así que preparaos, porque empieza esa noche fabulosa en la que gente con visiones del mundo antagónicas comparte el respeto y el cariño por un mismo símbolo. Los Reyes son todo lo contrario que los reyes, vamos. Y si prolongásemos el influjo de la noche de Reyes al resto del año, esto traería la paz y la concordia a España, sería como vivir permanentemente en el espíritu de la Transición, que funciona exactamente de la misma manera y ha dejado en nuestras casas exactamente la misma cantidad de regalos.

Eso sí: para que esta concordia se diera, y dado que ya estamos divididos, antes tendríamos que pasar a cuchillo a los infieles idólatras que prefieren a ese obeso asqueroso llamado Papá Noel (podéis acusarme de gordofóbico), o enviarlos amablemente a campos de reeducación en vagones para ganado. Mi mujer, por ejemplo, es más de Papá Noel que de los Reyes Magos, pero estoy dispuesto a delatarla cuando empiecen las checas. Después de todo, no hay ninguna Arcadia que se haya conquistado sin traición; ninguna unidad permanente lograda sin aplastamiento.

Así que a por ellos. Y bienvenidos a la única noche en la que el carbón no es un crimen contra el medio ambiente, sino karma y justicia poética.

La primera batalla cultural a la que solemos enfrentarnos en nuestra vida es la de la existencia de los Reyes Magos. Desde críos hemos de luchar contra la evidencia, falsear los datos, omitir estudios académicos serios y manipular la realidad para adaptar el mundo a nuestra forma de verlo: por ejemplo, para decir que no existen cuando claramente sí que existen, como demuestra la foto que ven ahí arriba.

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