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¡Qué bello es el sermón de la montaña!
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'TRINCHERA CULTURAL'

¡Qué bello es el sermón de la montaña!

'Qué bello es vivir' contiene una profunda reflexión sobre la condición humana que recobra actualidad en una época como la nuestra, caracterizada por un individualismo feroz

Foto: James Stewart y Donna Reed en '¡Qué bello es vivir!'. (CP)
James Stewart y Donna Reed en '¡Qué bello es vivir!'. (CP)

Estos días se celebra el 75 aniversario de '¡Qué bello es vivir!' ('It's a Wonderful Life', 1946), una de las películas más emblemáticas de Frank Capra, y me parece una buena ocasión para reivindicarla. Durante mucho tiempo se ha afirmado, a mi modo de ver injustamente, que se trataba de una historia ingenua, idealista e incluso conformista, asociándola con un mensaje de resignación reforzado por el halo religioso que parece envolver la película. No creo que sea cierto, y en los párrafos siguientes trataré de explicar los motivos. En mi opinión, estamos ante una profunda reflexión sobre la condición humana que recobra actualidad en una época como la nuestra, caracterizada por un individualismo feroz y un capitalismo exacerbado. La fuerza opresora del dinero y el dominio de las altas finanzas, tan presentes en la obra de Capra, hacen que ésta nos interpele y alumbre como el primer día. De fondo, la mirada lúcida de grandes clásicos como Charles Dickens o Mark Twain, que ejercieron una influencia decisiva en el cineasta italo-americano.

La película, conviene decirlo, se apoya en un guión de hierro elaborado por un grupo de escritores entre los que se encontraban Dalton Trumbo, Frances Goodrich, Albert Hackett o Dorothy Parker. Todos ellos fueron militantes o simpatizantes del Partido Comunista de Estados Unidos y sufrieron las consecuencias de la caza de brujas desatada por el senador Joseph McCarthy a partir de 1947. Al igual que muchos otros intelectuales, fueron perseguidos y estigmatizados por sus generosas ideas sociales, y se vieron abocados al desempleo e incluso a la cárcel, como le sucedió a Trumbo, en un contexto de listas negras y represión ideológica que ensombrece la historia de la democracia americana. La impronta de este grupo se aprecia inmediatamente en un guión perfecto que desarrolla de manera progresiva la tesis central del film: la radical incompatibilidad entre el capitalismo, representado por Mr. Potter (Lionel Barrymore), y la existencia de una comunidad humana digna de tal nombre. ¿No es poca cosa, verdad?

En efecto, la evolución de George Bailey (James Stewart), prototipo del héroe capriano, se resume en un viaje interior que le lleva a encontrar la felicidad a través del amor y de los vínculos comunitarios, alejándose del sueño americano. El protagonista desea abandonar su pueblo, triunfar como arquitecto y conocer mundo, pero las circunstancias le obligan a permanecer en Bedford Falls y a trabajar en la compañía de empréstitos creada por su padre. Ello, sin embargo, le permitirá conocer a Mary (Donna Reed), que acaba siendo su esposa, y ayudar a la comunidad favoreciendo el acceso a la vivienda por parte de las personas humildes, lo que le lleva a enfrentarse a los poderosos y finalmente a descubrir la felicidad en el amor, la amistad y la solidaridad. Como afirma Harry Bailey en la última escena de la película, su hermano George es "el hombre más rico de la ciudad", un detalle de guión que concentra en una frase la transformación experimentada por el personaje: la felicidad no reside en las cosas materiales, sino en ideas y valores arraigados en el espíritu humano y completamente ajenos a la lógica del mercado.

En el fondo, lleva razón Mr. Potter cuando afirma que George Bailey es un idealista y que no debería dedicarse a los negocios, donde no tienen cabida sus "tonterías sentimentales". Existe una incompatibilidad radical entre los mundos que representan ambos personajes, y la lucha que se desata entre ellos constituye el hilo conductor de la historia. Mr. Potter intenta comprar la voluntad de Bailey ofreciéndole trabajo, dinero y prestigio, pero éste rechaza el ofrecimiento y entonces el banquero tratará de destruirlo por todos los medios aprovechando el desgraciado despiste del tío Billy (Thomas Mitchell), que había extraviado el dinero de la compañía. Capitalismo y humanismo no pueden coexistir en Bedford Falls, se trata de una incompatibilidad radical y de principio, y la escena final representa el triunfo de la comunidad humana en coherencia con el optimismo crítico que inspira la filmografía de Capra. Nuestro hombre cree en una sociedad fuerte y capaz de domeñar al poder económico como única forma de salvar la democracia americana.

Foto: Foto: Getty/Spencer Platt.

Desde luego, el amor y la solidaridad humana pueden vencer al capitalismo, pero no está escrito que la historia tenga que acabar así. ¿Qué ocurriría si el capitalismo impusiera su ley? La aparición del ángel Clarence (Henry Travers) permite a Capra esbozar una sociedad distópica prodigiosamente recreada a través de una atmósfera inquietante y opresiva de marcado acento expresionista. De repente, Bedford Falls se ha convertido en Pottersville, una ciudad sombría, corrupta y absolutamente mercantilizada, en la que impera un individualismo salvaje que remite al estado de naturaleza hobbesiano. Con unos 'travellings' memorables, Capra describe una sociedad entregada al juego, a la prostitución y al ocio, donde la vieja compañía de empréstitos se ha convertido en un club de alterne en el que podemos ver fugazmente a Violet (Gloria Graham), la amiga de la infancia de George. No conviene despistarse con la intervención del ángel: si en lugar de una aparición divina se tratase de una pesadilla, la secuencia tendría el mismo sentido.

Y a propósito de la ayuda divina: su papel en el desenlace de la trama no debería sobreestimarse. La intervención decisiva es sin duda la de Mary, la esposa de George, que se lanza a la calle en busca de ayuda y desencadena la explosión de solidaridad con la que termina la película. El humanismo cristiano de Capra no es incompatible con la construcción coherente de los personajes, que intervienen en la trama sin que ésta pierda su lógica interna.

En definitiva, no hay 'Deus ex machina' sino personas comunes que aman al prójimo como a sí mismas y no temen enfrentarse a los poderosos. Esto es, a mi juicio, lo que ha convertido '¡Qué bello es vivir!' en una obra imperecedera y lo que le otorga un renovado valor en los tiempos que vivimos. Como el propio Capra afirma en su autobiografía, la idea que late en todas sus películas es siempre el Sermón de la Montaña. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados...".

Feliz Navidad.

* Héctor Illueca Ballester es Vicepresidente segundo de la Generalitat Valenciana

Estos días se celebra el 75 aniversario de '¡Qué bello es vivir!' ('It's a Wonderful Life', 1946), una de las películas más emblemáticas de Frank Capra, y me parece una buena ocasión para reivindicarla. Durante mucho tiempo se ha afirmado, a mi modo de ver injustamente, que se trataba de una historia ingenua, idealista e incluso conformista, asociándola con un mensaje de resignación reforzado por el halo religioso que parece envolver la película. No creo que sea cierto, y en los párrafos siguientes trataré de explicar los motivos. En mi opinión, estamos ante una profunda reflexión sobre la condición humana que recobra actualidad en una época como la nuestra, caracterizada por un individualismo feroz y un capitalismo exacerbado. La fuerza opresora del dinero y el dominio de las altas finanzas, tan presentes en la obra de Capra, hacen que ésta nos interpele y alumbre como el primer día. De fondo, la mirada lúcida de grandes clásicos como Charles Dickens o Mark Twain, que ejercieron una influencia decisiva en el cineasta italo-americano.

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