San Mateo: el galeón español que luchó en solitario contra los franceses
Recibió más de 500 proyectiles, pero este gigante marítimo combatió contra ocho barcos galos produciendo una epopeya sin igual
Estoy convencido de que las grandes sensibilidades de este mundo se manifiestan sobre todo en la gente que sufre.
-Fiodor Dostoievski.
Es probable que las hazañas del San Mateo cincelaran la historia de una de las más altas ocasiones que vieron los tiempos. Era el año 1580 cuando fallecía Enrique I de Portugal. Felipe II aprovecharía el momento para hacerse con el trono lusitano, pues era hijo de Isabel de Portugal y descendiente en paralelo de Manuel I, el rey luso fenecido.
El tema se complicó y hubo que echar mano del hierro y la pólvora. Antonio, prior de Crato, que creía ser el heredero natural del cotarro y la reina Catalina de Médicis, a la sazón regente de Enrique III de Francia a los que se unió más tarde la conspicua Isabel I de Inglaterra, añoraban un trozo del pastel anexionándose Portugal; Felipe II, el rey emperador, encargó al ilustre Álvaro de Bazán integrar en la flota hispánica las grandes carracas lusas de alto bordo propicias para las andanzas oceánicas a las que eran tan dados nuestros vecinos y hermanos y que estos usaban en sus exploraciones de largo recorrido hacia las indias indostánicas.
Un rocoso galeón
En el estuario del Tajo en Lisboa, incrustadas entre estas enormes embarcaciones había un rocoso galeón, el llamado San Mateo, de unas 600 toneladas y considerables amuras, más que suficientes para afrontar las mareas más retadoras. Bazán combatió a los seguidores del Prior de Crato, un orate con capelo algo díscolo que no aceptaba la anexión del reino de Portugal al imperio español y que daba mucho la lata. En los combates contra este preboste, frente a Setúbal, capturaría Bazán aquella formidable máquina de guerra.
Acondicionada la flota anexa a la Corona, Bazán nombrado comandante estuvo a un paso de recuperar el Archipiélago de las Azores, dándole para el pelo al purpurado. Como veremos más adelante, una climatología adversa se lo impidió. Este ilustre marino al mando del imponente San Martín, bajel de unas 1.000 toneladas de arqueo se dirigió con otros 25 galeones, entre ellos el San Mateo, a la conquista del aquel lejano y estratégico archipiélago en medio del mar de la nada. Contra la armada hispano portuguesa, el latoso Prior reuniría durante el año 1582 una flota de 40 navíos de porte medio, al mando del florentino Felipe Strozzi, a la sazón al servicio del rey de Francia. En un abrir y cerrar de ojos, unos predispuestos hugonotes muy subidos y entusiasmados con la ilusoria idea de arrear unos mandobles o hacerle una buena avería a la flota española, se dirigieron todos juntos y en unión con una inusitada alegría allá donde la flota española ya había librado con anterioridad algunos combates victoriosos- en tiempos pretéritos. Dado que en ese momento había buen rollito entre los galos y los peninsulares, Strozzi oficialmente hacia como que no estaba, o si, pero de perfil.
La verdad, es que no existía en aquel tiempo una doctrina militar al uso que dijera como había que proceder en un combate entre galeones aunque se presumía que la artillería iba a ser la protagonista del evento en ciernes. Bazán, el héroe de Lepanto, embarcó por si las moscas en sus barcos a una fuerza de choque incontestable, el Tercio de Lope de Figueroa, que había trabajado a destajo en la faena de Lepanto. La idea no era otra que hacer valer el peso de la infantería llegado el caso de un previsible abordaje masivo.
No existía en aquel tiempo una doctrina militar al uso que dijera como había que proceder en un combate entre galeones
El 26 de julio de 1582, no se sabe si a causa de un error de navegación o de una iniciativa de una audacia incomparable, el San Mateo, capitaneado por Lope de Figueroa, donde iban la flor y nata de los soldados de la flota, se adelantó al resto de la escuadra dirigiéndose cual Gary Cooper en 'Solo ante el Peligro' hacia el corazón del enemigo. Tras maniobrar para obtener el beneficio táctico del viento a favor, los marinos españoles se aprestaron a lanzar una ráfaga de artillería.
Alonso, hermano de Bazán, era el capitán de esta nave armada con 32 piezas de artillería relativamente próximas a la línea de flotación para mejorar el lastre de la nave y la reducción de la escora por dinámica de contrapesos; tal vez, cabe la posibilidad también, de que pudiera ser un plan concebido de antemano pues la dirección o rumbo de la heroica nave hacia las fauces de la flota adversaria, era de un impacto visual imponente.
Picasso dijo en una ocasión, que las reglas había que aprenderlas como un profesional para luego poder romperlas como una artista. Así funcionaba Bazán, era un marino magistral, un todoterreno del mar, imprevisible y reflexivo, audaz cuando la acción lo requería, y un excelente planificador en profundidad en aquellas actuaciones donde se jugaba fuerte.
Una lucha desigual
Rodeados por cinco naves de Strozzi, los españoles prefirieron demorar su letal descarga para activarla en el momento preciso, táctica por otra parte muy usual entre los tercios embarcados y muy común en la doctrina militar de la época entre la infantería de marina de la Corona. El infierno comenzaba exactamente en el momento del abordaje. La descarga de los fusileros habilitó un cementerio por la vía rápida en la cubierta de la nave francesa más próxima. Envases de barro llenos de alcohol y metralla de fundición actuaban como bombas de mano incendiarias generando una incuantificable cantidad de cadáveres que hacía imposible andar por la cubierta del galeón adversario habida cuenta la alfombra de sangre que poblaba la cubierta; así estaba la situación.
Bazán era un marino magistral, un todoterreno del mar, imprevisible y reflexivo, audaz cuando la acción lo requería
Tras dos horas de abordaje francés y medio millar de proyectiles encajados, los 250 infantes castellanos del San Mateo, aguantaron las acometidas de hasta cinco bajeles adversarios simultáneamente. La desigual lucha permitió la llegada de refuerzos y el ataque se disolvió como un azucarillo convirtiéndose en una situación a todas luces muy adversa para las armas francesas, una miríada de barcos en medio de una monumental melé, en un cuerpo a cuerpo en medio del océano era algo lamentablemente digno de ver. La victoria española estaba al caer pero todavía quedaba faena por hacer. Strozzi cayó en combate perdiéndose los mejores barcos. Los franceses sumaban más de 2.000 bajas y una docena de buques del tamaño del San Mateo habían caído en manos de los españoles mientras el resto de la flota gala se dispersaba en todas direcciones.
Tras dos horas de abordaje francés y medio millar de proyectiles encajados, los 250 infantes castellanos aguantaron hasta 5 acometidas
La clave del éxito radicó en el extraordinario adiestramiento de los infantes de marina rivales inabordables en los trabados combates que se dieron en aquel punto del océano que devoró a miles de galos estupefactos que pensaban que habían salido a pasear. En apariencia, la isla de las Terceiras quedaba desamparada y lista para ser conquistada. Pero quiso el destino que una potente tormenta otoñal con vientos cercanos a los setenta kilómetros por hora y olas cruzadas demoraran la decisión para otra ocasión. Se dio además la circunstancia o coincidencia de la llegada de la flota de Indias, acción que subordinaba cualquier decisión en beneficio de la protección de la misma.
La completa integración del fabuloso e inteligente imperio marítimo portugués, una constelación de pequeños emporios comerciales diseminados por aquí y por allá (Goa, Macao, islas de las especias, etc. con la salvedad de Brasil cuyas dimensiones reales eran literalmente desconocidas) animó al monarca hispano a tomar una de las decisiones más controvertidas de nuestra historia nacional tal que era la invasión de la Inglaterra isabelina. Pero, la cruda e incuestionable realidad y el legado de rotundo fracaso, devino en que la Felicísima Armada- más conocida como la Armada Invencible-, fracasó en su intento de contacto con Alejandro Farnesio y en consecuencia, el apocalíptico final digno de una marina de Turner.
Pero el enfermo Medina Sidonia no era ni por asomo el marino que era Bazán, muerto hacia nada en Lisboa por unas fiebres cuartanas y cesado de mala manera por su rey -en el lecho de muerte- que le impelía a resolver con prontitud la implementación de aquella formidable flota. Esta no fue la única de las meteduras de pata del llamado rey prudente, como fueron los casos de los duques católicos Egmont y Horn o el caso del ilustre Farnesio por vapulear a los franceses en contra del criterio del rey emperador. Las meteduras de pata de este monarca fueron unas cuantas y de calado, según este escribano. Es casi seguro que, de no habernos metido en la guerra de los ochenta años cuando estuvo al alcance la paz aconsejada por los duques católicos antes citados y posteriormente ejecutados, la ucronía histórica hubiera permitido una longevidad más centenaria a nuestro imperio. Desde mi modesta opinión, entiendo que no fue un rey con muchas luces.
El peor de los desenlaces
En el Canal de la Mancha se trató de emular la estrategia y el planteo de las Terceiras ofreciendo un presente a modo de cebo tal como el San Mateo, pero los ingleses no eran tontos y compraban en Media Markt. Las ágiles naves británicas (comenzaban a esbozarse las fragatas) condenaron al gigantesco convoy al peor de los desenlaces.
Hacia el 6 de agosto del año 1588, la escuadra hispana se resguardó en las proximidades de Calais con la idea de permanecer allí fondeada mientras Medina Sidonia escribía a Alejandro Farnesio (otro genial general del que se deshizo Felipe II de mala manera). Era el tiempo de la madrugada del 8 de agosto cuando la Armada española encajó el ataque de ocho brulotes incendiarios, rompiendo así el orden de la flota. Algunos capitanes levaron anclas para evitar el incendio de sus naves. La salida se convirtió en espantada y derivó en un trabado intercambio de fuego con Drake y sus compinches, causando averías importantes en barcos de la entidad del San Mateo, el San Martín, el San Felipe o el San Marcos.
Era la madrugada del 8 de agosto cuando la Armada española encajó el ataque de ocho brulotes incendiarios, rompiendo así el orden de la flota
En el caso del legendario galeón San Mateo, con Don Diego Pimentel al mando de la infantería embarcada (el temible Tercio de Sicilia), y con mando de nave para el capitán Don Juan Iñiguez Maldonado, vieron claro que la intención de los ingleses era provocar una desbanda entre los españoles para irlos cazando uno a uno en alta mar una vez salidos de la ratonera de Calais. En beneficio del resto de la flota y para cubrir la retaguardia, todos ellos se propusieron vender caras sus vidas.
Esta heroica maniobra que más parecía una inmolación que otra cosa, permitiría huir de las garras del Mark Royal y el White Bear (dos naves de porte de galeón) al San Mateo y el San Felipe que combatieron en manifiesta inferioridad contra una decena de navíos ingleses durante varias horas hasta la caída de la tarde. Entrada la noche, dos de los navíos españoles de mayor porte, el San Mateo y el San Felipe en condiciones más que lamentables y embarcando agua a raudales se acercaron a la costa para encallar y hundir los restos de sus respectivas naves con objeto de que fueran irrecuperables. El maestre Diego Pimentel se negaría a abandonar su barco mientras Medina-Sidonia intentaba un socorro a ultranza para trasladar a la tripulación del San Mateo a otras naves cercanas. A pesar de la resistencia que opuso el maestre, finalmente el más que evidente hundimiento de su barco, obligaría a ceder ante la más que previsible evidencia de certificar el ahogo de aquella excelente tripulación, pero no fue ante Medina Sidonia donde tuvo que ceder, si no antes sus enemigos, a los cuales, se había unido una flotilla holandesa para rematar la faena.
Diego Pimentel y una treintena de hombres sobrevivieron a aquella resistencia suicida, siendo hechos prisioneros por los holandeses
El galeón San Mateo encalló en algún lugar aún hoy por determinar cercano a Ostende. La heroica resistencia de aquellos casi 400 hombres, se saldaría con la vida de la mayoría de sus tripulantes; se calculan las bajas en torno al 90% que se dice pronto. Diego Pimentel y algo más de una treintena de hombres sobrevivieron a aquella resistencia suicida, siendo hechos prisioneros por los holandeses y posteriormente devueltos en un canje de prisioneros. Tras recibir más de trescientos impactos entre la obra viva y la muerta, la nave sería desposeída de su artillería- lo único que se podía aprovechar tras más de veinticuatro horas de combate entre la luz y la oscuridad. Pieter van der Does se llevaría a Leiden la flámula del San Mateo (un gallardete de forma triangular inserto habitualmente a popa a modo de catavientos) para exponerlo como trofeo en la iglesia zeelandesa de Pieterschurch, donde permanecería los tres siglos siguientes.
La defensa en retaguardia de este galeón, el San Mateo, y otros tres bajeles de alto bordo de la Corona retrasando contundentemente la persecución a la gran flota mientras atraían hacia si a la jauría inglesa, fue un acto heroico sin precedentes cuyo testimonio de valor debemos conservar en nuestra memoria como una herencia inapreciable. La historia de España está llena de actos así. Quizás si algún día alcanzamos el sentido común como un pueblo unido limando estereotipos y controlando nuestro bélico y sanguíneo argumentario contra terceros, podamos volver a la grandeza que se esfumó tras la cortina de los siglos y el cainismo larvado que la mediocre clase política reparte tan alegre e irresponsablemente entre la ciudadanía para buscar alimentar frentismos que deberían estar ya enterrados y olvidados, quede esterilizado en el vacío.
Estoy convencido de que las grandes sensibilidades de este mundo se manifiestan sobre todo en la gente que sufre.
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