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El francés que habló de evolución 100 años antes que Darwin, pero no pudo con Dios
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¡Y PENSÓ EN EL ADN!

El francés que habló de evolución 100 años antes que Darwin, pero no pudo con Dios

Un libro recién publicado en EEUU, 'Every Living Thing' revela la increíble aportación a la ciencia de una figura poco conocida y fascinante: Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon

Foto: Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon.
Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon.
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Rastrear el origen de las grandes ideas siempre es más complicado de lo que parece. Estamos acostumbrados a asociar personajes con pensamientos y con hallazgos de una manera muy simple. Sin embargo, cuando rascamos un poco, descubrimos que ni Thomas Alva Edison fue el padre de la bombilla ni Guillermo Marconi inventó la radio. También, que desechar el concepto de que la Tierra era el centro del Universo fue un lento proceso que abarcó varios siglos de evidencias, desde Nicolás Copérnico a Galileo Galilei, pasando por Giordano Bruno.

Algo parecido ocurre con otra de las ideas más revolucionarias de la historia ciencia: la evolución de las especies. Al pensar en ella, aparece en nuestra mente Charles Darwin casi de forma automática, pero si hilamos un poco más fino, deberíamos decir que la verdadera aportación del británico fue explicar que ese cambio que se produce en los seres vivos a lo largo del tiempo ocurre gracias a la selección natural. Entonces, ¿de dónde salió exactamente la idea de evolución? Un libro recién publicado en EEUU, titulado Every Living Thing, revela la aportación de una figura tan poco conocida como fascinante: el francés Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788).

Foto: El biólogo y naturalista británico Alfred Russel Wallace (CC)

El autor de la obra, Jason Roberts, se ha pasado una década investigando su vida y sus aportaciones, según explica a El Confidencial. Además de leer los 35 volúmenes de Histoire Naturelle, escritos por el conde de Buffon a lo largo de 50 años, tanto en traducciones al inglés como en el original, en francés; desde su residencia de California (EEUU), viajó en múltiples ocasiones a Francia, para seguir los pasos de este naturalista en el Jardin des Plantes de París o en el Parc Buffon de Montbard, la localidad natal del personaje, en la región francesa de Borgoña.

Darwin no creó el concepto de cambio en las especies, que con el tiempo pasó a denominarse evolución”, aclara Roberts. De hecho, esa idea se puede localizar incluso en fuentes muy antiguas. Por ejemplo, Anaximandro, un filósofo griego presocrático, razonó que de alguna manera tenían que surgir nuevas especies, ya que “un bebé humano no sobreviviría en la naturaleza”. Así, llegó a elucubrar que el origen de todas las criaturas debía estar en el agua y que las personas, probablemente, procedíamos de los peces. Incluso Erasmus Darwin, el propio abuelo de Charles Darwin, especuló con que “todos los animales de sangre caliente” tendrían un origen común, explica el autor.

placeholder El libro de Jason Roberts.
El libro de Jason Roberts.

Sin embargo, “fue el conde de Buffon quien se anticipó a Erasmus Darwin en medio siglo”, asegura Roberts, escribiendo sobre "familias [de animales] en las que normalmente se observa un ancestro principal y común”. Esta fue la innovación del francés del siglo XVIII: “Tuvo el coraje de sugerir que la Tierra había existido a escala geológica, es decir, desde hace miles de millones de años, y que toda la vida bien podría descender de un ancestro común”. Estas ideas, elaboradas alrededor de la década de 1740, eran una auténtica revolución del pensamiento.

Sin embargo, no restan valor a las aportaciones de Darwin a la ciencia, que escribió El origen de las especies, en 1859. De hecho, el británico nunca se quiso apropiar de la idea de evolución y “reconoció al conde de Buffon”, asegura Roberts, ya que le citó en su gran obra como “el primer autor que, en los tiempos modernos, ha tratado [la evolución] con espíritu científico”. Al parecer, al principio no conocía al francés, pero incluyó esa referencia en ediciones posteriores. En cualquier caso, su gran mérito no fue explicar la evolución en sí misma, sino el motor que la produce: la selección natural.

placeholder Estatua del conde de Buffon. (Wikipedia)
Estatua del conde de Buffon. (Wikipedia)

En cualquier caso, Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, no solo había esbozado una especie de “borrador de la evolución”, comenta el autor del libro. En su mente también había ideas muy cercanas a lo que hoy en día conocemos como el ADN o el cambio climático, pero “no se le ocurrieron teorías sobre cómo funcionaban”. Evidentemente, no podía sospechar la existencia de los genes, por ejemplo, tal y como los entendemos hoy, pero sugirió que tenía que haber algún tipo de mecanismo básico o molde que permitiera reproducir las características de los individuos de generación en generación.

De hecho, “sabía muy bien que el mundo aún no estaba preparado para eso”, asegura Roberts. “Estas ideas le metieron en problemas, se vio obligado a retractarse públicamente y a insertar textos, justo después de enunciar sus teorías, que indicaban que se trataba de una especulación ridícula y que, por supuesto, la Biblia las refutaba”. Aunque pertenece al siglo de la Ilustración, “estas renuncias eran necesarias para la época”. Sin embargo, “oscurecieron la originalidad de su obra”, afirma el autor, y probablemente por ello en la actualidad no aparece en los libros de texto como uno de los grandes científicos de la historia.

placeholder Escritos de Darwin. (Reuters)
Escritos de Darwin. (Reuters)

Según Roberts, eso es precisamente lo que era: no solo un filósofo o pensador, sino un auténtico investigador. “El conde de Buffon partía directamente de la observación y de la experimentación. A diferencia de su rival de toda la vida, Carlos Linneo, él no intuyó nada”, apunta. Linneo sí pasó a la historia como creador de la taxonomía o clasificación de los seres vivos, pero su forma de agruparlos, que ha marcado la nomenclatura científica hasta nuestros días, en realidad, no respondía a una metodología tan moderna como la de Leclerc.

El conde invirtió parte de la fortuna que había heredado en crear un gran parque que serviría de laboratorio experimental en la naturaleza. Por ejemplo, para estudiar al león, “pagó una gran cantidad de dinero por uno y le construyó un recinto” con el fin de observar al detalle cuál era su comportamiento. Por simple que pueda parecer, aquello estaba muy alejado del procedimiento de la época para estudiar animales, que se limitaba a analizar especímenes muertos. Lo mismo hizo con zorros o con aves. Además, “para comprender cuánto tiempo había pasado desde la formación de la Tierra, construyó esferas de hierro fundido y midió el tiempo que tardaban en enfriarse al tacto”. Al llegar a la conclusión de que debían haber pasado millones de años, se enfrentó a una acusación formal de herejía porque aquello iba contra el relato bíblico. Su forma de recular, al tiempo que difundía la idea que había lanzado, era puntualizar que sus afirmaciones eran solo especulaciones porque no cuadraban con la palabra divina. Sin embargo, “en un sentido muy real, estaba inventando la ciencia tal como la conocemos hoy”, afirma Roberts.

Foto: Félix de Azara en un retrato realizado por Francisco Goya.

Por otra parte, además de desarrollar la idea de que las especies podían evolucionar, el conde de Buffon también planteó otra posibilidad inconcebible en su época y que hoy en día sabemos que es real: pensaba que podrían extinguirse si las circunstancias no les resultaban favorables. Ese concepto también chocaba frontalmente contra la imagen de un Dios que había diseñado las criaturas: no tenía sentido que las hiciera desaparecer si había creado un mundo perfecto. ¿Cómo había llegado Leclerc a esa extraña conclusión?

“Encontró fósiles de conchas marinas en las cimas de montañas, lejos de cualquier océano”, explica Roberts. Y, “si bien aún no se habían descubierto esqueletos completos de dinosaurios, él tenía el fémur de Cornwell, que su rival Linneo consideraba simplemente una roca con una forma interesante, ya que no creía en la extinción”. Más tarde se demostraría que pertenecía a un megalosáurido. Por si fuera poco, su museo fue el primero en exhibir el esqueleto de un mamut, una criatura que, aunque podía parecer similar a un elefante, en el siglo XVIII ya se sabía que no se podía encontrar en ningún lugar de la Tierra.

Rastrear el origen de las grandes ideas siempre es más complicado de lo que parece. Estamos acostumbrados a asociar personajes con pensamientos y con hallazgos de una manera muy simple. Sin embargo, cuando rascamos un poco, descubrimos que ni Thomas Alva Edison fue el padre de la bombilla ni Guillermo Marconi inventó la radio. También, que desechar el concepto de que la Tierra era el centro del Universo fue un lento proceso que abarcó varios siglos de evidencias, desde Nicolás Copérnico a Galileo Galilei, pasando por Giordano Bruno.

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