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Claves de un joven filósofo para sobrevivir al siglo XXI: huye del jefe que va de coleguita
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Entrevista

Claves de un joven filósofo para sobrevivir al siglo XXI: huye del jefe que va de coleguita

Jorge Freire publica el ensayo 'La banalidad del bien', en el que critica esa falsa bondad de las redes sociales o ese buen rollo de algunos trabajos que rompen con la jerarquía. No es más que turbocapitalismo

Foto: El filósofo Jorge Freire (Pilar Martín)
El filósofo Jorge Freire (Pilar Martín)
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"¿Vas a grabar, no?", dice Jorge Freire (Madrid, 1985) al ver que saco un cuaderno y un bolígrafo. "Es que yo hablo muy rápido", añade. "Sí, sí", le respondo poco antes de encender la grabadora. Y sí, Freire suelta las ideas como una ametralladora. Eso sí, nada banal, sino que hay mejunje en sus respuestas llenas también de palabras algo en desuso y de nuevas creaciones gramaticales que demuestran que al filósofo le interesa ahondar en las posibilidades del lenguaje como forma de expresión del pensamiento. Un filósofo, al fin y al cabo, que falta nos hacen en esta era del eslogan tuitero.

Su nuevo libro, La banalidad del bien (Páginas de Espuma), es, una vez más, una disección de nuestro tiempo como ya hiciera con Agitación: el mal de la impaciencia (en la misma editorial y Premio Málaga de Ensayo). Con ese estilo tan suyo de lenguaje coloquial pero ribeteado de expresiones filosóficas y giros sorprendentes con las palabras, esta vez hace una crítica de la bondad. No de la buena, sino de la falsa, la que mostramos en las redes sociales, pero que, en realidad, no está sirviendo para nada salvo para volvernos una sociedad, paradójicamente, cada vez menos empática (cosa que detesta). O todo ese buenrollismo en los trabajos que rompen la jerarquía -siempre es mentira- pero que no es más que otro síntoma de este turbocapitalismo en el que andamos metidos y del que no se salvan ni algunos partidos que dicen ser de izquierdas. Así dispara Freire. A continuación, la metralla.

PREGUNTA: Hace tres años publicaste el ensayo 'Agitación: el mal de la impaciencia' y ahora vuelves con 'La banalidad del bien'. Y creo que hay una conexión entre la impaciencia y la banalidad.

RESPUESTA: La cultura de la agitación es un entramado que nos lleva a la dispersión, que nos lleva a estar haciendo cosas constantemente y cosas que no son significativas. Y esta cultura de la agitación tiene un correlato moral que es la banalidad del bien. Cuando tú tienes que hacer muchas cosas y no haces nada signitifativo, el efectismo se impone sobre las acciones. Es mucho más importante el exhibicionismo moral que la virtud y al final la palabra se impone sobre la práxis. En el auge de las redes sociales es más importante colgarte medallitas o señalar con el dedito lo malos que son los otros antes de hacer buenas acciones. De hecho, las buenas acciones no tienen ningún sentido. Es mejor hacerte la foto y colgarte el blasón que hacer cosas buenas.

P: ¿No hay que señalar al malo también? No podemos dejarlo pasar todo.

R: Sí, lo que pasa es que en nuestro tiempo es mucho más cómodo ser la mala conciencia de los demás que la mala conciencia de uno mismo porque hacer un escrutinio propio siempre es bastante fatigoso. Además, en las redes sociales lo que hay es un escuadrón de falanges levantadas, de deditos enhiestos que te están señalando constantemente. Sí, hay algunos a los que hay que señalar, pero habría que empezar por señalarse a uno mismo.

placeholder La banalidad del bien, de Jorge Freire
La banalidad del bien, de Jorge Freire

P: Ya sabemos que las redes sociales han triplicado por mil esta banalidad, esta agitación, y tú además señalas que esto hay a quien le viene bien.

R: A mí se me ocurrió acuñar el concepto de menalquismo por el personaje de Menalco, que era un poco infortunado y siempre que iba a hacer algo otra cosa se le cruzaba por el medio y se le olvidaba. Ahora todos somos menalcos porque tenemos un artefacto diabólico que es el smartphone que está constantemente echando luz blanca y nosotros pegados a él y absolutamente agilipollados. La dispersión es lo contrario a la concentración por lo que si estamos dispersos no podemos estar concentrados. Cuando los pedagogos son los primeros en echarse en brazos de las Big Tech y tratan de gamificar el aula so pretexto de hacerla más moderna no se dan cuenta de que concentración y dispersiòn nunca pueden ser simultáneas. Esto, por supuesto, interesa a aquellas empresas que quieren que estemos todo el día con la naricita pegada a la pantalla. ¿Por qué a las redes sociales les interesa que estemos viendo lo que hacen nuestros amigos pero no les interesa que quedemos con ellos? Lo que favorece es que la socialización sea virtual. Eso es lo que a unas empresas les interesa porque además se saca información que luego se vende a terceros. Ahora cuando pensamos en hacer un viaje ya directamente nos metemos en la app que nos gestiona el viaje, pensamos en un libro y nos metemos en la plataforma que nos lo compra, buscamos un restaurante y nos metemos en la app de reseñas.

P: Y se mira el móvil constantemente. Incluso en una sala de cine. Hay personas que ya son incapaces de ver una película sin mirar el teléfono.

R: Porque genera atención parcial continuada que hace que estemos constantemente atentos a estímulos diferentes con lo cual nunca conseguimos mantener una atención prolongada a una sola cosa. Si ya llegamos a un punto en el que las series de 20 minutos nos parecen largas… Al menguar nuestra concentración están menguando nuestra inteligencia. La atención es el nuevo medidor de la inteligencia. Hace cuarenta años un politólogo dijo: cuanto más aumenta la información más mengua la atención. Y esa profecía se ha cumplido. Si no tenemos una capacidad de focalizar nuestra atención durante un tiempo no hay inteligencia. El hecho de estar sometidos a estímulos constantes y simultáneos hace que nuestra capacidad analítica mengüe de una manera notable. La famosa multitarea, por ejemplo, con la que vas a ser menos productivo que si te fumaras un porro en la oficina. Yo no estoy en contra de la tecnología, que a veces te echan el mote de cascarrabias, simplemente estoy criticando desafueros que se hacen en nombre del progreso y que tiene efectos perniciosos en nuestra psique.

placeholder Jorge Freire durante la entrevista (EUROPA PRESS)
Jorge Freire durante la entrevista (EUROPA PRESS)

P: Y en la política con personajes aupados y beneficiados de todo esto, como hemos podido ver en todo el mundo.

R: Sí, los políticos, que parece que sean esclavos del tuitazo y a veces como que se aherrojan a esas cadenas. Sin embargo, ya hemos visto que Twitter ha dejado de tener relevancia. Los políticos han ido desapareciendo y se ha vuelto a los formatos tradicionales. Twitter ha dejado de ser un lugar de conversación pública y se ha convertido en un lugar de spam como lo tengo yo, es decir, para soltar mis artículos y ya está. Pero es unidireccional. Pero es que nuestra conversación pública también se ha empobrecido gravemente porque se ha ido expulsando la disidencia. En el libro critico el culto a la pureza. El hecho de que hayan proliferado cámaras de eco no es algo que tengamos que achacar a las redes sociales sino a nuestro deseo de impermeabilizarnos a la disidencia. Estamos más a gusto con quienes piensan como nosotros.

P: Pero esto siempre ha sido así: uno se rodea de las personas con las que se siente cómplice. Y se puede discutir, pero a la larga nadie se encuentra cómodo con quien no opina más o menos parecido. En el mundo virtual y en el analógico. Tus amigos nunca han sido personas que no tienen nada que ver contigo.

R: Por supuesto, es que ese era el espejismo de las redes sociales, pensar que de repente la democracia se iba a hacer mucho más limpia porque íbamos a estar abiertos a nuevas opiniones. Eso es el mito religioso que muchas veces va a adherido a la tecnología, el mito redentorista de que va a llegar una tecnología que nos va a hacer más libres y más abiertos, más altos y más guapos. Eso es una mentira. Las redes sociales no suponen un salto cualitativo a lo que fue la imprenta.

"Hay ese mito redentorista de que va a llegar una tecnología que nos va a hacer más libres y más abiertos, más altos y más guapos. Y es mentira"

P: En tu libro señalas que los malos en los ochenta y noventa eran gente como el protagonista de 'Wall Street', yuppies que iban a hacer dinero a toda costa. Y se sabía que eran el mal. Ahora, sin embargo, paradójicamente, los malos son los que van de hacer el bien. ¿Cómo pasamos de identificar claramente el mal como mal a que el bien se convierta en el mal?

R: Pues pasamos cuando las empresas se dan cuenta de que el bien es un valor añadido. En los ochenta el malo es Gordon Gecko que es un tipo que dice claramente que es ambicioso y avaricioso y que hoy sería absolutamente intolerable. Llega un momento en el que ciertas transigencias ya no se admiten, por lo que tiene que aparece alguien como Sam Bakman-Fried, el fundador de FTX, la gran empresa de criptomonedas. Es un pajarraco porque, entre otras cosas, fue la propia prensa estadounidense la que le dedicó portadas, no por su caracter innovador sino porque era pulcro, joven… como si ser joven te confiriera virtudes morales, porque era abstemio… y porque defendía el altruismo eficaz, sobre todo para sus intereses pecuniarios y su faltriquera. De nuevo, los valores… Los principios los albergas, pero los valores basta con mostrarlos. Mientras este hombre defendía sus valores que vestían tanto iba echándole una mano a los inversores y les dejaba un pufo de cojones. En el fondo lo que estaba sucediendo con este hombre es: vamos a mostrar mucha bondad, vamos a recaudar mucho dinero de inversores del Partido Demócrata y del Partido Republicano y luego vamos a dejar una estafa piramidal como pocas.

Me gusta esta idea del industria del bien porque en el español de Cervantes "industria" significaba también "artimaña". Es decir, es ser industrioso, pero en el mal sentido. Esta idea de que ahora las empresas atizan en nuestros buenos sentimientos porque saben que es nuestra debilidad como consumidores. ¿Cómo explicas que una hamburguesería, que habrá rebanado el cuello a centenares de millones de cerdos, vacas y otros animales que no conocemos, se convierta ahora en punta de lanza del movimiento animalista y abran en Madrid un local rodeado de flores? Es abyecto e inmoral. Esa caradura es lo que muestra el capitalismo de ahora y a mí me sorprende y me fastidia que los anticapitalistas de nuestro tiempo sigan atizando a ese capitalismo dickensiano de los trabajadores tiznados de hollín, el capitalismo del patrón con el monóculo… Que no, que no, que el capitalismo de ahora es el jefe que te viene vestido con harapos y encima es tu amigo y te dice, oye, que no soy un negrero, que yo soy tu colega por lo que quédate dos horitas más que somos amigos. El nuevo grillete es precisamente el del jefe coleguita que ha roto las distancias fordistas.

"Antes salías del trabajo y podías cagarte en tu jefe. Hoy no puedes cagarte en tu jefe porque tu jefe, y esta es la suma dominación, es tu amigo"

P: Yo sé de jefes que van a festivales con sus empleados…

R: Es que antes tú fichabas a las nueve, salías a las siete y ya eras dueño de tu tiempo y podías incluso llegar a tu casa y cagarte en tu jefe. Sin embargo, hoy no puedes cagarte en tu jefe porque tu jefe, y esta es la suma dominación, es tu amigo.

P: Hay a quien le gusta esto - y todo lo que estamos hablando de las aplicaciones siendo un usuario muy activo- y se considera de izquierdas lo que, paradójicamente, chocaría con alguien de izquierdas de principios del siglo XX.

R: Sí, sí. Es que mucho de lo que hoy llamamos progresismo o izquierdismo es el mote que cuelga una derecha absolutamente trasnochada que vive en la Guerra Fría. La derecha boomer que tenemos en España y que marca nuestra opinión pública es una derecha que no se ha ido de los esquemas de la Guerra Fría y que llama izquierda a lo que no es más que turbocapitalismo. Tú cómo explicas que en la radio de derechas se nos diga que Sumar es comunista cuando Sumar es la agenda del Tío Sam amplificada. Sumar tiene una agenda liberal que nos habría parecido de derecha capitalista hace treinta años. Pero ahora con el trastocamiento de valores que hay con la globalización nos parece muy progre. Oye, que muy bien, es una propuesta aseada, pulcra, y es agradable de ver, pero es una supuesta izquierda que está defendiendo cosas que es turbocapitalismo, es decir, es un sujeto libérrimo, decisionista y de la moral como supermercado. Por tanto, solo un esquema de Guerra Fría años setenta nos puede hacer ver lo que ahora es capitalismo que nos lo venden como comunismo. Como cuando dicen que Netflix es comunista… ¡Pero si es propaganda americana pura y dura! Así que sí, tienes razón, muchos de nuestros progresistas no habrían pasado el filtro del progresismo de hace mucho tiempo porque lo que hacen es ponerse de punta en blanco pero bajo las enaguas se les va transparentando el frío cálculo económico. Yo creo que el izquierdismo de un tiempo a esta parte se ha convertido en una estética que pinta muy bien porque se ha neutralizado. Cuando algunos productos culturales se vuelven productos basta con mostrarlos para que irradien un aura de bondad. Eso es la banalidad del bien. Por qué es tan importante la dictadura del posicionese: porque te exime de tener que actuar. Si firmas un manifiesto a favor de las mujeres de Afganistán no tienes que donar un duro a cualquier ONG. Si pones un tuit, ya has cumplido. Ni siquiera te exige pensar. El vaciamiento de ciertas ideologías tiene mucho que ver con la banalidad del bien. Es la prioridad de la palabra vana sobre la praxis. Deberíamos ser más parcos en palabras.

placeholder Jorge Freire (EP)
Jorge Freire (EP)

P: Ahí quería ir yo ahora. Como diría Lenin, ante este diagnóstico de nuestra sociedad, ¿qué podemos hacer?

R: Cuando uno habla mucho, y es mi caso -se ríe- al final no puede hacerse cargo de todo lo que dice, y al final el laconismo es la única forma de conseguir que las palabras sean significativas. De lo contrario, lo que dices pierde su valor.

P: En los medios ahora es muy fácil decir tonterías, por otra parte… También porque ahora hay una profusión constante de contenidos, de renovar continuamente los espacios, las portadas etc para generar más tráfico, más audiencia etc.

P: Y sobre todo como ya no nos dicen nada las noticias porque nos hemos acabado inmunizando de aquellos eventos que nos parecían tan resonantes. Ahora de repente aparecen nuevos sintagmas como "crisis grave". Antes cuando leíamos "crisis" nos acoquinábamos porque crisis ya era algo grave, pero a fuerza de sobreutilizar la palabra ha dejado de tener efecto alguno por lo que se dice "crisis grave". Con el Covid se empezó a hablar de forma irresponsable de "momento catastrófico" con lo cual como ya "catastrófico" no nos dice nada habrá que hablar de "momento apocalíptico" y luego de "cataclísmico". Me parece de una irresponsabilidad lo que han hecho los periodistas… Y no solo. La industria del info entretenimiento lo que ha conseguido es que pueda ser una amenaza para la democracia. La política del ruido difícilmente se aviene a la democracia deliberativa, que como su nombre indica, precisa de una deliberación, pero si tú estás sometido constantemente a una serie de impulsos que te impelen a posiconarte sobre temas sobre los que nada sabes que se están magnificando y exagerando para que parezcan más dramáticos de lo que son, eso impide cualquier tipo de deliberación y conversación pública. Por eso yo defiendo que no opinemos, que no cedamos al chantaje de opinar acerca de todo.

P: De hecho, una tiene la sensación de que todos los acontecimientos globales están sucediendo en su propia casa. Que ni que fuera a caer en tu tejado el misil de Gaza o del Donbás. Es también agotador ver a la gente en las redes o medios alarmarse o indignarse por cada suceso que ocurre.

R: Es que además es mentira que a la gente le importe tanto lo que pasa en Gaza o en Kiev. A la vista está: cuando pasan unos meses a la gente se le olvida por completo. Hume decía una cosa que puede parecer muy dramática: es preferible la destrucción del universo que un rasguño en la mano. Y también decía, si nos enteramos del hundimiento de un imperio oriental no nos va a afectar tanto como que le pase algo a nuestro panadero. Y eso es razonable. El círculo de la empatía es un radio que a medida que se extiende pierde fuerza.

"Es mentira que a la gente le importe tanto lo que pasa en Gaza o en Kiev. Cuando pasan unos meses a la gente se le olvida por completo"

P: Es que ahora ese derrumbamiento del imperio oriental se vende como el rasguño en nuestra mano. Nos tiene que causar el mismo dolor y no es posible.

R: Es que la gente sobreactúa porque le gusta mostrar muchas emociones, pero es mentira que le afecte igual. La prueba de que a la gente le da completamente igual aquello por lo que se rasga las vestiduras es cómo un tema importantísimo al día siguiente ya no está en los debates y nadie se acuerda.

P: Va, fútbol femenino.

R: Por ejemplo. Estábamos todos impactadísimos por el trato que efectivamente es bastante vergonzante, pero es que ya nadie habla de eso. Si coges un periódico de hace dos semanas parece de hace dos años. A lo mejor lo que habría que hacer es dejar de leer periódicos. Yo he dejado de leer columnas de opinión porque era como entrar en una habitación sin mudar, cerrada… Todas las opiniones, además de ser la misma, se expresan con la misma fraseología, las mismas ideas, no hay nadie que rompa la baraja… Creo que hay mucho miedo a sacar los pies del tiesto.

"¿Vas a grabar, no?", dice Jorge Freire (Madrid, 1985) al ver que saco un cuaderno y un bolígrafo. "Es que yo hablo muy rápido", añade. "Sí, sí", le respondo poco antes de encender la grabadora. Y sí, Freire suelta las ideas como una ametralladora. Eso sí, nada banal, sino que hay mejunje en sus respuestas llenas también de palabras algo en desuso y de nuevas creaciones gramaticales que demuestran que al filósofo le interesa ahondar en las posibilidades del lenguaje como forma de expresión del pensamiento. Un filósofo, al fin y al cabo, que falta nos hacen en esta era del eslogan tuitero.

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