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Félix de Azara, el naturalista español que fue alabado por el mismísimo Darwin
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LA AUSENCIA DE MEMORIA

Félix de Azara, el naturalista español que fue alabado por el mismísimo Darwin

Este personaje era demasiado completo para entrar dentro de los márgenes de una narración biográfica. Nada puede describir la grandeza de uno de los hombres más ignorados de España

Foto: Félix de Azara en un retrato realizado por Francisco Goya.
Félix de Azara en un retrato realizado por Francisco Goya.

El conocimiento proviene del aprendizaje; la sabiduría, de la experiencia.

Anónimo.

Es bastante probable que el concepto de conocimiento haya llegado a una de sus cumbres en el siglo XVIII. Desde un humilde pueblo oscense, Barbuñales, comenzó la gesta que, a partir del rumor, se convertiría en uno de los grandes hitos de la humanidad. Un chaval, que con el paso del tiempo sería inmortalizado en una de las obras de Francisco de Goya, se alzaba por encima del común de los mortales en medio de una proyección imparable. España siempre estuvo plagada de grandeza y terribles omisiones para con sus genios, de talentos de enorme talla y de ausencia de apoyos casi siempre, pero en medio de esa orfandad casi crónica, solían aparecer personajes de un nivel que retaban a la percepción desde ángulos imposibles y la tuteaban.

Félix de Azara fue ese muchacho que, del anonimato de una vida con escasas alternativas, emergió hacia esas alturas donde solo habitan unos pocos escogidos. A través de un largo y comprometido proceso de investigación presidido por el método empírico, este avanzado explorador integró muchas variables como puntos de referencia a la hora de analizar cualquiera de las múltiples teclas en las que se involucró (y estas fueron muchas): cartografía, astronomía, botánica, zoología... no escapaban a su innata curiosidad.

Quizás el primer gran reto que enfrentó este increíble científico, al que mencionó Darwin en su magna obra El origen de las especies, fue abordar la creación de un preciso mapa de la península y la Sudamérica hispana. Errores cartográficos confeccionados a pesar del arduo trabajo y compromiso, pero también con recursos limitados, originaban imprecisiones en la lectura de modelos anteriores. Los territorios de la monarquía española abarcaban cerca de 20.000.000 de Km - que se dice pronto -y daban para muchas horas extras. Su preparación científica era la solución para cualquier roto.

El Tratado de San Ildefonso

Con la intención de poner fin a las diferencias entre las dos coronas, Félix de Azara, y una docena de compañeros de la escuela de ingenieros, acordaron con nuestros hermanos portugueses resolver en un trabajo conjunto la fijación de los límites de los dos países en la demarcación del Rio de la Plata (solapamiento de Paraguay, Uruguay, Argentina), para no confundir con los territorios del virreinato. El resultado de este esfuerzo conjunto derivaría en el Tratado de San Ildefonso, consecuencia de los buenos oficios de este militar, ingeniero de profesión, tratado que sería firmado por ambas naciones en el año 1777. Era el gran momento de uno de los mejores reyes que ha tenido este país, Carlos III.

Deberíamos reflexionar cómo es posible que la educación de todos, la que pagamos con nuestros impuestos, sea tan selectiva que deje fuera de cobertura a gente tan extraordinaria

En este punto sería conveniente señalar que nuestros vecinos usaban otro horario (quizás el de Marte), y por ello llegaron con cerca de diez años de retraso. Por esta razón y para no perder forma, Félix Azara tuvo que entretenerse y dar rienda suelta a sus inquietudes. No es que por su condición inherente de filósofo (además) quisiera sumirse en profundas reflexiones, no; la tardanza de nuestros vecinitos tenía algo de malicia. Los lusos iban con diésel a propósito.

La delimitación de su territorio iba a sufrir un importante tijeretazo, y por ello los tempos de la saudade obraban de una forma muy curiosa en sus conductas. El tremendo retraso de nuestros hermanos lusos derivó en un toque de corneta que llevó al naturalista español a buscarse sus personales pasatiempos para no quedarse momificado. La expedición prevista para una duración de cinco o seis meses, gracias a las zarandajas de los portugueses, devino en una obra faraónica. Veinte años después concluiría para bien de la humanidad la ímproba tarea que daría a luz una de las investigaciones más increíbles de la historia científica.

Félix de Azara era y es demasiado completo para entrar dentro de los márgenes de una narración biográfica. Nada puede describir la grandeza de uno de los hombres más ignorados de España y acreedores de un reconocimiento universal. Aquella investigación llevaba pólvora. Pero como casi siempre, la dignidad de nuestra nación tiene una extraña tendencia a la calvicie. Deberíamos de reflexionar durante al menos un minuto a modo de castigo en el rincón de pensar (más que nada para saber dónde está el botón de emergencia o el de eyección) cómo es posible que la educación de todos, la que pagamos con nuestros impuestos, sea tan selectiva que deje fuera de cobertura a gente tan extraordinaria.

Foto: Escena callejera en San Juan (Fuente: iStock)
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Con el tiempo, Félix de Azara empezó a hilvanar una teoría novedosa. Un naturalista francés llamado Leclerc, hasta ese momento indiscutido en su cátedra de pensamiento científico, se vio enfrentado a una nueva verdad (porque, si algo es cierto, es que la verdad es mutante y solo es hija del tiempo). El galo consideraba que existía una constante, algo así como un proceso de desgaste de los indicadores primigenios y, en consecuencia, un proceso degenerativo. Azara (y posteriormente Darwin) argumentaron que, en la lectura de la naturaleza, se opera una labor de selección natural en la que la lucha por la vida funciona a través de sucesivas adaptaciones progresivas, siempre de índole biológica interna, que paulatinamente van modificando la especie. Fue asombroso el descubrimiento de aquella verdad preexistente, pero había un problema: en la España de aquel siglo lejano, el analfabetismo campaba a sus anchas.

En 1797, una cifra cercana al 42% de súbditos estaban alfabetizados con minúsculas, menos de un 10% eran semianalfabetos (esto es, con una deficiente lectura y escritura) y cerca de un 48 % estaban excluidos como analfabetos completos. Afortunadamente, un rayo de esperanza asomó y en el siglo XIX, ya se tomó conciencia de que había que instruir al ciudadano. Mejor tarde que nunca. En este punto, cabría hacerse la pregunta ¿Queremos estar en el futuro o arrojamos la toalla? Hemos mejorado, sí. Pero, a veces, parece más un ejercicio de ilusionismo.

El conocimiento proviene del aprendizaje; la sabiduría, de la experiencia.

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