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El meñique perdido de Carlos V y el doctor español que quiso unirlo a su momia
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HISTORIA DE ESPAÑA

El meñique perdido de Carlos V y el doctor español que quiso unirlo a su momia

Repasamos la historia del emperador a través de la vida del doctor Julián de Zulueta, quien pidió al mismísimo rey emérito actuar para resolver por fin la causa de su muerte hace cinco siglos

Foto: Alegoría del emperador Carlos V como "gobernante del mundo". (Rubens)
Alegoría del emperador Carlos V como "gobernante del mundo". (Rubens)

Quien necesita ser guiado por un pastor,

solo puede tener la inteligencia de un borrego.

Friedrich Nietzsche.

Cuando desembarcó en Tazones (Asturias), aquel emperador de todas las tierras, estaba un poco escuálido y escuchimizado, incluso algo cianótico y desencajado. Tampoco había ayudado mucho el viaje y las tormentas típicas del Cantábrico a las que tan acostumbrados están los pescadores locales. Cuando se bajó de la nao que lo traía desde Flandes, ciertamente parecía un poco perjudicado.

Sin hablar un gramo de castellano, rodeado de una cohorte de cerveceros alemanes, bien perfumado como correspondía a tan alta dignidad; con ganas de echarle el guante a las arcas de Castilla, empobrecido por los dispendios relativos a la compra de voluntades para certificar su coronación como Rex Imperator, se avecinaba un tiempo ambiguo para los peninsulares. Castilla pagaría caro su desafío retando al teutón al tiempo que, el impulso promovido por los Reyes Católicos en el oeste del mundo de entonces, cubriría de gloria a la locomotora de Europa que, no por casualidad, esta vez estaba en el sur del continente.

Tras dieciséis años en Yuste, lo trasladaron a El Escorial y tras la Revolución de La Gloriosa, aparece el meñique, por un lado, y el cuerpo por otro

Pero no vamos a hablar de lo enorme que fue aquel colosal imperio que, por la erosión de tantos frentes abiertos, negligencias de reyes, validos, y la natural tendencia a la discusión banal cuando no cainita de los españoles, se fue al carajo, no. Hoy vamos a hablar de uno de los más audaces éxitos de la ciencia, representado en el reto que significó descifrar (o más bien certificar) la causa de la muerte y atroz agonía que acabo con los huesos de Carlos V, el peregrino momificado, haciendo excursiones por los diferentes pagos de España.

Cuando se retiró a Yuste, se las prometía felices. Una jubilación rodeada de coros monacales monódicos y penetrantes con los solemnes cantos gregorianos, pajaritos con sus trinos, encinas y alcornoques, olivos, geranios para ahuyentar mosquitos, azahar y jazmín. Pero ya venía tocado. Padecía la “gota”, una patología producida por el depósito de microscópicos cristales de ácido úrico que de a poco se van instalando en las articulaciones, provocando una dolorosa inflamación que condena al paciente a una silla de ruedas. El abuso del cochinillo, los malvados jamones extremeños y unas morcillas de Burgos a las que era adicto en vena el emperador, lo habían llevado a una situación límite. Tampoco ayudaba mucho las ingentes cantidades de cerveza que se “apretaba” el germano.

La muerte de Carlos V

El caso es que, un buen día, estaba sentado frente al estanque del monasterio, cuando acontecía que la protección dada por los geranios, citronelas, albahaca y otros antiaéreos, estaban sesteando por lo visto o sumidos en una huelga de brazos caídos. Un taimado mosquito de género femenino (que no haya malentendidos, por favor) apareció de improviso y ¡zas!, le arreó al gobernador del mundo un viaje, que vía torrente sanguíneo se le instaló en hígado y de ahí una vez que se reprodujo en cantidades notables, volvió a la circulación a fagocitar todos los glóbulos rojos que se presentaran en el camino.

Foto: 'Embarcadero del antiguo astillero de Guarnizo'. Una ilustración de Isidro Gil

La cosa se comenzó a poner fea y el emperador no quería levantarse de la cama porque la debilidad se había apoderado de él. El obispo Luis Méndez de Quijada era un sujeto con mucho temperamento que adoraba a su emperador por su osadía e ingenio, pero este, tenía mareado al clérigo con zarandajas de todo tipo. El tonsurado que era de la rama estoica, escuchaba con enorme paciencia los delirios del casi comatoso emperador. Un día quería que le trajeran sus amados autómatas de los que tenía una considerable colección. Al siguiente, se quejaba de que la adusta habitación no estaba lo suficiente mente aromatizada con el olor a menta, o que el sangrado de los médicos era una carnicería, o que quería que lo enterraran en Innsbruck, Granada o Dijon. Vamos, que tenía a los albaceas atormentados y a base de Biodraminas. A la postre, con la caída de las primeras hojas, un día de septiembre de 1558, el que fue el hombre más poderoso del mundo conocido, rindió ante la noche más oscura. Pero la muerte no es el final, al menos el de esta historia.

Las técnicas de momificación fueron siempre muy avanzadas y herméticas. Estaban encerradas bajo siete llaves en las mentes de los médicos especializados en ello. No hay información precisa sobre el exacto proceso de embalsamado aplicado al emperador, habida cuenta del habitual secretismo con el que los médicos especializados guardaban celosamente sus mañas. Según expertos, para evitar el universo bacteriano habitualmente “okupa” de nuestro soporte biológico, se injertan fuertes cantidades de glicerol, formalina, agua ligeramente salada y alcohol, conservantes, y germicidas. Previamente, se hace un radical vaciado de la sangre y tras ello, el líquido de embalsamado actúa. Para ello, se efectúa una incisión en una arteria discrecional, se extrae íntegramente la sangre residual y se introduce la solución para embalsamar. Con este conjunto de elementos químicos se evitan los síntomas de cianosis -coloración azulada de la piel- y se evita la putrefacción.

El Señor de los Mosquitos

En todo este proceso, no se sabe cómo ni por qué, un dedo meñique se dio a la fuga del cuerpo del interfecto. Se sabe que tras dieciséis años en Yuste lo trasladaron a El Escorial y que, tras la Revolución de La Gloriosa, que precede a la expulsión de la excesiva Isabel II por sus escándalos sin cuento, aparece el meñique, por un lado – que cae en manos de un aristócrata de medio pelo-, y el cuerpo por otro. Pero cuidado, que el esperpento no acaba ahí. Cuando la peor guerra que ha padecido nuestro país, la Guerra Civil española, estaba en su dramático apogeo, un osado miliciano lo puso de pie y tras darle un apretón cómplice, se hizo una foto que ya le habría gustado firmar al gran Robert Capa o Gerda Taro.

El empecinado galeno Julian de Zulueta pidió permiso al hoy emérito Juan Carlos para hacerse con el dedo, a lo que este se negó

Meses después, un chaval con pantalones cortos correteaba por los jardines de la embajada de España en París, en su errático deambular de aviador aficionado, vio escapar una hoja de un semanario local. Era una primera página de Le Populaire de tendencia socialista moderada. El chaval creció y acabó convirtiéndose en uno de los médicos epidemiólogos más importantes y reconocidos de la época. Le llamaban el Señor de los Mosquitos, nada que ver con el Señor de las Moscas de William Golding, entre otras cosas porque las moscas dan la tabarra, pero no pasan a mayores.

El doctor Zulueta, un buen día, leyó un artículo de una revista científica anglosajona en la que un especialista norteamericano de Stanford hablaba de una técnica que podía rehidratar tejidos apergaminados. Su júbilo fue indescriptible. Rápidamente, enlazó el meñique errante de Carlos V con esta técnica. Inasequible al desaliento, el empecinado galeno pidió permiso al hoy emérito Juan Carlos para hacerse con el dedo, a lo que este se negó. Para entonces, el aristócrata bribón, arrepentido de su mal proceder, había devuelto al casquivano Casanova que fue Alfonso XIII, el polémico dedo.

Foto: Escena callejera en San Juan (Fuente: iStock)
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Pero la fortuna sonríe a los audaces. El doctor Zulueta se topó un día con un buen amigo en el Museo del Prado, concretamente el titular de Patrimonio. Este hombre se abalanzó efusivamente sobre el galeno y le espetó ¡Julián, Julián! El asunto en cuestión no era ni más ni menos que un caprichoso giro copernicano del destino. Este funcionario le contó que tenían información fiable de que un dedo meñique del mega emperador Carlos V residía en las periferias del sarcófago dentro de una urna de la sacristía de El Escorial. El ya provecto y anciano médico no gritó el tradicional "eureka", sino que alegó en un arrebato que Dios existía…

Ya retirado, el doctor Zulueta no disponía de medios adecuados para llevar a cabo la operativa del proceso, por lo cual se puso en contacto con la sección biomédica del Hospital Clínico de Barcelona. El meñique dio el do de pecho y se reveló en todo su esplendor. No hay constancia de que este procedimiento lo hubiera replicado nadie hasta esas fechas. Según palabras manifestadas por el médico -que Dios lo tenga en la gloria si estaba de guardia ese día -, dijo textualmente, "Es un hallazgo espectacular tanto desde el punto de vista científico como histórico".

Julián de Zulueta murió a los 96 tacos en el año del Señor del 2015, con discreción- algo habitual entre los notables de este país -, ya que ninguno autoridad acudió a su óbito y entierro. España, una madrastra llena de agitadores de banderitas. A ver si nos ponemos las pilas y practicamos una filosofía que se llama altura de miras. Leñe…

Quien necesita ser guiado por un pastor,

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