Es noticia
Cataluña y Andalucía se van a convertir en el próximo desierto, y es casi imposible evitarlo
  1. Tecnología
  2. Ciencia
NECESITAMOS UN nuevo PLAN

Cataluña y Andalucía se van a convertir en el próximo desierto, y es casi imposible evitarlo

Más que una falta de agua temporal, el Mediterráneo está ante una tendencia climática que obligará a abordar cambios profundos a pesar de la tecnología y las infraestructuras

Foto: El pantano de Sau, en Barcelona, en su mínimo histórico. (Europa Press/Lorena Sopêna)
El pantano de Sau, en Barcelona, en su mínimo histórico. (Europa Press/Lorena Sopêna)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Cataluña vive la peor sequía desde que hay registros históricos. Los embalses han batido su récord negativo y está previsto que la Generalitat declare próximamente la emergencia en todo el territorio, lo que implicará aplicar restricciones al uso del agua más contundentes de las que ya hay. En algunos puntos de Andalucía la situación no es muy distinta, especialmente en Cádiz, donde los pantanos están a menos del 10% de su capacidad, así que la Junta ha anunciado que la semana que viene aprobará el cuarto decreto de esta legislatura para atajar el problema de la falta de recursos hídricos.

Lo peor de todo es que no parece que la solución pueda caer del cielo a corto plazo. Incluso cuando estas últimas semanas han llegado borrascas a la península Ibérica con precipitaciones tan abundantes que han provocado inundaciones en otras comunidades, los territorios más afectados por la falta de lluvia apenas han visto unas gotas. Los próximos meses serán difíciles, pero a largo plazo el escenario podría ser dramático. Si la ausencia de lluvia se cronifica, ya no estaremos ante una sequía pasajera como las que conocíamos, sino ante una nueva realidad climática que está modificando el territorio. ¿Estamos preparados para una desertificación?

Foto: Un turista se refresca en una fuente de Córdoba. (EFE/Salas)

“La sequía puede ser un fenómeno temporal, pero si se está haciendo crónica y el clima es cada vez más árido, cambian las reglas del juego”, afirma en declaraciones a El Confidencial Víctor Castillo, experto del Grupo de Investigación sobre Conservación de Suelos y Aguas del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (Cebas-CSIC), con sede en Murcia. En general, las repercusiones de la ausencia de lluvias van “en cascada”, explica, repercutiendo en la humedad del suelo y, por lo tanto, en la cubierta vegetal y en las cosechas. No obstante, teniendo en cuenta que “las previsiones de cambio climático nos dicen que vamos a escenarios de sequías más persistentes, frecuentes e intensas”, el problema al que nos enfrentamos es que “la capacidad del territorio para desarrollar ciertas actividades disminuye”.

El proceso de degradación

La Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, en la que trabajó este científico del CSIC, define este fenómeno como “la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humana”. Es decir, que no depende solamente de las condiciones ambientales, sino de la acción del ser humano. “La desertificación siempre surge como un mal uso de los recursos”, asegura, citando casos como el del Sahel, el del mar de Aral o el del Medio Oeste de EEUU. El mensaje es que, frente a un mismo fenómeno de disminución de precipitaciones, “en función de cómo se esté utilizando la vegetación y el suelo, los impactos son diferentes”.

placeholder Pantano vacío en Barcelona. (EFE)
Pantano vacío en Barcelona. (EFE)

En ese sentido, ¿lo estamos haciendo bien en España? Jaime Martínez Valderrama, investigador de la Universidad de Alicante y de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA-CSIC) de Almería, no es muy optimista: “Si agotas los acuíferos por el regadío y no se reponen porque llueve menos, estás ante un problema de degradación y, por lo tanto, de desertificación”, advierte. En su opinión, Doñana es un buen ejemplo: el vaciado de las masas de agua subterráneas que alimentaban las lagunas de este Parque Nacional repercute tanto en la biodiversidad como en la posibilidad de seguir cultivando fresas.

“Cataluña y Andalucía tienen muchas zonas de este tipo”, explica, “tierras áridas en las que la sequía puede contribuir a la desertificación”. Hasta un 90% del territorio andaluz y alrededor de un 70% del catalán tienen este tipo de características. Esto no quiere decir que vayan a ser un completo desierto, tal y como lo imaginamos popularmente, sino que el territorio se degrada de tal manera que se produce una importante “pérdida de productividad biológica y económica”. El problema es que “cuando pierdes suelo fértil entras en un bucle”: implica que habrá menos cubierta vegetal, lo que a su vez hace que el suelo esté menos protegido frente a fenómenos como las lluvias torrenciales.

placeholder Erosión. (Europa Press)
Erosión. (Europa Press)

En cierta medida, en las zonas de cultivo se puede mantener a base de fertilizantes, pero no en las zonas naturales. Recuperar la fertilidad perdida puede implicar “600 u 800 años”, asegura. En situaciones de escasez, “la especie humana trata de adaptarse para generar riqueza y bienestar”, apunta el experto de la Universidad de Alicante, “pero si apretamos demasiado el acelerador y le pedimos al territorio más de lo que puede dar durante mucho tiempo, lo que hacemos es agotar su capacidad de regeneración”. Es decir, que traspasamos ese umbral en el que la desertificación es irreversible.

España tiene una estrategia, pero no tiene un plan

En 2022, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico elaboró la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación. Este documento analiza la situación, alertando específicamente del peligro del cambio climático y las sequías graves, además de llamar la atención sobre la intensificación del uso del territorio que tiene condiciones áridas. “Recoge un triple enfoque: lo primero es evitar la desertificación; lo segundo, reducir sus impactos; y por último, plantea restaurar las zonas ya degradadas”, explica Castillo. El objetivo “es mantener la capacidad de la tierra para proveernos de bienes y servicios, de los cuales depende la vida humana y la actividad socioeconómica”.

placeholder El director del Parque Nacional de Doñana, en una laguna. (EFE)
El director del Parque Nacional de Doñana, en una laguna. (EFE)

Sin embargo, esta estrategia “no contiene un plan concreto”, lamenta Martínez Valderrama, “es como un paraguas bajo el que desarrollar diversas iniciativas” o una “coartada para ir desarrollando proyectos” que aún son muy difusos. En su opinión, ni siquiera contamos con la información pertinente para tomar decisiones: "Lo primero es saber dónde está el problema, cuál es la gravedad y qué riesgo tenemos bajo distintos escenarios de cambio climático". Por eso, este científico de Cebas-CSIC está elaborando un “atlas de la desertificación de España”.

¿Por qué aún no existe un documento tan básico para abordar el problema? En realidad, ha habido algunas iniciativas anteriores, como el Atlas Mundial de la Desertificación, al que contribuyó Gabriel del Barrio, otro científico de la EEZA-CSIC de Almería, con la parte correspondiente a la península Ibérica. Sin embargo, estos trabajos incluyen procesos muy variados (erosión, salinización, degradación de aguas subterráneas medida tanto cuantitativa como cualitativamente) y “no existe un único indicador que refleje bien la desertificación de una manera robusta estadísticamente”. Así, hace años se calculó que “un 20% del territorio ya estaba desertificado”, señala Martínez Valderrama, "pero esto no incluía la degradación de las aguas subterráneas". Por eso, “nosotros estamos intentando aplicar otro enfoque, sabemos que es una tarea complicada, pero hay que intentarlo”. Ese futuro atlas sería la base para empezar a cambiar algunas dinámicas, por ejemplo, en el ámbito de la agricultura, que consume más del 80% del agua en España.

placeholder Cultivos agrícolas. (EFE)
Cultivos agrícolas. (EFE)

Qué necesitamos cambiar

De hecho, este experto habla de una uberización de la agricultura”, utilizando un término derivado de la empresa de servicios de transporte Uber. Nuevos inversores, atraídos por la alta rentabilidad de cultivos como el pistacho o el almendro, han llegado al campo en los últimos años para desarrollar cultivos intensivos para los que se emplean muchos recursos y que generan beneficios a corto plazo, pero que son un desastre en términos de sostenibilidad, por el consumo de recursos y la contaminación que provocan. Tampoco los cultivos ecológicos son sinónimo de sostenibles, advierte, ya que “hay muchos productos que llevan esa etiqueta y que esquilman las aguas subterráneas”.

Paradójicamente, ante una situación de falta de recursos hídricos en el Mediterráneo, la agricultura ha apostado por una “huida masiva al regadío” en busca de rentabilidad. En cambio, la situación actual aconseja apostar por cultivos más adaptados a climas secos. “No podemos pensar en productos que demanden agua constantemente, sino en aquellos que solo necesiten un riego de apoyo”, opina el experto del centro murciano. Algunos expertos creen que poner el foco en la necesidad de infraestructuras como desaladoras y trasvases, como hacen a menudo los políticos, o en las posibilidades de la tecnología, solo retrasa el abordaje de un cambio más profundo, pero mucho más complejo. “Todo aporta, las soluciones técnicas son importantes, pero tenemos que acompasar el uso de los recursos a la capacidad del territorio de proporcionarlos”, apunta Castillo, “hay que moverse a un marco más general en el que tengamos en cuenta que el consumo tiene unos límites”.

Foto: José Gómez, uno de los agricultores afectados por "los precios de ruina". (P.D.A.)

La eficiencia del riego por goteo hace que no se pierda agua y eso “supone un ahorro desde el punto de vista de cada parcela”, comenta Martínez Valderrama. Sin embargo, esa mayor disponibilidad hace “se monte otra finca de regadío”, así que desde el punto de vista territorial no estamos ahorrando, sino aumentando la superficie de cultivo de forma innecesaria. “Deberíamos conservar el agua de los acuíferos como oro en paño, no podemos usarla en regar sandías y venderlas a 50 céntimos en Alemania, eso es tirar el agua”, afirma.

Los distribuidores, tanto los que proporcionan insumos como los que compran los productos, “aprietan las tuercas a los agricultores y les hacen tener márgenes muy pequeños”. A los consumidores les falta información sobre el tipo de productos que demandan. Y las administraciones “miran para otro lado”. El resultado es una agricultura superproductiva que, según los expertos, no es necesaria: “Producimos cosas que no nos comemos, por ejemplo, las que van para biocombustibles; y cada año se tiran a la basura toneladas de productos para que los precios no bajen, porque no hay mercado; gastamos recursos que van a la basura antes de entrar al circuito comercial”, afirma el investigador.

Cataluña vive la peor sequía desde que hay registros históricos. Los embalses han batido su récord negativo y está previsto que la Generalitat declare próximamente la emergencia en todo el territorio, lo que implicará aplicar restricciones al uso del agua más contundentes de las que ya hay. En algunos puntos de Andalucía la situación no es muy distinta, especialmente en Cádiz, donde los pantanos están a menos del 10% de su capacidad, así que la Junta ha anunciado que la semana que viene aprobará el cuarto decreto de esta legislatura para atajar el problema de la falta de recursos hídricos.

Agua
El redactor recomienda