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Los 'vigilantes del cielo' explican cómo nos llega humo de Canadá: "No es la primera vez"
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DESDE MILES DE KILÓMETROS

Los 'vigilantes del cielo' explican cómo nos llega humo de Canadá: "No es la primera vez"

Las partículas de grandes incendios a miles de kilómetros llegan a España: la Universidad de Valladolid lleva años siguiendo este fenómeno, no siempre apreciable a simple vista

Foto: Grupo de Óptica Atmosférica (GOA) de la Universidad de Valladolid. (Cedida)
Grupo de Óptica Atmosférica (GOA) de la Universidad de Valladolid. (Cedida)

En los últimos días hemos asistido a un fenómeno insólito. Los cielos de España y de gran parte de Europa se han cubierto de humo, algo que se apreciaba a simple vista: veíamos el sol anaranjado y un cielo extraño, poco nítido, en el que no parecía haber nubes pero que tampoco estaba completamente despejado. Lo más curioso era la procedencia de las partículas que ocasionaban ese efecto: Canadá. Gigantescos incendios han arrasado en lo que va de año cuatro millones de hectáreas de bosque de ese país, provocando imágenes insólitas, como las de Nueva York cubierta envuelta en una gran humareda hace unas semanas. En esta ocasión, no nos hemos librado de sus efectos ni siquiera al otro lado del Atlántico.

Para la mayoría de la gente, este viaje del humo de miles de kilómetros puede resultar muy sorprendente. Sin embargo, no lo es tanto para un equipo de científicos que vigila constantemente lo que pasa por encima de nuestras cabezas. El Grupo de Óptica Atmosférica (GOA) de la Universidad de Valladolid lleva décadas analizando la composición de la atmósfera, monitoriza las partículas a cualquier altura y sabe que esto puede suceder. De hecho, sucede con frecuencia, pero en menores cantidades, sin que nos demos cuenta.

Foto: Código rojo en Nueva York por aire "insalubre": por qué el humo ha encapotado la ciudad (earthcam.com/World Trade Center)

En 2018 ya publicaron datos de un episodio significativo de idéntica procedencia, que había ocurrido en 2013. Por eso “no es la primera vez”, destaca el investigador Roberto Román, miembro de este grupo, en declaraciones a El Confidencial. “Casi todos los veranos detectamos humo procedente de Canadá, lo que ocurre es que algunas veces los fuegos son más extremos que otras”, añade. Nunca lo habían sido tanto como en esta ocasión. No obstante, la tendencia está clara: estos vastos megaincendios “cada vez suceden con más frecuencia y de forma más intensa”.

Corrientes atmosféricas

Pero ¿cómo es posible que este humo viaje a lo largo de más de 5.000 kilómetros para llegar hasta nosotros de una manera tan densa? La clave está en las corrientes atmosféricas. “La cantidad de incendios que se han registrado es espectacular, lo que ha generado una humareda excepcional”, comenta José Miguel Viñas, meteorólogo de Meteored y divulgador científico. Esta vez, “una de estas grandes masas de humo se ha unido a la corriente en chorro que domina el tiempo en nuestras latitudes, de forma que ha cruzado el Atlántico, mostrando formas onduladas”. No es muy diferente a lo que sucede con otros grandes incendios que tienen lugar en bosques boreales, como los de Siberia, pero en el caso de Canadá conecta con el canal de vientos que llega hasta nosotros.

En realidad, el humo llega en varias oleadas y con distintas concentraciones. Por suerte, esas partículas “se terminan dispersando y, a medida que te vas alejando del foco, se desplazan a mayor altura”. Por cercanía, cuando la humareda apareció en Nueva York y en otras zonas de Canadá y EEUU, suponía un claro problema para la salud. En cambio, en el caso de Europa no afecta a la población porque se sitúa entre 6.000 y 8.000 metros de altitud. El resultado, visto desde tierra, es una especie de tenue calima.

placeholder Humo penetrando en la península. (NASA)
Humo penetrando en la península. (NASA)

En cualquier caso, “la atmósfera es un gran medio de transporte natural de todo tipo de partículas”, afirma Viñas. Según explican los expertos, si tomamos una muestra de aire al azar en cualquier lugar de la Tierra podrían aparecer elementos procedentes de lejanos incendios forestales, pero también de muchos otros fenómenos. “Lo que ya no es tan habitual es que un penacho de esta magnitud se enganche en la corriente en chorro y llegue hasta Europa con esta intensidad”, añade el meteorólogo.

Los instrumentos que ofrecen los datos

Por eso, en la Universidad de Valladolid han seguido el episodio al detalle. Entre los instrumentos que utilizan para ello están los fotómetros, que miden la luz que nos llega. “Apuntamos directamente al sol y, según la radiación que nos llega a la superficie, sabemos cuántas partículas hay en el ambiente”, explica Román. El fundamento es muy sencillo: en su camino, la luz va chocando con distintas partículas y se desvía. Por eso, en este tipo de eventos, podemos mirar directamente al astro sin que nos ciegue y lo vemos con ese tono anaranjado. Lo mismo sucede con el color del resto del cielo tanto por la presencia de humo, en este caso, como de elementos que corresponden a otros fenómenos, por ejemplo, polvo del Sáhara cuando hay calima.

placeholder Plataforma de calibración de fotómetros de la red Aeronet situada en la terraza de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valladolid. (Cedida)
Plataforma de calibración de fotómetros de la red Aeronet situada en la terraza de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valladolid. (Cedida)

Además, los científicos miden esa radiación en varias longitudes de onda (como ultravioleta, infrarrojo o luz visible). En función del tamaño, las partículas se comportan de manera distinta. Las finas, como las del humo, atenúan mucho la luz en las longitudes de onda corta, como el ultravioleta; pero poco en las longitudes de onda largas, como el infrarrojo. Las partículas gruesas, como las del polvo típico de la calima, atenúan de forma muy parecida en todas estas mediciones. De esta manera, los científicos tienen perfectamente modelados los datos para interpretar correctamente qué elementos están detectando sus aparatos.

Este equipo de investigación vallisoletano pertenece a la red Aeronet de análisis de aerosoles, gestionada por la NASA, que cuenta con más de 500 fotómetros en todo el mundo para la monitorización de las partículas. No obstante, la calibración de estos instrumentos solo la realizan tres centros en el mundo: el Goddard Space Flight Center (de la propia NASA, ubicado en Maryland, EEUU), la Universidad de Lille (Francia) y la Universidad de Valladolid. Próximamente, se sumarán a esta tarea investigadores de otros países.

“La experiencia nos dice que si detectamos partículas finas en esta época del año, probablemente corresponden a incendios”, señala el científico de la Universidad de Valladolid. En cualquier caso, otros instrumentos completan la información. Uno de ellos es el ceilómetro, que permite determinar a qué altura se encuentran. Se trata de un tipo de lidar​ (acrónimo del inglés light detection and ranging) que emite un láser hacia la atmósfera y, cuando se encuentra con un obstáculo, rebota hacia el instrumento. Al contar el tiempo que tarda la luz en regresar, se establece la altura a la que se encuentra el elemento suspendido en el aire, en este caso, el humo canadiense, formaba diversas capas finas situadas a diferentes alturas: a dos, tres, cuatro, cinco y siete kilómetros sobre la ciudad de Valladolid.

placeholder El sol en Galicia, imagen en la que se observan los efectos del humo procedente de Canadá. (EFE)
El sol en Galicia, imagen en la que se observan los efectos del humo procedente de Canadá. (EFE)

Con toda esta información, confirman qué tenemos en nuestros cielos, pero ¿cómo saber la procedencia exacta? Los satélites ofrecen una perspectiva más global, sobre todo cuando en las imágenes que envían se aprecia tan claramente una masa de humo, como ha ocurrido con este singular episodio. Además, hay modelos que predicen la trayectoria que siguen las masas de aire, datos meteorológicos registrados en tiempo real que, como vemos, tienen más utilidades que la predicción del tiempo.

Los investigadores de este grupo cuentan con un amplio despliegue en la Universidad de Valladolid, pero también tienen estaciones en diversos puntos del planeta, desde Cuba hasta Noruega. De hecho, uno de los fenómenos más llamativos que recuerdan fue detectado por los instrumentos con los que cuentan en bases antárticas: humo de los incendios que arrasaron Australia entre 2019 y 2020. “La Antártida es un sitio bastante limpio, pero las partículas recorrieron muchísimos kilómetros porque los incendios eran tan potentes que inyectaron ceniza a capas muy altas de la atmósfera, de manera que se quedan mucho tiempo flotando y alcanzaron enormes distancias debido a los vientos”, explica el experto del GOA.

Efectos meteorológicos y planetarios

Esos devastadores incendios australianos han tenido un efecto insospechado en la atmósfera, según una investigación publicada este mismo año en la revista Nature y que corrobora datos anteriores que ya habían aparecido en la revista PNAS. Las reacciones químicas provocadas por el humo en la estratosfera han vuelto a agrandar el agujero de la capa de ozono, que estaba en retroceso desde la reducción de las emisiones de los gases CFC.

placeholder Agujero de la capaz de ozono. (NASA)
Agujero de la capaz de ozono. (NASA)

Esa interacción del humo con la atmósfera tiene otros efectos que se pueden notar incluso en el aspecto meteorológico. “Los pequeños elementos que forman el humo tienen una cierta capacidad de nucleación, es decir, para formar embriones de cristales de hielo o gotitas de agua, y contribuir al desarrollo de una nube”, explica Viñas. Sin embargo, la microfísica de nubes es muy compleja: “Cuando hay demasiadas partículas, que es lo que ha pasado en este caso, en vez de potenciar el desarrollo de nubes, ocurre lo contrario, no hay suficiente vapor de agua para generar gotitas y el posible desarrollo de una nube se ve inhibido”.

En este episodio, los efectos sobre el tiempo se han notado en la península ibérica de una manera mucho más inmediata. En plena ola de calor, el sol ha calentado algo menos de lo que se esperaba. “Siempre que hay algo de calima, sea de origen mineral o sea humo, como en este caso, al final se traduce en que la insolación es menos intensa y los picos de calor son algo menores”, comenta el meteorólogo. En este caso, el episodio de calor no se ha alejado mucho de las previsiones, pero en algunos puntos del sur peninsular se esperaban hasta 45 ºC y finalmente se han registrado un par de grados menos.

Calimas y volcanes

Aunque esta consecuencia es poco más que anecdótica en este episodio de humo, el estudio de las partículas atmosféricas es clave para entender otros problemas similares, como las calimas, otro problema en auge que nos afecta mucho más intensamente por nuestra posición geográfica. “Estos últimos años estamos registrando récords de partículas en torno a febrero y marzo, son eventos extraordinarios”, destaca Román.

Foto: Volcán de Cumbre Vieja. (EFE/Miguel Calero)

Ambos fenómenos tienen similitudes y diferencias. “La calima está al nivel de la superficie”, destaca Viñas. Si ocurriera lo mismo con el humo, sería peligroso porque esas concentraciones implican un riesgo para la salud. Sin embargo, las partículas procedentes de los incendios son bastante más pequeñas que el polvo procedente del Sáhara. “El problema del polvo sahariano es la concentración, ya que puede afectar al aparato respiratorio, pero si el humo de los incendios se quedase a ras de suelo empezaríamos a toser, porque son partículas tan pequeñas que se cuelan en los pulmones e incluso llegan a penetrar en el torrente sanguíneo”, advierte.

Otro de los elementos que los investigadores del GOA pueden detectar en la atmósfera son restos de cenizas volcánicas. De hecho, una de sus publicaciones más recientes analiza la repercusión que tuvo el volcán de La Palma en 2021. “En este caso, no llegó a la península de manera muy intensa”, señala el científico del GOA, “pero una explosión volcánica suele inyectar a capas muy altas de la atmósfera elementos como sulfatos, que se acaban condensando y formando partículas que también son muy finas”. En función del tipo de volcán y de su comportamiento, esas cenizas pueden llegar hasta los 15 kilómetros de altitud y tardar meses en disolverse, lo cual también tiene impactos en el clima.

En los últimos días hemos asistido a un fenómeno insólito. Los cielos de España y de gran parte de Europa se han cubierto de humo, algo que se apreciaba a simple vista: veíamos el sol anaranjado y un cielo extraño, poco nítido, en el que no parecía haber nubes pero que tampoco estaba completamente despejado. Lo más curioso era la procedencia de las partículas que ocasionaban ese efecto: Canadá. Gigantescos incendios han arrasado en lo que va de año cuatro millones de hectáreas de bosque de ese país, provocando imágenes insólitas, como las de Nueva York cubierta envuelta en una gran humareda hace unas semanas. En esta ocasión, no nos hemos librado de sus efectos ni siquiera al otro lado del Atlántico.

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