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Esta genio de la informática salvó la democracia de su país. Ahora tiene una receta para España
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Entrevista con Audrey Tang

Esta genio de la informática salvó la democracia de su país. Ahora tiene una receta para España

Tang es una eminencia mundial en software libre y la primera ministra de Asuntos Digitales en la historia de Taiwán. Acaba de dejar el cargo y publicar un libro sobre cómo crear una democracia mejor tirando de tecnología

Foto: La ex ministra digital de Taiwán, Audrey Tang. (Reuters)
La ex ministra digital de Taiwán, Audrey Tang. (Reuters)

Audrey Tang (Taipéi, 1981) ha empezado a contar los días que lleva viviendo en "libertad". "El lunes 20 fue el primero. ¡Por fin!", celebra. El día anterior, el 19 de mayo, cerró una etapa, dejó de ser ministra de Asuntos Digitales de Taiwán, un puesto en el que ha orquestado una revolución que ahora quiere exportar fuera de la isla. Tang, una de las voces más respetadas en software libre a nivel mundial, asumió el cargo sin cartera en 2016 y fue nombrada oficialmente en 2022. Se le atribuye haber ideado y ejecutado con éxito el mayor experimento para instaurar lo que ella llama 'democracia digital', un sistema en el que son los ciudadanos, y no los políticos, los que establecen las prioridades, el contenido de las leyes y los proyectos a aprobar. Tang ladea la cabeza y se adelanta a este periodista. "Por supuesto que puede funcionar fuera de Taiwán".

Considerada una mente privilegiada (posee un coeficiente intelectual de 180), Tang se convirtió en la primera ministra taiwanesa de Asuntos Digitales y la primera del mundo en ser transgénero (ahora se define como no binaria). Posee un carisma y un temple más propios de un monje budista que de un político. Viene de atrás. Al poco de nacer, fue diagnosticada con una grave enfermedad cardiaca. Un enfado o una alegría de más y el corazón podía fallar. A los 4 años le dieron un 50% de probabilidad de sobrevivir hasta llegar a la operación que la curaría. Sus padres (ambos periodistas), la educaron en la contención y la espiritualidad del Taoísmo, en el control absoluto de las emociones. La operación llegó a los 12 años y fue un éxito. Ese poso de ecuanimidad y humanismo la ha acompañado hasta hoy.

Su salud le marcó, pero también ser una niña prodigio. A los 8 años aprendió a programar videojuegos escribiendo a mano en hojas de papel hasta que sus padres accedieron a comprarle su primer ordenador. A los 14 abandonó la educación tradicional para centrarse en el mundo del software. A los 19 ya había trabajado en varias tecnológicas de Taiwán y puso rumbo a Silicon Valley. No tardaría en regresar para unirse a los movimientos activistas del país, como la protesta estudiantil de 2014, conocida como la revolución de los girasoles, que ocupó y paralizó el Parlamento taiwanés durante casi un mes.

Fue la primera vez que Tang puso en práctica sus teorías: ayudó a crear y diseminar herramientas online de colaboración para dar voz a los ciudadanos. La tecnología fue decisiva en las protestas. "Tendí puentes", sonríe. Del caos y la fragilidad democrática, se llegó a una resolución pacífica del conflicto. Su estrategia tuvo tal impacto que, dos años después, asumió el puesto de ministra de asuntos digitales, la primera vez que el país creaba un cargo semejante.

Foto: Timnit Gebru. (Getty/TechCrunch/Kimberly White)

Desde entonces, Taiwán se ha convertido en un laboratorio mundial sobre cómo la participación ciudadana puede ser la mejor receta para evitar el aumento de la polarización, el odio y la desinformación. Tang publica ahora un libro en el que explica muchas de sus teorías, Plurality: The future of collaborative technology and democracy, escrito junto al economista E. Glen Weyl. Se puede comprar pero, como buen proyecto en abierto, también descargar sin coste (aquí).

Tang recibe a El Confidencial en París, adonde ha acudido para realizar una ponencia en Vivatech, una de las mayores ferias de tecnología en Europa. "¿Ves? Si aún fuera ministra no podría estar aquí", se ríe. Le acompaña Glen Weyl. Antes de arrancar, pienso en una frase suya que le confesó a la revista Time: "El mundo podría cambiar si todos los líderes mundiales pasaran 30 minutos con Audrey". Tenemos una hora por delante.

placeholder Audrey Tang, en una imagen de archivo. (EFE)
Audrey Tang, en una imagen de archivo. (EFE)

PREGUNTA. Ha estado casi ocho años al frente del ministerio de Asuntos Digitales de Taiwán. ¿Por qué lo ha dejado?

RESPUESTA. En enero hubo elecciones y un nuevo presidente. Era del mismo partido, pero todo el Gobierno cambió. Tuvimos muchas conversaciones sobre si seguir o no. El problema es que yo tenía dos trabajos a tiempo completo. De día era la jefa de Defensa en Ciberseguridad, y de noche era ciberembajadora del país, organizando infinidad de eventos y proyectos, muchas veces todo en remoto. Funcionó durante la pandemia porque no podía viajar. Pero luego fue diferente, solo podía viajar 3 o 4 meses al año. El resto tenía que estar en Taiwán para asistir al Parlamento. Les dije que tenían que escoger, o me centraba en asuntos domésticos o en labor de ciberembajadora. Así que aquí estoy. Lo importante es exportar el modelo taiwanés.

P. ¿En qué consiste ese modelo, la democracia digital?

R. Consiste en usar tecnologías digitales para mejorar la democracia. La democracia es en el fondo un tipo de tecnología social. Si votas por un candidato entre 4, eso son 2 bits de información que subes. Si votas cada 4 años, es demasiado tiempo entre un voto y otro. Todo lo que ha ocurrido entre medias está condensado en una dimensión: un candidato vs. el otro. La tecnología digital hace que estos votos puedan ser mucho más rápidos. Para cada asunto, la gente puede contribuir en tiempo real y no solo con su voto, sino simplemente hablando. Si el Gobierno te pregunta con una herramienta online qué piensas de la IA generativa, y tú le hablas al sistema y le dices lo que piensas, eso es mucho más poderoso que solo escoger entre candidatos. Aumenta el ancho de banda de la democracia y conecta con mucha más gente.

"Si solo tienes una oportunidad de participar cada cuatro años, la gente es conflictiva porque el debate solo tiene un ganador"

P. No es solo hacer partícipes a los ciudadanos de los procesos de decisión, es hacerlo también de forma constante.

R. Sí, es una democracia continuada. Hay quien dice que si solo tienes una oportunidad de participar, la gente acaba siendo más conflictiva, porque el debate solo tiene un ganador. Pero si tienes estas conversaciones cada día o cada semana, entonces una vez gana uno y la que viene otro.

P. Una de sus iniciativas en el gobierno se llama 'Inteligencia colectiva'. Le preguntaron a miles de ciudadanos sus preferencias sobre varios proyectos. Entrenaron un modelo de IA con los resultados y luego usaron ese modelo para que los políticos tomaran decisiones en consonancia con lo que pide la gente.

R. Sí, y lo seguimos haciendo. Por ejemplo, enviamos 200.000 SMS a gente aleatoria, mensajes desde un número gubernamental, preguntándoles a todos qué temores les produce la IA generativa en las redes sociales. Luego, de esos 200.000 escogimos unos 450 que sabemos representan todas las opciones políticas y demográficas del país. Algo así como un microcosmos del país, una mini república. Con ellos podemos tener una conversación y recibir más feedback, pero lo hacemos a través de IA para automatizar todo el proceso. En este caso no hablamos de votos, pero haces que la gente participe en la regulación. Se pusieron en marcha grandes ideas, como que la publicidad en redes sociales debe estar firmada digitalmente, los filtros que usan caras de famosos aprobados de forma previa etc. Se llegaron a muchos acuerdos de este tipo con más de un 85% de aprobación de los participantes. Esos acuerdos se incorporaron luego al borrador de la ley y esa ley ahora debe ser votada en el Parlamento. Todo esto se hizo en 2 meses.

P. ¿Usan este sistema para todo, para decidir si hay que construir, por ejmplo, un hospital o una carretera y dónde?

R. Tenemos también lo que llamamos peticiones. Cualquiera puede intentar reunir 5.000 peticiones o firmas. Cuando eso ocurre, el ministro de turno tiene que responder. Por ejemplo, en una ciudad del sur del país hubo 5.000 firmas para que los helicópteros fueran a su aeropuerto cuando hay gente enferma o herida. Hicimos más de 100 reuniones colaborativas para analizar el asunto. Viajé a la ciudad, tuve varias conversaciones con la gente allí y al final el resultado más eficiente no era volar un helicóptero ni construir un hospital más avanzado, sino transportar allí a los doctores cuando fuera necesario y pasar consulta por videoconferencia.

P. ¿Con este sistema los ciudadanos confían más en sus políticos?

R. Diría incluso que al revés, es el Gobierno el que acaba confiando más en sus ciudadanos. Antes de estos procesos digitales, lo que se hacía era escribir una carta al ministro. ¿Qué pasaba? Primero, el ministro no tiene tiempo para leer 5.000 cartas. Segundo, esas personas que escriben no se conocen entre ellas, no hay inteligencia colaborativa. Como dirigente, lo máximo que puedes hacer es escoger una o dos cartas, leerlas en la radio... cosas así. Y si haces eso, quienes han escrito pero no han sido seleccionados se sienten excluidos. Si lo haces de forma digital, esas 5.000 personas pueden tener un debate online​, votar e impulsar propuestas, emitir votos negativos… Es como una especie de avatar de inteligencia colectiva con una voz unificada que habla con el ministro en lugar de tener 5.000 voces a la vez.

P. ¿Cómo saben si esto funciona o no?

R. En el 2014, el ratio de aprobación del Gobierno era del 9%. No más que en Parí... [risas]. Luego vino la revolución de los girasoles, se ocupó el parlamento varias semanas... La situación estaba muy polarizada. En 2018 ese ratio de aprobación subió al 20%. Y ahora está en más de 50%. Durante la pandemia el pico llegó a ser del 85%.

P. Todo el software que usan es libre, auditable y no propietario. ¿Qué papel juegan en este proceso de democracia digital las redes sociales privadas de las grandes tecnológicas, TikTok, Instagram...? ¿Ayudan o enfangan?

R. Para nosotros lo importante es que la gente puede encontrar un sitio donde encontrarse y debatir online. Si lo único que tienen es TikTok, hay un problema, eso no es un lugar público para debatir. Si la gente quiere empezar un movimiento de oposición al Gobierno en TikTok, lo puede hacer, pero para favorecer el entendimiento mutuo y tender puentes entre gente que se odia entre sí, está claro que los vídeos de 60 segundos no son la mejor forma.

placeholder E. Glen Wyle (izquierda) y Audrey Tang. Ambos publican ahora el libro 'Plurality: The future of collaborative technology and democracy'. (Cedida)
E. Glen Wyle (izquierda) y Audrey Tang. Ambos publican ahora el libro 'Plurality: The future of collaborative technology and democracy'. (Cedida)

P. TikTok arrasa en medio mundo pero es muy poco popular en Taiwán.

R. Sí, solo un 25% de gente lo usa y, de esos, solo el 10% la considera su principal plataforma. Es solo una app de entretenimiento. ¿Obstaculiza TikTok la democracia porque monopoliza la atención de la gente? Es posible, pero al menos en Taiwán no ocurre. Sin embargo, la gente usa mucho Threads, de Meta. Es privada y con ánimo de lucro, pero al menos no tiene tanta publicidad y es parte del fediverso, puedo usar Mastodon o cualquier otro lector para personalizarla. Que un proyecto sea propietario y un negocio no siempre implica que no tenga otro propósito.

P. Su propuesta de colaboración ciudadana llega en el momento de mayor auge del autoritarismo. China, Rusia, Milei en Argentina, Trump... ¿Qué está pasando? ¿Puede ser la democracia digital el antídoto?

R. El problema es que para mucha gente la democracia empieza a ser aburrida. Ya no les importa. Y eso es incluso peor que odiar la democracia. Si la odias, al menos eso es energía que podemos aprovechar de alguna manera.

E. Glen Weyl: Una cosa muy importante para entender el trabajo de Audrey es la influencia del Taoísmo y de algo que también está en la base de las artes marciales orientales. La forma en la que ganas en artes marciales es aprovechando la energía de la persona que se te echa encima para atacarte. Si esa persona está ahí sentada sin hacer nada, no funciona. Los adversarios no son malos, te ofrecen esa energía con la que tú puedes hacer algo. No creo que Taiwán hubiera podido conseguir todo lo que ha logrado sin esta filosofía.

Audrey: Sí, exacto. A los autoritarios les encanta decir que la democracia no funciona, que solo lleva al caos, que conduce a que la gente se odie. O, como ocurrió en la Covid, decían que la democracia favorece que se extienda el virus porque no era capaz de imponer un confinamiento. Sin esas narrativas no creo que hubiera habido tanta solidaridad en Taiwán durante la Covid. De hecho, durante el periodo de reflexión en las pasadas elecciones de enero vimos muchas de estas narrativas provenientes del exterior, pero tuvieron el efecto opuesto. A la gente no le gustaba el candidato presidencial, las encuestas mostraban menos de un 40% de apoyo, pero debido a esos ataques exteriores de manipulación de información, al final obtuvo más del 40% de apoyo.

placeholder Manifestaciones el pasado marzo en Taipéi para recordar el 10º aniversario de la 'revolución de los girasoles'. (EFE)
Manifestaciones el pasado marzo en Taipéi para recordar el 10º aniversario de la 'revolución de los girasoles'. (EFE)

P. España vive uno de los momento de mayor polarización de su historia reciente. ¿Qué le sugeriría a los políticos españoles, a su homólogo en el puesto, el ministro de Transformación Digital, José Luis Escriva?

R. La forma en la que nosotros lo hicimos, por decirlo de una manera muy simple, fue encontrar instituciones neutrales y creíbles para todas las partes y tender puentes. Y no me refiero a puentes muy amplios, a tratar de conectar la izquierda radical con la ultraderecha, sino más cortos, puentes para unir a gente a la que le importan las mismas cosas pero de forma diferente. En Taiwán, una de las instituciones neutrales era la Academia Nacional, en otros lugares puede ser la radio pública o un organismo de investigación. Si tienes esas instituciones, que la gente sabe que no toman parte por un lado u otro, entonces es un gran punto de partida para, desde ahí, realizar pequeños experimentos de participación democrática.

P. En el actual programa del ministerio de Transformación Digital en España apenas hay proyectos de participación ciudadana. Hay alguno en marcha, pero en absoluto es el foco de la administración. ¿Qué dice eso sobre la salud de nuestra democracia?

R. Bueno, para ser justos, en Taiwán no tuvimos ministro digital hasta hace muy poco tiempo. En muchos países era una función transversal, liderada por el Vicepresidente o varios ministerios. Y eso está bien. En Reino Unido, por ejemplo, han lanzado una especie de Laboratorio Político como parte de Presidencia, no como un ministerio en concreto. La existencia de un ministerio digital no implica que haya participación ciudadana.

P. Le hacen varias críticas a su enfoque. Uno, que es demasiado utópico. Dos, que puede funcionar en Taiwán, pero no en otros países.

R. En Nueva Zelanda han intentado cosas parecidas y ha funcionado. Ellos dijeron, vamos a hacer lo mismo que hacen en Taiwán, y funcionó. De hecho funcionó mejor, nos dejaron en segundo lugar (se ríe). Lo más importante para que sea un éxito es que tiene que existir esa institución neutral con una confianza muy fuerte por parte de los ciudadanos.

"Tenemos que asumir que todo es un bot. Solo verse en persona o una firma digital va a asegurar que somos quienes decimos ser"

P. Usted lideró la estrategia de usar apps para rastrear los contagios en Taiwán durante la pandemia del coronavirus. Allí fue un éxito. Toda Europa le copió, incluida España, pero aquí fue un fiasco. ¿No es una prueba de que hay cosas que no son exportables de un país a otro?

R. En 2003 nosotros tuvimos el SARS. En ese momento ya hubo un debate sobre si deberíamos digitalizar el sistema nacional de salud. Taiwán se convirtió en el país más efectivo en luchar contra el SARS. Lo que ocurrió despertó a la gente, el Gobierno se dio cuenta de que era necesario un sistema de salud universal y digital, una tarjeta para probar tu identidad de forma electrónica en internet, y que necesitábamos máxima ciberseguridad para esa base de datos sanitaria. Las capacidades para distribuir mascarillas, hacer seguimiento de casos etc, se construyeron en gran medida tras el SARS. Nuestra sociedad tuvo este trauma, todo el mundo se acuerda del SARS.

Cuando vino el Covid, pusimos en marcha todo lo que habíamos aprendido. Ya sabíamos que había que usar mascarillas, por ejemplo. El otro factor importante es que, al no formar parte de la OMS, hicimos buena parte del trabajo inicial de confirmación por nuestra cuenta. De hecho, fuimos nosotros quien avisamos a la OMS de que el covid era serio. Cuando el Partido Comunista Chino empezó a decir que no era una enfermedad seria, que era un brote menor, enviamos a dos personas a Wuhan, y confirmaron que era mucho más grave de lo que decían. Empezamos a tomar medidas al menos 10 días antes que la OMS. Toda la parte digital ayudó también en esos primeros momentos, porque se dispersó muy rápido la noticia de que lo que estaba ocurriendo en Wuhan de verdad era serio.

P. ¿Cómo está viviendo el boom actual de la IA generativa y de las grandes tecnológicas que intentan adueñarse de este mercado?

R. Me preocupa una amenaza a corto plazo, que cualquiera puede impersonar a cualquiera. Nos estamos acercando a un punto en el que sin tener que vernos en persona o sin que haya ninguna firma digital, vas a ver a una persona creyendo que es esa persona sin serlo. Antes, cuando te encontrabas con alguien en vídeo sabías que su identidad era real. Pero ya tenemos que asumir que todo es un bot. Solo verse cara a cara o intercambiar una firma digital y llaves públicas y privadas es lo que va a asegurar que somos quienes decimos ser. La democracia se necesita adaptar a esta nueva realidad.

placeholder Logo de la firma taiwanesa TSMC, que controla más del 90% del mercado mundial de fabricación de procesadores avanzados. (Reuters)
Logo de la firma taiwanesa TSMC, que controla más del 90% del mercado mundial de fabricación de procesadores avanzados. (Reuters)

P. ¿Qué piensa cuando ve a directivos como Sam Altman tratando de conducirnos a una sociedad como la que se dibuja en la película 'Her'?

R. Creo que todo depende de quién esté al volante y de si están tomando decisiones por nosotros o no. Ya hay movimientos para intentar que ese volante no se quede en pocas manos. Compañías como Mistral, Stable Diffusion... etc buscan en parte asegurar que podemos seguir al frente de esas decisiones, y no solo en cuestiones técnicas, también a nivel de comunidad. Los datos demuestran que hay un único punto claro de consenso en el tema de la IA. Da igual que seas un pesimista o un optimista, todo el mundo cree que hay que tomar medidas contra la desinformación. Hay acuerdo en eso, al margen de la ideología. Es ahí donde hay que centrarse, tender puentes.

P. Hace unos días, se supo que la firma taiwanesa TSMC, que controla más del 90% de la producción mundial de procesadores de última generación, tiene un sistema especial para deshabilitar en remoto sus máquinas en caso de que se produzca una invasión de China. ¿Cree que estamos más cerca de ese momento?

R. Hoy creo que el riesgo no es muy alto porque los aliados democráticos se han significado de una forma muy clara. Además, una vez la gente ha visto qué ha pasado con Hong-Kong, no quieren que les ocurra lo mismo. No solo los taiwaneses, tampoco el resto de países quieren otro Hong-Kong. Algunos en Occidente tenían la esperanza de que pudiera haber respeto entre ambas partes, pero después de ver cómo Pekín ha tratado a Hong Kong, diría que ahora nadie piensa así. El asunto de Taiwán y China ha congregado la atención mundial a nivel de seguridad, pero también a nivel democrático y diplomático. Hoy casi todo el mundo apoya que Taiwán participe en todos los organismos internacionales clave. Por eso creo que la probabilidad de que el Partido Comunista Chino nos aísle es mucho menor.

"Si Taiwán cae, habrá una reacción en cadena. China no se va a detener solo en Taiwán. Las piezas de dominó pueden caer muy rápido"

P. Se dice que Taiwán tiene un 'escudo de silicio': la importancia de su industria de chips en la economía mundial es tan desmesurada que China sería la primera interesada en que eso siguiera como está.

R. La teoría del 'escudo de silicio' es más bien simbólica, implica que la gente alrededor del mundo confía en Taiwán para fabricar las tecnologías más sensibles para uso en investigación, defensa etc. Significa que confían en la cadena de suministro taiwanesa, no solo en TSMC, sino en toda la cadena. Para entendernos, confían en que TSMC no se pondrá en un futuro a fabricar su propio iPhone. Somos un lugar neutro y creíble, y esa credibilidad y confianza está en el máximo nivel que puede estar. En ese sentido, sí funciona como un escudo, un escudo de confianza, porque nadie quisiera vernos caer.

P. ¿Qué pasaría si China decide dar el paso?

R. Sería un golpe no solo para el suministro de procesadores pero también para el comercio mundial por todo el tráfico marítimo que circula por el estrecho de Taiwán. Si nosotros caemos, habrá una reacción en cadena. China no se va a detener solo en Taiwán. Las piezas del dominó pueden venirse abajo muy rápido.

Audrey Tang (Taipéi, 1981) ha empezado a contar los días que lleva viviendo en "libertad". "El lunes 20 fue el primero. ¡Por fin!", celebra. El día anterior, el 19 de mayo, cerró una etapa, dejó de ser ministra de Asuntos Digitales de Taiwán, un puesto en el que ha orquestado una revolución que ahora quiere exportar fuera de la isla. Tang, una de las voces más respetadas en software libre a nivel mundial, asumió el cargo sin cartera en 2016 y fue nombrada oficialmente en 2022. Se le atribuye haber ideado y ejecutado con éxito el mayor experimento para instaurar lo que ella llama 'democracia digital', un sistema en el que son los ciudadanos, y no los políticos, los que establecen las prioridades, el contenido de las leyes y los proyectos a aprobar. Tang ladea la cabeza y se adelanta a este periodista. "Por supuesto que puede funcionar fuera de Taiwán".

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