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Sam Altman regresa a OpenAI, pero no es ningún héroe: la cara B del césar de la IA
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UNA VUELTA CON MUCHOS INTERROGANTES

Sam Altman regresa a OpenAI, pero no es ningún héroe: la cara B del césar de la IA

Cinco días después, vuelve a estar al frente de la empresa más importante de esta industria. Un retorno que le posiciona como gran ganador tras conseguir eliminar a los críticos del consejo e imponer su visión más agresiva del negocio

Foto: Sam Altman, CEO (de nuevo) de OpenAI, en una imagen de archivo. (Reuters/Elizabeth Frantz)
Sam Altman, CEO (de nuevo) de OpenAI, en una imagen de archivo. (Reuters/Elizabeth Frantz)

Podía haber sido la batalla de la década en Silicon Valley, una lucha sin cuartel que se enquistase y se prolongase sine die hasta que una de las partes hincase la rodilla. Pero finalmente el despido de Sam Altman ha acabado convertido en un culebrón exprés de apenas cinco entregas que llegó a su fin este miércoles. Lo hizo exactamente en el mismo punto donde empezó: con el protagonista de todo este quilombo como CEO de OpenAI. Elon Musk, uno de los que montó este tinglado allá por 2015 y lo abandonó en 2018, resumía en X.com la estupefacción generalizada: "Habéis montado todo esto para nada. Buen truco de marketing".

El joven ejecutivo regresó ayer por la puerta grande tras haber alcanzado un acuerdo con el que conseguía defenestrar la cúpula directiva que el pasado viernes le dio la patada por sorpresa. La sucesión de hechos desde entonces hasta ahora es más que conocida. Cuando su cese se conoció, Microsoft entró en juego para forzar su vuelta. Como esta opción parecía imposible, la multinacional de Redmond amagó con ficharle y también a todo aquel que le siguiese.

Esa red de seguridad facilitó que la práctica totalidad de la plantilla se pusiera del lado del desterrado. El órdago funcionó. La sombra de una OPA silenciosa que acabase vaciando la compañía líder de la IA se volvió más probable que nunca. Con esta situación parecía que la única opción era sentarse a negociar. La cercanía de Acción de Gracias, que se celebra hoy en Estados Unidos, probablemente haya acelerado y mucho la fumata blanca.

Altman recupera su puesto tras varios días donde se ha construido el relato de que era la gran víctima de una maniobra urdida por el científico jefe de la compañía y otros miembros del consejo directivo. Su gran triunfo no es haber hecho el trayecto de ida y vuelta, su gran triunfo es volver a ser CEO de OpenAI y en el camino eliminar toda resistencia interna. Vuelve como un líder mesiánico, con el apoyo declarado de prácticamente toda la plantilla y con una cúpula sin críticos a su visión de que lo que toca es apretar el acelerador, fomentar la faceta más comercial y no enredarse tanto en debates éticos sobre los límites y la legislación que hay que aplicar a esta tecnología.

Le dan un golpe de Estado y vuelve sin oposición

Su vuelta ha sido como la de una serie que se cierra apresuradamente, uno de esos broches que dejan muchas preguntas en el tintero. Hay una cuestión fundamental que todavía no ha sido revelada: qué es lo que le echaron en cara durante esa videollamada en la que le comunicaron su despido "por pérdida de confianza". En resumen, se sabe que le acusaron de haber mentido o de haber ocultado información sensible pero no se dieron más detalles en ese momento.

Foto:  Sam Altman momentos antes de su despido en el foro Asia-Pacific Economic Cooperation en San Francisco, California. (REUTERS Carlos Barria)

Habrá que esperar para conocer los resultados de la autopsia oficial del conflicto que supuestamente se ejecutará en las próximas semanas, pero ya hay pistas de por dónde pueden ir los tiros. La agencia Reuters ha asegurado que antes de la destitución, hubo un grupo de investigadores que se dirigieron al órgano de dirección en un escrito que alertaban de un descubrimiento de OpenAI, bautizado como Q*, que podía llegar a ser potencialmente peligroso para la humanidad y dudaban de que tuviesen las medidas de seguridad suficientes para comercializarlo. Según esta información, Muratti dijo a los empleados el pasado miércoles que este aviso es lo que desencadenó las acciones contra Altman. Sin embargo, un portavoz de la empresa ha negado este extremo a diversos medios, que también se han hecho eco restando importancia a la alerta generada en torno a esto.

placeholder Sam Altman e Ilya Sutskever. (Reuters/Amir Cohen)
Sam Altman e Ilya Sutskever. (Reuters/Amir Cohen)

En el momento en el que estalla todo el conflicto, todas las miradas se dirigen hacia Ilya Sustkever, cofundador, responsable científico de OpenAI y miembro del órgano de dirección. Se afirma que las diferencias con Altman le empujaron a convencer a una parte del consejo de dirección para cesarle.

Sin embargo, esta teoría empieza a matizarse poco a poco con el paso de las horas. Él mismo reconoció, poco después de anunciarse el despido, que el proceder “no había sido el mejor”. Poco después llegaría una disculpa pública en su cuenta de Twitter y la rúbrica del documento en la que los trabajadores exigían que Altman regresase a su puesto.

Es evidente que algo no terminaba de encajar. Ahora, una exclusiva de The Information, uno de los medios con más oídos y ojos en los círculos de poder de Silicon Valley, pone el foco del conflicto en otra persona: Helen Toner.

Se trata de la directora de estrategia del Centro de Seguridad y Tecnología Emergente de la Universidad de Georgetown y una de las independientes del órgano de gobierno de OpenAI que ahora perderá su sitio. Toner accedió al puesto en virtud de su trabajo y experiencia en materia de supervisión. Las diferencias con Altman comenzaron a surgir hace pocas semanas después de un artículo científico del que ella era coautora. Este escrito fue interpretado como una crítica al enfoque de seguridad de los padres de ChatGPT y un elogio a competidores como Antrophic, empresa participada, entre otras, por Google o Amazon. El fundador se tomó esto como una afrenta y se propuso echarla. Toner defendió su postura y su diagnóstico. Entendía que el trabajo de Altman y los movimientos que venía realizando se alejaban de la meta original de OpenAI, una fundación que surgió hace ocho años sin ánimo de lucro y con la intención de “llevar los beneficios de la inteligencia artificial a toda la humanidad de forma segura”.

Foto: Timnit Gebru. (Getty/TechCrunch/Kimberly White)

Salvando las distancias, este episodio es similar al que ocurrió hace unos años con Timnit Gebru y Google. Gebru es una ingeniera que era la jefa de ética de IA del buscador. Publicó un paper poniendo en duda el desarrollo de sus algoritmos y acabó despedida fulminantemente.

¿Qué ha ocurrido? Que no era tan fácil ir a la guerra con Toner por la relación de poder que había en el consejo directivo. Uno de los principales apoyos de esta experta era la independiente Tasha McCauley, emprendedora y científica de datos, vinculada, al igual que Toner, al movimiento Rationalist and Effective Altruist, una organización muy concienciada con los efectos negativos que puede causar un desarrollo muy acelerado sobre la inteligencia artificial.

El tercer independiente era Adam D´Angelo, fundador de la plataforma Quora, no dudó en alinearse con sus compañeras. ¿El motivo? Que Altman no les había informado de los últimos productos y lanzamientos de la compañía al consejo.

Foto: El fundador y, de nuevo, consejero delegado de OpenAI, Sam Altman. (EFE/EPA/John G. Mabanglo)

El voto para conseguir la mayoría cualificada y poder echar a Altman fue el de Sutskever, alejado del CEO por sus diferencias también en materia de seguridad. No se sabe quién empujó a quién a tomar la decisión, pero se sabe que son ellos los que lo consiguieron. Sutskever, Toner y McCauley abandonarán el consejo como parte del pacto alcanzado. Queda resolver el futuro de D´Angelo, que mantendrá su asiento por ahora. Altman también lo quería fuera, pero su proactividad durante el fin de semana para que volviesen las aguas a su cauce parece haberle salvado de la purga.

Una purga con la que la cara más visible de OpenAI desactiva su mayor contrapeso interno con una junta hecha a su medida. Algo que ha conseguido tanto con la entrada tanto de Bret Taylor, antiguo codirector de Salesforce; y el economista Larry Summers, secretario del Tesoro en tiempos de Bill Clinton. Ha sido este último nombramiento el que más ha escocido entre los movimientos que piden bajar revoluciones en el avance de la inteligencia artificial. También ha habido criticas desde varios sectores al hecho de que todavía no se haya designado ninguna consejera. Las quejas aducen que si no existe una representación diversa en este órgano, no se puede trabajar y detectar los sesgos que puede mostrar la IA.

placeholder Larry Summers, el fichaje más contestado de la nueva junta. (EFE/Manuel Bruque)
Larry Summers, el fichaje más contestado de la nueva junta. (EFE/Manuel Bruque)

Obviamente, ni Summers ni Taylor están posicionados en el mismo espectro que Toner o McCauley. Esta jugada le daría a Altman mucha más manga ancha para adoptar una política de desarrollo y expansión más agresiva. Cabe recordar que OpenAI vive desde hace años en una extraña bicefalia administrativa. Surgió como una fundación sin ánimo de lucro, pero como no recaudaban el dinero suficiente con las donaciones para avanzar en sus objetivos crearon una sociedad comercial con el que podían vender títulos de la compañía, recaudar financiación de inversores y contratar una plantilla con fines lucrativos. Esta empresa, que es en la que Microsoft puso 10.000 millones de dólares, está supeditada siempre al interés primigenio de OpenAI (llevar los beneficios de la IA a todo el mundo de forma segura) y a la supervisión del consejo. Ningún miembro del consejo, por cierto, puede tener acciones o intereses en la pata comercial de la fundación. Una suerte de cortafuegos para evitar que los intereses particulares de cada uno influyan en el objetivo marcado.

Mejor pedir perdón que permiso

Altman es un perfil cercano a la figura estereotípica de Silicon Valley. Esa a la que le gusta pedir perdón antes que permiso, esa filosofía que también defienden los grandes fondos de capital riesgo que priorizan el crecimiento y la rentabilidad de su inversión por encima de un avance ordenado. Esto suena bien, pero luego surgen los problemas, tal y como se ha visto con Uber o con Airbnb, por citar algunas de las ideas más conflictivas exportadas desde ese rincón del mundo.

Antes de entregarse en cuerpo y alma a OpenAI, fue director de Y Combinator, la aceleradora de startups más grande del mundo. Ostentar este puesto le colocó en el salón de la fama de la meca de la tecnología. Nunca ocultó su cercanía y simpatía hacia personajes polémicos como Pether Thiel y no se cortar en mostrar en público opiniones bastante controvertidas. Especialmente polémica fue una carta escrita en su blog en la que criticaba la mentalidad y la corrección política que imperaba en San Francisco, al entender que esa manera de comportarse suponía un lastre para el pensamiento innovador y para expresar ideas rompedoras o que incluso pudiesen parecer ofensivas. "No sé quién es Satoshi Nakamoto, pero soy muy escéptico al pensar si él, ella o ellos hubieran sido capaces de tener la idea de crear el bitcoin en la cultura actual, ya que parecería demasiado loco y demasiado peligroso, con demasiadas formas de equivocarse".

Altman pertenece a la generación más estereotípica de Silicon Valley

Estas palabras parecen el reflejo perfecto de su actual posicionamiento. En una entrevista emitida en un canal de YouTube, Altman criticó a ese “gran número de personas que dicen que están realmente preocupados por la seguridad de la IA" pero que simplemente se “pasan el día diciendo en Twitter que están muy preocupados por la seguridad. "Lo que el mundo no necesita son más personas que escriban discusiones filosóficas largas", remataba. No hay que olvidar que Altman evitó firmar en marzo el manifiesto suscrito por un millar de expertos y organizaciones en el que se pedía pausar los experimentos gigantes con inteligencia artificial hasta estar seguros de sus efectos. La tildó de "ridícula", entre otras cosas, porque no detallaron cuáles eran las áreas sensibles.

Si es tan malo, ¿por qué le sigue la plantilla?

Hasta aquí quedan bastante claros los motivos por los que se produjo el choque de trenes en el órgano rector de OpenAI. Pero, ¿qué ocurre con la plantilla? Si Altman es un villano corporativo al que no le importan los efectos secundarios de los desarrollos, ¿por qué suscita un apoyo tan inmenso como para que la práctica totalidad de los trabajadores pidan a la junta que se marchen y le repongan en su sitio con la amenaza de marcharse todos en bloque?

La respuesta nuevamente se encuentra en las redes sociales de Elon Musk. El magnate compartió este martes una carta firmada por ex empleados de la compañía en la que pedían ampliar la investigación sobre el despido de Altman e incluir también el periodo en el que OpenAI dejó de ser una fundación no lucrativa a una organización con intereses comerciales. El documento, que se compartió con un enlace de GitHub, ha sido eliminado pero no lo suficientemente rápido como para que haya pantallazos circulando por medio internet.

Foto: Sam Altman, cofundador y CEO de OpenAI. (Getty/Justin Sullivan)


El texto señala directamente a Altman y Greg Brockman, cofundador de OpenAI, que dimitió de sus cargos tras conocerse el despido del primero y que ahora regresa junto a él. Los extrabajadores explican que "han permanecido en silencio por temor a las represalias" y piden que la junta directiva escuche a los trabajadores que renunciaron, fueron despedidos o estuvieron de baja médica en 2018, cuando Altman comenzó la transición empresarial.

Muchos de los empleados fueron transferidos a esta nueva sociedad mercantil desde la fundación. Aseguran que muchos de los que pusieron en duda que se estuviese manteniendo la misión original "fueron silenciados o expulsados" algo que derivo en "un silenciamiento sistemático de la disidencia". "Creó un ambiente de miedo e intimidación, sofocando efectivamente cualquier discusión significativa sobre las implicaciones éticas del trabajo de OpenAI", reza el documento, que viene a insinuar que la dupla de directivos forzó laminar la plantilla para tener más manga ancha para poder lograr otros objetivos.

La carta da ejemplos concretos como la peticiones de Altman al personal de IT de vigilar y espiar a los empleados (incluso a Sutskever) sin autorización de la dirección. También le acusan de utilizar de "forma recurrente fondos de la organización para promover sus objetivos personales", motivado por sus rencillas con Elon Musk. Afirman que esta dupla de directivos acabó creando "una estructura opaca que dificulta supervisar las actividades con fines de lucro en OpenAI”, para poder actuar con "impunidad". Se relatan episodios del ambiente tóxico repleto de "mentiras y manipulación" que reinaba en la oficina. Incluso se acusa a Brockman de haber despedido por presunto bajo desempeño a un empleado con el que había tenido un encontronazo tras "usar lenguaje discriminatorio" contra el trabajador que se encontraba en plena transición de género.

"Creemos que la misión de OpenAI es demasiado importante como para verse comprometida por las agendas personales de unos pocos individuos", se puede leer en dicho documento, donde se insta a la junta a adoptar una postura firme contra prácticas "poco éticas" y que "no sucumban a las presiones de intereses con fines de lucro". ¿Por qué aguantar este pésimo escenario? Los ex empleados también tienen respuesta para ello. "A pesar de la creciente evidencia de las transgresiones de Sam y Greg, aquellos que permanecen en OpenAl continúan siguiendo ciegamente su liderazgo, incluso con un coste personal significativo", aseguran. "Esta lealtad inquebrantable surge de una combinación de miedo a represalias y el atractivo de posibles ganancias financieras a través de la participación en los resultados de OpenAl".

Podía haber sido la batalla de la década en Silicon Valley, una lucha sin cuartel que se enquistase y se prolongase sine die hasta que una de las partes hincase la rodilla. Pero finalmente el despido de Sam Altman ha acabado convertido en un culebrón exprés de apenas cinco entregas que llegó a su fin este miércoles. Lo hizo exactamente en el mismo punto donde empezó: con el protagonista de todo este quilombo como CEO de OpenAI. Elon Musk, uno de los que montó este tinglado allá por 2015 y lo abandonó en 2018, resumía en X.com la estupefacción generalizada: "Habéis montado todo esto para nada. Buen truco de marketing".

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