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Las estrellas del rock vendieron su música por una millonada. Ahora Google va a sacar tajada
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ACUERDO ENTRE UNIVERSAL Y YOUTUBE

Las estrellas del rock vendieron su música por una millonada. Ahora Google va a sacar tajada

En los últimos años, artistas como Bob Dylan han vendido su catálogo por una fortuna, perdiendo el control de su obra en favor de las discográficas. Ahora, YouTube se está asociando con ellas para crear música con IA

Foto: Bruce Springsteen, durante un concierto en Zúrich. (EFE/EPA/Ennio Leanza)
Bruce Springsteen, durante un concierto en Zúrich. (EFE/EPA/Ennio Leanza)

Bob Dylan abrió la veda en plena pandemia. El cantautor firmó un acuerdo con Universal para vender todo su catálogo, formado por unas 600 canciones, por 400 millones de dólares. Después, Bruce Springsteen siguió sus pasos y cedió toda su obra a Sony por 500 millones. Warner, la tercera pata de las majors, también desembolsaría 250 millones por los derechos de la música de David Bowie. La lista no ha dejado de crecer desde entonces, con nombres como Blink-182 o Red Hot Chili Peppers sumándose a esta tendencia. Todo iba encaminado a conseguir dinero aquí y ahora, algo que suponía un giro radical en el funcionamiento de la industria, donde los artistas solían pelear por contar con la mayor parte de un pastel tan jugoso como los derechos de explotación, que van desde Spotify al uso en películas o publicidad.

Pero eso fue lo que pensaron en un momento y en un mundo en el que la música generada por inteligencia artificial se veía como una posibilidad poco más que remota. Sin embargo, este lunes, Google, a través de YouTube, y Universal anunciaban un acuerdo para desarrollar herramientas musicales de IA bajo los principios de que sean "seguras, responsables y rentables" para los titulares de derechos, que en muchos casos son las propias discográficas a través de sus editoriales.

En concreto, la plataforma de vídeo ha bautizado el proyecto como su Incubadora de IA musical. "La IA está marcando el comienzo de una nueva era de expresión creativa, pero debe contar con protecciones adecuadas para brindar oportunidades", reza el comunicado conjunto. Eso sí, el acuerdo no se entiende sin las decenas de canciones creadas con IA que se han viralizado en los últimos meses.

Foto: Fotograma de 'Get Back', de Peter Jackson. (Disney)

En especial, el dueto entre Drake y The Weeknd, probablemente el que más ruido ha hecho entre todas estas creaciones. El hecho de ver cómo dos de los artistas más escuchados del mundo podían ser suplantados por un algoritmo despertó el nerviosismo. Eso se tradujo en que las discográficas comenzaron a denunciar estos contenidos y presionar a plataformas, como Spotify o la propia YouTube, para que les aseguraran que sus contenidos no se estaban utilizando para entrenar ninguna herramienta de IA, tal y como adelantó Financial Times en abril.

Más allá de estrechar la relación entre dos empresas que llevan años colaborando, el acuerdo de esta semana también plantea algunas dudas sobre el futuro de la música generada por inteligencia artificial. Sobre todo, para aquellos que vendieron su catálogo al mejor postor, donde no solo hay editoriales de discográficas —son las encargadas de gestionar estos derechos—, sino también firmas especializadas como Hipgnosis Song Found, Concord o Primary Wave. Dicho con un ejemplo claro: ¿se podría crear una canción de techno con la voz de Bob Dylan sin que el de Minnesota pueda poner ni un pero?

De Frank Sinatra a Juanes

YouTube y Universal ya han anunciado qué artistas formarán parte del experimento, que van desde Frank Sinatra a Björn Ulvaeus, integrante de Abba, pasando por Juanes o Anitta. "Algunos pueden encontrar mi decisión controvertida, pero me uní con la mente abierta y por pura curiosidad sobre el funcionamiento de un modelo de IA y su capacidad en un proceso creativo", ha dicho el propio Ulvaeus en el comunicado. "Este talentoso grupo ayudará a recopilar información sobre los experimentos e investigaciones de IA generativa que se están desarrollando en YouTube", remataba el director ejecutivo de YouTube, Neal Mohan, que ha invitado a otros actores a unirse.

placeholder Foto: Reuters/Dado Ruvic.
Foto: Reuters/Dado Ruvic.

"El comunicado está lleno de eufemismos y vaguedades que hacen que las personas creadoras y artistas puedan no comprender en toda su totalidad lo que supone", apunta Ainara LeGardon, asesora en materia de propiedad intelectual en LeGardon.net. Por su parte, considera que supone que las canciones de estos músicos "serán utilizadas para entrenar el sistema de IA de YouTube y luego poder generar canciones al estilo de ellos". Sobre este punto, recuerda que la primera reacción fue solicitar que se retirara el material generado por IA de las plataformas, hasta que "rápidamente han visto que lo mejor es aliarse con aquello que es imparable y tratar de monetizarlo de forma controlada".

Lucian Grainge, presidente de Universal, también ha publicado un artículo en el blog de YouTube, donde destaca que el desarrollo de la IA ha permitido "la manipulación digital, la apropiación y la atribución errónea del nombre, la imagen, la semejanza, la voz y el estilo de un artista". Ahí destacaba que "establecer herramientas, incentivos y recompensas efectivas, así como reglas que permitan limitar las posibles desventajas de la IA y, al mismo tiempo, promover sus prometedoras ventajas".

Ahora bien, ¿cómo puede funcionar eso en la práctica? Pues a través de un laberinto legal. A un lado, está la autoría de las creaciones, protegidas por su propiedad intelectual. "En el ámbito anglosajón, lo habitual es que los haya adquirido la discográfica en origen y la editorial mediante cesión exclusiva", continúa LeGardon, que enfatiza que en EEUU, donde se firman normalmente los contratos de grandes estrellas, "no se reconocen derechos morales irrenunciables". Es eso lo que explica que Dylan, Springsteen o Sting pudieran vender su catálogo íntegramente, algo que no tendría cabida en España.

Foto: Aunque una IA tal vez nos habría librado de Axl Rose. (Reuters/Marcelo del Pozo)

"Si las discográficas y editoriales han adquirido en exclusiva y para cualquier tipo de explotación los derechos de las obras y las interpretaciones, respectivamente, ese material podrá ser utilizado para entrenar modelos de IA", avisa esta asesora. Sin embargo, otra cosa es que esta herramienta cree canciones con unas voces similares, o idénticas, a la de los mencionados. Es ahí donde aparece el derecho a la propia imagen, donde "también se encuentra la voz o cualquier rasgo identificativo propio", explica LeGardon, que hace énfasis en que los artistas tendrían que dar su consentimiento para generar estas obras.

Si es así, adelanta, "se convertirá en un nuevo negocio para la industria musical", aunque deja caer que "está por ver qué parte del pastel le llegará a quienes presten su consentimiento, y si eso no será pan para hoy y hambre para mañana".

¿De quién es una canción hecha por IA?

"Lo que se protege con derechos de autor son las obras generadas por seres humanos. Es algo que está redactado así porque nadie pensó que algo no humano podría crear algo protegido", explica Alberto Arenal, especialista en streaming musical y profesor universitario. Aquí recuerda un caso que estuvo copando titulares durante años. Se trata del selfi tomado por un mono en Indonesia en 2011, después de quitar la cámara a un fotógrafo profesional. Tras una denuncia de organización animalista, los jueces acabaron desestimándola.

Para este especialista, el plan de las discográficas pasa por seguir un modelo licencias similar al que tienen firmado con Spotify o la propia YouTube, el cual, dicho sea de paso, también ha desembocado en reclamaciones de autoría un tanto surrealistas. Con todo, según datos de Google, el año pasado pagaron a la industria discográfica cerca de 6.000 millones de dólares por ingresos de publicidad y suscripciones.

Foto: Pantallazo de un programa de Adobe que ahora incorpora IA generativa para retocar imágenes. (Reuters)

"Universal se quejaba de que habían infringido derechos de imagen cuando empezaron a salir las primeras canciones de IA, pero al final consiguieron tumbar la de Drake y The Weeknd porque usaba la pista de un productor que tenían en su catálogo", continúa Arenal, que profundiza en la problemática: "Sí, la voz es parecida a la de ellos, pero si no es seguro que está entrenada con la suya, el asunto se complica".

Este especialista lo compara con lo que ocurre en el mundo universitario. "Si tú lees mucho sobre un determinado tema y generas un artículo académico, ¿cuánto puede haber de creación tuya para que no se considere que abuses del material de otros? Eso es lo que hay que definir aquí". En realidad, es el debate que afecta casi a cualquier industria y que está abordando la Unión Europea con empresas como la propia Google u OpenAI, donde uno de los puntos clave es la transparencia de estas herramientas. "Es lo que puede servir para comprobar si saben crear sin aprovechar lo anterior o solo están fusilando", apostilla.

LeGardon, por su parte, vaticina que si bien la participación de los artistas es voluntaria por ahora, "dentro de unos años ya no habrá contrato discográfico que no amarre desde el principio" el entrenamiento de la inteligencia artificial. "Podría llegar el momento en el que las discográficas ya no necesiten a artistas humanos, porque la máquina de hacer dinero podría seguir en marcha sin nuestra participación en el sistema", advierte.

Bob Dylan abrió la veda en plena pandemia. El cantautor firmó un acuerdo con Universal para vender todo su catálogo, formado por unas 600 canciones, por 400 millones de dólares. Después, Bruce Springsteen siguió sus pasos y cedió toda su obra a Sony por 500 millones. Warner, la tercera pata de las majors, también desembolsaría 250 millones por los derechos de la música de David Bowie. La lista no ha dejado de crecer desde entonces, con nombres como Blink-182 o Red Hot Chili Peppers sumándose a esta tendencia. Todo iba encaminado a conseguir dinero aquí y ahora, algo que suponía un giro radical en el funcionamiento de la industria, donde los artistas solían pelear por contar con la mayor parte de un pastel tan jugoso como los derechos de explotación, que van desde Spotify al uso en películas o publicidad.

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