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Adiós a la geopolítica del 'win-win': bienvenidos a la era en la que todos vamos a salir perdiendo
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Adiós a la geopolítica del 'win-win': bienvenidos a la era en la que todos vamos a salir perdiendo

A gran parte de los gobiernos del planeta ya no les interesan los beneficios de la cooperación global. En su lugar, están cada vez más preocupados por cuánto ganan o pierden frente al resto

Foto: Desfile militar en Moscú con motivo del Día de la Victoria. (Reuters/Pelagiya Tikhonova Moscow News Agency)
Desfile militar en Moscú con motivo del Día de la Victoria. (Reuters/Pelagiya Tikhonova Moscow News Agency)

Más allá de las cumbres oficiales, como las de la OTAN, el G7 o el G20, pocos encuentros cuentan con un peso en la arena global como el de la Conferencia de Seguridad de Múnich. Este evento anual, que comenzará el próximo viernes en la capital bávara y contará con la presencia de decenas de jefes de Estado y ministros de Defensa y Asuntos Exteriores, ha sido escenario de algunos de los debates más importantes para la geopolítica del siglo XXI. Fue este el foro en el que Vladímir Putin, en 2007, anunció al mundo el rechazo de Rusia a la arquitectura de seguridad liderada por Estados Unidos. Un discurso que presagiaba una nueva era de confrontación entre Moscú y Occidente. Diecisiete años más tarde, henos aquí.

En la antesala de la conferencia, que cumple este año su 60 aniversario, el mensaje lanzado por los organizadores refleja las consecuencias de esta confrontación constante. “En medio de crecientes tensiones geopolíticas y una creciente incertidumbre económica, muchos gobiernos ya no se centran en los beneficios de la cooperación global. En su lugar, están cada vez más preocupados de si están ganando menos que el resto”, resume el Informe de seguridad de Múnich 2024, la nueva edición del documento que marca cada año el tono del foro de seguridad. Dicho en otras palabras: nos estamos adentrando en la era de la suma cero. Una en la que los estados consideran que las ganancias para unos suponen, necesariamente, pérdidas para otros.

El título del documento, Lose-lose? (¿pérdida mutua?), es la antítesis del principio de win-win (beneficio mutuo) que ha guiado las siete décadas de interdependencia económica global posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Antaño visto como garantía de crecimiento y paz, este principio se encuentra hoy en día cada vez más cuestionado. Incluso los países occidentales, principales impulsores y beneficiarios de este proceso de globalización, están impulsando estrategias con múltiples nombres (como decoupling, reshoring, onshoring o, más recientemente, friendshoring) y un mismo objetivo: reducir su dependencia —y limitar los beneficios— de las potencias rivales.

La encuesta de opinión que acompaña al informe revela que esta animadversión va más allá de las decisiones de los gobiernos y alcanza al sentir popular. Los encuestados de los Estados del G7 (Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y Japón) son mucho más reacios a que sus respectivos países cooperen con China, Rusia y otros países no democráticos. “Desde la perspectiva de la mayoría de los europeos, la seguridad ya no se puede lograr junto con Rusia, sino solo contra ella. En Estados Unidos, políticos de ambos partidos han llegado a la conclusión de que la disuasión ahora debe prevalecer sobre la confianza en las relaciones con Pekín”, señala el documento.

En todas las naciones del G7 consultadas para la encuesta (denominada Índice de seguridad de Múnich) de este año, se respaldó con rotundidad la afirmación de que "debemos reducir nuestra dependencia del comercio con Pekín, incluso si esto disminuye nuestra prosperidad". Incluso los Estados miembro de la UE, cuya misma fundación se basa en el principio de win-win, ahora perciben que vale la pena el precio de un dolor económico a corto plazo significativo para disminuir su dependencia de China.

Menos democracias y más desconfiadas

En esta creciente confrontación entre democracias y autocracias, las primeras no paran de perder terreno. Hace tiempo que hablar del retroceso democrático a nivel global se ha convertido en un ejercicio de repetición, pero no por ello los números son menos preocupantes. El documento indica que el número de países gobernados por democracias liberales en el mundo cayó de 44 en 2009 a tan solo 32 en 2022. Un declive todavía más alarmante si se considera la proporción de la población que vive bajo un régimen autocrático, la cual ha aumentado de menos de la mitad (46%) hace una década a casi tres cuartas partes (72%) hoy en día.

Foto: Gary Gerstle. (Elena Moses/ProSession)
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Esta caída es especialmente aguda entre los Estados del Sur Global, donde la fe en el sistema internacional posterior a la era de las descolonizaciones del siglo XX atraviesa su mayor crisis. El informe recalca que, desde la perspectiva de la mayoría de la población de estos países, este “orden internacional basado en reglas” —como suele ser denominado en las declaraciones gubernamentales y comunicados conjuntos occidentales— ha roto su promesa de aumentar la prosperidad para todos. Consideran que, lejos de ofrecer beneficios equitativos, este orden resultó ser explotador, perpetuando desigualdades en lugar de mitigarlas y limitando su desarrollo económico y social.

Dadas las escasas credenciales que este orden liberal y democrático puede lucir de cara a los países en vías de desarrollo, ¿por qué deberían estos luchar en pos de unos ideales abstractos que tan pocos resultados han aportado? Según el punto de vista que emana del Sur Global, el énfasis en los valores democráticos y el respeto a las normas “es hipócrita y apunta a preservar el status quo de dominación occidental”, subraya el documento. Una perspectiva que se ha visto alimentada por lo que se percibe como un doble rasero entre la respuesta de Estados Unidos y Europa a las guerras en Ucrania y Gaza.

Foto: Banderas a media asta de la UE, Israel y Alemania, en Berlín. (EFE/Clemens Bilan)

En estos Estados, la desconfianza se está expandiendo incluso hacia los mecanismos multilaterales de solución de problemas, como los auspiciados por la ONU. Esto, porque ante las crisis globales recientes, las naciones en desarrollo han recibido un golpe mucho más severo. “La pandemia del covid-19 y las repercusiones de la invasión rusa de Ucrania son un claro ejemplo de ello”, sentencia el informe, que recuerda que, según los datos del FMI, los países de bajos ingresos han sufrido una pérdida económica del 6,5% en comparación con su trayectoria de crecimiento anterior a la pandemia, mientras que a nivel global la caída es de solo un 3,4%.

Alianzas con grietas

Uno de los principales problemas de las dinámicas de suma cero es que son contagiosas y rara vez perdonan a los que hoy consideras tus aliados. Aunque originalmente el mayor clima de confrontación geopolítica pueda haber motivado a los países occidentales a cooperar entre sí para hacer frente a quienes perciben como rivales, las grietas dentro de estas alianzas no han tardado en aparecer.

Basta ver el ejemplo de la guerra en Ucrania, que en un inicio elevó la cooperación transatlántica a su nivel más alto en décadas. Sin embargo, a las puertas del segundo aniversario de la invasión rusa a gran escala, la división interna en Estados Unidos ha hecho que el apoyo militar y económico al Gobierno de Volodímir Zelenski se tambalee. Esto, a su vez, ha aumentado la presión sobre una Unión Europea donde el gobierno húngaro de Viktor Orbán supone un dolor de cabeza cada vez mayor (aunque hace poco se vio obligado a ceder). Al mismo tiempo, las recientes protestas de agricultores, entre cuyas demandas se encuentran el fin de las importaciones libres de impuestos de productos ucranianos, auguran un futuro complicado para los gobernantes europeos a la hora de convencer a la población de la necesidad de hacer sacrificios económicos para seguir respaldando a Kiev.

Otra grieta propia de la era de suma cero es la abierta por la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas inglés), una iniciativa de la Administración de Joe Biden para impulsar la industria de las renovables en EEUU mediante jugosos subsidios. La ley desató una tormenta en Bruselas, que temía que las empresas europeas, algunas de ellas líderes en el sector, decidieran trasladar sus inversiones al otro lado del Atlántico. Los Veintisiete acabaron impulsando un paquete para igualar la apuesta estadounidense, en una nueva muestra de competición entre aliados. Como señalaba el documento, “las crecientes preocupaciones sobre patrones comerciales injustos pueden obstaculizar las relaciones entre Estados Unidos y Europa y afectar negativamente su capacidad conjunta para hacer frente a las potencias revisionistas rivales”.

En un símbolo de hasta qué punto el Informe de seguridad de Múnich capta el actual zeitgeist del tablero global, el documento fue publicado apenas dos días después de que Donald Trump, el expresidente de EEUU que aspira este año a recuperar su trono, afirmara en un mitin que "alentaría" a Rusia a atacar a cualquier Estado miembro de la OTAN que no cumpliera con un objetivo de gasto en defensa del 2% del PIB. La visión de Trump es una en la que no importa si tus aliados se hunden, siempre que tú estés a flote. Una que puede no gustar, pero que es indudablemente característica de esta nueva era.

Más allá de las cumbres oficiales, como las de la OTAN, el G7 o el G20, pocos encuentros cuentan con un peso en la arena global como el de la Conferencia de Seguridad de Múnich. Este evento anual, que comenzará el próximo viernes en la capital bávara y contará con la presencia de decenas de jefes de Estado y ministros de Defensa y Asuntos Exteriores, ha sido escenario de algunos de los debates más importantes para la geopolítica del siglo XXI. Fue este el foro en el que Vladímir Putin, en 2007, anunció al mundo el rechazo de Rusia a la arquitectura de seguridad liderada por Estados Unidos. Un discurso que presagiaba una nueva era de confrontación entre Moscú y Occidente. Diecisiete años más tarde, henos aquí.

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