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La credibilidad que la UE construyó en Ucrania está volando por los aires en Gaza
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Doble rasero

La credibilidad que la UE construyó en Ucrania está volando por los aires en Gaza

Los Veintisiete dilapidan en cuestión de días la autoridad estratégica que habían obtenido tras la invasión rusa. La situación en Oriente Medio ha mostrado sus debilidades y divisiones

Foto: Banderas a media asta de la UE, Israel y Alemania, en Berlín. (EFE/Clemens Bilan)
Banderas a media asta de la UE, Israel y Alemania, en Berlín. (EFE/Clemens Bilan)

La guerra en Ucrania permitió a la Unión Europea presentarse por primera vez como un actor estratégico. Más allá de las disonancias generadas por el autoritario primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el resto del bloque se movió rápido, con decisión y con mucha unidad. Llegaron ronda tras ronda de sanciones, se dieron pasos sin precedentes para apoyar a Ucrania, incluso financiando el envío de armamento. La UE construyó esa respuesta sobre la idea de que el respeto al derecho internacional no es optativo. Todo el mundo sabía lo que la Unión pensaba del conflicto y qué esperar de ella. Algunos países terceros podían no estar de acuerdo con la estrategia europea, podían no sentirse cómodos, pero desde luego sabían qué esperar de los Veintisiete.

Todo eso, lo que en Bruselas se vino a llamar la "Europa geoestratégica", estalló y voló por los aires en cuestión de días. Los brutales ataques de Hamás del 7 de octubre y la posterior respuesta de Israel, que está provocando miles de muertes de civiles, han generado profundas divisiones y una parálisis generalizada en la Unión Europea, poniendo de relieve la falta de cooperación y la ausencia real de una política exterior común a nivel europeo. Y lo peor de todo: confirmó al resto del mundo que el club comunitario tenía, efectivamente, un doble rasero.

Esas dos palabras, doble rasero, son las que más daño están haciendo a la Unión Europea. La guerra de Ucrania marcó un punto de inflexión porque los diplomáticos europeos empezaron a recorrer el mundo buscando convencer a países terceros en África, en el mundo árabe, en Asia y en América Latina de que debían condenar la agresión de Rusia. Se habló de la población civil, de las normas de la guerra, del derecho internacional. Se presionó a todos los niveles, se convirtió en un asunto que se trataba en todos los foros, se intentaba incluir en cualquier comunicado o conclusiones de una cumbre internacional.

Foto: Sala de reuniones del Consejo Europeo en Bruselas. (EFE/EPA/Pool/John Thys)

Muchos de estos socios consideraban que Europa tenía un doble rasero, que en el pasado no había mostrado esa preocupación con el respeto del derecho internacional. La invasión de Irak en 2003 siempre está ahí, es un fantasma que persigue a muchos diplomáticos europeos. El esfuerzo de la Unión consistió en explicar que la guerra de Ucrania lo cambiaba todo, que a partir de ahora sería distinto, que había un acto de contrición, un examen de conciencia y una penitencia. Que a partir de ahora, Europa actuaría siempre siguiendo las coordenadas éticas que estaba marcando con el conflicto en Ucrania.

Pero entonces, en el momento en que los Veintisiete seguían presionando a cada socio internacional con el que se cruzaban para hacer que se alineara con la visión europea de la guerra de Ucrania, llegó el 7 de octubre. "En el primer test que tenemos, el resultado es escandaloso", se lamenta una fuente diplomática europea, que recuerda que la Unión había dedicado mucho tiempo a explicar que ya no existirían dobles raseros, que la guerra de Ucrania había abierto los ojos a los europeos. Otro diplomático explica que no cree que haya vuelta atrás al daño que se ha provocado en estas semanas y que ahora el objetivo debe ser cortar la hemorragia, aunque no cree que vaya a ocurrir en breve.

El mayor daño, en el mundo árabe

En aquellas zonas en las que la Unión ha llevado a cabo una ofensiva diplomática para lograr apoyos para Ucrania, el daño está siendo enorme, especialmente en el mundo árabe. Los diplomáticos europeos lo están notando desde el primer momento, sobre todo aquellos que han dedicado tiempo a construir lazos y puentes con estos países y que ahora ven que su esfuerzo se disuelve.

Han hecho especialmente daño las primeras horas, con la respuesta caótica de la Comisión Europea y el anuncio del corte de la ayuda al desarrollo a Palestina por parte del comisario húngaro, después revertida por la cúpula de la institución. El apoyo cerrado de Ursula von der Leyen a las acciones de Israel, sin hacer mención hasta mucho tiempo después al límite del derecho internacional, y haciéndolo siempre a regañadientes, fue también muy destructivo. La presidenta de la Comisión había logrado un rol muy prominente precisamente a raíz de la guerra en Ucrania, destacándose como una verdadera líder europea, la más poderosa, con la que había que hablar si alguien quería conocer la opinión de la Unión Europea, por muy líquida y poco definida que pueda ser esa opinión.

Pausa y pausas

Más allá del daño reputacional, está la incapacidad de tomar una posición común fuerte. La Unión podría estar confirmando las acusaciones de doble rasero por su propio interés, virando 180 grados su discurso y dilapidando el esfuerzo diplomático de casi dos años, pero al menos podría haberlo hecho con mano firme, por convicción o conveniencia. Podría estar provocando un enfado en el mundo árabe, en África y en América Latina por demostrar que no hubo examen de conciencia ni propósito de enmienda, que los había estado engañando y que ahora volvía a actuar como desea.

Pero la situación es peor: está confirmando el doble rasero por inacción, por parálisis. Los socios europeos están siendo incapaces de encontrar posiciones comunes porque cada capital defiende una visión diferente de la situación en Oriente Medio. Y eso está dejando a la Unión Europea maniatada, dilapidando el capital político de ser el mayor donante en la Franja de Gaza y de haber defendido históricamente, desde la Declaración de Venecia de 1980, la necesidad de un proceso político que lleve a la solución de los dos Estados. Aunque algunos líderes europeos solicitan que la UE vuelva a jugar ese rol, algo que también ha señalado Josep Borrell, alto representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, las divisiones internas lo impiden.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, y el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Josep Borrell. (EFE/J.J. Guillén)
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Borrell ha intentado frenar la hemorragia y recuperar las riendas de la situación. Realizó un aplaudido discurso ante el Parlamento Europeo, en el que trató de articular una respuesta a la situación que permita mostrar solidaridad con Israel por los ataques de Hamás y, al mismo tiempo, colocar las vidas de los civiles palestinos en el centro del debate, a la hora de hablar del derecho a la defensa de Israel. Pero sus movimientos son seguidos de cerca y los ministros de Exteriores de los países más alineados con Tel Aviv intentan reducir su margen de maniobra. Además, la profundísima desconfianza de Von der Leyen hacia el jefe de la diplomacia europea —y hacia casi cualquier otra persona que no sea de su equipo— hace que nadie pueda confiar en que la posición expresada por el español sea compartida por la alemana.

Lo peor es que, a medida que los días pasan, la Unión Europea va quedando cada vez más aislada, yendo incluso más allá que Estados Unidos. En una reunión de jefes de Estado y de Gobierno celebrada el 26 y 27 de octubre en Bruselas, los líderes solamente pudieron acordar un llamamiento a que haya "pausas humanitarias". No fue posible ni siquiera incluir la idea en singular, porque para algunas delegaciones, como la alemana o la austriaca, eso estaba demasiado cerca de un alto al fuego que interferiría con el derecho de Israel a defenderse. Ahora incluso Estados Unidos, el socio más cercano a Israel, ha dado el paso de hablar de una pausa humanitaria, en singular, algo que pidió Joe Biden, el presidente estadounidense, este mismo jueves. Al mismo tiempo, los diplomáticos europeos siguen siendo incapaces de lograr la unanimidad para pedir exactamente lo mismo que la Casa Blanca.

Un ejemplo de división fue también la votación en Naciones Unidas de la resolución impulsada por Jordania, en la que se pedía una "tregua humanitaria inmediata, duradera y sostenida", y que obtuvo solamente 14 votos contrarios. Además de los de Estados Unidos e Israel, solamente un grupo de países pequeños y con poco peso se posicionaron en contra: Guatemala, Paraguay, Honduras, algunos países del Pacífico como Papúa Nueva Guinea, Micronesia o Fiji. Pero junto a ellos se encontraban cuatro socios europeos: Austria, Hungría, República Checa y Croacia. Algunos países, como España o Francia, votaron a favor de la resolución no vinculante, mientras que la mayoría, como Alemania, apostaron por la abstención.

El discurso del rey Abdulah de Jordania durante una cumbre celebrada en El Cairo resuena en muchos pasillos y despachos de Bruselas, donde más cunde la preocupación por la descoordinación y la falta de contundencia: "El mensaje que el mundo árabe está escuchando es alto y claro. Las vidas de los palestinos importan menos que las de los israelíes. Nuestras vidas importan menos que otras vidas. La aplicación del derecho internacional es optativa. Y los derechos humanos tienen límites. Se detienen en las fronteras, en las razas y en las religiones". El mensaje no tenía un destinatario oficial, pero los europeos sabían a quién iba dirigido.

El daño reputacional viene dado porque los socios de la región esperaban que Estados Unidos tomara la postura que ha tomado, pero con la Unión Europea era distinto. No solamente por la guerra de Ucrania, sino porque la política exterior europea, en ausencia de un esqueleto claro de intereses estratégicos comunes, se basa en gran medida en la promoción de valores. Y son precisamente muchos de esos valores los que ahora mismo se ven violados.

La guerra en Ucrania permitió a la Unión Europea presentarse por primera vez como un actor estratégico. Más allá de las disonancias generadas por el autoritario primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el resto del bloque se movió rápido, con decisión y con mucha unidad. Llegaron ronda tras ronda de sanciones, se dieron pasos sin precedentes para apoyar a Ucrania, incluso financiando el envío de armamento. La UE construyó esa respuesta sobre la idea de que el respeto al derecho internacional no es optativo. Todo el mundo sabía lo que la Unión pensaba del conflicto y qué esperar de ella. Algunos países terceros podían no estar de acuerdo con la estrategia europea, podían no sentirse cómodos, pero desde luego sabían qué esperar de los Veintisiete.

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