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Abascal en Tel Aviv: la ultraderecha europea se libra de la etiqueta 'antisemita' y se hace proisraelí
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Ilya Topper

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Abascal en Tel Aviv: la ultraderecha europea se libra de la etiqueta 'antisemita' y se hace proisraelí

Los paradigmas entre el pasado siglo y el actual, respecto a la ultraderecha europea y global, han cambiado de parecer en cuanto a los judíos

Foto: Una delegación de Vox encabezada por Santiago Abascal ha visitado Israel. (EFE/Vox)
Una delegación de Vox encabezada por Santiago Abascal ha visitado Israel. (EFE/Vox)
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"#GolpeDeEstadoDeSánchez" reza la etiqueta del tuit que Santiago Abascal tiene fijado en su cuenta en la red social. Para un político ultraderechista, la idea del funcionamiento democrático pacífico se subordina, obviamente, al concepto que tiene de la Patria (con mayúscula). Sus adversarios responden con una caricatura que muestra a Abascal de uniforme militar, gorro legionario y la esvástica tatuada en el antebrazo, como le correspondería a un nazi.

Se equivocan. Lo de nazi ha quedado viejo. La ultraderecha europea del tercer milenio sigue enarbolando las mismas banderas que los movimientos de Hitler y Mussolini, que la precedieron hace un siglo, patria, nación, pureza étnica (ahora se llama "identidad nacional"), militarismo... Pero ha cambiado de enemigo.

El gran adversario del que hay que salvar la amenazada nación blanca-europea-aria-cristiana ya no es el judío internacional y global, con su nariz aguileña, su saco de dólares, ahora es el musulmán. El judío, o mejor dicho su representación oficial, el Gobierno de Israel, ya no es el enemigo. Ahora es el modelo a imitar.

"En España, el pueblo de Israel tiene un aliado en Vox", así de rotundo se pronunció Santiago Abascal el martes pasado, en su visita a Israel. "El gobierno ilegal del PSOE y Sánchez deben pedir disculpas a las víctimas y al pueblo israelí por cuestionar la legítima respuesta de un Estado democrático frente a los asesinos", remachó.

Foto: José Manuel Albares, en su comparecencia en el Congreso sobre la situación es Israel y Palestina. (EFE / Mariscal)

La balanza de valores ha quedado clara y no, no se trata de pesar en ella una amnistía a un puñado de políticos cantamañanas frente a 15.000 muertos. Se trata de que en un lado de la balanza está Israel, país que merece respaldo incondicional, haga lo que haga, y en la otra está el resto del mundo.

Conocemos esta postura, la vemos a diario en Alemania y en la Casa Blanca, con indiferencia del partido que la ocupe. Pero ¿desde cuándo la ha adoptado la ultraderecha alimentada por parte de aquellos que anteayer aún emborronaban cementerios judíos con esvásticas por media Europa?

Santiago Abascal no es especialmente ultraderecha, se parece mucho más a esa derecha burguesa de toda la vida, capitalista, conservadora, cristiana y hasta monárquica; en una palabra, casi podría confundírsele con un retoño de las Nuevas Generaciones del Partido Popular. Tampoco se ha arriesgado mucho en Israel, paseándose únicamente con dos ministros del Likud, el partido de Benjamín Netanyahu, de camisa casi limpia. Le gana por goleada un correligionario con excelentes cartas para convertirse en jefe de Gobierno de la tan liberal y moderada Holanda, Geert Wilders.

Wilders ganó las elecciones neerlandesas del mes pasado con un 23% de los votos y 37 escaños sobre 150, lo que no parece apabullante, pero es una nítida victoria en el políticamente disperso panorama local. Wilders, lo sabemos, lleva dos décadas centrando su campaña en el peligro que suponen para Europa el islam en general y la inmigración de musulmanes en particular. Con activa ayuda por parte de los propios islamistas, que hacen lo posible para darle la razón, amenazándolo de muerte y con la colaboración de la izquierda, que denuncia en los tribunales a Wilders por xenofobia, pero no consta que haya interpuesto denuncia contra el predicador australiano que pidió públicamente decapitar a Wilders.

La victoria electoral de Wilders, y de otros como él, no es ninguna sorpresa en una Europa que lleva dos décadas no solo cerrando los ojos ante el fundamentalismo islamista, sino activamente fomentándolo desde las más altas instituciones, bajo el pretexto de fomentar el "multiculturalismo". No puede sorprender que su discurso se aclame como valiente en una sociedad en la que el máximo cuerpo de defensa de los derechos humanos y las libertades, el Consejo de Europa, junto a la Unión Europea, firma y difunde campañas con el lema "Acepta el hiyab con alegría" y "El hiyab es libertad", replicando los eslóganes de las dictaduras más oscurantistas, absolutistas y misóginas del planeta, como son Arabia Saudí y sus vecinos del Golfo. No puede sorprender en una Europa en la que la izquierda, pongo por caso Podemos, pone en sus listas a mujeres tapadas con velos negros y calla cuando una chica marroquí inmigrante en España reciba cientos de amenazas de muerte por parte de los islamistas por una simple broma en las redes sociales.

Hay que ser consciente de este resuelto apoyo de las instituciones europeas y los partidos llamados de izquierda a fundamentalistas barbudos que hacen un negocio de las amenazas de muerte para entender por qué el discurso racista, xenófobo y supremacista de Wilders, Abascal y sus semejantes atrae a tantos seguidores. Por supuesto, no resuelve el problema, sino que lo exacerba porque es precisamente esa tensión y ese miedo ante "la amenaza islámica" lo que aporta votos y poder a la ultraderecha. Y, por supuesto, la solución propuesta, expulsar a tantos musulmanes como sea posible y cerrar las fronteras, no es solo inviable desde un punto de vista económico —como demostró el cierre de fronteras debido a la pandemia del covid, que obligó a fletar aviones para traer a decenas de miles de inmigrantes, con el aplauso de la ultraderecha, que tampoco quería perder votos en el sector agrario— sino además contraproducente, porque hace ya varias décadas que Europa se ha convertido en una potencia exportadora de yihadistas fabricados localmente.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Resolver el problema del islamismo en Europa pasaría por dar carpetazo a la teoría racista nazi, que vinculaba mediciones de cráneos y maneras de pensar, y que domina hoy no solo el discurso de la ultraderecha, que confunde inmigrantes con islamistas, sino también el de la izquierda, que los confunde igualmente, impulsando el hiyab como una manera de hacer un favor a los inmigrantes, creyendo que el islamismo es su expresión biológica natural.

Pero a la ultraderecha no le interesa resolver conflictos si no aprovecharlos. Están dispuestos, para decirlo con las palabras de Benjamín Netanyahu, de "vivir para siempre por la espada". Y para esto, precisamente, les conviene la guerra alimentada y eternizada por la ultraderecha de Israel, decidida a impedir toda solución en el conflicto de Palestina. Porque no, expulsar a toda la población de Cisjordania y crear una tierra araberrein (limpia de árabes, en alusión al famoso término acuñado por los nazis para zonas en las que no quedaba ningún judío vivo), eso no lo propone en público ni siquiera Netanyahu; eso lo deja a sus aliados de la extrema derecha israelí... y a Geert Wilders.

Sí, Wilders no solo ha viajado más de 40 veces a Israel, también ha vivido seis meses en un asentamiento de colonos —ilegal bajo la ley internacional— y reivindica construir más colonias, para impedir que Cisjordania se convierta en un Estado palestino. Este objetivo figura incluso en el programa electoral con el que su partido, el PVV, ganó las elecciones del mes pasado y que describe Jordania como "único Estado palestino"; el único que podrá existir nunca, como ha reiterado Wilders en la prensa. Porque Israel "es la primera línea de defensa de Occidente", aseguró ya en 2009. Una opinión que recuerda aquel vídeo difundido en 2016 por la fundación de propaganda proisraelí Hallelu y que estos días circula nuevamente por redes sociales (aunque en su momento dio tanta vergüenza ajena que la propia fundación lo eliminó de su web): una enorme roca identificada con los logotipos de Daesh y Hamás rueda colina abajo hacia una minúscula fortaleza en la que ondean banderas europeas. Afortunadamente, un gigante de piedra, con la bandera israelí impresa en el hombre, consigue parar la roca cuando ya roza los primeros campanarios europeos. Pero entonces desde la fortaleza le tiran flechas y lanzas, mientras ondean banderas de "Boicot a Israel". Fastidiado, el gigante da un paso al lado. Y la roca aplasta Europa.

Ya intuyo el próximo vídeo: uno que nos explique lo bueno que es matar a niños en Gaza, porque así habrá menos potenciales inmigrantes que en el futuro podrán invadir Europa. Cómo no nos damos cuenta.

Esta cosmovisión racista, que considera Israel la avanzadilla de la noble civilización europea ante las inmensidades de la barbarie asiática —así ya lo formuló el padre de la idea, Theodor Herzl, en 1896— al menos tiene un mérito: reconoce que los fundadores y dominadores de Israel son europeos y no tienen nada que ver con los pueblos "semitas" de Oriente Próximo. Esos pueblos semitas, como el llamado israelita, al que cierto dios local le prometió hace 3.000 años una franja mediterránea costera como balneario y spa. Confundir a los judíos centroeuropeos con descendientes de aquellas tribus asiáticas fue un lamentable error que dio lugar al auge de la ideología del antisemitismo, tildando a los judíos europeos de "cuerpo extraño" y "parásito foráneo" en la carne de Europa, que debía ser expulsado o aniquilado.

Menos mal que esta visión se ha abandonado. Ahora, los judíos, representados por los dirigentes de Israel, son la noble élite protectora de la civilización europea, blanca y judeocristiana, asediada por razas inferiores y tribus asiáticas. No es casualidad que el mejor aliado de Netanyahu en Europa sea el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, probablemente el dirigente europeo más derechista y nacionalista, que ha construido su carrera con discursos contra los inmigrantes y contra los musulmanes, incluido algún homenaje a Miklós Horthy, aliado de Hitler. Tampoco es casual que la cuenta de Twitter más influyente y exitosa en difundir propaganda proisraelí, a menudo directamente falsa, pero públicamente felicitada por ministros de Netanyahu, sea Visegrad 24, con opacos vínculos con el Gobierno ultraconservador y derechista de Polonia y personajes inspirados por Donald Trump.

Dios los cría y ellos se juntan, podríamos pensar. Pero estos apoyos van más allá de una natural confluencia de visiones racistas frente al mismo enemigo, definido como "el islam". La colaboración en crear esa imagen del enemigo está documentada. El hombre que diseñó la campaña de Orbán para su victoria electoral en 2010 mediante la táctica de crear confrontación y polarización —así lo admitió a la BBC—, es el mismo que ya ayudó a Netanyahu a llegar al poder en 1996: George Birnbaum, asesor estadounidense. También Vox tuvo la suerte de contar con un asesor israelí para su campaña en 2014: "Lo traje personalmente de parte del equipo que ganó las elecciones para Netanyahu", se vanaglorió en 2019, en una entrevista con el Wall Street Journal, el sociólogo Rafael Bardají, quizás el mayor ideólogo en España de esa fusión entre discurso derechista antiinmigración y apoyo resuelto a Israel.

Un aspecto curioso de este amplio frente a favor de la supremacía de Israel es que los ultraderechistas de Europa occidental, como Geert Wilders, hacen bandera de su defensa de los derechos de los homosexuales, según ellos garantizados por la "civilización judeocristiana" (en la que no deben de incluir el Vaticano) y atacados por "el islam", de la misma manera que Israel practica el llamado pinkwashing, publicitando la moderna y alegre Tel Aviv como paraíso para el ligoteo gay. Al mismo tiempo que Orbán o el muy católico Gobierno polaco arremeten contra la amenaza del lobby gay que destruirá los valores de la familia, plenamente respaldados en este discurso por los grandes aliados de Netanyahu de la extrema derecha religiosa judía, esa misma que revienta las marchas del orgullo gay en Jerusalén.

Foto: Imagen de archivo de aviones en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv. (Reuters/Ronen Zvulun)

Solo en un punto parecen estar de acuerdo todos los propagandistas de Israel en el mundo: en su afán por difundir caricaturas mordaces de un señor rodeado de fajos de dólares que, oculto entre bambalinas y con un brillo perverso en los ojos, maneja los destinos de la humanidad con sus esqueléticos dedos, financiando la inmigración de bárbaros para destruir la civilización europea. Exactamente, igual como pintaron los más exacerbados panfletos nazis al judío internacional, favorecedor del globalismo y opuesto a los valores nacionales. En este sentido, nada ha cambiado. Porque ese señor malvado a ojos de la ultraderecha sigue siendo judío: George Soros.

Quizás el sorprendente viaje de la ultraderecha europea, de antisemita a proisraelí, no sea un giro tan grande como parece. Quizás no haya cambiado de enemigo: sigue combatiendo la democracia de los individuos de origen diverso por incompatible con el concepto de la nación basada en la sangre noble. Solo se ha dado cuenta, por fin, de que Israel es su mejor defensor. Porque comparten ideología. Quizás la hayan compartido siempre, desde que Herzl y sus semejantes propusieron el nuevo Estado con el objetivo de poner fin a la mezcla de "razas". Solo que, por fin, sus herederos admiten que los mejores arios son ellos.

"#GolpeDeEstadoDeSánchez" reza la etiqueta del tuit que Santiago Abascal tiene fijado en su cuenta en la red social. Para un político ultraderechista, la idea del funcionamiento democrático pacífico se subordina, obviamente, al concepto que tiene de la Patria (con mayúscula). Sus adversarios responden con una caricatura que muestra a Abascal de uniforme militar, gorro legionario y la esvástica tatuada en el antebrazo, como le correspondería a un nazi.

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