El silencio de los pescadores de Fukushima
Un año después de la visita a la central nuclear de Fukushima, El Confidencial efectúa una visita no concertada y por sorpresa a los pescadores de los puertos más cercanos de la planta accidentada
El sol se levanta después de dejar el valle del Kanto camino a las costas de Fukushima por la sinuosa autopista Jōban que bordea las montañas de Ibaraki. La radio informa que Tepco, la empresa responsable de la central nuclear de Fukushima, iniciará la segunda ronda del vertido de aguas en el océano el pasado 5 de octubre, después de verificar que en la primera no se registró ningún problema. El locutor explica que en esta segunda ronda dejaran ir 7.800 toneladas de agua durante 17 días y mantendrán los test diarios a lo largo de 3 kilómetros alrededor de la central. Hasta el momento, según los datos oficiales, la mayor concentración de tritio ha sido de 10 becquereles por litro, muy lejos de los 700 que se acordaron para suspender el vertido.
Poco después de la entrada en la prefectura de Fukushima, una señal de tráfico da la bienvenida: un sensor que muestra la cantidad de radiación por hora. El número muestra una cifra aproximadamente al equivalente de los isótopos radiactivos que se liberan cuando se come un plátano. En la salida de Futaba el paisaje cambia radicalmente. Un mar de paneles de energía solar dan la bienvenida de camino al puerto.
De las pocas casas que se ve desde la salida de la autopista al puerto de Ukedo, solo algunas parecen habitadas, pocas. La sensación general del paisaje es extraña. Así como en Japón se pueden ver las aceras, calles y carreteras con un mantenimiento y un cuidado notable, las afueras de Namie está descuidado y todavía se pueden ver edificios de tiendas totalmente abandonados. No es de extrañar, puesto que hace pocos meses se levantó la orden de evacuación en algunas zonas cercanas. La vegetación gana terreno en la carretera y se pueden ver las aceras de las carreteras llenas de plantas de todo tipo. Asimismo, ocurre con la mayoría de campos donde no hay paneles solares.
En el trayecto hacia el puerto, una parada ineludible nos lleva a las ruinas de la escuela elemental local, un testigo silente del devastador tsunami y el posterior accidente nuclear que habla por sí mismo. La prefectura ha tomado la iniciativa de abrir parcialmente este sitio histórico, ofreciendo un sistema provisional de guía multilingüe de manera gratuita. Este recurso tiene la intención de esclarecer la crónica de lo sucedido en esta institución, el fatídico día del terremoto y el subsiguiente tsunami. Además, busca resaltar la eficiente y rápida respuesta de los responsables de la escuela, quienes actuaron con premura para salvaguardar a los estudiantes, trasladándolos a un lugar seguro antes de que la mortífera ola alcanzara las proximidades de esta institución cercana al frente marítimo.
En Ukedo, poco más adelante, el paisaje es gélido pese al bochorno que todavía hace a principios de otoño. De la docena de barcos que hay, solo en uno de ellos se puede ver a alguien. Uno de los pescadores mira con desconfianza justo al empezar a preguntar y no quiere hablar. Nos dirige al edificio de la cooperativa de pescadores que preside el puerto. En la puerta de entrada, un cartel en japonés advierte: no hacemos declaraciones a periodistas.
Uno de los responsables de la cooperativa dice que no pueden realizar declaraciones a la prensa, ni siquiera a la extranjera. El motivo, según explica, "son las normas". La llegada en coche de uno de los pescadores que nos había dirigido al edificio nos permite reiniciar la conversación con la excusa de su camiseta de Kame Sennin —Maestro Roshi o Duende Tortuga de Dragon Ball— parece que tengan ganas de charlar. "Antes salíamos cada día, pero ahora solo de vez en cuando", responde a El Confidencial. ¿Venden el pescado? "Por supuesto", espeta, "pero no todos los días". ¿Por qué? "No podemos decir nada más", dice a regañadientes. "Debería ir a la central, a Iwate", apunta el responsable.
Antes de ir, vamos al corazón de toda ciudad japonesa, las inmediaciones de la estación de tren. Sin embargo, en lugar de ser el hervidero que suele ser en todo pueblo nipón, la estación es un desierto y de los dos trenes que se detienen —uno en cada sentido— en ninguno de ellos se ve subir o bajar nadie. Antes del terremoto, esta pequeña ciudad costera tenía más de 20.000 habitantes; hoy en día, algo más de dos mil. Después de bastante rato esperando, encontramos a Kazuma, un joven gerente de un espacio de 'coworking' de la ciudad que viene a diario desde Sendai y que nos explica que en su negocio todavía hay poca gente emprendedora, pero que espera que poco a poco la gente vaya volviendo a la ciudad.
Sobre el vertido de aguas dice que la mayoría de la gente aquí cree que es positivo: "Mucha gente está intentando hacer otras cosas para mejorar la ciudad, así que creo que hay mucha gente a la que realmente no le importa esto". "La gente de Namie no está asustada, pero hay gente de otras ciudades va difundiendo falsas informaciones. A pesar de ello, la gente de la ciudad no se siente insegura", asegura. "Después de que esta ciudad lo perdiera todo, un grupo de gente se puso a trabajar duro para iniciar una nueva era y dejar atrás la tragedia que ocurrió hace más de once años", continúa explicando. "Yo vengo de lejos para echar una mano".
A pocos minutos de la estación encontramos el pequeño centro comercial Michinoeki Namie repleto de gente. Inaugurado apenas hace tres años, vende todo tipo de variedades locales pescadas por los pescadores del puerto de Ukedo. Tomoko, una de las trabajadoras del mercado, asegura que la gente consume pescado capturado en la zona con toda normalidad pese al vertido de aguas. "Creo que se realizan los controles pertinentes y es seguro consumir estos productos", asegura la trabajadora. Kaoru, cliente veterano de este pequeño mercado, corrobora la versión de la vendedora y nos asegura que el pescado es seguro y muy bueno. "En casa comemos regularmente y no ha habido ningún problema, al contrario: es delicioso", explica este jubilado. Cuestionado sobre la seguridad de los productos marinos de la región después del vertido, este veterano japonés no muestra ninguna duda de su seguridad. "Es seguro comer pescado de aquí, sin duda".
En la central de la cooperativa de pescadores de Fukushima —y no sin reticencias—, nos recibe Wataru Niitani, el gerente de la misma. Explica que su organización agrupa a 286 pescadores a lo largo de la costa, "todos los pescadores de Fukushima", matiza. "Antes del terremoto, los pescadores pasaban hasta dos o tres días en el mar, pero ahora solo salen algunos días a la semana, desde la madrugada a primera hora de la mañana", dice. "La actividad pesquera ha descendido un 62% desde el terremoto, al no poder salir varios días. La ventaja es que ahora el pescado es más fresco y los pescadores se centran más en un determinado tipo de pesca. Pescado de calidad y no tanto en la cantidad", asegura Niitani.
—Pero con un descenso del 62% de la pesca, los pescadores salen perdiendo: ¿cómo compensan esa falta de ingresos?
—Es difícil comparar los ingresos de ahora con los de hace diez años, pero la empresa (Tepco) da dinero a los pescadores para compensar sus pérdidas", confiesa el gerente de la cooperativa.
Más tarde, asegura que los pescadores que representa "están satisfechos con el dinero que les ha ofrecido la compañía y el gobierno para compensar sus pérdidas y con el control sanitario de las piezas cuando salen a pescar".
—Por qué no podemos hablar a los pescadores: ¿por qué no les dejan hablar?
— La jefatura de Fukushima quiere que no se difundan falsas informaciones y ha solicitado a los pescadores que no hagan declaraciones a la prensa. El objetivo del gobierno regional es que no se provoque un malentendido", asegura Niitani.
Explicamos que la gran campaña de información y transparencia que inició el gobierno regional, el nacional y Tepco para dar seguridad y confianza a los consumidores ha funcionado, incluso vimos al propio primer ministro, Fumio Kishida, comer pescado de Fukushima poco después del primer vertido de aguas de la central. "El gobierno, las empresas y, por supuesto, nuestra cooperativa está satisfecha con las muestras de pescado que se toman para examinarlas y verificar su idoneidad y seguridad para el consumo", afirma el gerente.
—Qué les diría a los dirigentes de países como China para convencerles de que consumir pescado de Fukushima es seguro.
—Es más un problema político que de seguridad alimentaria y yo, personalmente, no quiero decir nada, asegura diplomáticamente Niitani, que recomienda ir al puerto más cercano de Numanouchi.
En el puerto solo encontramos a tres pescadores de caña como Daiki, un joven aficionado a la pesca de Iwate que asegura que no hay ningún problema con los peces después del vertido. "No tenemos problemas para comer a este pescado; incluso mis hijos comen las piezas que pesco", detalla este aficionado a la pesca. "El pescado está bien, sin ningún género de dudas y, además, a la gente no le importa muy realmente lo que se dice del vertido", remata el pescador.
Volviendo a Tokio, dejando atrás los sensores de radiación de la autopista y con una luna llena que ilumina el camino, la autopista se llena de coches en dirección contraria apuntando hacia Ibaraki, Fukushima y Sendai. Muchos japoneses ya no tienen miedo: la perdieron hace cerca de doce años y ahora, después de mucho trabajo realizado para limpiar los restos de contaminación, tratan de dejar atrás el pasado e iniciar una nueva era.
El sol se levanta después de dejar el valle del Kanto camino a las costas de Fukushima por la sinuosa autopista Jōban que bordea las montañas de Ibaraki. La radio informa que Tepco, la empresa responsable de la central nuclear de Fukushima, iniciará la segunda ronda del vertido de aguas en el océano el pasado 5 de octubre, después de verificar que en la primera no se registró ningún problema. El locutor explica que en esta segunda ronda dejaran ir 7.800 toneladas de agua durante 17 días y mantendrán los test diarios a lo largo de 3 kilómetros alrededor de la central. Hasta el momento, según los datos oficiales, la mayor concentración de tritio ha sido de 10 becquereles por litro, muy lejos de los 700 que se acordaron para suspender el vertido.
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