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Entramos en Fukushima I, la central que paralizó la energía nuclear en el mundo
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Regreso a la zona cero

Entramos en Fukushima I, la central que paralizó la energía nuclear en el mundo

Casi doce años después de que un terremoto y posterior tsunami provocaran la mayor catástrofe nuclear desde Chernóbil, El Confidencial visita la central de Fukushima I

Foto: Vista aérea del agua contaminada almacenada en la central de Fukushima I. (EFE/Jiji Press)
Vista aérea del agua contaminada almacenada en la central de Fukushima I. (EFE/Jiji Press)

Un silencio atronador y una extraña sensación de vacío nos sobrecoge cuando llegamos a la zona. Casi doce años después de que un devastador terremoto y un gigantesco tsunami arrasaran la costa este de Japón, provocando el colapso de casi todos los sistemas de seguridad de la central nuclear Fukushima I, El Confidencial visita las instalaciones. Aquí, la población local trabaja arduamente para volver a la normalidad, luchando contra la radioactividad provocada por el peor accidente nuclear desde Chernóbil, uno que puso en cuestión el tema de la seguridad del energía nuclear en todo el mundo. Esto fue especialmente cierto en Alemania, donde el Gobierno decidió poco después prescindir de este tipo de centrales.

La cadena de eventos que provocó este desastre se inició a mediodía del 11 de marzo de 2011, cuando un violento terremoto de magnitud 9,1 en la escala de Richter se produjo frente a las costas de las jefaturas japonesas de Fukushima y Sendai. El seísmo fue tan potente que movió 2,5 metros a la isla principal de Japón, conocida como Honshu, e incluso desplazó ligeramente el eje de la tierra. Pese a que el sistema de seguridad de la planta respondió adecuadamente a la intensa sacudida, una hora después empezaron a llegar las olas de más de 15 metros de altura del tsunami, castigando intensamente toda la costa este del Japón, arrastrando barcos y vehículos, derribando edificios enteros y cortando caminos y carreteras en diversas regiones.

Foto: El Primer Ministro japonés, Fumio Kishida. (REUTERS/Xinhua Zhang Xiaoyu)

Esa misma noche, fuertes réplicas del terremoto sacudieron de nuevo la región y el Gobierno japonés ordenó la evacuación total de la zona y declaró el estado de emergencia. Las olas provocadas por los movimientos de tierra azotaron intensamente a la central y provocaron inundaciones que desataron tres fusiones del núcleo en los reactores de la planta, el posterior colapso de los mismos y la liberación descontrolada de grandes cantidades de contaminación radioactiva en las horas posteriores, buena parte de la cual fue a parar al mar.

Esta tragedia supuso la muerte de más de 22.000 personas y cientos de miles de ciudadanos se vieron obligados a abandonar sus casas y residencias. Una parte de este éxodo encontró la acogida de familiares cercanos, pero la mayoría partió hacia otras regiones para nunca volver. El Gobierno japonés impuso restricciones de acceso a gran parte de las áreas dentro del perímetro de 20 kilómetros alrededor de la central de Fukushima I. Todavía hay algunas donde no está permitida la entrada, aunque este verano se levantaron oficialmente las órdenes de evacuación en todos los municipios de la región.

Cubiertos de un cielo gris, encapotado y seco, a medida que nos acercamos a la central en un autobús especial de Tokyo Electric Power Company (Tepco, la compañía encargada central), desaparecen los escasos nuevos edificios, construidos progresivamente conforme las órdenes de evacuación iban cayendo. Los duros trabajos de limpieza y descontaminación que se aprecian desde la ventana del vehículo explican los problemas a la hora de revertir el éxodo poblacional. A pesar de las cordiales invitaciones de las autoridades para que vuelvan los antiguos habitantes, parece que menos del 20% de ellos ha querido regresar.

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El paisaje inmediatamente antes de llegar a la central nuclear da la impresión que se haya detenido el tiempo. Tiendas con rótulos que parecen ‘vintage’; casas tradicionales japonesas donde se hace evidente que no vive nadie; templos inhóspitos, muchos con desperfectos por la falta de mantenimiento y vehículos de época que, no muy lejos de la carretera, van muriendo en cementerios automovilísticos improvisados cubiertos de óxido y corrosión.

La entrada a las instalaciones de la central es extremadamente estricta, con tres niveles progresivos de seguridad precedidos de una explicación detallada de la situación actual y el estado de la planta. Los puntos de control son exhaustivos y rigurosos. Después de un examen de radiación corporal, es necesario ponerse unos calcetines y unas botas especiales, casco y un respirador de partículas, así como un medidor de exposición de radiación personal. Una vez bien protegido, se sale a un espacio dentro del propio terreno de la central donde aguarda un autobús con su propio gigantesco medidor de radiación, el cual alerta de la creciente peligrosidad mientras vamos pasando varias zonas y llegamos a las áreas críticas.

La primera parada del recorrido es uno de los puntos en los que se pueden observar los cuatro reactores deteriorados de la planta. Decenas de personas ataviadas con sus respectivos trajes antiradiaciones trabajan diligentemente allá donde uno mire. También resulta perceptible una pequeña parte del millar de tanques que acumulan agua contaminada, tratada por un sistema que elimina la mayor parte de la contaminación radiactiva, con excepción del tritio. La capacidad de almacenamiento total de este litro es de alrededor de 1,37 millones de metros cúbicos y se espera que todos los tanques alcancen su nivel máximo entre mediados y finales del próximo año. El control de las personas autorizadas a fotografiar y grabar la zona para los medios de comunicación se aplica aquí a la japonesa: de forma sutil y delicada.

Foto: Tanques con agua de Fukushima. (EFE)

El siguiente hito es la conducción submarina de un kilómetro por la que se quiere evacuar el líquido almacenado hacia el mar, uno de los principales puntos de fricción no solo con los ecologistas, sino también con los países vecinos, como Corea del Sur y China. Japón anunció el año pasado su intención de descargar el agua tratada en el Pacífico durante un período de 30 años. La Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) ha estado verificando la seguridad de este proceso según estándares internacionales a petición del propio Gobierno japonés. Desde el punto de observación se puede ver como, a una treintena de metros bajo tierra, se abre un túnel de entre tres y cuanto metros de diámetro equipado con una especie de raíles.

La empresa asegura que el tratamiento del agua elimina la mayoría de sustancias radiactivas, aunque admiten que todavía contiene tritio. El Ejecutivo nipón y la empresa Tepco tienen previsto empezar a liberar el líquido en torno a la próxima primavera, tras diluir los niveles de este isótopo por debajo de las regulaciones nacionales. El informe de la AIEA será determinante para determinar si este vertido finalmente se lleva a cabo.

La siguiente parada nos conduce a uno de los edificios centrales de la planta para poder observar con perspectiva todo el complejo nuclear afectado por el desastre. Desde este punto se puede llegar a intuir como debía haber sido el escenario dantesco que provocó el terremoto y posterior tsunami de aquel fatídico 11 de marzo. La vista también revela todos los tanques de agua radioactiva acumulados en el área meridional de la central, en una posición casi perpendicular de la línea costera. En un área donde hay un par de módulos prefabricados se desarrolla, con ayuda de científicos locales, un experimento. En un vivero de lenguados y crustáceos diversos, se mezclan el agua de mar con el agua tratada en los tanques. Una prueba que pretende demostrar que el líquido es seguro para la fauna local.

Cae la noche. La salida trae consigo nuevos controles. A pesar de que no hay explicaciones del estos procedimientos, son ligeramente más largos y rigurosos que los de entrada, alrededor de hora y media de proceso. Entre otras cosas, comparan los niveles de radiación anteriores y posteriores a la visita, con la sorpresa de que algunos de los visitantes dieron cifras más altas en los exámenes previos a la entrada.

La luz escasea en la salida de la central, pero el camino se va iluminando conforme se llega a la primera población segura, como si fuera una metáfora de la propia Fukushima. Una luz de esperanza, tras intensos trabajos de descontaminación y limpieza, para una devastada región que solo quiere regresar a la vida normal que disfrutaba antes de la catástrofe.

Un silencio atronador y una extraña sensación de vacío nos sobrecoge cuando llegamos a la zona. Casi doce años después de que un devastador terremoto y un gigantesco tsunami arrasaran la costa este de Japón, provocando el colapso de casi todos los sistemas de seguridad de la central nuclear Fukushima I, El Confidencial visita las instalaciones. Aquí, la población local trabaja arduamente para volver a la normalidad, luchando contra la radioactividad provocada por el peor accidente nuclear desde Chernóbil, uno que puso en cuestión el tema de la seguridad del energía nuclear en todo el mundo. Esto fue especialmente cierto en Alemania, donde el Gobierno decidió poco después prescindir de este tipo de centrales.

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