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Es la hora de admitirlo: Occidente no ha sabido ganarle el pulso al petróleo ruso
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No hay tope que valga

Es la hora de admitirlo: Occidente no ha sabido ganarle el pulso al petróleo ruso

Un repunte sostenido de los precios globales del petróleo, sumado a una mayor habilidad para evadir las sanciones, ha impulsado las finanzas rusas pese a los intentos occidentales de dañar las arcas del Kremlin

Foto: Refinería de petróleo en la ciudad de Omsk, en Siberia. (Reuters/Alexey Malgavko)
Refinería de petróleo en la ciudad de Omsk, en Siberia. (Reuters/Alexey Malgavko)
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Uno de los debates más frecuentes desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania es el que rodea a las sanciones contra el Kremlin. Para un bando, Rusia ha demostrado una resiliencia mucho mayor de la prevista al castigo económico de Occidente y, por lo tanto, las medidas pueden ser consideradas como un fracaso. Para otro, todavía es pronto para medir el impacto, pero los indicios de que a Moscú le espera una dolorosa década por delante son innegables.

En gran parte debido a las desmedidas expectativas originales —que hablaban del inminente colapso económico ruso—, el bando que defiende el fracaso occidental ha ganado más seguidores que el del éxito. Sin embargo, este último tenía, desde inicios de este año, una importante baza en la que refugiarse para defender las sanciones: la caída de los ingresos petroleros de Moscú, la piedra angular de su economía.

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Después del embargo europeo del crudo ruso por vía marítima y de la implementación, junto al G7, de un mecanismo popularmente conocido como el tope a los precios, las arcas del exportador euroasiático comenzaron a resentirse. El pasado mes de mayo, el país registró un descenso del 64% en los ingresos energéticos en comparación con el mismo periodo del año anterior. Análisis anteriores calculaban que Moscú estaba perdiendo 160 millones de dólares cada día. "El tope a los precios del petróleo ruso está funcionando, y lo está haciendo extremadamente bien", declaraba por aquel entonces Wally Adeyemo, subsecretario del Tesoro de EEUU, a The New York Times. “El dinero que Rusia está gastando para salvar su comercio energético es dinero que no puede gastar en construir misiles o comprar tanques”, agregaba.

Pero, a día de hoy, este rayo de esperanza para Ucrania y sus aliados parece haberse desvanecido por completo. Un repunte sostenido de los precios globales del petróleo ha impulsado significativamente las finanzas rusas, forzando una revisión de sus perspectivas económicas. El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (EBRD, por sus siglas en Inglés) vaticinó en mayo que la economía rusa sufriría en 2023 una contracción del 1,5%. La semana pasada, su análisis dio un giro de 180 grados y ahora prevé que crezca un 1,5%, una diferencia de tres puntos al alza. El principal motivo de la discrepancia: el banco ya no considera que las sanciones petroleras contra Rusia vayan a ser efectivas.

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Rusia no solo se ve recompensada por la subida de los precios globales del crudo, sino también por haberse vuelto mucho más hábil a la hora de eludir las sanciones. Esto le ha permitido vender su hidrocarburo a niveles más cercanos a los del resto de productores del planeta tras meses de verse obligada a ofrecer descuentos masivos. “Básicamente, Rusia se ha beneficiado enormemente del aumento de los precios del petróleo y de su capacidad para exportar a precios más altos, ligada al fracaso del tope de la UE y el G7”, resume Isaac Levi, investigador del Centre for Research on Energy and Clean Air, en entrevista con El Confidencial.

Un tope lleno de agujeros

El 5 de diciembre de 2022, la UE y el G7 pusieron en marcha un doble mecanismo de sanciones contra el sector energético ruso. Por un lado, Bruselas impuso un embargo al crudo procedente de Moscú por vía marítima; por el otro, las principales potencias económicas occidentales establecieron un tope de 60 dólares al barril de crudo procedente de Rusia. ¿De qué manera? Obligando a las aseguradoras marítimas, la gran mayoría de las cuales tienen su sede en Occidente, a respetar este límite.

Dado que los buques petroleros suelen transportar carga por valor de decenas de millones de dólares, están obligados a firmar un seguro de protección e indemnización. Tras la entrada en vigor del tope, cualquier empresa que busque contratarlos en los países del G7 (además de Australia, país que se unió más adelante) a la hora de transportar petróleo ruso debe garantizar que este no sea vendido por encima de 60 dólares. De lo contrario, las compañías tienen terminantemente prohibido aceptar el contrato. Dos meses después, este límite se extendió al diésel y otros derivados del crudo elaborados por Rusia.

Como demostraron los meses posteriores a la implementación del mecanismo de sanciones, “realmente tenía el potencial de hacer bajar el precio del petróleo y afectar los ingresos petroleros rusos de los que dependen para alimentar la guerra”, afirma Levi. El barril de los Urales (el crudo de referencia de Rusia) llegó a ser vendido con un descuento respecto de los precios internacionales de hasta 40 dólares el barril para atraer a clientes como China o India. “La mitad de todos los ingresos fiscales federales rusos provienen del petróleo y el gas. Es una enorme fuente de ingresos y Moscú dependía mucho de los buques y aseguradoras de Europa y el G7 para transportar su petróleo”, añade el experto.

Sin embargo, este tope siempre estuvo lleno de agujeros. La supervisión de las aseguradoras es limitada y el mercado petrolero marítimo es muy opaco, con cargas que cambian de buque a buque constantemente y dificultan cualquier atribución de responsabilidad. A menudo, las compañías aceptan documentos de sus clientes en los que se garantiza que el precio no superará los 60 dólares el barril, pese a sospechar que son falsos o tienen truco —como el de inflar el coste de operaciones y personal para camuflar el del producto—. Y, por supuesto, está el mayor vacío legal de todos: si ni el barco ni la aseguradora proceden de países del G7 o Europa, no hay ningún mecanismo para frenar la transacción.

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Durante meses, Rusia ha ampliado su llamada “flota en la sombra” de buques petroleros capaces de operar sin seguros u otros servicios occidentales. De acuerdo con un análisis del Financial Times, casi tres cuartas partes de todos los flujos marítimos de crudo ruso en agosto tuvieron lugar sin aseguradoras occidentales de por medio. Hasta la propia secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, se vio obligada a reconocer la semana pasada, en entrevista con Bloomberg, que el precio del petróleo exportado por Rusia “apunta a cierta reducción en la efectividad del tope del precio”, la primera admisión de este tipo desde que el mecanismo fue desplegado.

Los defensores del tope lamentan que el mecanismo tardó demasiado en implementarse —casi nueve meses después de la invasión a gran escala de Ucrania— y que el límite fue demasiado alto, lo que le dio a Rusia margen de maniobra para ampliar su flota y diversificar clientes. India, por ejemplo, pasó de apenas comprar crudo ruso a convertir a Moscú en su principal suministrador. “Hubiera sido mucho más fácil y efectivo si las lagunas del mecanismo de sanciones se hubieran atendido desde el principio”, lamenta Levi. “Ahora es mucho más complicado. Es poco probable que puedan hacerse cambios con la rapidez necesaria”, agrega.

El amigo saudí

Además de reducir sus descuentos, Rusia se ha visto impulsada por un considerable aumento en los precios globales del petróleo. Un ascenso propiciado, en gran medida, por quien ha resultado uno de los aliados internacionales más útiles para Moscú desde el inicio de la guerra: Arabia Saudí.

Hasta mediados del verano, los reiterados recortes a la producción petrolera decretados por la OPEP+, la organización de 23 países productores, no habían logrado impulsar unos precios que permanecían en torno a 75 dólares el barril. En parte, eso se debía a que Rusia no estaba cumpliendo con su parte del trato, exportando más crudo del que debería para intentar compensar su pérdida de ingresos. Sin embargo, Riad nunca intentó apretar las tuercas a Moscú. En su lugar, anunció de forma unilateral y voluntaria un cierre parcial de propio grifo, reduciendo la oferta del reino saudí en un millón de barriles diarios, una decisión a la que el Kremlin se sumó.

Foto: Varios transeúntes pasan junto a una pantalla de promoción de un referéndum acerca de la ley climática que muestra al presidente ruso. (EFE/Michael Buholzer)

La maniobra, sumada a otros factores estructurales como una mayor demanda de China tras meses de reapertura económica a cámara lenta, dio resultado. El precio del crudo no ha parado de crecer y la mayoría de los analistas consideran que va rumbo a los 100 dólares por barril. Como consecuencia, los ingresos petroleros en Arabia Saudí este trimestre habrían aumentado casi 30 millones de dólares por día en comparación con el periodo abril-junio, según un análisis de Energy Aspects citado por The Wall Street Journal. Para todo el periodo de tres meses, eso equivaldría a unos 2.600 millones de dólares. Los ingresos petroleros rusos, por su parte, habrían crecido alrededor de 2.800 millones de dólares.

Como es habitual, no todo son buenas noticias para Moscú. La demanda global de petróleo está destinada a contraerse a largo plazo —y no tan largo: la Agencia Internacional de la Energía vaticina una fuerte reducción tan pronto como en 2024— y la drástica caída en las exportaciones de gas ruso es mucho más difícil de resolver. Por otra parte, el Gobierno de Vladímir Putin se vio recientemente obligado a vetar las exportaciones de diésel debido a la escasez de combustible que afrontan sus propios ciudadanos, un problema humillante para el segundo mayor productor de crudo del mundo.

Pero al zar lo que es del zar. Ya sea gracias a su capacidad de encontrar aliados más allá de Occidente o su experiencia a la hora de evadir sanciones y retorcer las normas internacionales, lo que queda claro es que la economía rusa ha vuelto a demostrar que es un hueso difícil de roer. “El sector de exportaciones de combustibles fósiles de Moscú ha permanecido relativamente estable y ha mostrado resiliencia a pesar de sufrir reducciones y dificultades”, afirma Levi. A Bruselas y Washington les toca volver a estrujarse los sesos.

Uno de los debates más frecuentes desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania es el que rodea a las sanciones contra el Kremlin. Para un bando, Rusia ha demostrado una resiliencia mucho mayor de la prevista al castigo económico de Occidente y, por lo tanto, las medidas pueden ser consideradas como un fracaso. Para otro, todavía es pronto para medir el impacto, pero los indicios de que a Moscú le espera una dolorosa década por delante son innegables.

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