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El vídeo morboso del crimen de Sancho (y lo que la policía quiere tapar con él)
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Demasiado morbo para Poirot

El vídeo morboso del crimen de Sancho (y lo que la policía quiere tapar con él)

La confesión a cámara del joven subraya la naturaleza mediática del caso, pero también una paradoja: tenemos culpable, pero también chivo expiatorio y ganas de conspiración

Foto: Daniel sancho, arrestado por las autoridades de Tailandia. (Reuters)
Daniel sancho, arrestado por las autoridades de Tailandia. (Reuters)

Daniel Sancho, en bañador y con look de californiano desahogado, está en el cuarto baño de un hotel tailandés explicando a la policía cómo golpeó, mató y descuartizó a un hombre, con la naturalidad del que cuenta que una vez surfeó una ola de ocho metros en Waikiki. La cámara graba a Sancho. Un mogollón de policías tailandeses se apelotonan en la habitación. La escena se va haciendo progresivamente absurda, como un director que trata de mezclar American Psycho y Humor amarillo sin orden ni concierto…

La recreación policial del crimen Daniel Sancho/Edwin Arrieta es el enésimo documento impactante del caso. ¿Qué aporta este nuevo vídeo? Arroja luz sobre la naturaleza circense y morbosa de un crimen que, pese a carecer (aparentemente) de intriga sobre el culpable, ha activado resortes clásicos de los asesinatos incomprensibles: por un lado, la Justicia tailandesa utiliza a Sancho como chivo expiatorio de casos no resueltos; por el otro, la circulación de teorías de la conspiración que nos convienen a todos…

Con la ley o sin ella

En España, han sorprendido algunas prácticas de la policía tailandesa con Daniel Sancho: desde filtrar sin pudor pruebas reservadas para el juicio hasta el nivel de exposición mediática del encargado del caso, Surachate Big Joke Hakparn, número dos del cuerpo, que ha concedido entrevistas zanjando el crimen, pese a existir aún muchos interrogantes.

Lo último ha sido el vídeo de la recreación del crimen, un as en la manga de los agentes, ya que dichas grabaciones se hacen para justificar sus acusaciones y señalar directamente a un acusado (no juzgado) como si su culpabilidad estuviera fuera de toda duda.

En gran parte del mundo, estas representaciones teatrales de crímenes harían fruncir el ceño a cualquiera. Pero la policía de países asiáticos como Tailandia y Corea del Sur aún apuesta por ellas.

La recreación es un circo mediático para que la policía tailandesa saque pecho ante los medios

Las recreaciones, como apuntan juristas tailandeses, son en realidad un circo mediático para que la policía saque pecho frente a los medios, para dar la ilusoria sensación de que un crimen está resuelto, pese a que se escenifican cuando los casos llevan poco tiempo investigados.

El ambiente policial distendido, las risas de algunos presentes o la presencia de público son habituales en estas representaciones, porque la intención es el escarnio público de un acusado al que se culpabiliza, pese a que aún no ha sido juzgado. O la policía tailandesa tratando de ganarse a una opinión pública que normalmente sospecha de ella.

Con estas recreaciones teatrales, la policía presume de arrestar a los monstruos que alarman a la sociedad. Por ello, en muchas representaciones públicas y mediáticas de casos populares, visten a los acusados con chalecos y cascos, como si cualquier viandante pudiera agredirles.

No obstante, la opinión pública desconfía cada vez más de estas representaciones, las considera un mecanismo del pasado. Los juristas también las repudian: no sirven como prueba en un juicio, y culpabilizan a meros sospechosas. Además, muchas recreaciones son, cuando menos, cuestionables. En 2019, en la misma isla de Koh Phangan, la policía montó un esperpento mediático al recrear para la prensa la violación de una turista occidental. Una mujer tailandesa con una peluca rubia hizo de víctima y el acusado fue forzado a interpretar el delito sexual delante de los allí presentes.

Más mediática aún fue la representación, en 2014, del crimen contra turistas más famoso de la última década en Tailandia, el asesinato de los jóvenes británicos David Miller y Hannah Witheridge. Pese a que pusieron chalecos y cascos a los detenidos, a quien increpó el público fue a la policía, sospechosa de urdir una investigación chapucera contra dos cabezas de turco.

Posiblemente, la filtración del vídeo de la recreación de Sancho fue una decisión de la policía tailandesa para calmar a la prensa española. Hace semanas que los medios tailandeses dejaron de seguir el crimen, pero la presencia de decenas de reporteros españoles en Koh Samui y Koh Phangan ha puesto nervioso al personal de la cárcel donde está Sancho. En los restaurantes de la zona, por su parte, tiemblan cada vez que aparece un periodista español buscando personas o pistas relacionadas con el crimen.

Además, corren malos tiempos para la imagen de la policía tailandesa, a la que el auge de las redes sociales no ha favorecido. Ejemplo: tras la denuncia de una actriz taiwanesa, que denunció a la policía (con pruebas visuales) de extorsionarla en la carretera, se han multiplicado este año las acusaciones de turistas contra el cuerpo.

Foto: Caso Artur Segarra, ¿el precedente que podría salvar a Daniel Sancho? Cómo el rey de Tailandia le perdonó su asesinato (EFE/EPA/Diego Azubel)

Resolver rápidamente un caso como el de Daniel Sancho, en definitiva, para blanquearse frente una opinión pública que, en ocasiones, ve a los agentes como una mafia uniformada. Dar imagen de efectividad y rapidez ante un crimen mediático. En 2016, tras el asesinato perpetrado por Artur Segarra —español condenado por asesinar y descuartizar a un compatriota—, la policía tailandesa aseguró que resolvería el crimen en 48 horas, lo que nunca sucedió; pero cuando por fin lo hizo, ignoró todos los cabos sueltos. Es decir, el objetivo de la policía tailandesa es que se deje de hablar lo antes posible de los asesinatos de extranjeros para evitar la pérdida de turistas.

Un feo abismo

La etiqueta caso mediático se ha desgastado por exceso de uso, pero la cobertura española del sanchonazo le ha vuelto a sacar brillo. Y no solo porque los medios se hayan alimentado del caso este verano, sino por resortes más perversos: dos tertulianos que aparecieron los primeros días en nuestras teles en calidad de expertos legales independientes, y echaron carbón a la conspiración/posibilidad de terceras personas en el lugar del crimen, forman ahora parte del equipo legal de Sancho, lo que (sin duda) pone en solfa la ética del espectáculo televisivo, pero también tiene sentido judicial para el acusado, cuya suerte no solo se juega en los tribunales tailandeses, también en las televisiones españolas (uno de los objetivos del acusado es lograr la extradición para cumplir la pena en España, cuanto más lejos mejor de las cárceles tailandesas).

Ocurre que Sancho no se lo está poniendo fácil a sus abogados: la cantidad de pruebas del crimen y de confesiones de su autoría es tal que ni el equipo legal de O. J. Simpson lograría ganar este caso (bueno, ellos quizá sí).

Foto: Daniel Sancho, detenido en Tailandia. (EFE/EPA/Somkeat Ruksaman)

Con todo, una parte del espectador español quizás esté dispuesta a aceptar explicaciones alternativas al caso. Lo explica Noel Ceballos, autor del ensayo de culto El pensamiento conspiranoico: “El caso Sancho es (en teoría) el anti true crime: ni hay falso culpable luchando por su inocencia, ni muchos sospechosos, ni el caso quedará sin resolver durante muchos años, al estilo de Zodiac o Jack el Destripador. Aquí, por contra, tenemos pruebas directas y un asesino confeso. Con todo, aunque la teoría de la conspiración no debería ser posible, el pensamiento conspiratorio se ha activado igualmente. Porque, como escribió Don DeLillo en Libra, conspiración es todo aquello que la vida normal no es. Y en este caso, la psicopatía y la sangre fría del acusado son todo menos normal. Recurrimos a la conspiración, por tanto, como mecanismo de defensa, en busca de una respuesta tranquilizadora a un crimen que nos supera por todos los lados, o el sosiego de pensar que Sancho, aunque no lo parezca, podría ser un chivo expiatorio. Porque la otra explicación, la del joven psicópata que actúa a sangre fría, nos obliga a enfrentarnos a un abismo mucho más perturbador”.

"Recurrimos a la conspiración como mecanismo de defensa, en busca de una respuesta tranquilizadora a un crimen que nos supera"

“No estamos ante un whodunit [¿quién lo hizo?] de Agatha Christie, sino ante un whydunit, ¿por qué lo hizo? Ese es el misterio inquietante aquí. Las novelas de Christie despliegan una ecuación matemática donde el crimen siempre se resuelve, el comisario Poirot coloca cada cosa en su sitio y la vida sigue. En el caso Sancho, quizá sepamos el quién y el cómo, pero no el porqué, y nunca habrá una respuesta tranquilizadora a esa pregunta, solo morbo y desasosiego, y unos afectados (y sus familias) que no podrán volver jamás a la normalidad”, zanja Ceballos.

Resumiendo: Sancho sería un oxímoron en Tailandia: culpable confeso y víctima propiciatoria. En España, mientras tanto, algunos buscan una conspiración reconfortante que nos evite enfrentarnos a los abismos mentales y morales de un cabeza de chorlito...

Daniel Sancho, en bañador y con look de californiano desahogado, está en el cuarto baño de un hotel tailandés explicando a la policía cómo golpeó, mató y descuartizó a un hombre, con la naturalidad del que cuenta que una vez surfeó una ola de ocho metros en Waikiki. La cámara graba a Sancho. Un mogollón de policías tailandeses se apelotonan en la habitación. La escena se va haciendo progresivamente absurda, como un director que trata de mezclar American Psycho y Humor amarillo sin orden ni concierto…

Daniel Sancho
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