"Da terror": radiografía de la vida y la muerte en el epicentro de la violencia en Ecuador
Guayaquil se ha convertido en el lugar más violento de Ecuador, donde se repiten los asesinatos, robos y extorsiones a pocos días de las elecciones presidenciales
Cadáveres colgados de un puente. Sicariato. Atentados con explosivos. Masacres. Un guarda de seguridad secuestrado y abandonado después en mitad de la calle con un chaleco bomba. Zonas donde la policía no se atreve a poner el pie. Vecinos abandonados a su suerte, en un mar de crimen. Guayaquil se ha convertido en el epicentro del estallido violento que está sufriendo Ecuador. La ciudad portuaria, principal motor económico del territorio nacional, contabiliza el 30% de los asesinatos de un país que registró en 2022 su récord histórico de homicidios, una cifra que, todo indica, será superada con creces este año.
"Da terror. Ahora ya no se puede ni estar reunido fuera de la casa, conversar, o salir a bailar. Es mejor quedar encerrado", asegura Herlinda a El Confidencial, una vecina de la humilde barriada conocida como Cristo del Consuelo. Ella ha vivido en sus carnes la violencia de la ciudad ecuatoriana. Su vida cambió por completo en agosto de 2022, cuando el edificio donde vivía fue atacado con un cilindro explosivo en medio de la guerra de bandas que está desangrando la ciudad.
Herlinda perdió un ojo en la explosión, pero puede contarlo. Cinco vecinos fallecieron en la detonación. "Vi muchas personas caídas, destrozadas. Yo lo que hice fue caminar y pedir auxilio. Mi vida cambió totalmente. Yo era una persona a la que le gustaba trabajar y bailar", dice Herlinda, cocinera de profesión, mientras recorre los restos de lo que hace un año era su casa. Un amasijo de hierros se escapa por el hueco que albergaba la ventana. Varios tubos cuelgan del techo, y el polvo invade toda la estancia de la habitación principal. Herlinda está intentando restaurar el lugar, y mientras tanto vive en la casa de una amiga. "Fue horrible. No me esperaba que me ocurriese eso de repente. Estoy en consulta todos los días. Me mareo constantemente. Los inocentes somos los que pagamos las consecuencias".
Esta historia es una de las miles que se repiten en un país envuelto por una espiral de violencia que llegó a uno de sus puntos más críticos por el asesinato a balazos del candidato presidencial Fernando Villacencio, a menos de dos semanas de las elecciones de este domingo 20 de agosto. La seguridad, que ya era una de las mayores preocupaciones de los votantes antes del magnicidio, se ha convertido en uno de los ejes más importantes de campañas como la de Jan Topic, un economista y dueño de una empresa de seguridad privada que se describe a sí mismo como el Bukele ecuatoriano, en referencia al presidente de El Salvador.
La crisis en Ecuador se explica en las calles y con historias como la de Herlinda, pero también con cifras. El país registró, en 2017, una tasa de 5,4 asesinatos por cada 100.000 habitantes y era uno de los países más seguros de América Latina. En 2022 esa cifra había subido ya a los 25 asesinatos por cada 100.000 habitantes y los analistas estiman que este año se alcanzarán los 40, una epidemia de violencia que hará a Ecuador superar, con creces, los registros de México y Colombia.
Guayaquil, epicentro de la violencia
En la ciudad portuaria se producen el 30% de esos homicidios. El tráfico de drogas ha espoleado la guerra entre los grupos criminales ecuatorianos, patrocinados por los carteles mexicanos del narcotráfico y la mafia balcánica. En juego está el control de la urbe ecuatoriana y de sus puertos y estuarios, claves para sacar la cocaína que transportan desde Colombia rumbo al norte.
La violencia surgió primero en las cárceles, con masacres tan terroríficas como la acaecida en la penitenciaría del Litoral, en la que perecieron 119 presos en septiembre de 2021. Prisiones como esta se han convertido en el escenario de la lucha entre distintas facciones criminales. Entre rejas, se enfrentan a cuchillo y también con armas de fuego. Este pasado julio tuvo lugar el último incidente en un centro penitenciario, en el que murieron 31 reclusos, pero la violencia hace ya meses que traspasó los barrotes y se expandió por los barrios más humildes de la ciudad, convertidas en zonas de guerra, con fronteras invisibles que no se pueden cruzar sin poner en riesgo la vida.
En las intrincadas callejuelas de Villa Trinitaria los vecinos conocen bien la guerra entre bandas. La favela está erigida sobre uno de los estuarios de la ciudad y allí sobreviven viviendas de madera cubiertas por láminas de zinc, construidas con asombroso equilibrio en las aguas contaminadas. Ahora, es una de las zonas donde más se sufre el estallido de violencia.
"Esta situación es consecuencia del abandono estatal. De un Gobierno que ha limitado nuestro acceso a la educación, a la salud, a la vivienda y al empleo decente. Todas esas limitaciones han generado los escenarios perfectos para el crimen organizado, que no se alimenta de otra cosa que de la criminalización de la pobreza", considera Scarlett Choez, asistente social en la zona, y cuyo padre también resultó gravemente herido en el atentado con explosivos ocurrido en Cristo del Consuelo.
Al igual que Choez, otros activistas denuncian que la violencia ha crecido al mismo tiempo que lo ha hecho los índices de pobreza en los barrios. La pandemia fue un antes y un después para la economía de muchas familias, después de que afectara con especial virulencia en Guayaquil, que se convirtió durante varias semanas de 2020 en uno de los lugares más azotados por el coronavirus en todo el mundo. Los efectos económicos de la guerra de Ucrania no han mejorado la perspectiva, y muchos ecuatorianos están al límite.
Las organizaciones criminales se aprovechan de este escenario para reclutar a jóvenes en situaciones vulnerables. Para ellos, muchas veces no hay elección. Es plata o plomo, porque, si no ingresan a la organización criminal, acaban muertos o sus familias sufren represalias.
En constante estado de alerta
La guerra en la ciudad ecuatoriana ha llegado también a los colegios. "Hay una expansión del reclutamiento forzoso de niños, estén o no en el sistema educativo, que está siendo intervenido por los grupos criminales. Si los chicos no aceptan el reclutamiento, mueren. Más de 200 menores de edad fallecieron el año pasado, especialmente en Guayaquil, por negarse a pertenecer a las bandas. Los enfrentamientos se están dando también al interior de las escuelas", señala Billy Navarrete, director ejecutivo del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (CPDH) con sede en la ciudad.
"La violencia no solamente ha tomado cuerpo en las cárceles y en las comunidades, sino también en las mentes de los niños, que ahora ven, sujetos a la violencia, la necesidad de involucrarse en estas economías ilícitas como única manera de sobrevivir. Muchos padres ya no están llevando a sus hijos a la escuela por todos estos temores", añade el cooperante.
El Gobierno de Guillermo Lasso, que dejará el poder tras las elecciones anticipadas que él mismo convocó tras cerrar el Congreso en mayo, militarizó temporalmente parte de las escuelas de Guayaquil para intentar atajar el problema. Desde entonces, los soldados patrullan fuertemente armados entre los estudiantes y, en algunas ocasiones, han sometido a algunos menores a requisas en los centros educativos.
Lasso también decretó varios estados de excepción limitados, aunque la medida no ha tenido éxito y la violencia no solo no se contuvo, sino que ha aumentado en las últimas semanas. "El estado de excepción no sirve para nada. Tiene un efecto ante la opinión pública pero en la práctica las medidas han caído en saco roto", asegura Navarrete.
Las autoridades atribuyen la mayoría de los asesinatos al narcotráfico, pero la delincuencia común ha estallado también por la guerra entre mafias y la crisis económica. La periodista Blanca Moncada es una de las voces que informan de la violencia en la ciudad ecuatoriana, y también una de sus víctimas. A pesar de que toma las precauciones necesarias y no se mueve habitualmente por las consideradas zonas rojas de Guayaquil, Moncada fue secuestrada durante dos horas tras subirse a un taxi cerca del edificio de oficinas donde trabaja.
"Tomé el taxi junto a un amigo, también periodista, y a los tres minutos se desvió hacia un callejón oscuro, donde estaban esperándonos tres tipos que se subieron armados, con armas cortopunzantes y con armas de fuego. Golpearon a mi amigo en varias ocasiones. Nos robaron las pertenencias, todo el dinero de las tarjetas, sacando de diferentes cajeros de la ciudad. A mi amigo le llevaron todos los ahorros y hasta lo dejaron sin zapatos", relata entre los micrófonos de su estudio mientras prepara un programa en el que hablará de la violencia que vive una ciudad que está normalizando la criminalidad.
"Empiezas a vivir esta violencia como una costumbre, como parte de la idiosincrasia del territorio. Así lo miras cuando vives aquí. Supone vivir en un estado de alerta. No estar tranquilo ni en el espacio público que se supone más seguro", lamenta Blanca.
Blanca Moncada ha investigado la violencia que vive la ciudad y, en su opinión, el panorama es sombrío. "No estamos hablando solamente de delincuencia, sino de grupos delictivos completamente organizados. Estamos hablando de bandas que hacen secuestro exprés, de sicarios que pueden llegar a matar a un comensal en un restaurante, mientras estás comiendo. Es un estado permanente de miedo al que te acerca esta realidad", expone. "Hay zonas enteras tomadas por bandas narcodelictivas. Cerros donde habitan cientos de familias a los que ya no puedes acceder si no conoces a nadie. Se han convertido en pequeñas favelas de la mafia, cuyos niños son sicarios, ladrones y microtraficantes", lamenta la periodista.
Infierno se escribe con 'hache'
En los barrios más peligrosos, e incluso en el centro de la ciudad, es común ver a personas caminando sin rumbo, con la mirada perdida, o moviéndose frenéticamente, en muchas ocasiones al lado de la carretera. Son usuarios de "hache", un sucedáneo barato de la heroína, que está calando entre la población más vulnerable y contribuye también al clima de inseguridad.
"Genera mucho robo porque, si quien lo consume no tiene como comprar más, van a buscar la forma de conseguir el dinero. No respetan a nadie", asegura una joven usuaria de esta droga. Junto a una persona que describe como a su amigo, la mujer duerme en el suelo, bajo unos soportales del centro de Guayaquil, y afirma haber dejado a su hija al cuidado de unos conocidos. Guarda su dosis en un pequeño bolsito, que mueve con delicadeza. No tiene que desplazarse mucho para conseguir el narcótico. Los dealers tienen varios puntos de distribución en la zona, de negocios y muy transitada. La esconden incluso tras un ladrillo suelto de algún edificio.
"Nos estamos acostumbrando al temor. Absolutamente nadie que haya vivido en este país puede decir que, en años anteriores, hayamos pasado por una situación como la que estamos pasando actualmente", lamenta un empresario guayaquileño que no quiere revelar su identidad por miedo a represalias. La entrevista tiene lugar en un parque cercano a un centro comercial, un lugar donde el hombre se siente seguro para hablar de uno de los principales problemas de la ciudad: la extorsión, que ha crecido un 300%.
Hace unos meses, unos hombres contactaron con los negocios de su zona, pidiendo dinero a cambio de protección. Quien no paga, se expone a que su empresa sea atacada con explosivos, al secuestro, o incluso al asesinato. "Provoca vómito. Provoca náuseas. Es esa sensación de no poder hacer nada. Una situación realmente temible, que a cualquier persona normal le satura de nervios", describe el comerciante extorsionado.
"Operan a través de cartas. Por medio de mensajes de WhatsApp. La policía nos ha dicho que, en el momento que recibamos el mensaje, denunciemos. Lo estamos haciendo, por supuesto, pero, finalmente, no llega a nada. La persona que recibe una carta, un mensaje, lo único que está es esperando el momento en que esta gente actúe, lleve a cabo su cometido", asegura.
Una parte importante de los ciudadanos de Guayaquil han decidido hacer vida de puertas para adentro para intentar esquivar la ola de criminalidad. Viven en sus urbanizaciones o condominios, saliendo lo menos posible. Por eso, el comerciante asegura que, en su entorno, nunca había visto a tanta gente viajando al extranjero. Gastan en otros países lo que no invierten en ocio en Guayaquil.
Para un número creciente de personas, la solución más factible es irse definitivamente. La migración desde Ecuador ha aumentado en los últimos meses por el paso del Darién, la selva que divide Panamá y Colombia. La ruta es una de las más importantes para los migrantes rumbo a Estados Unidos y los únicos que superan en número a los ecuatorianos que la cruzan son los venezolanos.
"Ecuador sufrió un éxodo ya en el año 2000 y estamos viviendo otro. Lo estamos notando. Hay gente migrando a todas partes del mundo. Los niños quedan al cuidado de los abuelos, que ya están cansados y viejos. Esos niños que no encuentran un amor de hogar, lo que buscan es una protección en la calle, y la gente que está ocasionando todo este revuelo de desventura en Ecuador aprovechan esa situación para sus perversos cometidos", asegura el comerciante extorsionado.
"Necesitamos volvernos a encontrar", reclama desde una ciudad que está viviendo un momento crítico en su historia.
Cadáveres colgados de un puente. Sicariato. Atentados con explosivos. Masacres. Un guarda de seguridad secuestrado y abandonado después en mitad de la calle con un chaleco bomba. Zonas donde la policía no se atreve a poner el pie. Vecinos abandonados a su suerte, en un mar de crimen. Guayaquil se ha convertido en el epicentro del estallido violento que está sufriendo Ecuador. La ciudad portuaria, principal motor económico del territorio nacional, contabiliza el 30% de los asesinatos de un país que registró en 2022 su récord histórico de homicidios, una cifra que, todo indica, será superada con creces este año.