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"Incluso si Putin desapareciese mañana, Rusia tendrá que continuar la guerra"
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¿Hay alternativa para Rusia?

"Incluso si Putin desapareciese mañana, Rusia tendrá que continuar la guerra"

Tatiana Stanovaya, una de las analistas que mejor conoce los entresijos de la política de Rusia, explica a El Confidencial el presente, pasado y futuro de Rusia

Foto: El presidente ruso Vladímir Putin (c) a su llegada a la ceremonia de entrega de los premios por el "Día de Rusia" en el Gran Palacio del Kremlin. (EFE/Yuri Kadobnov)
El presidente ruso Vladímir Putin (c) a su llegada a la ceremonia de entrega de los premios por el "Día de Rusia" en el Gran Palacio del Kremlin. (EFE/Yuri Kadobnov)
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Hacía décadas que no era tan importante discernir lo que piensan realmente las élites rusas. Al albur de la invasión a gran escala de Ucrania, la arquitectura global de seguridad y la paz mundial dependen en buena medida de lo que se decida en Moscú. Las ambiciones rusas han vuelto y, con ellas, el viejo arte de la kremlinología: la necesidad de entender lo que sucede en los pasillos del Gobierno ruso y en las mentes de sus líderes, embarcados en la recomposición violenta del mapa de Europa.

Para asomarnos a los equilibrios internos del Kremlin, al clima de la opinión pública rusa y a la situación de la disidencia, hemos hablado con Tatiana Stanovaya, una de las analistas que mejor conoce los entresijos de la política de su país. Las observaciones de Stanovaya, fundadora del centro de análisis R.Politik y miembro del Carnegie Russia Eurasia Center y de L’Observatoire, el think tank de la Cámara Franco-Rusa de Comercio e Industria, no son prometedoras: lo que empezó siendo la guerra de Putin es hoy la guerra de toda Rusia. Un conflicto que el país más grande del mundo, pese a los reveses, estaría empeñado en ganar a cualquier precio. Con o sin Vladímir Putin en la presidencia.

placeholder Tatiana Stanovaya, una de las analistas que mejor conoce los entresijos de la política de su país. (Cedida)
Tatiana Stanovaya, una de las analistas que mejor conoce los entresijos de la política de su país. (Cedida)

PREGUNTA. La contraofensiva ucraniana está en curso. ¿Cómo está comunicando la guerra el Kremlin ahora mismo? ¿Se puede hablar de un mensaje más o menos unificado?

RESPUESTA. No creo que el mensaje haya cambiado en el último mes. La idea principal del Kremlin, diría que desde septiembre del año pasado —tras la reconquista ucraniana de la región de Járkov y la anexión ilegal rusa de las cuatro regiones parcialmente ocupadas—, es que Rusia se enfrenta a las fuerzas de la OTAN, que estarían usando todas sus armas para destruir a Rusia. Es una lógica defensiva. Intentan retratar a Ucrania como un instrumento de Occidente. Por cierto, Putin se reunió recientemente con los blogueros militares y dijo algo muy interesante: dijo que Ucrania no produce las armas suficientes, que depende al 100% de Occidente y que ese apoyo occidental no puede ser eterno. Lo que significa que llegará un momento en el que Ucrania se quedará mano a mano con Rusia. Y de hecho comentó la idea de la desmilitarización de Ucrania. Desde su punto de vista, eso es lo que está sucediendo.

Por otra parte, tampoco podemos hablar de una política informativa estratégica, consistente y unificada por parte del Kremlin. Tenemos la retórica de Putin, tenemos la televisión rusa y tenemos a muchos actores que se expresan con el beneplácito del Kremlin. En general, es un espacio informativo muy incoherente. Y ese es, hasta cierto punto, el objetivo. Cuanto más asustados estén los rusos de a pie, más van a tener que depender del Estado y más se consolidará el régimen.

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Este es uno de los factores decisivos del curso de la guerra: la transferencia de armas a Ucrania, especialmente de proyectiles de artillería, que resulta ser, según varios analistas militares, la columna vertebral del conflicto. Como referencia: Estados Unidos planea sextuplicar su producción de proyectiles de 155 mm para 2028 hasta los 85.000 mensuales. Aun cuando se llegue a ese nivel, dentro de cinco años, es cuatro veces menos de lo que necesita Ucrania mensualmente. Mientras, los rusos han llegado a disparar casi un millón de proyectiles mensuales el verano pasado. Aunque recientemente también experimentan escasez y no está claro cómo de profundos son sus arsenales soviéticos.

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P. Se dice que Prigozhin es el único ruso que goza de libertad de expresión. ¿Cómo se explica esto? ¿Por qué se le permite ser tan crítico?

R. Es la pregunta del millón. ¿Qué significa eso de que se le permite? ¿Quién se lo permite? En Rusia no tenemos un centro de decisión unificado. Lo que tenemos son varios grupos con su propia visión y su agenda respecto a cómo proceder. Y Putin les deja existir. No cree que sea necesario controlarlos totalmente. Algunos expertos dicen que a Putin le gusta que estos diferentes grupos compitan entre sí y que haya un equilibrio de intereses, de manera que ninguno pueda rebelarse contra él. Yo no comparto esta idea. Más bien, creo que a Putin le gusta delegar responsabilidades en su administración, en los servicios de seguridad, en el banco central, etc. Y está cómodo con que cada actor tenga su propio territorio y se le pueda pedir cuentas. Sabemos que Prigozhin tiene vínculos estrechos con gente del círculo de Putin, pero eso no significa que otras personas de este círculo aprueben lo que hace Prigozhin.

P. ¿Cuáles serían esos grupos de poder de la élite rusa? ¿Cuáles son los más importantes?

R. Empecemos con los tecnócratas: aquellos encargados de implementar las decisiones de Putin. Los acólitos que no solían tener su propia agenda, pero que ahora están mucho más politizados. Por ejemplo, —el vicejefe de gabinete de la Administración Presidencial— Serguéi Kiriyenko, supervisor de la política doméstica, o el viceprimer ministro, Marat Jusnulin. Antes de la guerra, estas personas eran tecnócratas; hoy, se han convertido en los nuevos halcones. Están muy implicados en la guerra, gestionan los territorios anexionados y se han acercado a Putin. Están realmente implicados en la toma de decisiones, pero, aun así, no se les puede comparar con la vieja guardia, con Nikolái Pátrushev —secretario del Consejo de Seguridad de Rusia—, o con Dmitry Medvédev —expresidente de Rusia y actual vicesecretario del Consejo de Seguridad—. Los tecnócratas pueden ser fácilmente reemplazados. No son amigos de Putin. Dependen mucho de él y tienen que implementar lo que él dice.

Foto: El presidente ruso, Vladimir Putin. (Reuters)

Luego podemos hablar de los siloviki —los miembros de las fuerzas armadas y de los servicios de seguridad—, aunque, con la guerra, se hace más difícil verlos como un grupo uniforme. Ya antes no podíamos hablar de los siloviki como un grupo con una agenda común. Había diferentes intereses en competición. Ahora es incluso más complicado. Tenemos a los militares, físicamente implicados en la guerra; tenemos a los servicios de seguridad, que están preocupados por el coste de la guerra y por cómo la manejan los militares; y luego están los viejos halcones, como Pátrushev, Medvédev o Viacheslav Volodin, presidente del parlamento ruso. Desde mi punto de vista, creo que estos viejos halcones están empezando a perder relevancia. Estamos acostumbrados a ver a Pátrushev como el demiurgo del régimen de Putin, el principal ideólogo, que podría incluso haber empujado a Putin a lanzar la invasión. He leído esto en los medios occidentales. Es una visión muy extendida. Pero Pátrushev, Medvédev y Volodin están muy alejados de la guerra, de las atrocidades de la guerra. Están acostumbrados a un modo de vida lujoso y, desde el punto de vista de los nuevos halcones, esta vieja guardia no tiene contacto con la realidad. Es muy interesante cómo la guerra ha provocado estos cambios tectónicos, que pueden hacer que el régimen se vuelva más beligerante, y, a la vez, más racional en el futuro.

P. ¿Y qué sabemos de Putin? Hay mucha especulación sobre su aislamiento o sobre que habría perdido el contacto con la realidad.

R. A ojos de Putin, los primeros 20 años de su gobierno, hasta el año 2020, fueron dedicados a la construcción del sistema político ruso. Él cree que la dimensión doméstica de su misión está terminada. Se ha adoptado una nueva constitución, hay un sistema político dominado por un partido fuerte y estable, y una oposición política constructiva y responsable. Según él, todo funciona. Esa misión está completa. Por eso no está interesado en cuestiones de la gobernanza doméstica. Por eso delega fácilmente en los gobernadores, los servicios de seguridad o la administración presidencial, tal y como sucedió durante la pandemia. Pero, cuando hablamos de política exterior y de la posición de Rusia en el mundo, él cree que todavía queda mucho por hacer. Para él, lanzar la guerra contra Ucrania fue el último recurso para forzar a Occidente a implicarse en conversaciones estratégicas sobre la arquitectura internacional de seguridad. Creyó que la guerra agitaría el mundo, se solucionaría rápidamente y haría que Occidente hablase con Rusia. Pero no funcionó.

Por ahora, podemos decir que hay asuntos en los que Putin está profundamente implicado y que conoce al detalle. Está muy bien informado en cuestiones militares. Sabemos que habla personalmente con los comandantes sobre el terreno, que llama a cualquiera que esté en el frente para hacerle preguntas. También está preocupado por la geopolítica, por cuestiones como el acuerdo del grano. Está muy implicado y bien informado en estos asuntos. Pero luego, en cosas sociales y económicas, prefiere delegar, aunque luego aparezca en televisión con sus ministros y su equipo. Pero vemos que estas cosas le aburren. Y delega las decisiones en gente del gobierno.

P. Hace poco hubo una reunión de disidentes rusos en Bruselas a la que no acudió, precisamente, el equipo del más notorio de ellos, Alexéi Navalny, encarcelado en una colonia penal de máxima seguridad. Esta ausencia desató las críticas de figuras como Mijaíl Jodorkovski. ¿Cuál es el origen de estas rencillas?

La llamada oposición no-sistémica, un término de uso común antes de que esta entidad política fuera efectivamente desmantelada en Rusia, forzando a la mayoría de sus representantes a abandonar el país. Ahora, estos se enfrentan a tres desafíos. El primero, tienen que lidiar con un apoyo sumamente bajo dentro de Rusia, tanto entre la élite como entre la sociedad en general. Aunque podemos debatir y quizás estar de acuerdo en que, bajo diferentes circunstancias políticas, la situación podría ser diferente, el hecho sigue siendo que ahora mismo tienen un respaldo muy limitado. La mayoría de los rusos de a pie no perciben a estos individuos como una fuerza opositora legítima dada su escasa base de apoyos. La sociedad rusa de hoy sigue inclinándose más a apoyar a las autoridades, viviendo con la sensación palpable de estar en una fortaleza asediada. Como consecuencia, el cisma entre la oposición no-sistémica y el ruso medio ha crecido dramáticamente.

El segundo desafío es que estos emigrados políticos suelen ser vistos por la élite rusa como representantes de los intereses de Occidente, más que como actores independientes. Son percibidos como una herramienta de Occidente para desmontar el actual Estado ruso, no solamente el régimen. Esta percepción dificulta su capacidad para mantener contactos dentro de Rusia, especialmente cuando hablan abiertamente de la derrota de Rusia, del precio a pagar por los crímenes de guerra, etcétera. Y tercero, la oposición no-sistémica se caracteriza por una notable falta de coherencia y unidad. Les falta legitimidad, una visión unificadora y un concepto atractivo del futuro de Rusia que resuene entre los rusos que creen firmemente que no pueden perder, un sentimiento que, ahora mismo, representa el punto de vista mayoritario. Sin embargo, a pesar de estas cuestiones, nos encontramos en una situación en la que estos individuos son la única fuerza de facto que representa a Rusia en el diálogo con Occidente. No hay otros candidatos aparentes.

Foto: Foto de archivo de un discurso de Putin. (Reuters/Anton Vaganov)

P. ¿Está Rusia centrada en profundizar esta anexión, por ejemplo, repartiendo pasaportes o extendiendo allí los procesos electorales rusos?

R. La idea general de Putin es asimilar a los habitantes locales de las zonas ocupadas a la nueva realidad rusa. Él quiere que los responsables de la política doméstica rusa, que están ahora lidiando con estas regiones, hagan que Rusia sea mucho más atractiva para los ucranianos que viven en estas zonas, de manera que estos quieran convertirse en rusos, obtener un pasaporte ruso y vivir según las reglas rusas. Esa es la idea. En la práctica, sin embargo, esto no funciona así. Podemos ver que en estos territorios está vigente la ley marcial, y que los ucranianos e incluso los rusos que viven allí, si no aceptan el nuevo orden, tienen que marcharse o callar. Por supuesto, Putin presiona a su administración para que acelere el proceso de rusificación de la población, pero, en las condiciones de guerra, es difícil. Y una parte de este proceso es una simulación. Lo más importante es dar la impresión de que, en estas regiones, hay gente que quiere formar parte de Rusia. Es una imagen que el Kremlin no solo trata de vender a los rusos, sino también al resto del mundo.

P. Los rusos invadieron como si fueran a ser recibidos, si no con los brazos abiertos, al menos con indiferencia. Y sucedió exactamente lo contrario. ¿Qué pensaban y qué piensan la mayoría de los rusos de a pie? ¿Les sorprende la resistencia ucraniana?

R. Creo que debemos diferenciar entre el antes y el después de lanzamiento de la invasión. La decisión de empezarla fue única y exclusivamente de Putin. Rusia no estaba preparada para esta guerra. Fue un shock. Un shock para todo el mundo. Incluso para actores políticos de primera categoría, como el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov. No podemos decir que fuera la decisión de Rusia. Fue la decisión de Putin. Pero, una vez lanzada, esta se convirtió en la guerra de Rusia. Ahora ha ido tan lejos que, de hecho, hay un fuerte consenso entre las élites rusas y la sociedad rusa: la idea de que Occidente quiere arruinar a Rusia. Esta se ha convertido en una guerra existencial para los rusos. La narrativa común es que, si Rusia pierde la guerra, Ucrania se convertirá en una plataforma para atacar a Rusia y tratar de dividirla. Así que ya es demasiado tarde.

Incluso si Putin desapareciese mañana, por una u otra razón, Rusia tendrá que continuar esta guerra, aunque no podamos hablar de unos objetivos consensuados. La visión de Putin es diferente a la visión de las élites y la visión de la sociedad. Para Putin, se trata de reparar una injusticia histórica. De liberar a los hermanos ucranianos; para buena parte de las élites rusas, es mucho más importante absorber un pedazo de territorio, particularmente el Donbás. La mayor parte de las élites y de la población no quieren esperar a que Kiev capitule y Moscú puede instalar un nuevo régimen leal a Rusia. Para la mayoría de los rusos, esto no es realista.

También hay una diferencia en cómo se percibe a los ucranianos. Para Putin, los ucranianos y los rusos son el mismo pueblo —una visión que el líder ruso explicó en su largo artículo, lleno de incongruencias históricas, publicado en julio de 2021—. Para la mayor parte de las élites y de la sociedad, ese no es el caso. Ahora a los ucranianos se los ve como gente hostil, no como gente que se tiene que liberar. La visión es que hay que matar a los nazis y negociar la paz para los territorios liberados. Es una lógica completamente distinta.

Pero, en cualquier caso, se vea como se vea a los ucranianos y a los territorios tomados, es que los rusos no se pueden permitir perder esta guerra. Incluso esas élites rusas que, al principio, veían la guerra como una catástrofe, un error y un horror, ahora se dan cuenta de que forman parte del régimen que lanzó esta guerra y, por tanto, participan de la responsabilidad de las decisiones y los crímenes. Así que no hay vuelta atrás. Piensan que, o imponemos a Occidente unas condiciones y le obligamos admitir que Rusia tiene sus intereses, o seremos destruidos. No podemos ceder, no podemos regatear. Tenemos que pelear o, al menos, ganar tiempo. Es muy difícil para mucha gente, en Rusia, pensar ahora en negociaciones de paz.

P. Cada día vemos testimonios, imágenes y vídeos de soldados rusos siendo destrozados y existe la impresión de que, dadas también las naturales simpatías hacia el país agredido, el seguimiento informativo está siendo muy sesgado y de que es posible que no tengamos una imagen completa de lo que sucede. ¿Cuál es su impresión?

R. Nos encontramos no solamente en mitad de una guerra caliente; también estamos enredados en una confrontación informacional sin precedentes. Esta es una realidad objetiva: cada bando, cada jugador en lo que se ha convertido en un conflicto multilateral que implica a muchos países, no solo Ucrania y Rusia, que se ve obligado a promover su propia agenda de información ligada a sus prioridades tácticas. Indudablemente, esto dificulta mucho a los expertos el análisis de la situación: el separar los hechos de la manipulación y de noticias directamente falsas. Pero es nuestra realidad actual. Si uno desea discernir la naturaleza de la información con la que trabaja, tiene que hacerse esta pregunta: ¿apoya esa fuente informativa a uno de los bandos en conflicto y tiene su propia agenda? Si la respuesta es sí, entonces hay que descartar esa información o usarla como ventana para entender la lógica y la perspectiva de ese bando. Rusia, como cualquier otro actor, tiene sus propios intereses e intenta diseminar sus propias narrativas, aunque con menos capacidad de persuasión que Occidente e incluso que Ucrania. Lamentablemente, medios de comunicación de todo el mundo tienden a promover narrativas bastante sesgadas, lo cual complica aún más la situación. Su papel de analizar, de verificar y de aportar una visión objetiva es cada vez más importante en esta época de guerra informativa.

Hacía décadas que no era tan importante discernir lo que piensan realmente las élites rusas. Al albur de la invasión a gran escala de Ucrania, la arquitectura global de seguridad y la paz mundial dependen en buena medida de lo que se decida en Moscú. Las ambiciones rusas han vuelto y, con ellas, el viejo arte de la kremlinología: la necesidad de entender lo que sucede en los pasillos del Gobierno ruso y en las mentes de sus líderes, embarcados en la recomposición violenta del mapa de Europa.

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