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Estructura, decisión y estrategia: tres lecciones para Michel y la UE tras la visita a Pekín
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Hablar con China sin saber qué decir

Estructura, decisión y estrategia: tres lecciones para Michel y la UE tras la visita a Pekín

El viaje del presidente del Consejo Europeo a China para reunirse con Xi Jinping vuelve a poner sobre el foco una serie de errores por parte de la Unión Europea

Foto: Charles Michel y Xi Jinping. (Reuters)
Charles Michel y Xi Jinping. (Reuters)

Aguantando la respiración. Así es como los Veintisiete han visto el viaje de Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, a China. Había muy poco que ganar y mucho que perder, pero el presidente del foro de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea decidió viajar a Pekín y reunirse con el presidente chino, Xi Jinping, cuando este se le ofreció en los márgenes de la reunión del G20 en Bali (Indonesia).

Cuando fue anunciado, su equipo no supo explicar las razones del viaje, pero la decisión estaba tomada. Michel ha salvado una situación muy compleja después de que las protestas contra la política de 'covid cero' hubieran envenenado su viaje. Fuentes de su equipo explican que se abordó directamente el asunto durante una reunión de tres horas con Xi y, en líneas generales, el presidente del Consejo puede volver a casa defendiendo que no escondió el asunto de los derechos humanos en un cajón.

Incluso así, la reunión deja algunas lecciones. Ninguna desconocida, pero sí reforzadas tras el viaje de Michel. La primera, quizás una de las más importantes, es que hay que aclarar la estructura de la representación de la Unión Europea en el exterior. ¿Tiene sentido que Michel viaje solo a China sin la compañía de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y sin el jefe de la diplomacia europea, el español Josep Borrell?

Foto: Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, durante una cumbre virtual con China. (Reuters)

Hablar con voz propia

Las decisiones a nivel europeo son cada vez más relevantes. Las crisis, definitivamente ancladas en el campo de lo global y de lo geopolítico, requieren ahora de una respuesta europea, como demuestra el conflicto en Ucrania, la crisis energética o la pandemia del coronavirus. No se trata ya únicamente de ofrecer soluciones comunes para problemas internos: esa respuesta común es también necesaria de puertas para fuera. La dimensión exterior de los problemas obliga a los Veintisiete a actuar en bloque si quieren seguir siendo relevantes.

La política exterior europea podía ser una hidra de veintisiete cabezas hasta hace un tiempo, protegiendo la valiosa competencia nacional sobre las relaciones exteriores. En aquel entonces se podía permitir cierta descoordinación entre el presidente del Consejo Europeo, el de la Comisión Europea y el Alto Representante. Pero ahora es urgente encontrar una solución inmediata. Ante una nueva era de desestabilización, antes de hablar y saber qué decir, tienes que encontrar tu propia voz.

A eso no ayuda la lucha de egos entre Michel y Von der Leyen. Los dos quieren tener los focos, ser quienes llevan la voz cantante, quienes hacen las propuestas, quienes saleb en la foto. Todo esto se ve de forma permanente en la llamada “burbuja de Bruselas” y saca de quicio a muchos. No es, de ninguna de las maneras, la forma más eficiente de que el club funcione bien. Para el resto del mundo, este pulso fue evidente en una reunión Ankara, cuando Michel se lanzó al único asiento libre junto al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, e hizo que Von der Leyen, petrificada en ese momento, se viera obligada a sentarse en un sofá lateral, lo que se vino a llamar el “Sofagate”.

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Hay que decidir y estructurar cómo habla la Unión Europea con los países terceros para evitar que sea básicamente una carrera de egos entre los gabinetes de los distintos presidentes. La representación de la UE en el exterior en encuentros importantes como la reunión con Xi no puede quedar sujeta a la improvisación y a que el primero que llegue sea el que se encargue de ello.

Primero decidir, después actuar

La segunda lección es que para querer hablar con una voz “europea” hay que saber qué decir. El viaje de Michel resultaba extraño para casi todo el mundo porque aunque su equipo aseguraba que tenía un mandato claro sobre qué decir, lo cierto es que la última vez que los jefes de Estado y de Gobierno hablaron sobre las relaciones con China lo hicieron en la cumbre de octubre sin que apareciera nada en las conclusiones. Lo hicieron para evitar que el debate se viera consumido por la evidente dificultad de poner a los veintisiete socios de acuerdo sobre un lenguaje común respecto al gigante asiático.

La Comisión presidida por Jean-Claude Juncker, entre 2014 y 2019 tenía un lema que utilizaba bastante: “Ser grande en las cosas grandes, ser pequeño en las cosas pequeñas”. La Unión Europea debería recuperarlo modificándolo ligeramente: “Ser asertivo en aquellas cosas que tenemos claras, callarnos mientras no lo tengamos claro”. No solamente ocurre con el caso de China. Pasó durante años con Rusia y sigue ocurriendo todavía en las relaciones con América Latina o África.

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Es obvio que, con 27 Estados miembros, el ponerse de acuerdo siempre va a ser difícil, va a ser lento y complicado. Pero una vez haya una postura común se podrá ejercer mucha más presión e imponer mucho mejor algunas ideas. En política exterior, el dudar, el que entre los socios algunos rompan filas o el tener que andar sobre un alambre demasiado delgado suele salir caro.

Una estrategia para China

El tercer punto es que resulta fundamental aclarar una cosa en la agenda exterior y estratégica de la Unión, mucho más que el resto de asuntos: qué piensa Europa sobre China. La relación con el gigante asiático es esquizofrénica. La Unión tiene una absoluta dependencia económica de Pekín mientras lo califica abiertamente de “rival sistémico”. Se intenta convencer de que ambas cosas son posibles al mismo tiempo, pero la guerra de Rusia sobre Ucrania ha demostrado que mantener ese equilibrio es muy peligroso y puede acabar convertido en una larguísima y costosa factura económica.

En Estados Unidos están cada vez más tensos respecto a la actitud de la Unión Europea hacia China, algo que comunican por todos los canales posibles. Esta misma semana, los ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, muchos de los cuales son también miembros del club comunitario, han debatido sobre la dependencia con el gigante asiático y la necesidad de aprender de la experiencia con Rusia. Al mismo tiempo, Europa está muy irritada con Washington por cosas como la Ley para la Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés), que pone en riesgo a la industria europea. Y todo eso ocurre en el momento en el que, a priori, debería haber una mayor sintonía con la Casa Blanca, con una administración más acorde a los intereses europeos y con una guerra que ha devuelto la vista estadounidense hacia el Atlántico, aunque sea temporalmente.

Foto: Nancy Pelosi, con la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, en Taipéi. (Reuters)

Pero en este caso todo depende de Alemania. No puede haber una visión coherente y firme respecto a China hasta que Berlín no decida qué postura tomar. El viaje del canciller alemán Olaf Scholz a Pekín, acompañado de una cohorte de jefes de la industria alemana, demuestra que estamos todavía muy lejos de que haya un cambio de postura. La buena noticia es que el ministerio de Asuntos Exteriores, controlado por Los Verdes, ya tiene un borrador de una nueva estrategia hacia China que parece más sólido y adaptado a los nuevos tiempos.

En todo caso, la demostración de que Alemania no es el único problema es que la narrativa europea respecto a China va dando tumbos permanentemente. Hay épocas, como cuando China sancionó a una serie de eurodiputados, en las que parece que Europa aboga definitivamente por creer que hay una lucha entre democracias y autocracias. Borrell en ocasiones hace hincapié en la lucha que existe entre sistemas y solamente unas semanas después recupera el discurso de la “tercera vía”, evitar el alineamiento con Estados Unidos y aboga por el “realismo” en las relaciones con Pekín.

En parte, el viaje de Michel tenía mucho margen de error porque nadie sabe exactamente qué se puede decir en nombre de la UE sobre las relaciones con el gigante asiático. La llamada “doctrina Sinatra”, el establecer unas relaciones con Pekín “a mi manera” y de forma independiente a EEUU, sigue viva en Bruselas, pero a sabiendas de que cada vez resulta más difícil tratar con China. Es urgente fijar una posición y ser consecuentes con ella: el actual equilibrio de “rival sistémico” y socio imprescindible es imposible.

Aguantando la respiración. Así es como los Veintisiete han visto el viaje de Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, a China. Había muy poco que ganar y mucho que perder, pero el presidente del foro de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea decidió viajar a Pekín y reunirse con el presidente chino, Xi Jinping, cuando este se le ofreció en los márgenes de la reunión del G20 en Bali (Indonesia).

Bruselas Xi Jinping