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Una tubería para dominarlos a todos: el Nord Stream siempre fue sobre Ucrania
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De aquellos barros, estos lodos

Una tubería para dominarlos a todos: el Nord Stream siempre fue sobre Ucrania

Esta es la historia de la estrategia rusa con el Nord Stream y de la obsesión de Putin con Ucrania. Dos realidades que, al igual que los propios gasoductos, transcurren en paralelo

Foto: Ilustración: Marina G. Ortega.
Ilustración: Marina G. Ortega.
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Nunca en la historia una tubería había acumulado tanta fama. Hablar hoy en día de Nord Stream I o II —nombres técnicos y poco creativos, como los de tantos otros gasoductos— es hablar de conflicto entre Rusia y Occidente, de los errores de la estrategia energética europea, del chantaje de Vladímir Putin, de sanciones, traición y sabotaje. Las imágenes de un círculo de burbujas en la superficie Báltico de casi un kilómetro de diámetro, provocado por la fuga de gas natural tras una explosión submarina que dañó ambas infraestructuras y cuya autoría sigue siendo investigada, quedarán inscritas en el capítulo sobre la guerra en Ucrania de los libros de historia.

Esto, sin embargo, no será ninguna coincidencia. En realidad, los Nord Stream siempre han estado directamente relacionados con las tensiones entre Rusia y Ucrania. Tras el colapso de la Unión Soviética y la independencia ucraniana en 1991, el gas natural y la red de tuberías que lo transportan, que durante tantas décadas unieron a Moscú y Kiev, ahora estaban destinadas a convertirse en los protagonistas de sus divisiones.

En este particular entuerto, una Europa sedienta de gas resultó el escenario ideal para la estrategia de Putin. "Desde su creación inicial hace más de 15 años, los gasoductos Nord Stream 1 y luego Nord Stream 2 siempre fueron impulsados por el Kremlin para reducir y potencialmente terminar con el tránsito de gas ruso a través de Ucrania", explica Benjamin L. Schmitt, investigador asociado de la Universidad de Harvard y miembro principal del Centro de Análisis de Políticas Europeas, en entrevista con El Confidencial. "No tenían como objetivo principal traer nuevos volúmenes significativos de gas a Alemania y Europa Occidental, sino más bien dañar la estabilidad económica y estratégica de Ucrania", agrega el experto.

Esta es la historia de la estrategia rusa con el Nord Stream y de la obsesión de Putin con Ucrania. Dos realidades que, al igual que los propios gasoductos, transcurren en paralelo.

El polvorín del gas

El colapso de la Unión Soviética complicó considerablemente para Rusia, prácticamente de la noche a la mañana, el transporte de gas. Ucrania, antaño una república más de la URSS, se convirtió en 1991 en un país de tránsito con pleno control sobre una red de gasoductos dentro de sus fronteras por las que transcurría cerca del 80% de las exportaciones rusas del hidrocarburo hacia el resto de Europa.

Desde mediados de la década de los 90 en adelante, la gigante estatal rusa Gazprom intentó en reiteradas ocasiones recuperar el control del tránsito de gas a través de Ucrania. Buscó hacerse con una participación mayoritaria en las compañías que debían operar las infraestructuras e incluso la creación de una empresa conjunta entre Moscú y Kiev para ejercer el control indirecto sobre la red. Pero todos estos proyectos quedaron en papel mojado en noviembre de 1995, cuando el parlamento ucraniano adoptó una ley que prohibía la privatización de los activos de petróleo y gas.

Foto: Vladímir Putin durante una reunión con sus ministros. (EFE/Mikhail Klimentyev)
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Las disputas entre Gazprom y el Gobierno ucraniano, principalmente en torno al precio del gas ruso y a las tarifas que cobraba Kiev por el paso por sus gasoductos, se convirtieron en una constante. Sin embargo, las discrepancias se mantuvieron en un terreno relativamente amistoso hasta la llamada Revolución Naranja de 2004, cuando Viktor Yushchenko, un candidato proeuropeo, ganó contra Viktor Yanukovynch, el aspirante favorito del Kremlin, en una repetición de las elecciones presidenciales provocada por una marea de protestas que denunciaban el fraude en las urnas.

Con Yushchenko como presidente, Vladímir Putin lanzó una estrategia de máxima presión en su contra, poniendo fin al reducido precio del gas que ofrecía a Ucrania hasta la fecha y exigiendo el pago de uno similar al acordado por las mucho más pudientes potencias europeas occidentales, lo que suponía cuadruplicar la factura. Múltiples encontronazos entre Kiev y Gazprom acabaron por derramar el vaso el 1 de enero de 2006, cuando la gasística rusa cortó todo el suministro de combustible destinado al consumo interno ucraniano. En respuesta, el Gobierno de Yushchenko desvió parte del gas que debía llegar a Europa, transformando la crisis en una a nivel continental.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/EPA/Gavrill Grigorov/Sputink/Kremlin Pool)

Aunque la interrupción del suministro duró tan solo tres días y se resolvió con relativa facilidad, marcó un punto de inflexión tanto al oeste como al este de Ucrania. Para Europa y Estados Unidos, fue una demostración del poder energético de Moscú y de su capacidad de utilizarlo como arma para sus intereses geopolíticos. Para Putin, supuso una evidencia de la palanca con la que contaba Kiev como principal país de tránsito de su gas hacia Europa, una que le había impedido doblegar al Gobierno ucraniano.

Tanto en los pasillos de la Comisión Europea como en los del Kremlin las conversaciones en torno a la seguridad energética empezaron a resonar con fuerza. Sin embargo, este concepto significaba algo muy distinto dependiendo de quién lo pronunciara.

Seguridad… ¿para quién?

En su libro 'The New Map', el veterano historiador especializado en energía Daniel Yergin recuerda una reunión en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo en la que participó el director ejecutivo de Gazprom, Alexey Miller. Ante una sala repleta de europeos, el CEO manifestó blanco y en botella la esencia de la estrategia energética del Kremlin: "Superen su miedo a Rusia o, de lo contrario, se quedarán sin gas".

Moscú ya llevaba tiempo trabajando en sus esfuerzos para diversificar sus exportaciones de gas a Europa mediante la construcción de gasoductos que evitaran el paso por Ucrania. El más importante fue el Yamal, cuyo proyecto comenzó en 1994 y que atraviesa Bielorrusia y Polonia para llegar a Alemania. En 2003, también se puso en funcionamiento una línea submarina directa hacia Turquía, el Blue Stream. Sin embargo, la llegada del Gobierno de Yushchenko dio a la diversificación y la expansión de las conexiones una misión más importante a los ojos del Kremlin que la puramente económica: aumentar el control sobre Ucrania y sobre la Unión Europea hacia la que Kiev había empezado a mirar.

En este contexto nació el proyecto del Nord Stream, un gasoducto compuesto por dos tuberías paralelas a lo largo de 1.500 kilómetros, con una capacidad de transporte de 55.000 millones de metros cúbicos de gas diarios y con un costo aproximado de 8.800 millones de euros. "Los gasoductos Nord Stream formaban parte de una estrategia a largo plazo del Kremlin para aumentar la dependencia estratégica de la Unión Europea de los recursos energéticos rusos, utilizándola para socavar los intereses de seguridad nacional de Europa y, en última instancia, para disuadir una respuesta uniforme a una invasión rusa de Ucrania", indica Schmitt.

Foto: Un soldado ucraniano descansa en una trinchera cerca de la ciudad de Horlivka, controlada por los rebeldes pro Rusia. (EFE/Anatolii Stepanov)
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Aquellos estados acostumbrados a las tácticas de Moscú no tardaron en dar la señal de alarma. Tanto Polonia como los Estados bálticos veían el Nord Stream como un caballo de Troya ruso puesto en marcha para eludir sus territorios y el ucraniano, otorgándole al Kremlin una nueva herramienta de presión económica y sembrando divisiones entre la "nueva" y la "vieja" Unión Europea. "Cuando tenemos conversaciones con los diplomáticos rusos, nos dicen que les gustaría evitar los países de tránsito que 'no son de confianza'", indicaba en una entrevista en 2008 un directivo del ministerio de Asuntos Exteriores lituano. El acuerdo para su construcción llegó a ser calificado como "un nuevo Pacto Ribbentrop-Molotov", en referencia al acuerdo de partición de Polonia entre la Alemania nazi y la Unión Soviética.

Pero otros los líderes europeos veían el gasoducto con ojos diferentes. Para ellos, era una cuestión exclusivamente de negocios. Aunque la seguridad energética empezaba a ser considerada como un problema a tomarse en serio, las divisiones en torno al concepto impedían articular políticas comunes en la UE. Para los Estados miembros occidentales, "seguridad energética" significaba, ante todo, garantizar la llegada de tanta energía como fuera posible, mientras que para Polonia o los bálticos implicaba principalmente la diversificación del suministro para no depender tanto de Rusia.

Los primeros se impusieron a los segundos. La Unión Europea designó el gasoducto como "un proyecto energético prioritario" que "contribuiría a la seguridad energética europea". Moscú mostró su satisfacción. Cuando Rusia comenzaba a bombear gas a los ductos en 2010, un año antes de su inauguración oficial, Putin, manifestaba satisfecho que "la tentación de Ucrania de beneficiarse" de su "posición exclusiva" iba a terminarse al fin. Para el Kremlin, ese era el verdadero significado de seguridad energética.

El amigo alemán

Las protestas de Kiev y de otras ex repúblicas soviéticas cayeron en saco roto. Moscú tenía cantidades ingentes —y baratas— de gas y Europa las necesitaba, punto. Un 'win-win' en el que las consecuencias para Ucrania, un país cuyo Gobierno era percibido por aquel entonces como corrupto y poco fiable, importaban más bien poco en los despachos europeos occidentales. Esto era particularmente cierto en Alemania, el corazón industrial de Europa, donde el combustible barato se esperaba como agua de lluvia y donde Putin encontró a su aliado perfecto.

Foto: El excanciller de Alemania Gerhard Schröder. (Getty/Sean Gallup)

Incluso para los elevados estándares de la rusofilia alemana, Gerhard Schröder, quien gobernó el país entre 1998 y 2005, mostraba una calidez hacia el Kremlin difícil de igualar. En una entrevista en la que se le preguntó si Putin era un "demócrata impecable", el entonces canciller respondió: "Sí, estoy convencido de que lo es". El líder germano se convirtió rápidamente en uno de los mejores amigos del presidente ruso, escenificando frecuentemente su 'männerfreundschaft' ("amistad masculina") con abrazos, sonrisas y obsequios.

Pero no hubo mejor regalo que el sucedió, precisamente, durante su último año de mandato, cuando firmó el acuerdo que daba luz verde a la construcción del Nord Stream. Ante las críticas de sus vecinos orientales en las plataformas europeas, se mostró tajante, denunciando que "la UE es rehén de una política nacionalista, antialemana y antirrusa" y asegurando que "no existe ningún proveedor de energía más seguro que Rusia".

La amistad dio sus frutos para Schröder. Apenas un mes después de abandonar la cancillería, el alemán se convirtió en presidente del consorcio Nord Stream, dominado por Gazprom y que gestionaba el gasoducto que él mismo había aprobado. Más adelante, ocuparía la presidencia del consejo de administración de la petrolera Rosneft, la más importante de Rusia, hasta este mismo año. No fue el primero ni el último caso de las puertas giratorias que durante décadas han conectado la política alemana y el sector energético ruso. "La práctica del régimen de Putin de cooptar a ex altos funcionarios occidentales para formar parte de los directorios de las empresas energéticas estatales rusas había alcanzado proporciones epidémicas en los años previos a la invasión a gran escala de Ucrania", señala Schmitt.

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El proyecto de Nord Stream siguió adelante sin obstáculos, culminando en una ceremonia de inauguración en la ciudad alemana de Lubmin en noviembre de 2011. Un sonriente Dimitri Medvédev, quien por aquel entonces aparentaba ser el presidente de Rusia, abría junto a una no menos risueña Angela Merkel y otros líderes de Europa Occidental la válvula del gasoducto. El plan de Moscú para circunvalar Ucrania había sido culminado.

Pero lejos de quedarse ahí, la Alemania de Merkel recibiría con los brazos abiertos la posibilidad de duplicar el flujo de gas mediante otras tuberías, las del Nord Stream 2. El acuerdo fue firmado en 2015, cuando Putin ya había llevado a cabo su anexión ilegal de Crimea y mantenía el apoyo militar a los secesionistas en el este de Ucrania. Siete años más tarde, la guerra total estallaba y, poco después, los gasoductos también. Una lección para la historia.

Nunca en la historia una tubería había acumulado tanta fama. Hablar hoy en día de Nord Stream I o II —nombres técnicos y poco creativos, como los de tantos otros gasoductos— es hablar de conflicto entre Rusia y Occidente, de los errores de la estrategia energética europea, del chantaje de Vladímir Putin, de sanciones, traición y sabotaje. Las imágenes de un círculo de burbujas en la superficie Báltico de casi un kilómetro de diámetro, provocado por la fuga de gas natural tras una explosión submarina que dañó ambas infraestructuras y cuya autoría sigue siendo investigada, quedarán inscritas en el capítulo sobre la guerra en Ucrania de los libros de historia.

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