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Gazprom, la navaja oxidada con la que Putin atraca con éxito a Europa año tras año
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Gazprom, la navaja oxidada con la que Putin atraca con éxito a Europa año tras año

El valor bursátil de la mayor gasista del mundo ha caído un 50% tras la invasión de Ucrania. No importa cuántos civiles mueran, su gas y nuestro dinero seguirán cambiando de manos

Foto: Tubo de gas de la empresa Gazprom. (iStock)
Tubo de gas de la empresa Gazprom. (iStock)

¿Hay una guerra entre Ucrania y Rusia dice usted? Eso es imposible, llevamos subidos a estas colinas desde hace meses, observando minuciosamente el tránsito de gas natural a través de esos ductos y no hemos observado nada distinto. Nada. Por lo que a la compraventa de hidrocarburos a uno y otro lado de los Urales respecta, todo sigue igual que siempre. Es decir, igual que cuando Rusia hizo lo mismo en Moldovia, Georgia, Siria, que cuando Occidente congeló sus inversiones por anexionarse Crimea y Rusia respondió vetando importaciones de productos agrícolas. Más tarde llegaron los ciberataques e intentos de desestabilizar elecciones. Pero el gas siguió fluyendo.

Sí, hace décadas que esa equilibrada mezcla de hipocresía y pragmatismo funciona para ambas partes, concretamente desde 1968, cuando las primeras remesas de combustible llegaron a Austria apenas unas semanas después de que los tanques soviéticos irrumpieran en Checoslovaquia. El comercio de gas entre Europa y Rusia es ajeno a cualquier evento geopolítico. Es más, en los años ochenta, Europa incluso ofreció a Rusia la tecnología necesaria para seguir transportando gas cuando los Estados Unidos de Reagan prohibieron la exportación de compresores y demás maquinaria en represalia a lo que estaba pasando en Polonia, donde el gobierno comunista apoyado por Rusia encarceló a Lech Walesa e ilegalizó a su sindicato Solidaridad cuando empezaron a levantar el vuelo.

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Hay muchos ejemplos más en los que el interés comercial de ambas partes se acababa imponiendo a sus diferencias: en Europa no pasaríamos del siguiente invierno sin su gas natural y en Rusia, sin nuestro dinero, tampoco.

Este mutualismo comercial es el que ha amamantado a Gazprom hasta alcanzar su actual tamaño gigantesco, la mayor empresa pública rusa y principal productor de gas del mundo. Nacida de las cenizas del Ministerio Soviético de la Industria del Gas en 1989, fue privatizada tras la perestroika y estuvo cerca de descarrilar, pero Putin tenía otros planes para ella. Nada más llegar al poder en el año 2000 recuperó el control gubernamental de la empresa, colocó a oligarcas afines al mando y logró impulsarla hasta que en 2008 Gazprom llegó a superar los 360.000 millones de capitalización bursátil. Eran tiempos muy distintos. Entonces, Vladimir Putin dijo que la compañía llegaría a valer un billón de dólares.

De haberse hecho realidad la predicción, hoy Gazprom estaría codeándose con otras empresas del 'club del billón' como Amazon, Tesla o la petrolera saudí Aramco, única empresa no-tecnológica en pastar en estos exclusivos prados. Sin embargo, las cosas no han ido como el presidente ruso esperaba. Pese a su indudable peso geopolítico, Gazprom se mide hoy en capitalización bursátil con unicornios deficitarios como AirBnb o Uber. La diferencia es que estas apenas tienen unos pocos miles de empleados en nómina mientras el gigante ruso tiene 473.800 trabajadores.

Actualmente, su valor se sitúa en torno a los 74.000 millones, es decir, una quinta parte de lo que antaño fue. Ya ni siquiera entra en el Top 10 de los hidrocarburos pese a ser, de larguísimo, el que más gas produce. Estos resultados habrían metido en problemas a los gestores de cualquier otra empresa, pero en Gazprom la silla del CEO Alexey Borisovich Miller (San Petersburgo, 1962) no ha temblado ni por un segundo desde que Putin le pusiera al frente de la compañía en 2001. Por entonces era un joven economista con quien coincidió en el ayuntamiento de Leningrado.

Junto a él, Putin colocó también a Dmitry Medveded, quien se encargó de reestructurar la deuda de Gazprom y acabar con los problemas de evasión de impuestos generados por la anterior administración. Bajo el mandato de Boris Yeltsin, la gasística tuvo total libertad de gestión. Con Putin, el Kremlin recuperó el poder. En los primeros cuatro años dejaron al comité de dirección de la empresa en la mitad de efectivos. Los antiguos gestores fueron despedidos para acomodar a la gente de Miller.

Bajo su gestión, el gigante ruso despegó, tocó techo y poco a poco ha ido dilapidando la mayor parte de su valor de mercado, pero nunca ha dejado de contar con el beneplácito del Kremlin. Esta es la principal señal de que la mayor empresa estatal rusa no se rige por los mismos criterios que el resto.

Mientras BP gana 3,5 millones al año por empleado, Gazprom apenas gana 250.000€

Si observamos a 'rivales' del sector de la energía como BP o Royal Dutch y dividimos lo que ganan cada año por el número de empleados, obtenemos que cada empleado les genera una ganancia anual de alrededor de 3,5 millones de euros. En Gazprom, sin embargo, esta cantidad no llega ni a 250.000 euros. No importa que tengan el monopolio gasístico en media Europa, que Alemania y su industria dependan de ellos —algo que quedó patente en el reciente apoyo a considerar el gas natural como una energía 'verde' de transición para Europa— o que puedan retorcer sus cañerías para aumentar el precio del gas a voluntad. Gazprom es un diplodocus con las arterias obstruidas incapaz de convertir su privilegiada posición en dinero.

Hay otra enorme diferencia entre Gazprom y el resto de las grandes compañías energéticas mundiales. Mientras en los últimos años todas -BP, BG Group, Shell, Statoil, Total, Eni o E-ON- han diversificado sus 'portfolios' para incluir también energías renovables, los rusos siguen dependiendo por completo del gas natural o el carbón. De nuevo, porque su objetivo final es otro.

Para los economistas Anders Åslund y Steven Fisher, autores de este informe, los movimientos de Gazprom hay que interpretarlos más en clave interna: "El valor que Gazprom y Rosneft -principal petrolera pública y protagonista de una fallida fusión con la gasista en 2005- tienen para el Kremlin radica en su capacidad para promover los objetivos económicos, políticos e incluso personales de Putin y sus allegados, incluido el mantenimiento del empleo y la estabilidad social y económica en las regiones más lejanas y económicamente apuradas de Rusia, apoyar empresas comercialmente insostenibles y proporcionar lo que muchos expertos sostienen que es una fuente continua de saqueo para Putin y compañía".

Thane Gustafsson, profesor en Georgetown y autor el año pasado de 'The Bridge: Natural gas in a Redivided Europe' analiza en este ensayo cómo el interés común entre Rusia y Europa han permitido una relación comercial tan estable alrededor del gas. Sin embargo, esas dos caras de Gazprom que contribuyeron al éxito del gas ruso hasta mediados de los 2000 son también los ingredientes que hoy alimentan el conflicto. Básicamente, Gazprom vende caro el gas a los extranjeros para poder ofrecerlo subsidiado a los rusos, de este modo se reducen las tensiones y los actuales dirigentes aseguran su continuidad hasta el infinito.

O eso creían.

La situación actual

Que la UEFA haya decidido reubicar la final de la Champions League que iba a tener lugar en el Gazprom Arena de San Petersburgo o que el Schalke 04 haya decidido ocultar de sus camisetas el logo de la empresa rusa no son, ni de lejos, los mayores problemas que Gazprom tiene ahora mismo.

Dentro de Rusia, la estrategia que Putin diseñó para ella comenzó a tambalearse hace unos años, con la irrupción de otras empresas independientes de gas como Novatek, que están generándole una competencia con la que no contaban: su tasa de mercado se reduce. Además, aquí Gazprom juega un desagradecido papel de productor-regulador o 'swing producer' que no le beneficia, ya que además tiene que dar servicio a aquellos clientes que dejan menos beneficios: los rusos con pocos recursos que obtienen su gas subsidiado.

Luego están sus reservas. Aunque pensamos en Rusia como un depósito ilimitado de gas natural, el académico y consultor en gas natural Jonathan P. Stern, calculaba en su libro 'The Future of Russian Gas and Gazprom' que "las reservas totales de Gazprom son enormes, pero cuando le restas los números de la península de Yamal y el campo de Shtokmanovskoye -un enorme territorio en el mar de Barents, centrado en exportaciones de GNL- los recursos disponibles para mantener una producción anual al mismo nivel de los primeros 2000 parecen más modestos".

En este libro de 2005, Stern calculaba que para alrededor de 2028 todo el gas ruso tendría que centrarse en Yamal, una lejana península bañada por el océano Ártico, o a través de importaciones desde Asia Central. El megaproyecto de Yamal comenzó a dar sus frutos a partir de 2010, pero para esto tuvieron que construir las carreteras más al norte del planeta Tierra y extraer el gas de regiones donde resulta mucho más costoso hacerlo. Esto también redunda en el precio al que se vende el gas al exterior y, por tanto, en el carácter deficitario del gas servido en el mercado ruso.

Para solucionar el problema, emergió la idea de construir un nuevo ducto que conectara directamente Rusia con Alemania. De este modo, Gazprom podría servir más gas natural a Europa, hasta 110.000 millones de metros cúbicos o lo que es lo mismo más de la cuarta parte y con el ahorro de las tarifas que Moscú debe abonar a Kiev siempre que su gas pasa por territorio ucraniano.

Más allá del 38% que ostenta directamente el estado ruso, en el accionariado de Gazprom encontramos a muchos viejos conocidos del mundo del capital: BlackRock, JP Morgan, o Goldman Sachs, además de algunos fondos de pensiones estadounidenses como Vanguard o Capital Research. Algunos, por cierto, incrementaron su número de acciones en los días previos a la invasión de Ucrania.

Todos los ojos en el Nordstream 2

El gesto protagonizado esta semana por el nuevo canciller alemán Olaf Scholz de paralizar el gaseoducto Nord Stream 2 cogió a Rusia con el paso cambiado. La costumbre dictaba que los europeos nunca pasaban de manifestar su 'honda preocupación' ante estos desplantes. Tras el anuncio, algo pasó. Medvedev, el antiguo gestor de Gazprom y presidente de Rusia, desempolvó sus redes sociales para publicar su primer tuit del año y además lo hizo simultáneamente en inglés y alemán, para que todos lo entendieran: "¡Bienvenidos al nuevo mundo en el que los europeos pronto pagarán 2.000 euros por mil metros cúbicos de gas natural!".

La intención del delfín de Putin es que su mensaje sonara amenazante, pero también transpiraba cierto nerviosismo. La audacia alemana al congelar el ansiado proyecto indica que no están tan maniatados ante el chantaje energético como pensaban en Moscú.

Dos días más tarde, Biden ha salido también a estrechar aún más el cerco al proyecto, sancionando a la empresa Nord Stream 2 AG, encargada de operar el gasoducto. Pese a su sede en Suiza, esta compañía no es más que una subsidiaria de Gazprom, el arma oxidada que permite a Vladimir Putin tratar con displicencia a los líderes europeos sentados al otro lado de su mesa de seis metros de largo.

Los analistas creen que, pese a la audacia de Scholz, el gesto del Nordstream 2 no cambiará mucho las cosas, y es cierto que el precio del gas ha seguido la estela ascendente de los primeros cohetes que surcaron el cielo a las 5 de la mañana del jueves 24. Pero igual que estas armas de destrucción acabaron estrellándose en edificios o aeropuertos, también el porcentaje de gas natural de origen ruso ha caído al 17% cuando habitualmente estaba entre el 25 y el 42%. También la cotización de Gazprom ha caído un 48%, Lukoil o Novatek se desplomaron otro 40% y aún no han llegado las cacareadas sanciones.

En su libro, publicado en 2020, Gustafson cree que algo puede haberse quebrado en ese romance interesado nacido hace décadas al calor de un gaseoducto. La Comisión Europea abrió la mano a una mayor competencia en el sector energético al tiempo que perseguía los monopolios. Por su parte, Rusia es incapaz de segmentar el mercado europeo o imponer embargos para explotar a los países individualmente y la llegada -muy lenta- de los barcos con GNL a las nuevas terminales que están siendo construidas alejan a Gazprom de tener una posición dominante como antaño.

Todavía queda trecho hasta poder sacudirnos el incómodo yugo, pero quizá porque lo peor del invierno ha pasado ya y estamos a tres semanas de la primavera, muchos en Europa han mirado a Gazprom por primera vez con otros ojos, menos cínicos y como Raskolnikov se han preguntado "¿sabré o no sabré vencer el obstáculo? ¿me atreveré a agacharme y tomar el poder o no me atreveré? ¿soy criatura temblorosa o tengo derecho?"

¿Hay una guerra entre Ucrania y Rusia dice usted? Eso es imposible, llevamos subidos a estas colinas desde hace meses, observando minuciosamente el tránsito de gas natural a través de esos ductos y no hemos observado nada distinto. Nada. Por lo que a la compraventa de hidrocarburos a uno y otro lado de los Urales respecta, todo sigue igual que siempre. Es decir, igual que cuando Rusia hizo lo mismo en Moldovia, Georgia, Siria, que cuando Occidente congeló sus inversiones por anexionarse Crimea y Rusia respondió vetando importaciones de productos agrícolas. Más tarde llegaron los ciberataques e intentos de desestabilizar elecciones. Pero el gas siguió fluyendo.

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