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Más allá de los misiles, Rusia ya ha empezado a ahogar a Ucrania en las costas del mar Negro
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Más allá de los misiles, Rusia ya ha empezado a ahogar a Ucrania en las costas del mar Negro

Las complejidades tácticas y logísticas de la invasión de Ucrania tienden a eclipsar la dimensión económica del conflicto

Foto: El puerto de Odesa, bloqueado. (Reuters/Valentyn Ogirenko)
El puerto de Odesa, bloqueado. (Reuters/Valentyn Ogirenko)
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Es más noticioso un misil que un barco varado, pero ambos pueden decidir la conclusión de una guerra. Las complejidades tácticas y logísticas de la invasión de Ucrania, esas emboscadas que aparecen casi en tiempo real en nuestras pantallas, tienden a eclipsar la dimensión económica del conflicto. Mientras los soldados defienden su país con arrojo, los pulmones ucranianos, los puertos, no pueden respirar. Por ellos, no entra ni sale nada. Llevan casi tres meses inmovilizados por un bloqueo naval de cuyas implicaciones no se habla lo suficiente.

Ucrania tiene en torno a 1.000 kilómetros de costa, de los cuales 43 están ocupados por 13 puertos marítimos con una capacidad de movilización total de 260 millones de toneladas al año. De estos 13 puertos, cuatro, los de Odesa, Pivdennyi, Mykolaiv y Chornomorsk, gestionan el 80% de las transacciones. En 2019, Ucrania movió por mar 160 millones de toneladas de productos. Un volumen de actividad que representa cerca del 40% del PIB del país y que, desde la invasión rusa, se ha reducido a cero.

“Las cadenas de tránsito están rotas”, declaró Serguéi Postnyi, empleado de una empresa de contenedores marítimos, a NPR. “Muchos de nuestros contenedores que tienen que ir a Ucrania están ahora en Rumanía, en Turquía. Es un desastre para Ucrania”. Cuando Rusia ocupó Crimea en 2014, se aseguró el control del estrecho de Kerch y la supremacía naval de la ribera norte del mar Negro. En marzo de 2021, sus barcos bloquearon los puertos ucranianos del mar de Azov. Ahora bloquea también los del mar Negro.

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El cerco marítimo obliga a Ucrania a recurrir a la siguiente mejor opción: el ferrocarril. Pero harían falta muchos cientos de miles de kilómetros de vías de tren para compensar la desaparición del transporte marítimo, que, además de contar con la infraestructura, es más asequible. El sistema ferroviario no está capacitado para mover esos 160.000 millones de toneladas de productos anuales.

Como consecuencia, a finales del mes pasado, 24.000 vagones de tren ucranianos, cargados de productos como trigo, hierro o aceite de girasol, esperaban atrancados en la red ferroviaria nacional. Casi la mitad de ellos, unos 10.000 vagones, cerca del pueblo de Izov, al norte de Lviv. Su objetivo era atravesar la frontera polaca y alcanzar el puerto de Gdansk para volver a encontrar una salida al mar.

Hay industrias más afectadas que otras. Hasta un 98% de los cereales de Ucrania, un país que exporta en torno a la quinta parte del trigo mundial, salía por mar. Ahora tienen que hacerse un hueco en el saturado mercado de las exportaciones ferroviarias. Además de los evidentes problemas logísticos que plantea el exceso de mercancías, el ancho de las vías de Ucrania, una república exsoviética, es distinto al de las vías de Polonia, lo cual añade dificultades a la urgencia económica.

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El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ha reservado una de sus muchas llamadas de ayuda a romper el bloqueo ruso de los puertos. No solo por la viabilidad económica de Ucrania, sino por el hecho de que muchos países, especialmente en el norte de África, dependen, para comer, del grano que les llega de las fértiles tierras ucranianas. La Unión Europea y Naciones Unidas se han hecho eco del peligro humanitario que supone tener el grano atrapado en almacenes.

"Nos estamos quedando sin tiempo y el impacto de la falta de acción se notará en todo el mundo durante años", declaró David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. “Ahora mismo, los silos de Ucrania están llenos. Al mismo tiempo, 44 millones de personas en todo el mundo están camino de la hambruna”. Por ejemplo, en Afganistán, Etiopía, Yemen o Siria.

Los efectos de este bloqueo se ramifican por toda la economía global. Dado que los puertos ucranianos están fuera de juego y a los barcos rusos ya no se les permite atracar en países como Estados Unidos, existe una carrera mundial por reorganizar las rutas marítimas y encontrar alternativas. Esto hace que el comercio por barco se encarezca, lo cual se añade a la apreciación de bienes como el combustible y los alimentos. Naciones Unidas calcula que solo el encarecimiento del transporte marítimo ha elevado los precios globales de consumo un 1,5%.

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Lejos de Ucrania, en Reino Unido, algunas cadenas de supermercados racionan productos como el aceite de girasol. Solo Rusia y Ucrania producen el 60% de aceite de girasol del mundo, presente en alimentos como las galletas o las patatas en bolsa. En Estados Unidos, el presidente Joe Biden achaca los mayores niveles de inflación del último medio siglo, en parte, a la guerra iniciada por Vladímir Putin.

Asfixiar económicamente a Ucrania

El Kremlin conoce la situación e intenta agravarla. El Ejército ruso ataca desde hace semanas la infraestructura ferroviaria ucraniana. Golpea vías de tren y los generadores de electricidad que alimentan el transporte. Una manera de perturbar tanto el comercio como el flujo de armas que la OTAN manda a Ucrania.

Un reflejo de las intenciones rusas es su reciente ataque al puente de Zatoka, que conecta la región de Besarabia, en el suroeste de Ucrania, con el resto del país. El 27 de abril aterrizaron allí dos misiles rusos. La única explicación, tratándose de una de las pocas zonas que no habían sido castigadas por la guerra, es que los rusos tratan de dinamitar el comercio que se ha reorganizado por allí. Inhabilitados los puertos ucranianos, muchos barcos atracan ahora en el puerto rumano de Constanza, también en el mar Negro. Y luego suben hasta Ucrania por tierra, a través de la región de Besarabia, en colas de camiones que a veces se extienden más de tres kilómetros. Destruir el puente de Zatoka sería, por tanto, una manera de asegurarse de que Ucrania continúa siendo económicamente asfixiada.

Foto: Ian Morris. (Cedida)

El precio ya se nota en todos los ámbitos de la vida ucraniana. Además de aguantar la destrucción causada por las tropas invasoras, que arrecia cada día y amenaza con inhabilitar las infraestructuras civiles y productivas del país, millones de ucranianos padecen escasez de agua, de alimentos y de combustible. Las perspectivas macroeconómicas son pesimistas. Según el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, la economía ucraniana encogerá un 30% este año. Entre el 30% y el 50% de los negocios han cerrado. Por comparación, el organismo estima que el PIB de Rusia decrecerá un 10% en 2022 y se quedará estancado el año que viene.

Una parte de la ayuda estadounidense está destinada a cosas como pagar el salario de los funcionarios. El Gobierno de Kiev se está quedando sin dinero, así que la Administración Biden le ha entregado, para sufragar sus nóminas, dos remesas de 500 millones de dólares, además del resto de la ayuda militar y humanitaria.

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“Las necesidades de Ucrania son urgentes, y planeamos desplegar esta ayuda directa a Ucrania tan pronto como sea posible”, declaró Janet Yellen, secretaria del Tesoro norteamericano, al anunciar estos pagos en abril. “Sabemos que este es solo el principio de lo que Ucrania necesitará para reconstruirse, y estoy comprometida a trabajar con el Congreso y nuestros aliados y socios internacionales para ampliar este apoyo en el medio y largo plazo”. El Congreso de EEUU aprobó esta semana el paquete de ayudas más generoso hasta la fecha: 40.000 millones de dólares.

La cuenta de la guerra crece todos los días. No solo en el campo de batalla o en las ciudades y pueblos donde continúa lloviendo la muerte, sino también en las arcas y en los bolsillos. La eliminación de la “idea de Ucrania”, como predican los propagandistas rusos en un lenguaje reminiscente del genocidio, también incluye la eliminación de su economía. El objetivo de hacer del país vecino un lugar inhabitable.

Es más noticioso un misil que un barco varado, pero ambos pueden decidir la conclusión de una guerra. Las complejidades tácticas y logísticas de la invasión de Ucrania, esas emboscadas que aparecen casi en tiempo real en nuestras pantallas, tienden a eclipsar la dimensión económica del conflicto. Mientras los soldados defienden su país con arrojo, los pulmones ucranianos, los puertos, no pueden respirar. Por ellos, no entra ni sale nada. Llevan casi tres meses inmovilizados por un bloqueo naval de cuyas implicaciones no se habla lo suficiente.

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