La campaña por el 'impeachment' tiene ya 6 millones de firmas: ¿debe alarmarse Trump?
Cada vez menos estadounidenses consideran al presidente capacitado para el cargo, pero a la vez el entusiasmo de sus partidarios no deja de crecer ante las políticas de su administración
"Estamos tan divididos que no nos ponemos de acuerdo ni con la verdad". Para Chris Doyle, profesor de Historia en un instituto de Connecticut, el resultado de la era de las "fake news", las redes sociales y la posverdad ha devastado los cimientos comunes de una sociedad que vive un momento de polarización como pocas veces en su historia. Un país que se aproxima a las elecciones legislativas de noviembre entre la ansiedad de los anti-trumpistas por darle la vuelta a una nación que no reconocen y la acritud de los pro-trumpistas, que, ni con Donald Trump en la Casa Blanca, se sienten reconocidos ni respetados. Un sentimiento que, irónicamente, el presidente sigue azuzando en cada mitin aunque ahora ostente el poder.
Estados Unidos está partido y no aparecen arquitectos con planos para tender puentes. Los republicanos aceleran su agenda con la tranquilidad de ver que su electorado tiene menos escrúpulos de los que la historia del partido conservador permitía aventurar. Votaron por Trump a pesar de que su fama le facilitaba "agarrarlas por el coño" y no les espantó su coqueteo con el supremacismo blanco que, si acaso, hizo que muchos reivindicaran un orgullo racista aplacado por años de corrección política. Lejos de agrietarse, cada polémica aprieta más las filas republicanas.
Por contra, los demócratas avanzan por inercia y con sordina, impulsados más por la necesidad de sus bases de revertir lo que sienten como una larga noche interminable que por haber dado con la tecla que les conecte con su electorado. Parte de la costra del partido se ha agrietado ante el empuje de nuevas generaciones que llegan con mensajes que Trump ridiculiza por "venezolanos" (aunque su reincidencia en Fox News le acerca al modelo chavista de "Aló Presidente"), pero el partido sigue en manos de un poder envejecido y desconectado de esa parte de la sociedad a la que le cuesta respirar bajo la avalancha de un omnipresente Donald Trump.
A menos de un mes para las elecciones, el proceso que ha llevado a la proclamación de Brett Kavanaugh como juez del Tribunal Supremo ha excitado a las dos trincheras. Durante dos semanas, Washington olvidó las intrigas de salón en la Casa Blanca, y al fiscal especial Robert Mueller y su investigación de la supuesta trama rusa, para contener la respiración con la telenovela intensiva sobre el juez de Trump y sus supuestos abusos sexuales contra varias mujeres. El testimonio de la doctora Christine Blasey Ford ante el Comité Judicial del Senado, y la posterior réplica de Kavanaugh, enturbiaron la salud mental de un país profundamente perturbado.
Miles de personas, mujeres en su mayoría, protestaron de forma incansable y heroica durante días consecutivos. Las redes sociales apenas daban abasto y pocos parecían dudar de que la aprobación del candidato iba a ser la estocada a las opciones republicanas de cara a las elecciones de mitad de mandato de noviembre. Un titular en la edición digital de 'Newsweek' reflejaba parte de ese estado de ánimo: "Brett Kavanaugh ha revitalizado la petición de destitución contra Donald Trump conforme se acerca a los 6 millones de firmas".
Detrás de esta campaña digital de recogida de firmas ('Need to Impeach') se encuentra el multimillonario californiano Tom Steyer, "uno de los grandes filántropos de este país dedicado a una mayor democracia en el mundo", según explica a El Confidencial Erik Olvera, que trabaja para una campaña que tiene 65 personas contratadas. Como portavoz confirma lo que es fácilmente sospechable: "Cada vez que sucede algo grave dentro de nuestro sistema político, se produce un incremento de firmas". Solo de agosto a esta parte, con el estallido de los escándalos del ex-abogado de Trump, Michael Cohen, de quien fuera su jefe de campaña, Paul Manafort, o del propio juez Kavanaugh, Olvera dice que han sumado 170.000 nuevas firmas a una iniciativa con casi un año de vida.
"No es suficiente"
Pero, ¿cuál es la relevancia de seis millones de firmas en un país con más de trescientos millones de habitantes? "Son increíblemente poderosas", asegura Olvera. "Una de las mejores cosas de este campaña, y es algo increíblemente infrecuente, es que ha crecido más rápidamente que organizaciones que llevan en marcha 150 años". Y con ella están intentando asegurarse de que el 64% de sus casi 6 millones de inscritos que se declaran votantes infrecuentes de elecciones legislativas voten el próximo 6 de noviembre.
Chris Doyle relativiza. "Seis millones de personas son menos que la población de Nueva York. Es mucha gente, pero no la suficiente para avanzar políticamente". Este profesor de 58 años encuentra para El Confidencial paralelismos entre el momento actual y otros de la historia del país, aunque "no hay modelo histórico para Trump como presidente", que carece de trayectoria política previa a su llegada a la Casa Blanca. "Incluso [Ronald] Reagan, que había sido una especie de celebridad antes de convertirse en político, fue antes gobernador de California. No creo que la presidencia vaya a volver a ser igual después de Trump".
Al poco de implementarse la Constitución, "hubo políticas partidistas terriblemente divisivas. Periódicos furiosamente partidistas, ataques personales a líderes". Todo ello culminó "con la guerra de 1812 y con uno de los dos grandes partidos, el Federalista, amenazando con abandonar la Unión porque se oponía a la guerra con Gran Bretaña, lo que conllevó su desaparición como partido". Sin irse tan atrás en el tiempo, "los años 60 mostraron un nivel comparable de agitación social y con los dos partidos políticos incapaces de manejarla bien".
La historia está ahí para enseñarnos, aunque muchas veces no sigamos sus lecciones. Para Chris Doyle, hay un momento del siglo XX que debe servir como advertencia de lo que ahora vive Estados Unidos. "Pienso en el macartismo. Entonces resultaba muy fácil encontrar chivos expiatorios, traidores, enemigos. Todo ello sin demasiadas evidencias o con tan solo una acusación". Y ahora Donald Trump "no está retratando a sus adversarios políticos como gente que quizá tenga buenas intenciones pero una agenda diferente, sino como enemigos". Reminiscencias de la persecución anticomunista del senador Joseph McCarthy en los años 50 que Doyle encuentra "muy perturbadoras y preocupantes", porque hoy republicanos y demócratas "parece que no están dispuestos al compromiso. Y el compromiso es lo que permite en gran parte la unión de la gente".
La polarización afecta a todos los ámbitos, también al de la enseñanza. "Hay alumnos que me han dicho que soy tendencioso", ríe Doyle, que advierte de los nocivos efectos de las redes sociales en la conformación de la realidad de sus alumnos. "No leen periódicos, no entienden la diferencia con Facebook, Instagram o Twitter. He intentado enseñarles la actitud del periodismo profesional, sobre la objetividad, la atribución de fuentes, las diferencias entre un editorial, una noticia y una opinión". En clase, el profesor ha escuchado a alumnos aceptando teorías conspirativas sobre los atentados del 11 de septiembre, arremetiendo contra la idea de que la mano del hombre esté detrás del cambio climático o negando informes sobre la efectividad contra el crimen de las políticas de control de las armas.
La máquina erosionadora de la posverdad trumpista ha degradado la democracia en los Estados Unidos y a la sociedad por entero. Pocos ejemplos mejores que los que proporciona el proceso de nominación de Brett Kavanaugh. Republicanos y demócratas mantuvieron su voto tal y como lo habían anunciado antes de que las denuncias de acoso sexual atormentaran el proceso. Solo un demócrata calculó que le salía mejor votar a favor y solo una republicana se salió de la unanimidad conservadora. Nadie se movió en una foto que se parece, y mucho, a la de la calle, donde las vacaciones en familia "pueden ser muy complicadas", tal y como reconoce Chris Doyle. Todo el mundo ve lo que quiere ver, sin importar lo que haya de verdad. Todo un ensayo sobre la ceguera a escala imperial.
"Estamos tan divididos que no nos ponemos de acuerdo ni con la verdad". Para Chris Doyle, profesor de Historia en un instituto de Connecticut, el resultado de la era de las "fake news", las redes sociales y la posverdad ha devastado los cimientos comunes de una sociedad que vive un momento de polarización como pocas veces en su historia. Un país que se aproxima a las elecciones legislativas de noviembre entre la ansiedad de los anti-trumpistas por darle la vuelta a una nación que no reconocen y la acritud de los pro-trumpistas, que, ni con Donald Trump en la Casa Blanca, se sienten reconocidos ni respetados. Un sentimiento que, irónicamente, el presidente sigue azuzando en cada mitin aunque ahora ostente el poder.
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