Tras los pasos, que no vuelo, del recóndito y primitivo emú
Con casi dos metros de altura, el emú es una especie endémica de Oceanía. Incapaz de volar, es, tras el avestruz, su pariente africano, la segunda ave más alta del mundo
Antes de que se formaran los continentes tal y como hoy los conocemos, la Tierra tenía un aspecto muy diferente. Hace unos doscientos millones de años existía un supercontinente llamado Gondwana, que acabaría desintegrándose en partes, dando forma a África, Australia, Sudamérica y la Antártida. Hasta entonces, África y Australia estaban unidas. De hecho, cuando vi los primeros baobabs en el noroeste de Australia, tuve la sensación, por un momento, de trasladarme hasta la lejana isla de Madagascar.
Y algo parecido me ocurrió al encontrarme también por primera vez con un emú ('Dromaius novaehollandiae'): una enorme ave no voladora de características muy parecidas a los avestruces de África. Con casi dos metros de altura, el emú es, detrás de su pariente africano, la segunda ave más alta del mundo. Pero el emú es una especie endémica de Oceanía.
Caminaba en una de las playas más alucinantes que he visto en mi vida: The Pinnacles, en el Parque Nacional de Nambung, con cientos de formaciones de rocas y areniscas concentrándose frente al océano Índico. El azul cristalino, las olas en movimiento, los tonos cálidos de la arena y, de repente, aparecen en medio de la nada unas aves gigantescas de tonos oscuros. Son una madre emú y dos pollos ya crecidos. Su aspecto primitivo y su plumaje despeinado, como rastas grisáceas, evocan a algunos personajes de 'Jurassic Park'. En el último milenio, todavía había algunas especies de emúes esparcidas por las islas cercanas a Australia; por ejemplo, en Tasmania o Kangoroo Island. Pero se extinguieron ya hace más de un siglo.
El emú es común en todo el continente australiano. Es un ave corredora, y posee unas patas largas y musculosas, desnudas de toda pluma. De hecho, son las únicas aves con músculos en las pantorrillas, lo que las convierte en buenas corredoras: logran mantener velocidades medias de hasta 15 km/h durante largo tiempo para huir de sus depredadores. Las veo correr y observo como hacen quiebros muy bruscos; parece que están regateando entre ellas en un partido de fútbol sin balón. Otra cosa asombrosa es la zancada que tienen cuando corren: en ocasiones, supera los tres metros. ¡Es impresionante verlas en acción! Por un momento creo verlas volar sin alas.
Unos años después, tengo otro encuentro con ellas en el sur de Australia, en la cordillera de Flinders, en un paisaje de sabana semidesértica típico del sur de la isla. Cae la tarde y un crepúsculo apocalíptico pinta de colores anaranjados y rojizos las nubes. Entre la hierba baja, veo la inconfundible silueta lanuda de un emú. Camina lentamente; aun así, los pasos que da con sus largas patas sobrepasan los dos metros. No me extraña que esas extremidades fuertes y musculosas le sirvan también para defenderse de sus depredadores a patadas.
Los emúes tienen un pico muy grande que les permite alimentarse a ras de suelo. Sobre todo, comen semillas, hierba y frutos, pero también insectos, pequeños reptiles y anfibios e, incluso, excrementos de animales. En ocasiones, los emúes buscan alimento en los cultivos. Por ese motivo, se suelen cazar y, en algunas zonas de Australia, se han eliminado por los daños que causan a la agricultura. Otras veces, los agricultores instalan vallas muy altas para que los emúes no puedan acceder a sus cosechas.
El principal depredador de los emúes es el dingo, un perro salvaje australiano, que principalmente ataca a los pollos y se ceba en los nidos comiéndose los huevos. También hay varias rapaces, como el águila cola de cuña, que pueden cazar los ejemplares de emú más jóvenes o debilitados.
Las hembras realizan su nido en el suelo, donde ponen entre una y dos docenas de huevos. Estos huevos, que pueden ser de varias hembras, serán incubados por un emú macho. Mientras están ocupados en este trabajo, los machos no suelen comer y viven de la grasa acumulada en las semanas anteriores. Los huevos eclosionan entre un mes y medio y dos meses después.
Antes de que se formaran los continentes tal y como hoy los conocemos, la Tierra tenía un aspecto muy diferente. Hace unos doscientos millones de años existía un supercontinente llamado Gondwana, que acabaría desintegrándose en partes, dando forma a África, Australia, Sudamérica y la Antártida. Hasta entonces, África y Australia estaban unidas. De hecho, cuando vi los primeros baobabs en el noroeste de Australia, tuve la sensación, por un momento, de trasladarme hasta la lejana isla de Madagascar.
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