Culpar al médico: ¿Por qué no nos gustan los informes del IPCC?

Los científicos y expertos que conforman el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) de la ONU tienen por principal misión aportar a los gobiernos y a la sociedad en su conjunto la información científica, técnica y socioeconómica más relevante sobre el cambio climático, con el fin de conocerlo, comprenderlo, advertir sus riesgos, evaluar los impactos que ya está causando y proponer soluciones de mitigación y adaptación para evitarlos y/o reducirlos.

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Jose Luis Gallego

Para ello elabora periódicamente unos elaborados y rigurosos informes de síntesis en los que un nutrido y variado equipo de autores, formado por investigadores independientes y expertos gubernamentales, analiza y evalúa los contenidos de los trabajos científicos publicados desde la aparición del informe anterior a fin de ofrecer una actualización informativa: algo así como el minuto y resultado de la evolución del cambio climático en todo el planeta.

Desde su creación en 1988 el IPCC ha elaborado seis informes. El primero se dio a conocer en 1990, el segundo en 1992, el tercero en 1995, el cuarto en 2001 y el quinto en 2007. El sexto y último, tal y como dábamos a conocer en El Confidencial, se ha presentado esta misma semana.

Lejos de la urgencia informativa, al repasar las 36 páginas del resumen para responsables políticos de este sexto informe de síntesis, vuelve a destacar el tono moderado, por no decir cohibido, con el que los autores exponen sus conclusiones.

Una austeridad en el lenguaje que, más allá de atender al rigor científico y la voluntad de consenso, denota la gran prevención con la que los científicos y expertos intentan trasladarnos sus análisis, pronósticos y evidencias. Parece como si temieran que las pruebas aportadas para alertarnos de que avanzamos hacia los peores escenarios del cambio climático fueran a molestarnos. Por eso han dedicado en este caso una especial atención a la elaboración de las infografías, que no pueden ser más explicativas e impactantes.

Les recomiendo que presten especial atención a la primera de ellas. Ahí aparece claramente definido el futuro que nos aguarda dependiendo de la edad. Desde los que nacieron en la década de los años cincuenta o antes, hasta los nacidos en la década de los ochenta o los niños nacidos en la década actual. Vean lo que les espera a quienes tendrán 70 años en 2090. Si fuéramos capaces de empatizar con ellos, con esos seres humanos que hoy son bebés y niños de corta edad, todo sería muy distinto.

Aceptar para reaccionar

Los médicos de cabecera del planeta, es decir, los científicos del IPCC nos dicen en este sexto informe que "el cambio climático ya está causando impactos generalizados y pérdidas y daños relacionados en los sistemas humanos y ha alterado los ecosistemas terrestres, de agua dulce y oceánicos en todo el planeta". Ya no hablan de pronósticos, sino de evidencias, ya no de probabilidades, sino de certezas.

Con base en los cambios observados en el período 1900-2020 en relación con el período 1850-1900 los mapas de aumento de temperatura muestran una clarísima e incontestable tendencia a pasar del azul celeste al amarillo y del amarillo al anaranjado hasta llegar al rojo. Esa tendencia, como señalan los científicos, es clara e irrefutable.

Por eso resulta tan inquietante, tan tremendamente desasosegante, ver hacia dónde avanzan esos mismos mapas al proyectar la evolución del aumento de la temperatura global de la superficie. Porque los mapas proyectados para el período 2021-2100 muestran una clarísima tendencia a pasar, con "un alto nivel de confianza" como señalan los autores, del rojo al granate y del granate al lila intenso.

Dejar de emitir gases invernadero... ya

Solo hay una salvedad, una variable que puede alterar esa tendencia al alza de la temperatura que muestran todos los modelos climáticos y reflejan los gráficos del IPCC: un cambio sustancial en los escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Si actuamos de manera urgente y de forma conjunta para reducir dichas emisiones a nivel global, el lila de los mapas de temperaturas se tornaría de nuevo rojo, incluso podría retroceder hasta recuperar los tonos anaranjados que reflejan el aumento en torno a los 1,5 grados centígrados suscrito en el Acuerdo de París.

Pero para que eso ocurra, para lograr ese cambio sustancial en la variable de las emisiones de GEI y empezar a anotar su reducción y seguir avanzando con rumbo firme hacia la neutralidad, es necesario conocer y comprender lo que el IPCC lleva explicándonos hace 35 años y seis informes. Esa verdad muy incómoda a la que aludía en 2006 el vicepresidente norteamericano Al Gore, reconvertido en divulgador ambiental y activista climático, y que tanto nos sigue costando aceptar.