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Si estamos salvando la capa de ozono, ¿por qué no somos capaces de frenar el cambio climático?
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Crisis climática

Si estamos salvando la capa de ozono, ¿por qué no somos capaces de frenar el cambio climático?

El éxito logrado con el Protocolo de Montreal, el gran acuerdo internacional para proteger la ozonosfera, debería servir de ejemplo para mitigar la crisis climática, pero no es así

Foto: El agujero en la capa de ozono se está cerrando. (EFE/Copernicus AMS)
El agujero en la capa de ozono se está cerrando. (EFE/Copernicus AMS)

Situada en la parte alta de la atmósfera, la ozonosfera, conocida comúnmente como capa de ozono, actúa como un gigantesco filtro solar que evita el paso de las radiaciones ultravioleta nocivas para la vida terrestre, absorbiéndolas en su práctica totalidad (99%). La ausencia de ese filtro estratosférico afectaría gravemente a la salud de todos los seres que vivimos a su resguardo: tanto a las personas, exponiéndonos a graves enfermedades y alteraciones genéticas, como a los que pueblan los ecosistemas terrestres y marinos, donde existen organismos muy sensibles a dichas radiaciones y con escasa o nula capacidad para protegerse de ellas.

En la primavera de 1985, los investigadores del British Antarctic Survey que estaban estudiando la atmósfera en la región antártica identificaron sobre sus cabezas un agujero en esa capa protectora y elaboraron un detallado informe de alerta que fue publicado en la revista científica Nature.

Foto: La capa de ozono filtra las radiaciones UV (EFE)

El agujero en la capa de ozono se convirtió entonces en el tema estrella de todos los informativos. Los informativos abrían con imágenes en las que se veía a ovejas pastando al sur de Chile con gafas de sol para evitar la ceguera que estaba afectando al ganado por culpa del aumento de la radiación ultravioleta que se colaba por ese boquete, cada vez mayor. Los protectores solares se agotaban en las tiendas y hasta los agricultores más curtidos empezaron a salir al campo con sombrero.

A mediados de los setenta, los profesores F.S. Rowland y Mario Molina ya habían informado mediante otro paper publicado en Nature que la causa principal del deterioro que estaba sufriendo la capa de ozono era la acumulación en las capas altas de la atmósfera de algunos gases compuestos de cloro, flúor y carbono, llamados gases clorofluorocarbonos (CFC), empleados comúnmente por la industria como propelente básico de los aerosoles o en los sistemas de refrigeración. En 1995, Crutzen, Molina y Rowland ganarían el Premio Nobel de Química por sus investigaciones al respecto.

placeholder Científico estudiando la capa de ozono en la Antártida. (EFE/F. Trueba)
Científico estudiando la capa de ozono en la Antártida. (EFE/F. Trueba)

El agujero de la capa de ozono siguió aumentando su tamaño hasta alcanzar una superficie de 30 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a tres veces el territorio de los Estados Unidos. Aquella inmensa brecha en el escudo protector del planeta se convirtió en una de las mayores preocupaciones a escala global y sabíamos a ciencia cierta que las emisiones de gases CFC eran las principales responsables. Era necesario alcanzar un gran acuerdo internacional para empezar a reducirlas hasta dejar de emitir dichos gases. ¿Les suena la propuesta?

Y lo hicimos. En aquella ocasión la opinión de los científicos resultó vinculante para los mandatarios del mundo y la ONU respondió con una auténtica ofensiva para salvar la capa de ozono. Así surgieron los compromisos internacionales del Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono (1985) y la firma del decisivo Protocolo de Montreal (1987) y el de Copenhague (1992), que impulsaron la prohibición de los CFC y los compuestos halogenados que estaban agotando la capa de ozono.

placeholder Agujero en la capa de ozono a finales de 2020. (NASA)
Agujero en la capa de ozono a finales de 2020. (NASA)

Los trabajos de investigación siguieron avanzando y en posteriores revisiones del acuerdo llegarían las restricciones a la producción y uso de más sustancias químicas (hasta casi un centenar) como el bromuro de metilo, utilizado en la fabricación de plaguicidas y cuyo impacto destructivo sobre la capa de ozono se reveló 50 veces mayor que los temibles CFC. Hoy en día, el 99% de dichas sustancias ha dejado de ser utilizado, y la capa de ozono está a salvo.

Esta semana los científicos que siguen la evolución de la ozonosfera y monitorizan el tamaño del agujero declaraban en un comunicado que, si se mantienen los acuerdos internacionales que la protegen de los agentes causantes de su deterioro, el agujero en la capa de ozono podría cerrarse por completo en 40 años.

Un ejemplo a seguir ante la crisis climática

Como destacaba en dicho comunicado una de las principales investigadoras, la japonesa Megumi Seki, directora de la Secretaría del Ozono del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), “la recuperación de la capa de ozono es una fantástica noticia” pero también quiso aprovechar su intervención para señalar que “nunca se destacará lo suficiente hasta qué punto el Protocolo de Montreal ha contribuido a su vez a la mitigación del cambio climático”.

Y es que los objetivos alcanzados por este exitoso acuerdo internacional están ayudando también a mitigar el cambio climático, hasta el punto de que podría contribuir a reducir hasta en medio grado centígrado el aumento de la temperatura media previsto a escala global para 2100. Recordemos que, según los expertos, la diferencia entre que dicho aumento sea de 1,5 o de dos grados puede determinar el carácter catastrófico de sus consecuencias.

Foto: El cambio climático es la mayor amenaza para las sociedades humanas (EFE/J.Dall) Opinión

Pero más allá de eso, la principal contribución del Protocolo de Montreal es su carácter ejemplarizante, al demostrar que la adopción de grandes acuerdos internacionales basados en las recomendaciones de los científicos puede llevarnos a resolver los mayores retos medioambientales. Solo es preciso determinar las causas, identificar las soluciones y alcanzar los acuerdos necesarios para aplicarlas. En este caso, donde pone gases clorofluorocarbonos (CFC) pongamos gases de efecto invernadero (GEI) y tendremos la mejor guía para mitigar el cambio climático.

En los últimos años de su vida, el propio profesor Molina, fallecido en 2020, impulsó esa guía centrando buena parte de su labor y la de su prestigioso centro de investigación en alertar al mundo sobre la grave amenaza del cambio climático, dedicándose a rebatir con argumentos científicos las tesis negacionistas y alentar a los gobiernos a alcanzar un gran acuerdo internacional como el Protocolo de Montreal, pero en este caso para detener las emisiones de GEI que están causando el calentamiento global. Un objetivo hacia el que apuntó el Acuerdo de París, pero que no está obteniendo el mismo resultado.

Situada en la parte alta de la atmósfera, la ozonosfera, conocida comúnmente como capa de ozono, actúa como un gigantesco filtro solar que evita el paso de las radiaciones ultravioleta nocivas para la vida terrestre, absorbiéndolas en su práctica totalidad (99%). La ausencia de ese filtro estratosférico afectaría gravemente a la salud de todos los seres que vivimos a su resguardo: tanto a las personas, exponiéndonos a graves enfermedades y alteraciones genéticas, como a los que pueblan los ecosistemas terrestres y marinos, donde existen organismos muy sensibles a dichas radiaciones y con escasa o nula capacidad para protegerse de ellas.

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