Los bufetes se quedan sin cantera: por qué cada vez menos jóvenes quieren ser abogados
A pesar de que el máster de acceso a la abogacía ha ido ganando popularidad en los últimos años, el número de nuevos colegiados ha bajado progresivamente. ¿A qué se debe esto?
En junio de este año, María (nombre ficticio) aprobó la prueba de acceso a la abogacía. Después de seis años de estudios universitarios —cuatro para el grado de Derecho y dos del máster habilitante— y las correspondientes prácticas en un despacho de abogados, esta joven madrileña de 28 años consiguió el título necesario para poder ejercer la profesión. Antes de superar el examen, recibió una oferta de uno de los principales despachos españoles para iniciar su carrera profesional en el bufete con unas condiciones más que satisfactorias. Sin embargo, y tras meditarlo mucho, acabó por rechazarla. "He decidido no colegiarme ni ejercer. Quiero dedicarme al derecho, pero en otras vertientes", confiesa a El Confidencial.
Lejos de ser un caso aislado, el de María refleja una realidad muy extendida, y es la pérdida de interés de los jóvenes hacia la abogacía como salida profesional. A pesar de que Derecho sigue siendo una de las carreras más elegidas por los universitarios (la tercera, solo desbancada por Administración y Gestión de Empresas e ingenierías en sentido amplio), el número de colegiados en España ha descendido progresivamente en los últimos años. En apenas una década, el número de nuevos letrados inscritos en los registros del Consejo General de la Abogacía Española ha mermado considerablemente, pasando de algo más de 7.200 a alrededor de 3.600. Es decir, la mitad.
Este declive paulatino que parece estar experimentando la abogacía contrasta, además, con la creciente popularidad que está ganando el máster de acceso a la abogacía. De acuerdo con los datos del Ministerio de Universidades, las matriculaciones han crecido gradualmente en los últimos siete años, pasando de 9.280 inscripciones a cerca de 13.800; un 48,6% más. En lo que respecta a los egresados, el número ha subido desde los 3.600 hasta rebasar los 5.860, lo que equivale a un incremento del 61%. Es decir, que a pesar de que cada vez más jóvenes optan por realizar el máster de acceso (íntegramente enfocado al ejercicio de la profesión), una vez terminado, muchos evitan inscribirse como letrados, decantándose en su lugar por otras opciones profesionales. ¿A qué se debe esto?
Poca vocación, mucha incertidumbre
Aunque se trata de un fenómeno en el que confluyen varios elementos, hay un factor que juega un papel importante en toda esta ecuación, y es la indecisión generalizada que existe entre los jóvenes sobre su futuro profesional. "Se ha vuelto muy común. Hace algún tiempo, recuerdo que era raro que un alumno en 3º o 4º de carrera dijera que no sabía qué hacer, cómo orientar su vida. Ahora eso es habitual, pero ya no en la carrera, sino en el máster. Muchos llegan y lo terminan sin tener nada claro todavía", relata Cristina Carretero, profesora de la Universidad Pontificia Comillas que lleva más de una década impartiendo clases en el máster de acceso a la profesión.
La incertidumbre entre los jóvenes juristas no solo es algo extendido, sino que aumenta conforme se avanza en la carrera. De acuerdo con el informe Así piensan los abogados y juristas del futuro, elaborado por El Confidencial y el think tank El Observatorio y publicado en 2022, tan solo un tercio de los estudiantes de Derecho tiene claro a qué se va a dedicar, mientras que entre los alumnos de último año de carrera, el porcentaje baja al 26%. Cuatro de cada diez (38,5%) tienen parcialmente decidida su opción profesional, mientras que el 28,7% aún no sabe qué hará.
Dentro de este último porcentaje se enmarca María, que admite haber estudiado Derecho por las amplias salidas laborales que ofrecía en un inicio, si bien ninguna le llamaba especialmente la atención. Al terminar el grado seguía sin vocación, así que optó por realizar el máster para convertir en un título habilitante los años de estudio. "Tengo muchos compañeros como yo que hacen el máster no por ejercer, sino por dar algún sentido a la carrera", destaca. Una experiencia similar a la de Elena, una joven de 25 años que, a pesar de haber aprobado el examen habilitante en junio, no tiene pensado colegiarse ni ejercer. "Creo que el máster de acceso es una salida comodín para los que han estudiado Derecho, pero no tienen claro al 100% qué hacer después. Al final, es un trámite y te da la posibilidad de hacer prácticas y experimentar lo que es el ejercicio de la profesión. Además, se dice mucho que las empresas lo valoran, es un plus", reflexiona.
Una opinión sobre la que abunda Eugenia Castrillón, vicedecana de IE Law School en IE University. "La formación jurídica es amplia y generalista, enseña a pensar de manera lógica, minuciosa y ordenada y desarrolla habilidades tales como la retórica, la empatía, la resolución de conflictos o la negociación. Al fin y al cabo, los abogados son expertos en resolver problemas y este tipo de formación es muy relevante también para el ejercicio de otras muchas profesiones", detalla.
A la falta de vocación se le une otro elemento relevante, y es la mayor amplitud de salidas con las que cuentan los jóvenes juristas, como opositar. Esta es, de hecho, una de las opciones predilectas de los ya egresados del máster, que ven en la administración pública la posibilidad de asegurarse unas condiciones decentes y un futuro estable frente a la precariedad que rige en la profesión. De acuerdo con una encuesta elaborada por El Observatorio en 2020, la mayoría de los estudiantes de Derecho quieren opositar como primera opción, seguido de ejercer en un gran despacho. En tercera posición, los jóvenes universitarios barajaban opciones no legales, antes incluso que trabajar en un bufete mediano, pequeño, una empresa o emprender.
Ahora bien, ¿por qué el mundo no legal parece triunfar tanto entre estudiantes del ámbito del derecho? Para Tatiana Arroyo, subdirectora del máster de acceso al ejercicio de la abogacía de la Universidad Carlos III de Madrid, una explicación es la creciente popularidad de las dobles titulaciones. "Con frecuencia, alumnos que estudian un doble grado de Derecho se acaban decantando profesionalmente por la otra carrera profesional", asegura. De hecho, según la encuesta de El Observatorio y El Confidencial, entre los estudiantes de doble grados, el porcentaje de estudiantes que reconocen que no se dedicarán a la abogacía es cada vez mayor.
En opinión de Arroyo, hay dos factores que explican de esta tendencia. Por un lado, el tiempo que exige al estudiante alcanzar la colegiación, ya que a los cinco años de doble grado hay que sumarle uno y medio del máster y otro medio para el examen de acceso. Por el otro, el atractivo que tienen en el mercado los estudiantes con una doble titulación, ya no solo para los despachos, sino también para otro tipo de compañías, como grandes auditoras o multinacionales. "Estamos viendo casos de alumnos a los que le hacen ofertas empresas de otros sectores porque ven la formación jurídica como un extra interesante", afirma.
Las prácticas, elemento decisivo
Más allá de la mayor amplitud de salidas laborales que ofrece Derecho, hay otro factor decisivo en toda esta ecuación: las prácticas curriculares, un trámite obligatorio para los estudiantes del máster de acceso. "Cuando empecé el máster, me planteaba seriamente trabajar como abogada. Sabía que era un trabajo exigente, sobre todo en tema horarios, pero al experimentarlo en mis propias carnes, me di cuenta de que no me compensaba", detalla Elena, que hizo prácticas en varios despachos, el último uno de mediano tamaño enfocado al ámbito de los negocios. Las reticencias comenzaron prácticamente la primera semana, "cuando mi responsable me dijo que, aunque mi jornada terminara oficialmente a las 19:30 y hubiera terminado todo mi trabajo, no podía irme antes de las 21, ya que era una falta de respeto marcharme si el resto seguía en la oficina", rememora.
"Es más fácil atender un correo de tu superior un sábado o perderte un plan con tus amigos si realmente te apasiona este mundo", relata Elena
Unido a este factor, la joven jurista también identifica el elevado nivel de estrés del día a día y la incomprensión hacia las circunstancias personales como elementos que contribuyeron a disuadirla de continuar en la profesión. "Es un oficio muy demandante y si no tienes una vocación muy marcada, como es mi caso, te quemas enseguida. Es más fácil atender un correo de tu superior un sábado o perderte un fin de semana con tus amigos si realmente te apasiona este mundo. Las prácticas son un filtro potente en este sentido", asegura.
Por su parte, María señala otro factor decisivo que explica la falta de interés por la profesión, que es el cambio de mentalidad generacional. "Lo veo mucho en la gente de mi edad y más pequeña. Apreciamos más nuestro tiempo libre, la vida personal. Es verdad que algunos siguen interesados en esa vida que ofrecen los grandes despachos, pero yo percibo mucho rechazo hacia ese discurso perverso de la cultura del esfuerzo por el que cuantas más horas hagas, mejor eres. Y la abogacía, aunque ha cambiado bastante, se sigue viendo como un sector anticuado donde rige la poca flexibilidad. Y eso ahuyenta a muchos", medita.
Coincide con esta opinión Carretero. "Durante el máster, los estudiantes ven de cerca la vida en un despacho. Además, vienen muchos abogados ejercientes y les cuentan cómo es su día a día. Es curioso, porque aunque admiran el nivel de vida que les ofrece la profesión, no están del todo convencidos porque ven que es un trabajo que no les va a llenar". Pero no solo eso. Aunque el rechazo hacia ciertas dinámicas también podía estar presente entre las generaciones de más edad, la docente considera que la decisión de cambiar de profesión resulta más sencilla de tomar entre los más jóvenes. "No tienen miedo a cambiar de rumbo profesional", señala. Una idea que comparten las dos jóvenes consultadas por El Confidencial. "Creo que las generaciones más mayores tienen una barrera mental que, entre los jóvenes, no es tan grande. Además, hoy en día no experimentas el oprobio social que podías recibir hace unos años al decidir que no vas a ejercer", reflexiona María.
Ahora bien, ¿qué solución tiene este fenómeno que amenaza con secar las canteras de los despachos? Más allá de las medidas activas que muchas firmas ya han puesto en marcha, como permitir fórmulas de trabajo más flexibles, los bufetes también creen que las universidades tienen un papel relevante en esta tendencia. En un evento realizado en mayo de este año, el socio director de Uría Menéndez, Salvador Sánchez-Terán, hizo una petición a los centros en los que se están formando los estudiantes de Derecho para que "inculquen la pasión por el derecho y les enseñen la grandeza de la profesión de abogado". Aunque admitió que es una profesión "dura y exigente", el socio insistió en el papel que tienen las instituciones educativas para ayudar a trasladar a los más jóvenes el interés por la profesión. "Estamos perdiendo cerebros para la abogacía; necesitamos que las universidades inoculen ese amor por el derecho", subrayó.
En junio de este año, María (nombre ficticio) aprobó la prueba de acceso a la abogacía. Después de seis años de estudios universitarios —cuatro para el grado de Derecho y dos del máster habilitante— y las correspondientes prácticas en un despacho de abogados, esta joven madrileña de 28 años consiguió el título necesario para poder ejercer la profesión. Antes de superar el examen, recibió una oferta de uno de los principales despachos españoles para iniciar su carrera profesional en el bufete con unas condiciones más que satisfactorias. Sin embargo, y tras meditarlo mucho, acabó por rechazarla. "He decidido no colegiarme ni ejercer. Quiero dedicarme al derecho, pero en otras vertientes", confiesa a El Confidencial.
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