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Dentro del convento de clausura que no encuentra monjas júnior: "Marchan a Jerusalén"
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Dentro del convento de clausura que no encuentra monjas júnior: "Marchan a Jerusalén"

Las cinco monjas que permanecen en este centro sagrado se irán en marzo porque "no hay perspectiva". No obstante, tienen un as bajo la manga: algunas se mudarán a Tierra Santa y el convento lo ocuparán unos monjes colombianos

Foto: Paco, el amigo de las monjas, frente al convento. (A. F.)
Paco, el amigo de las monjas, frente al convento. (A. F.)

Al norte de la ciudad de Santiago, fuera de las calles empedradas y a menos de un kilómetro de la majestuosa catedral compostelana, hay un convento de piedra que pasa desapercibido entre los locales y peregrinos. Estos últimos pasean con sus mochilas exhaustos, deslumbrando desde lo alto de la calle la famosa plaza del Obradoiro, donde termina su viaje. Pasean, tranquilos, por delante del convento de las Carmelitas Descalzas como si fuera un simple edificio de ladrillo.

Lo que no saben las decenas de caminantes que se topan con dicha infraestructura a diario es que, en su interior, todavía residen cinco monjas de clausura. Pero, después de más de tres siglos de generaciones y generaciones de mujeres dedicadas a la vida contemplativa, el retiro llega a su fin. El 9 de marzo habrá un cambio de relevo y serán unos frailes colombianos los que pasen a habitar el convento. ¿Por qué?

Una de las puertas de la construcción está entreabierta. En su interior, hay un torno con pequeñas láminas de madera rotatorias. Al lado, una campana de cuerda que hay que balancear para que haga ruido. A los pocos segundos, se escucha una voz al otro lado del torno: no se le ve el rostro, pero tiene acento francés. La eclesiástica deja una llave en una de las láminas de madera desde el interior y, al hacer girar el torno, aparece al otro lado.

"Coge esta llave y abre la puerta de tu izquierda. Después verás otro acceso y, al final de la sala, te recibirá una hermana", dice la voz de acento gabacho. Siguiendo las indicaciones al dedillo, y tras cruzar una amplia habitación con mesas y sillas de antaño, al final hay una reja de hierro. Tras ella, una monja de clausura de unos 60 años recibe a El Confidencial. No quiere que le hagan fotografías y prefiere mantener su identidad al margen, pero relata a este diario la causa de su exilio. Se acomoda en una silla, vestida con un hábito, frente a los hierros: "No hay perspectiva".

placeholder El torno desde el que pasaron la llave. (A. F.)
El torno desde el que pasaron la llave. (A. F.)

Las monjas que todavía residen dentro del convento —de más de 35 habitaciones— llevan entre 25 y 55 años haciendo su vida entre esas paredes de piedra. Poco a poco, y coincidiendo con el declive de la fe cristiana, el reemplazo general fue volviéndose imposible. Las más mayores iban falleciendo y, hoy día, no hay relevo de mujeres jóvenes dispuestas a dedicar su vida a la clausura. Por ello, ahora solo quedan cinco de origen gallego, francés y andaluz.

Según relatan a este diario, apenas disponen de ayudas; no económicas, sino de personal que pueda echarles una mano con la gestión del gigantesco edificio. Para recibir personal de apoyo, la congregación debe conformarse como asociación, pero se requiere un mínimo de ocho fieles. La ausencia de nuevas incorporaciones limita todos los planes a futuro. Es por ello por lo que, tras una meditada reflexión, decidieron abandonar el convento.

La dificultad para encontrar novicias no es sorprendente. Los datos sobre el declive de la fe cristiana hablan por sí solos. Hace 25 años, un 73,2% de los jóvenes de 18 a 24 años se consideraban católicos. Según los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en 2019 el porcentaje disminuía al 44%. Aunque, tal y como relató este reportaje de El Confidencial, fuera de nuestras fronteras no existe esta percepción.

Alfonso Alonso-Lasheras, coordinador del equipo de promoción vocacional de la provincia de la Compañía de Jesús en España, explicaba como la realidad religiosa de España difiere de la del resto del mundo. La fe católica continúa en auge en otros continentes: la mayoría de congregaciones en España, además, cuentan con religiosos de origen latinoamericano o asiático. El ejemplo perfecto es este convento gallego y el desembarco de los monjes colombianos.

La noticia del cierre se hizo pública a mediados de agosto de 2023 desvelada por El Correo Gallego. Entonces, se desconocía en qué quedaría el edificio. ¿Quién se haría cargo de él? ¿Podría visitarse al público, además de la misa diaria? ¿Dónde irían las monjas que todavía permanecen allí? Nadie sabía el devenir del convento, pero las eclesiásticas tenían un as bajo la manga: recurrirían a sus colegas colombianos.

Unos escritos del s. XVIII

La historia de cómo este reducido grupo de monjas conoció a unos contemplativos colombianos se remonta a unos escritos del XVIII. La Madre María Antonia de Jesús fundó el convento de las Carmelitas Descalzas de Santiago. La mujer se casó, tuvo dos hijos y, poco después, le pidió la separación canónica a su marido. Dedicar su vida al Señor implicó que tuviese largas horas para escribir: y así lo hizo. Redactó su curiosa autobiografía y un libro de oraciones.

"¡Es la única escritora gallega del siglo XVIII!", comenta la monja de clausura al otro lado de los hierros. Algunos de sus escritos originales —y demás reliquias— se conservaron durante tres siglos en el convento compostelano. Hasta que, hace tres años, unos frailes colombianos se interesaron por el material original: “Buscaban a las primitivas escritoras Descalzas”.

placeholder El interior del convento. (A. F.)
El interior del convento. (A. F.)

Narra la eclesiástica que primero les llegó un correo electrónico. Después de algunas conversaciones, se intercambiaron los WhatsApp y accedieron a enviar algunos manuscritos y demás ofrendas de María Antonia. Paralelamente, la calidad de vida en el convento ya estaba en horas bajas. Con el paso de los meses, las cinco monjas decidieron poner fin a su vida en Santiago de Compostela. No obstante, lo que no querían eran tener que cerrar la casa. Fue ahí cuando empezó la búsqueda; contactaron con otras congregaciones españolas que declinaron la oferta. Alegaron que apenas podían hacerse cargo de su propio monasterio por los mismos motivos; falta de gente.

Entonces, las compostelanas recordaron a aquellos siete frailes colombianos que, antaño, escribieron solicitando los manuscritos de aquella escritora y religiosa gallega de hace tres siglos. Les ofrecieron trasladarse a su hogar en Santiago para evitar que el convento tuviese que echar el cierre. Y dijeron que sí: "Dentro del desconsuelo, es un consuelo".

Dos partirán a León, una a Jaén y dos a Tierra Santa, Jerusalén

El próximo 9 de marzo tendrá lugar el cambio de llaves. Se celebrará una misa y, acto seguido, las cinco monjas abandonarán el monasterio para dar paso a los latinoamericanos. No obstante, ninguna renunciará a su vida en comunidad. Dos partirán a León, una a Jaén y dos a Tierra Santa, Jerusalén. Allí terminarán la clausura que no pudieron acabar en Compostela.

Con el fin de la charla, el cierre de las puertas y la entrega de las llaves, este periódico se topó con un hombre de avanzada edad a la izquierda del convento. Paco tiene 73 años y tiene un trato "muy bueno" con las eclesiásticas: le permiten residir en una de las habitaciones a cambio de ser un manitas. Básicamente, les echa una mano en todo lo que puede: fontanería, electricidad, carpintería… Así lleva los últimos 14 años de su vida. "Nos llevamos muy bien; el respeto es mutuo", explica el paisano. "Sí, nada, se van a Jerusalén y aquí vienen los monjes colombianos". Desconoce, todavía, qué ocurrirá con él.

"¿Te han dejado pasar?", dice un tanto sorprendido. "Bueno, la clausura también avanza", continúa.

Al norte de la ciudad de Santiago, fuera de las calles empedradas y a menos de un kilómetro de la majestuosa catedral compostelana, hay un convento de piedra que pasa desapercibido entre los locales y peregrinos. Estos últimos pasean con sus mochilas exhaustos, deslumbrando desde lo alto de la calle la famosa plaza del Obradoiro, donde termina su viaje. Pasean, tranquilos, por delante del convento de las Carmelitas Descalzas como si fuera un simple edificio de ladrillo.

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