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¡Qué escándalo, aquí se juega! Eva Amaral y Fito preguntan sobre música a los valencianos
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Ocho apellidos valencianos

¡Qué escándalo, aquí se juega! Eva Amaral y Fito preguntan sobre música a los valencianos

Desde 2015, un concurso musical congrega a melómanos y curiosos en el barrio valenciano de Benimaclet para disfrutar de una mezcla de quiz musical y 'show' de improvisación durante dos horas

Foto: Los Culpables de Todo organizan el concurso. (Cedida)
Los Culpables de Todo organizan el concurso. (Cedida)

Lamentarse por los comercios centenarios que bajan la persiana para siempre y por la alteración paisajística del centro histórico de Valencia es como echar de menos los amores juveniles. Eran frustrantes, manejados desde los antojos primarios y condenados a la incomprensión mutua... pero salimos tan jóvenes en las fotos. Las tiendas del siglo XIX y del XX, a veces percibidas como anclas de la propia continuidad histórica, tienen el derecho a desaparecer, y el cierre de un horno en San Nicolás o de una sombrerería en la Plaza de la Reina tiene poco que ver con la pérdida de la identidad colectiva. No es protección patrimonial ni sentimiento de pertenencia, sino nostalgia por la desaparición de nuestro atrezzo particular.

Las futuras empresas multinacionales y los hoteles turísticos que aparecerán en ese gran escaparate que hoy es el centro de Valencia no conservarán nombres valencianos en sus carteles, pero sí habrá familias autóctonas entre sus inversores y beneficiarios. El patriotismo y la valencianía de los fondos y carteras de inversión. Que la fachada comercial de la ciudad luzca igual que otras doscientas más en el mundo no es siempre responsabilidad externa. Del globalismo económico también participa la élite financiera de ocho apellidos valencianos.

Es incluso saludable que el núcleo histórico haya perdido cierta hegemonía cultural que ejercía sin contrapeso desde los años setenta. Desde principios del siglo XXI, otros focos más allá de la frontera imaginaria de las antiguas murallas acumulan iniciativas privadas y públicas que han agitado a los barrios valencianos. Nunca hubo tanta diversidad cultural y ocio compartido en Poblados Marítimos, Algirós, Russafa, Patraix o Benimaclet.

Son las ocho menos diez de la tarde. Es 1 de noviembre, festivo, y las ochenta y nueve sillas del bar cultural Kafcafé, en Benimaclet, están ocupadas. Dos rezagados se acomodan en el único sofá del local, sin visibilidad al escenario. 91 jugadores, divididos en 15 equipos, tendrán que adivinar, entre otras cosas, en qué año fue publicada Losing My Religion de REM o quién hace la versión del original de Cecilia Nada de nada. Los dos jueces no aportan esta información ni ninguna otra, los temas apenas suenan unos segundos, y la aparición de móviles se premia con el señalamiento público y el abucheo general.

Foto: Un concierto del grupo de folk Talisk. (EFE/Ángel Medina G.)
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Hace ocho años, el quiz musical más famoso de Valencia fue bautizado como El Concursong por su creador David Fajardo. Desde entonces, además de miles de valencianos, por los bares culturales que lo acogen han desfilado músicos como Eva Amaral, Fito, José Manuel Casañ, Zoo, Varry Brava y buena parte de la escena musical valenciana enviando sus vídeos. “El concurso viene de mi experiencia en la radio y en la actuación. Una Nochevieja preparé un juego para unos amigos en el que tenían que adivinar canciones.

En 2015, llevé el proyecto perfeccionado a La Gramola de Benimaclet, donde permanecidos varios años, ahora jugamos en Kafcafé. Los veranos nos mudamos a las terrazas del MuVIM o del Palau de la Música. En diciembre cumpliremos 300 concursos. Supone unas 12.000 preguntas realizadas acerca de adivinar la canción, el grupo, el año de publicación, las versiones, las portadas de discos o las fotos de infancia de los músicos, entre otras”. Desde sus comienzos, se creó una complicidad con el público que han logrado mantener durante casi diez años.

Foto: Vista general del Palau de la Música de Valencia. (EFE/Kai Försterling)

“Pese al relevo generacional que se ha producido con el cambio de ubicación, el espíritu del show sigue intacto. Simplemente hemos ajustado el concurso a una nueva generación. En la primera época priorizamos la música de los años setenta, ochenta y noventa, pero en la nueva etapa y con un público más joven optamos por centrar los contenidos musicales en los últimos veintitrés años. Aunque siempre existe variedad cronológica y de estilos”, comenta Fajardo. Los melómanos irredentos y los curiosos no iniciados comparten espacio pero no siempre inquietudes.

"Somos muy de feria"

De vez en cuando se impugnan resultados, y la discusión sobre si el lanzamiento oficial del tema The Sound of Silence aconteció como single en 1965 o dentro del álbum de 1966 finalizó con disturbios por lanzamiento de cacaos entre equipos y jueces. “Es una excusa para quedar con los amigos y divertirse un par de horas. Todo el mundo opta a ganar botellas de vino, camisetas e infinidad de entradas de concierto durante el juego, para que no solo ganen los expertos”, argumenta el creador, “quedar último es fácil, así que también premiamos al penúltimo. Somos muy de feria. Esa es la filosofía”.

Acostumbrados a presentar shows y a protagonizar espectáculos teatrales de improvisación, los miembros del colectivo Culpables de Todo, formado por el propio David, junto con Míriam, Jesther y Eze, han organizado concursos para la Universidad de Valencia, el Ayuntamiento, La Marina de Valencia o empresas privadas. “Para mí es una actuación. El concepto de unir cultura y ocio en el bar está presente para nosotros. Aquí viene a jugar gente de todo tipo, desde apasionados por la música hasta despedidas de soltera. Tuve que organizar un par de Concursongs por Instagram, en pleno cierre pandémico, porque los más fanáticos se subían por las paredes”, concluye el presentador.

Lamentarse por los comercios centenarios que bajan la persiana para siempre y por la alteración paisajística del centro histórico de Valencia es como echar de menos los amores juveniles. Eran frustrantes, manejados desde los antojos primarios y condenados a la incomprensión mutua... pero salimos tan jóvenes en las fotos. Las tiendas del siglo XIX y del XX, a veces percibidas como anclas de la propia continuidad histórica, tienen el derecho a desaparecer, y el cierre de un horno en San Nicolás o de una sombrerería en la Plaza de la Reina tiene poco que ver con la pérdida de la identidad colectiva. No es protección patrimonial ni sentimiento de pertenencia, sino nostalgia por la desaparición de nuestro atrezzo particular.

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