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A favor de grabar con el móvil en los conciertos
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Héctor G. Barnés

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A favor de grabar con el móvil en los conciertos

Disfruto compartiendo lo que me emociona, dando a conocer lo que me parece valioso y estableciendo conversaciones alrededor de la música a través de los vídeos

Foto: Un concierto del grupo de folk Talisk. (EFE/Ángel Medina G.)
Un concierto del grupo de folk Talisk. (EFE/Ángel Medina G.)
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Últimamente, voy a muchos conciertos, y a veces me encuentro con un señor que graba de principio a fin la actuación desde las primeras filas. Semanas después, me da por mirar si ha subido sus vídeos a YouTube. Nunca los he encontrado. Como hoy en día ya no hay mercado para esa clase de producto, sospecho que lo registra para consumo propio. Es decir, se tira hora y media de pie sosteniendo el móvil para poder ver en su casa esa misma actuación que se ha pasado grabando durante una hora y media de pie sosteniendo el móvil.

Por lo que sea, nunca nadie le ha reprochado nada. Ni siquiera el artista de turno; supongo que más de uno tiene que haber flipado. Sospecho que nadie le dice nada porque desprende un halo de profesionalidad: si dedica tanto tiempo y esfuerzo a grabar, será porque se trae algo importante entre manos. Ese respeto me resulta gracioso en un momento en el que todo el mundo, incluso la gente que no para de hablar, molestar y empujar en los conciertos, está de acuerdo en que hay muchos que parece que pagan una entrada para pasarse dos horas mirando a la pantalla del teléfono.

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Como tantas cosas hoy en día, eso de usar el móvil en los conciertos y molestar es algo que siempre hacen los demás, nunca uno mismo. No deja de sorprenderme leer en redes sociales a esa gente —que he visto con mis propios ojos pasar de todo— quejarse de la gente que utiliza el móvil. Supongo que lo hacen por prestigio social mal entendido. Qué ignorante y maleducada es la masa, no como yo. Un discurso bañado en cierta nostalgia intelectual, porque suelen anteponer los malos usos modernos a una época sin móviles en la que, al parecer, el Agapo debía ser como la Scala de Milán.

El pasado verano, la gira de Bob Dylan reabrió el debate. El artista ha contratado a una empresa llamada Yondr que proporciona bolsas selladas para introducir el teléfono móvil de los asistentes durante el concierto. Durante la presentación de Macrofestivales (Península) de Nando Cruz, todo el mundo parecía estar de acuerdo en que era una buena medida. A mí, sin embargo, me parece ponerle puertas al campo. Tengo la sensación de que Dylan lo hace menos por el público que por sí mismo: odia que le fotografíen.

Es una lógica unánime entre los aficionados de cierta edad que refleja cierto esnobismo cultural. A muchos veteranos parece molestarles cualquier relación con la música que no sea unidireccional, casi de veneración hacia el artista: él canta y nosotros escuchamos. Ni bailes, ni hables, ni grabes. Hay gente que parece estar más preocupada por criticar la actitud de los que les rodean para, irónicamente, quejarse después en redes.

Tengo la sensación de que, por distintos motivos, los jóvenes han recuperado una relación más natural con la música que la de la cultura boomer. La música es importante, claro, pero también las personas con las que has ido al concierto, las que vas a conocer en él, el diseño visual del escenario, el antes y el después, todo lo que rodea al concierto: el rito. Comparte lo que te gusta, haz una foto y súbela, genera conversación, bésate con tu pareja o con la persona que acabas de conocer, discute y grita. Me gusta ver tus stories y me encanta que des la brasa con la música que te gusta, no te cortes.

Yo mismo me he acostumbrado a grabar un pequeño vídeo de unos treinta segundos (un estribillo, una estrofa que me guste) para subirlo a Instagram. He descubierto que disfruto compartiendo lo que me emociona, dando a conocer lo que me parece valioso —pero que tal vez no esté al alcance de todo el mundo— y estableciendo conversaciones alrededor de la música. Me gusta que alguien me escriba porque el grupo que he estado viendo también le gusta o porque lo que he compartido le ha permitido descubrirlo. Me da pena que la música se quede como una afición íntima de mero disfrute individual y privado.

No voy a conciertos solo a escuchar música, sino a compartir una experiencia

No voy a los conciertos solo por la música: puedo escucharla en casa, seguramente en condiciones mucho mejores que en una sala o un festival. Voy a compartirla con otras personas que están en el mismo lugar y tiempo que yo, para formar parte de una comunidad que comparte algo en común, para formar parte de algo que hasta que no piso la sala no sé que existe. Grabar y compartir (no grabar y guardarse el vídeo en el móvil) es una manera de ampliar esa comunidad, de establecer lazos con otras personas, amigos o desconocidos, a través de algo que nos conmueve.

No bailes, que me molestas

Echo cada vez más de menos la experiencia compartida en la música. Que no sea un mero objeto de consumo, sino un elemento que da sentido a nuestras vidas, arte que une a personas que de otra manera no se habrían unido. Cuántas parejas habrán nacido por un "a mí también me gusta esa canción". Se suele decir que lo malo de los festivales es que la gente que va a ellos está por cualquier cosa menos por la música, pero esa argumentación nos lleva a olvidar que la música popular es mucho más que música, y no me refiero a beber cerveza, comprar merchandising o montarse en norias. Es rito, emoción e imaginario colectivo.

Irónicamente, esas experiencias colectivas parecen estar desapareciendo en un momento en el que la cultura es cada vez más masiva. La desaparición de las tribus urbanas, la casi extinción de la cultura del descubrimiento y el boom de las recomendaciones a través de los algoritmos ha provocado que el ocio sea cada vez más personalizado e individualizador. Se ha escrito mucho sobre el final del cine como experiencia colectiva, pero irónicamente, en un momento en el que hay más conciertos que nunca, parece imponerse la visión del disfrute musical como una experiencia individual.

placeholder Bajo el Volcán, una de las mejores tiendas de discos que quedan en Madrid.
Bajo el Volcán, una de las mejores tiendas de discos que quedan en Madrid.

Hace no tanto, en un momento en el que era mucho más difícil acceder a la cultura, grabar casetes a los amigos, comprar revistas para leer reseñas de discos que no sabías cómo sonaban, visitar una tienda de discos o hablar durante horas de la música que te gustaba eran ritos imprescindibles para poder acceder a aquella canción que te cambiaría la vida. Hoy creemos equivocadamente que la posibilidad de escuchar (casi) cualquier canción en cualquier momento equivale a conocer la existencia de esa canción. La gran ironía es que esa sensación de abulia que genera poder acceder a todo ha cercenado la curiosidad y las ganas de compartir. Hay tanta música ahí fuera que no necesitamos más.

Hay quien arruga el morro cuando alguien saca el móvil y abre Shazam, el programa que identifica la canción que está sonando y te da su título. Qué ignorante, no saber que es Don’t Look Back in Anger de Oasis, pensarán los representantes de ese esnobismo cultural. A mí, por el contrario, me sigue fascinando, porque es presenciar una revelación, un hallazgo, un descubrimiento. La curiosidad en directo.

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Los maleducados rompen toda estadística porque son tan llamativos que nos hacen pensar que son más de los que realmente son, pero me gusta pensar que la gran parte del público es respetuoso y atento, que acude a los conciertos porque disfruta de la música (entre otras cosas) y, cuando saca el móvil para grabar, intenta no molestar a los que le rodean. Quizá es una relación más sana con la música que la del amargado incapaz de disfrutar de nada si no es según sus propios parámetros. ¿Saben qué me parece también bien? La gente que habla en los conciertos. Pero de eso discutiremos otro día.

Últimamente, voy a muchos conciertos, y a veces me encuentro con un señor que graba de principio a fin la actuación desde las primeras filas. Semanas después, me da por mirar si ha subido sus vídeos a YouTube. Nunca los he encontrado. Como hoy en día ya no hay mercado para esa clase de producto, sospecho que lo registra para consumo propio. Es decir, se tira hora y media de pie sosteniendo el móvil para poder ver en su casa esa misma actuación que se ha pasado grabando durante una hora y media de pie sosteniendo el móvil.

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