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El auge de los tributos en Valencia: pragmatismo y adaptación ante el fin de la historia del rock
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El auge de los tributos en Valencia: pragmatismo y adaptación ante el fin de la historia del rock

Los conciertos de este tipo de formaciones ocupan un porcentaje cada vez mayor en la oferta semanal de la ciudad. Permiten que los músicos se profesionalicen y que las salas aumenten ingresos

Foto: Tributo a Depeche Mode por Green Covers. (Iris Soler)
Tributo a Depeche Mode por Green Covers. (Iris Soler)

La nostalgia por el paraíso perdido ha sido una constante en el camino de la música pop anglosajona desde los años setenta. Una vez consolidada la cultura rock, tras su nacimiento en los Estados Unidos a mitad de los años 50, cada generación de músicos jóvenes ha rescatado los ecos del que creían origen esencial de sus propios sonidos, sumando o no, elementos innovadores de su tiempo, pero manteniendo su identidad. El rock aún era joven y la influencia no implicaba mimesis.

El origen del homenaje organizado se remonta a 1974, con el tributo profesional de Alan Meyer a Elvis Presley en Las Vegas, tres años antes de la muerte del rey. En el Londres de 1980, aparecieron The Bootleg Beatles calcando a los cuatro de Liverpool cuando estos llevaban diez años separados, mientras que al otro lado del Atlántico, la B Street Band surgió en el momento que Bruce Springsteen era el compositor más popular del país de las barras y las estrellas, tras el lanzamiento del superventas The River (Columbia, 1980).

placeholder Tributo a U2 en Black Note. (Cedida)
Tributo a U2 en Black Note. (Cedida)

En España, desde hace una década, exceptuando a Carolina Durante debutantes en 2018, son los mismos doce grupos de pop quienes ejercen como reclamo para completar los grandes aforos festivaleros. Ya existe el tributo a Love of Lesbian, Dorian y Vetusta Morla aunque sean omnipresentes cada año. La adicción del pop por los tiempos pretéritos llega ya al revival de lo que aconteció anteayer. Puede que el rock no esté muerto, pero algo huele a Imperio Austrohúngaro en Sarajevo.

Durante los últimos años, en Valencia han emergido estos tributos en la programación de las salas de concierto. Lo que empezó como propuestas salpicadas en la cartelería mensual ha mutado en una oferta que puede alcanzar la decena semanal. Ciertos locales se han especializado en esta escena y varios grupos locales que reproducen a Muse, The Cure, Depeche Mode, Coldplay o U2 giran por todo el país.

Foto: Momento de la actuación de los Arctic Monkeys en Valencia. (EFE/Biel Aliño)

En el barrio de Mestalla, cerca del estadio donde cada quincena un equipo tributo emula, a veces desafinando, a Albelda, Aimar y David Villa se encuentra Black Note. Este histórico club valenciano de música negra, fundado en 1993, albergó bajo el mando del emblemático Germán Valenzuela, durante más de dos décadas, los directos de selectos músicos de jazz, soul, ska y rhythm 'n' blues, además de formaciones de pop y folk como Iron & Wine, Nacho Vegas, Sidonie, Jason Molina, Josh Rouse o Damien Jurado.

En la actualidad, la gerencia de este enclave musical la ocupa José Sendra: “Conozco a Germán desde que éramos unos niños y en un momento determinado me propuso entrar en el Black Note como socio. Él es un apasionado de la música negra y gestionó la sala de un modo muy romántico, en la programación musical acotaba con precisión qué tipo de música quería que sonara en su local, aquí no había rock. En 2017, tomé las riendas en solitario e introduje unas nuevas condiciones para los directos, como la promoción en redes sociales y la grabación y emisión en vivo de los conciertos. Servicios que consideramos importantes para la bandas. A partir de ahí, los grupos empezaron a interesarse por tocar aquí, y buena parte de las peticiones fueron grupos tributo de diversos estilos. Eso sí, solo hacemos conciertos de bandas completas en eléctrico, ni acústicos ni música urbana. También llegan propuestas de formaciones con repertorio propio y las programamos, pero son las menos. Nosotros no vamos a buscar a las bandas para que vengan a tocar, los músicos nos mandan material y elegimos. Los tributos se han generalizado porque el público conoce las canciones. Una fiesta remember de los ochenta o los noventa son un puro disfrute de fin de semana. Algo masticable para evadirse”.

La sala valenciana se especializó en tributos desde hace un lustro y las puertas del Black Note son un hervidero de gente a las once de la noche, cada fin de semana. “La reacción del público a este cambio de rumbo en la programación es el aforo completo cada viernes noche y sábados tarde y noche, aunque el perfil del asistente varía de un tributo a los Beatles o a Fito y Fitipaldis, a otro sobre Lou Reed o AC/DC. Para mí lo prioritario es que el negocio salga adelante, y cuando nos lo podemos permitir programamos algún capricho, que seguramente nos saldrá deficitario, como el del pianista colombiano de jazz fusión Jesús Molina, a finales de noviembre. A todos nos gusta el jamón de jabugo, pero mayoritariamente consumimos jamón de Teruel en nuestro día a día para sobrevivir”, concluye Sendra.

Los valencianos Green Covers son uno de los combos más relevantes en la escena nacional de tributos. Santi Coma es su fundador, además de vocalista, guitarrista y teclista. “The Dirt Tracks era mi grupo de composiciones propias. Lanzamos nuestro primer disco en 2013 y llegamos a girar por Alemania, pero soltábamos más dinero del que ingresábamos. Siempre me comentaban que me parecía físicamente y en el registro de voz a Matt Bellamy, cantante de Muse. En la gira europea de Dirt Tracks vi que existía una enorme escena de tributo por allí, y al volver acordé con mi hermano que íbamos a probar un repertorio de Muse. Durante un año estuvimos preparando las canciones y un espectáculo visual. Debutamos en la sala 16 Toneladas de Valencia y reventamos el local, así que nos lo tomamos como una empresa teatral, interpretaríamos a varias bandas clásicas de rock, incluso calcando su aspecto físico. Con The White Stripes y Radiohead no arrastramos público, pero sí con Muse, Depeche Mode y U2. La idea de negocio funcionó”.

Foto: Zarpa, aún como Wolframio, en 1977. (Cedida)

Desde 2015 no han parado de trabajar excepto en el obligado parón pandémico y por cuestiones de paternidad. Su temporada laboral arranca en septiembre y finaliza en mayo. Actúan cada fin de semana completando aforos entre los 200 y los 900 espectadores. Algo que logran muy pocos grupos valencianos con composiciones propias. “Por una parte, nos fastidia que con nuestras canciones no consiguiéramos esto, pero por otra es una experiencia preciosa. Sé que el asunto de los tributos está mal visto en una parte del sector musical, incluso a mí me pasaba al principio, sin embargo es una labor similar a las orquestas de toda la vida y también es un reto porque el público te examina con lupa. Al público le da igual si te llamas Santi o Manolo, no quieren improvisaciones ni cambios imaginativos en los temas de Muse, esa hora y media quieren ver a Matt Bellamy”, expone Santi.

Desde una perspectiva pragmática, en la que la profesionalización del músico valenciano de clase media sigue amenazada por las condiciones del sector, esta escena constituye una salida laboral estable. “No creo que afecte negativamente al sector, ya que siguen apareciendo grupos nuevos. Los grupos tributo hacen posible que los músicos se profesionalicen y que las salas aumenten ingresos. Un local no puede funcionar solo con artistas noveles que atraen a treinta personas, y estos homenajes suponen sueldos para la plantilla de los locales. En el momento actual, somos necesarios para la estabilidad del circuito. En una comparación generacional con las orquestas clásicas de los años ochenta, somos el relevo de aquellos sonidos. Con nuestro rock clásico damos a los que ahora tienen cuarenta años lo que las orquestas ofrecían a quienes ahora tienen sesenta tacos, somos los pasodobles del presente”, sentencia el líder de Green Covers.

Foto: La banda valenciana Zoo. (Guillem Garay)
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En en árbol genealógico de las grandes ligas musicales, los ritmos negros primigenios, como el soul y el funk, derivaron en el rap, el R&B y sus actuales múltiples vías bailables, mientras que la música electronica engendró infinitos herederos que hoy agitan la escena de club. En cambio, el rock se vistió del último Habsburgo de la Monarquía Católica y el presente lanzó un hechizo esterilizando sus guitarras. The Strokes, Franz Ferdinand, Muse, Arcade Fire, The Killers, Arctic Monkeys o Imagine Dragons, todas ellas formaciones que explotaron a nivel global hace entre veinte y diez años, parecen ser los vestigios de un futuro avitrinado. El museo aguarda y tal vez no haya sala adyacente.

La nostalgia por el paraíso perdido ha sido una constante en el camino de la música pop anglosajona desde los años setenta. Una vez consolidada la cultura rock, tras su nacimiento en los Estados Unidos a mitad de los años 50, cada generación de músicos jóvenes ha rescatado los ecos del que creían origen esencial de sus propios sonidos, sumando o no, elementos innovadores de su tiempo, pero manteniendo su identidad. El rock aún era joven y la influencia no implicaba mimesis.

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