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Nacho Vegas en el Botánico: veinte relatos acompasados de un escritor musical
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CONCIERTO EN MADRID

Nacho Vegas en el Botánico: veinte relatos acompasados de un escritor musical

El concierto fue un repaso a un repertorio que es una vida cantada con la precisión de un contador de sílabas

Foto: Nacho Vegas en concierto. (EFE/Javier Berlver)
Nacho Vegas en concierto. (EFE/Javier Berlver)

Puede que la onda vaya por saltarse cualquier atisbo de melodía, alejarse del compás clásico de 4x4 que pretende hacerte escuchar y no perrear, que suena a poesía y que enriquece, que también duele porque es real y lo que se confiesa se muestra sórdido y tierno, blanco y negro, o más bien en brillo y azabache, que es mucho más bonito que el negro y también le saca una cabeza en elegancia. Qué dice una letra, cuándo solo y tanto relata, describe y prescribe ese diario de normalidad, esos dos lados que unas veces te salva y otras te empuja un poco más abajo, en especial cuándo por fuera todo es un juego que se aleja de lo tierno y de lo justo, de lo humano y de lo que tenemos alrededor. Son canciones que en realidad son relatos. Estás leyendo a Nacho Vegas, un escritor musical.

No te enteras, así se baila ahora, así se compone, así se canta, dicen los entendidos. Si no te gusta es que no tienes ni puta idea, pero luego resulta que alguien si la tiene, o por lo menos, que escribe lo que después suena a cotidiano, a todos nosotros, y lo clava entonando y haciendo de cada tiempo un verso, una flecha y otra herida para sanarte o no, eso es cosa tuya, pero sí para que pienses o para que alguien te diga que a ti también te duele.

Foto: La Terraza Magnética durante el concierto de Ann Deveria. (La Casa Encendida)

Y el concierto de Nacho Vegas fue un repaso a un repertorio que es una vida cantada con la precisión de un contador de sílabas, seleccionando palabras que encajan a la perfección en los tiempos que se les permite decir esas cosas que tan bien escribe. Y en esas lindes, esa frontera dónde se roza lo permitido y lo que te acojona, se mueve Nacho muy cómodo, quizás porque de todos los autores es el que más natural te lo cuenta, o quizás también porque es el que aprovecha para romper el velo de su timidez, bajo el foco y el sonido melódico de tres acordes, que solo te puedes permitir desde el dominio de algo, que en este caso, la emoción.

Abrió el concierto con Detener el tiempo y no era casualidad. En ese tema cabe entero Nacho Vegas y a todos nos dijo que acababa de llegar entre carros tirados por Jim Morrison y Blonde on Blonde, tratando de crecer sin despegarse demasiado de las influencias que vendrían después. Qué forma de crecer sin crecerse. Tras repasar algunos temas del nuevo disco, Mundos Inmóviles Derrumbándose (Oso Polita, 2022), como el Don de la Ternura, o Ramon In, Nacho vegas puso al público del Botánico en alerta, en duelo, porque se escuchaba un dolor que utiliza él para también sanarse. No es una cuestión de regocijarse, sino de supervivencia, de reparación. La Pena o la Nada o Big Crunch, demostraban también que el estilo y la trayectoria de sus canciones son compatibles en el tiempo y las tablas, porque el sonido de la banda era tan sólido que solo trataban de ejecutar su manera de rodar.

Ahí estaban sus incondicionales, Manu Molina en la batería, Hans Laguna en la guitarra, que lo mismo te clava un acorde que escribe la biografía de Julio Iglesias (Hey, Julio Iglesias, de Contra Editorial 2022), Joseba Irazoki deslumbrando con la eléctrica, Juliane Heinemann al bajo, elegante y sutil, potente, y Ferrán Resines en las teclas, para cerrar un círculo que hizo levantarse al público de Madrid en más de una ocasión, en concreto con Michi Panero, dónde todos somos un poco mediocres, y con la magistral La Pena o la Nada, o cuándo la empatía se hace en forma de canción melódica.

Foto: Keung To, miembro de la banda Mirror. (Reuters/Tyrone Siu)

Ya estaba todo el mundo en pie y aun así el viento no sabía volar en la noche de Madrid. Por eso Nacho volvió con Angel Simón, que es una manera de fostiarte en la cara recordándote que no estamos aquí solo para sonreír, pero que del dolor se sale hasta cuándo crees que vas hacia abajo. Lo hizo además en forma de bis, porque dónde otros aprovechan para cantar los éxitos fáciles, Nacho lo ultima para que no te olvides, que para estar bien hay que estar un poco jodido, que no se puede permitir eso de ir por la vida sonriendo como si fueses un feliz cualquiera.

Y también le agradezco que denuncie sin ser un coñazo, que clave el verso dónde te da un poco de vergüenza mirar, que te sonroje, cuándo quizás tú también rondaste esas fronteras, esa timidez y esa locura. Lo que no está bien hecho conviene decirlo, pero sin caer ni un ápice en la pedantería ni en el cantautor social. Y eso de lo que tanto nos quejamos, de esa falta de ternura que le hizo asustarse y caer a plomo cuando todo se derrumbaba, parece que le ha otorgado cierto grado de superioridad frente al resto, porque ha salido más cuidado y más alto que nunca.

Y en estos tiempos, dónde lo que se lleva es una pantalla en directo, un teléfono con cámara, un ritmo atroz, una letra infame y una mediocridad aplastante, tener a alguien como Nacho Vegas es un regalo para la esperanza y la tristeza.

Puede que la onda vaya por saltarse cualquier atisbo de melodía, alejarse del compás clásico de 4x4 que pretende hacerte escuchar y no perrear, que suena a poesía y que enriquece, que también duele porque es real y lo que se confiesa se muestra sórdido y tierno, blanco y negro, o más bien en brillo y azabache, que es mucho más bonito que el negro y también le saca una cabeza en elegancia. Qué dice una letra, cuándo solo y tanto relata, describe y prescribe ese diario de normalidad, esos dos lados que unas veces te salva y otras te empuja un poco más abajo, en especial cuándo por fuera todo es un juego que se aleja de lo tierno y de lo justo, de lo humano y de lo que tenemos alrededor. Son canciones que en realidad son relatos. Estás leyendo a Nacho Vegas, un escritor musical.

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