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“He pasado gran parte de mi vida pensando que no tenía derecho a nada”
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ENTREVISTA CON BÁRBARA BLASCO

“He pasado gran parte de mi vida pensando que no tenía derecho a nada”

Bárbara Blasco ganó el premio Tusquets en 2020 por ‘Dicen los síntomas’ tras haber encadenado multitud de trabajos precarios. Y ahora, una de sus obras antiguas, 'La memoria del alambre' vive una segunda vida

Foto: Bárbara Blasco. (Sara Llopis)
Bárbara Blasco. (Sara Llopis)

La valenciana Bárbara Blasco encadenó multitud de oficios precarios con un premio, el Tusquets —en 2020 por ‘Dicen los síntomas’— que, entre otras cosas, la convirtió ante los demás en novelista. También relanzó una de sus antiguas obras, ‘La memoria del alambre’, renacida estos meses y considerada una de las mejores lecturas del año, a partir de un viaje desnortado en la Valencia de los ochenta con el sonido mákina de fondo.

Blasco transformó una depresión en parte de su lenguaje y una huida en su forma de decodificar la vida. Desde Dénia, donde pasa algunos días en la playa, una conversación sobre trabajos mal pagados y el afán inacabado de ser escritora.

Foto: Rafa Lahuerta. (Foll/Drassana)

PREGUNTA. Me gustaría hacer una aproximación inicial a ese motor que le convierte en autora. Algunas veces ha hablado de la necesidad de huida como principal motivo.

RESPUESTA. No recuerdo haber querido ser nada de mayor, y menos escritora. Lo único que sé es que mi vida mejoró bastante desde que decidí trabajar con las palabras, jugar con ellas, investigar sus posibilidades, que son más bien infinitas. Cuando era muy joven, tuve una depresión y me quedé sin palabras, desaparecieron y no solo hacia fuera, se desintegraron las conexiones entre el mundo y sus nombres, entre la realidad y la palabra. Fue la peor época de mi vida. El mundo se volvió ilegible, el cable del lenguaje roto. Ya no era más que el vacío que cuelga de un hilo.

Hoy mi forma de relacionarme con el mundo es fundamentalmente a través del lenguaje. Hay algo además que he observado y es que el dolor, el daño recibido, no se puede hacer desaparecer, es casi inevitable devolverlo a los demás en algún momento. La única forma que he conocido de que esto no suceda, de que termine la cadena, es transformándolo en arte. Solo así se vuelve inofensivo.

Foto: Jóvenes valencianos se divierten a comienzos de los 90. (Getty/Cover/Carlos de Andrés)

P. ¿Existió un día en el que de una manera lógica se dio cuenta de que su oficio era el de escritora?

R. Pues por descarte más bien, porque no sirvo para nada, no tengo constancia, me aburro de casi todo. No sé conducir, no he tenido la voluntad de sacarme el mitjà ni el inglés, ni todo lo que da puntos en una oposición. Hago como que entiendo pero en el fondo no entiendo esa dinámica simple por la que funciona el mundo y que se llama dinero.

Quise hacer cine, me hubiera encantado tener talento para la música, al final he aceptado que lo único que tengo es cierta sensibilidad para el lenguaje, veo cosas en las palabras que muchos no ven. Y no me canso de ellas. Me gusta esa clase de comunicación diferida, que se gesta en soledad, en una soledad donde puedo afinar lo que pienso, donde puedo embellecer la forma antes de entregarla a otros.

En cualquier caso, los componentes de la escritura me siguen pareciendo muy misteriosos, entran en juego no solo las habilidades lingüísticas, sino la psicología, la filosofía o la moral de cada uno.

placeholder Bárbara Blasco. (Sara Llopis)
Bárbara Blasco. (Sara Llopis)

P. En su caso, ¿su propia realidad actúa como transmisora para la ficción o necesita ficcionar justo en contra de su realidad?

R. Cada vez me cuesta más distinguir entre mi ficción y mi realidad, son vasos comunicantes, no sé si cuál de las dos manda, a veces una, a veces otra. Cuando escribo sobre algo, cuando creo un personaje, por muy alejado que esté de mí, acaba revelándome algo de mi propia realidad, algo que estaba ahí, oculto, pero yo no veía o no quería ver. Parezco una iluminada hablando de revelaciones divinas, jajaja, pero es un poco así. Creo que la ficción le quita la capa superficial y tramposilla a la realidad, la desenmascara, nos la traduce, igual que hace la ciencia, que nos hace imaginar que la tierra es redonda aunque la veamos plana.

P. Comenzó a escribir en blogs. La identidad digital está continuamente discutida y suele asociarse al ruido y la degradación. ¿Pero de qué manera nos facilita tener nuestra propia voz?

R. Oh, la época de los blogs fue maravillosa. En realidad, creo que cualquier invento al principio lo es, igual que sucede con el enamoramiento, luego ya vienen la convivencia y los defectos y etc. Con las redes sucede un poco lo mismo, tienen cosas maravillosas y espantosas a la vez.

Ahora que estamos en el tiempo de la física cuántica, que la vida ya no es binaria, podemos afirmar que son liberadoras y constrictoras a la vez, que contribuyen al ruido y son un oasis para encontrar la propia voz. Eso sí, el ser humano es mucho más que la suma de todas sus imágenes de Instagram, que todos sus tuits. La identidad total es una utopía.

Foto: Asamblea anual de la Iglesia de los mormones en EEUU. (Getty Images)

P. ¿Cómo es su proceso de escritura?

R. Soy indisciplinada y perfeccionista, lo que no es muy buena combinación. A veces paso semanas enteras sin entrar en la novela que estoy escribiendo, y luego días que solo puedo pensar en ella. Creo que la única metodología del escritor es la obsesión.

P. Ha enumerado en alguna que otra entrevista sus trabajos como "dependienta, teleoperadora, camarera, ayudante de mago...". ¿Cuando alguien le pregunta a qué se dedica, dice a la primera que es escritora?

R. A veces, otras me da vergüenza. Cuando era dependienta, camarera, teleoperadora, no quería que mi identidad la construyera mi profesión porque yo era mucho más que eso. Hoy no me importaría que eso sucediera pero estamos en la era líquida de la precariedad y ya no se lleva eso de construir la identidad a partir del trabajo.

Foto: Portada del libro 'Perros Flacos'.

P. La dibujante Cristina Durán suele contar cómo la creación de historias, cómics en su caso, le ayudó a ocupar el tiempo mientras pasaba su enfermedad, un cáncer. ¿De qué manera funcionó la enfermedad a la hora de escribir ‘Dicen los síntomas’?

R. No la escribí enferma sino años después. Supongo que toda vivencia deja huella, las experiencias fuertes aún más, son un buen cebo para pescar ideas y reflexiones.

En este caso, me sirvió para construir un personaje obsesionado con las enfermedades, como es Virginia, que afirma que la única historia que le interesa es la de los cuerpos, su deriva. El cuerpo como la única forma de medir esa conversación que llamamos tiempo.

P. Es novelesca la segunda oportunidad que le ofrece a ‘La memoria del alambre’ porque entiendo que es como un nuevo lanzamiento en un contexto distinto al inicial. ¿Qué ha cambiado en usted, como voz, respecto a la primera vez que lo publicó?

Foto: Philip Roth y Mudge en un crucero en 1968 (Debate)

R. A la gente le encanta esa idea un tanto romántica de que un libro, que en su día no tuvo eco, lo tenga ahora al ser reeditado por Tusquets... y a mí también. Pensar qué tonto y qué ciego es el mercado pero al final se da cuenta de quién vale y hace justicia. Lo malo del mercado es que es tonto de verdad, y seguirá siendo tonto, por más que vaya a nuestro favor. Para valorar una obra, solo existe el criterio personal, un libro no es bueno ni malo por lo que diga el mercado, que no es más que una suma imprevisible e incontrolable de casualidades.

Respecto a qué ha cambiado, te diría que ahora tengo más seguridad en mí misma y en mi escritura, pero no es del todo cierto. Lo que sí tengo es más fortaleza para aceptar que no se puede gustar a todo el mundo.

P. Ha existido cierto tópico con el escaso eco literario de Valencia y su entorno. ¿Qué fuerza tenían para usted, en cambio, esos lindes de la Ruta como marco de ‘La memoria del alambre’?

R. No pienso que escribo “desde Valencia” porque casi siempre he vivido aquí, es como el agua para los peces en el relato ese de Foster Wallace. Pero aún pienso menos en escribir desde un lugar irreal como pudiera ser EEUU pasado por el filtro literario de un español, sería como una mala traducción, como un ejercicio de estilo para un taller.

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Bárbara Blasco. (Sara Llopis)

Asumo que igual que consumo productos de proximidad, me nutro literariamente de lo que tengo cerca, no puede ser de otra manera. La Ruta es algo que viví, que estuvo cerca de mí. En cualquier caso, al ficcionar, todo escenario se transforma. Es interesante observar el propio entorno bajo el filtro de lo literario, ese cruce entre un lugar real y uno de ficción da como resultado un lugar mucho más verdadero. En ‘La memoria del alambre’, aparecen los locales de los 80 con sus nombres reales, sin embargo los pueblos por los que la protagonista va actuando, de verbena en verbena, son ficticios. Tal vez porque su presente tiene algo de irreal, porque ha quedado anclada en el pasado.

P. ¿Qué entornos de Valencia le parecerían perfectos para situar una futura historia?

R: El autocine o el camping de El Saler, por ejemplo. A veces viajamos a Malasia o a la Patagonia cuando hay pueblos a menos de una hora que resultan tan exóticos como fascinantes.

P. ¿De qué manera cambia una historia cuando transcurre en un espacio confinado, como puede ser una clínica (en ‘Dicen los síntomas’), a cuando lo hace en territorio abierto como lo es una ruta (en ‘La memoria del alambre’)?

R. Pues seguro que cambia pero no sé bien en qué. La mente de los personajes es para mí el lugar más importante en una novela, el territorio que va a marcar los límites, puede ser tan vasto o tan estrecho como la mentalidad del personaje. Creo que Virginia, la prota de ‘Dicen los síntomas’, a pesar de estar en un hospital casi confinada, es más libre que la narradora de ‘La memoria del alambre’, que va de pueblo en pueblo pero se siente atrapada por su pasado.

P. Entre las dos novelas hay, entre otras cosas, un premio de separación. ¿El Tusquets le ha cambiado de alguna manera?

R. Aunque me ría de los premios, me he vuelto más vanidosa, pero es que a mí me han dado el Tusquets, oiga. Lo que me gusta es que algunos mediocres que antes ni me consideraban ahora lo hacen, aunque solo sea porque llevo ese pin. Por circunstancias personales o sociales, no sé bien, he pasado gran parte de mi vida pensando que no tenía derecho a nada, he vivido acostumbrada a ser una desgraciada. Yo fui un portento en el colegio cuando era pequeña y luego viví un estrepitoso fracaso, un fracaso que fui perfeccionando a lo largo de los años hasta el punto de que me dieron un premio. Porque no sé si lo he dicho, pero a mí me dieron el Tusquets.

Foto: 'Lo fingido verdadero' (Sergio Parra)

P. Existe un revisionismo nostálgico del pasado que ha venido a generar una nueva especie etiquetada como los 'neorrancios'. ¿De qué manera se planteó mirar a un pasado como el de esa Valencia de hace veinticinco años?

R. Algunas cosas eran mejores entonces, la música comercial, los melocotones, cierto sentido del honor… pero otras eran muchas mucho peores, la violencia en las calles, las hombreras, los abusos por el simple hecho de ser mujer.

De todas maneras, yo entiendo el neorrancismo, es una defensa legítima frente a ese megamodernismo a toda costa, frente a esa apología de la juventud tan en boga hoy en día, que vas a un restaurante con tu bisabuela de 102 años, y el camarero te dice: ¿qué tal, chicas?, que no puedes decir que simplemente no te gusta el reggeaton sin que vengan a quemarte en la hoguera por carca, por boomer, por retrógrado.

Dentro de lo nuevo, hay basura, como la había dentro de lo viejo. Ninguna opción total a priori es buena idea, hay que tomarse el trabajo de analizar y sopesar.

La valenciana Bárbara Blasco encadenó multitud de oficios precarios con un premio, el Tusquets —en 2020 por ‘Dicen los síntomas’— que, entre otras cosas, la convirtió ante los demás en novelista. También relanzó una de sus antiguas obras, ‘La memoria del alambre’, renacida estos meses y considerada una de las mejores lecturas del año, a partir de un viaje desnortado en la Valencia de los ochenta con el sonido mákina de fondo.

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