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Quién conoce a Rafa Lahuerta: el autor que revolucionó Valencia con la novela 'Noruega'
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HA VENDIDO MÁS DE 20.000 LIBROS

Quién conoce a Rafa Lahuerta: el autor que revolucionó Valencia con la novela 'Noruega'

“Tras pasar por las gradas de Mestalla, la vanidad literaria no me afecta. Los intelectuales pueden decir muchas cosas pero sé que no me van a dar una hostia”, dice el autor

Foto: Rafa Lahuerta. (Foll/Drassana)
Rafa Lahuerta. (Foll/Drassana)

'Noruega', un retrato descarnado ante un cambio de época en Valencia —y, por tanto, en el mundo—, es quizá la novela que mayores adhesiones ha generado en la sociedad valenciana de la última década, rompiendo el altar de las capillas literarias, alcanzando tal grado de transversalidad que fue la recomendación de Pedro Sánchez en el último Sant Jordi.

Una de las claves centrales de su éxito, mediado por una voz outsider fuera de toda academia, tuvo mucho que ver con el deseo de escarbar en un autor tras un pseudónimo. Solo que el pseudónimo y el nombre real coinciden: Rafa Lahuerta. El libro, editado por Drassana, ganó el premio Lletraferit en 2020 y lleva cerca de 16.000 ventas en su edición en valenciano y 4.000 en la castellana, lanzada hace pocos meses.

Lahuerta ha contado insistentemente 'Noruega', envuelto en un fenómeno que le ha obligado a encontrar a otro Lahuerta para explicarse. Ha espantado el lugar común de verse a sí mismo como protagonista de la historia. Se ha visto salpicado por el viaje de la narración que atraviesa el sumidero de la ciudad: la de un protagonista, Albert Sanchis, ubicado en el entorno del Mercado Central de Valencia y en pleno exilio de un entorno urbano que no encaja con sus coordenadas del mundo.

placeholder Rafa Lahuerta. (Foll/Drassana)
Rafa Lahuerta. (Foll/Drassana)

Detrás de 'Noruega', en cambio, hay un escritor que rehúsa serlo demasiado en serio, que por fin está en paz, que ha aprendido de qué va la vida y vuelve para contarla. Hay un escritor que simplifica los principios de incertidumbre con una coletilla inapelable: “es una putada”, repetirá hasta siete veces en una comida sobre la mesa del bar al que acude a comer el menú del día una vez por semana. Allí le llaman Rafa y le guardan la botella de agua de la semana pasada, hasta que se acaba.

Lahuerta acepta dar a conocer a Lahuerta. Entre otras cosas, porque lo da por amortizado.

Cuando Lahuerta comenzó a escribir… “Me recuerdo escribiendo siempre, desde pequeño. Yo tengo un hermano que no puede comunicarse con normalidad y pasaba mucho tiempo acompañado pero solo. Escribía mucho para tener mi voz, quería ser cronista del Valencia CF. Tenía seis, siete años. Fui a Bruselas a la final de Heysel, en el 80, entre el Valencia y el Arsenal. Al volver escribí una novela sobre una familia inglesa. Quería contar la final desde la óptica del perdedor. Era una manera de llenar un vacío comunicativo. Jugaba con dos voces: como mi hermano no hablaba, yo le ponía voz. Eso hacía que desde muy pequeño me gustara estar solo. Estaba en clase pero no estaba allí. Me salvó el fútbol, era lo que me permitía socializar”.

Foto: Joan Ribó, cuando fue elegido alcalde por segunda vez en 2019. (EFE) Opinión

Cuando Lahuerta comenzó a leer… “No leía cómics, leía el periódico, con mi padre. Pero de repente dejé de leer, hasta los 18 años. Cuando le detectan la enfermedad a mi padre, tengo 12 años, y ahí cambié: me convertí en una persona con mucho miedo, un miedo absoluto. Lo adoraba. Me doy cuenta que no tengo confianza para hablar de lo que me pasa. De hecho me puse a hablar de su enfermedad cuando ya se había muerto. En lugar de buscar comprensión, sentía que era una mancha de vergüenza. Cuando muere, comienzo a trabajar en el horno de mi familia, pero no tengo mentalidad ni de hornero ni de empresario. Ese verano me quedé solo y como no tenía nada que hacer comienzo a leer a Blasco Ibáñez. Cuando llega el otoño ya me he convertido en un lector”.

Ya he pasado por todo esto en un ámbito donde las hostias son reales. Los intelectuales dicen muchas cosas pero no me van a dar una hostia

Lahuerta en la grada de Mestalla… “En ese momento estoy obsesionado con la grada de Mestalla, formo parte de los Yomus. Allí me convierto en alguien capaz de organizar, de tener mi jerarquía, sentirme importante. Cuando comienza la nueva temporada veo cosas que ya no me gustan. En las que no estoy de acuerdo. Tengo la evidencia de que mi mundo es otro, causa directa de la lectura. Comienzo a hacer mucha autocrítica. Paso por ser una persona relativamente importante en los Yomus, pero renuncio. Me voy. Me doy cuenta que había vivido engañado. No quería estar engañado toda la vida. Desde bien pronto me reconozco con que me seduce la inteligencia de los otros, es mi gran virtud. Cuando leo a Blasco Ibáñez y a Fuster me seducen. Eso da paso a un momento fantástico de mi vida porque solo leo, trabajo y salgo por las noches. Pero con 20 años, detecté que era demasiado joven como para no sentir un orgullo por el Valencia y demostrar ciertas cosas en Mestalla. En el 94, al poco de ganar Paco Roig las elecciones, me plantean entrar en Gol Gran, entonces Lubos. Es una putada, pero yo ya sabía que me había equivocado, pero la vanidad me jugó una mala pasada: era una grada donde se hablaba bien, las pancartas estaban bien hechas… continué sin estar convencido. Fue una gran pérdida de tiempo. Eso sí, ese aprendizaje me vino fantástico: ahora, como novelista, la vanidad no me afecta. Ya he pasado por todo esto en un ámbito donde las hostias son reales. Los intelectuales pueden decir muchas cosas pero sé que no me van a dar una hostia”.

Lahuerta en la ciudad… “Tenía cierta sensación de exilio. Mi familia había nacido en Ciutat Vella pero con tres, cuatro años cruzamos el río. Éramos una familia muy desclasada, de gente muy sola, con mucha discriminación social. Cuando se dice ‘es que Lahuerta es raro’, no, es que siempre estoy en guardia. Está todo ahí. Yo le daba mucho valor cuando iba a las calles alrededor del Mercado Central porque pensaba que podría haber sido mi barrio, imaginaba cómo hubiera sido mi familia si se hubiera quedado por allí, fabular si hubiéramos comprado ese piso que quisimos comprar y donde ubico la vivienda del narrador de 'Noruega”.

"Tenía la sensación de que me faltaba capacidad para escribir, pero en realidad era que no tenía ganas"

Lahuerta ante su madre… “Cuando yo quería escribir 'Noruega', era en esos años, no ahora, pero entonces no tenía herramientas para hacerlo. Lo he hecho ahora pero era cuando menos me interesaba, casi más para justificar mi obsesión de juventud. Estaba muy solo, era muy introvertido, en casa sabía que estaba decepcionando a mi madre. No tenía la culpa de lo que había pasado, quería vivir mi vida, solo que era muy atípica. La clave de todo es poder decirle a mi madre: pasaba esto, era por esto. Después de 'Noruega', creo que ella está más relajada. Ella detesta la ostentación. Nunca dirá nada en público, pero sé que está contenta”.

Lahuerta y la hipertensión… “Yo ya había descartado la idea de publicar. Tenía la sensación de que me faltaba capacidad para escribir, pero en realidad era que no tenía ganas. Es una putada pero a veces necesitas que los demás te digan que sabes hacer las cosas. El convencimiento propio puede ser un tipo de autoengaño y genera resentimiento con el mundo. Pero no quería eso, así que me puse a escribir 'La balada del Bar Torino' (Drassana Llibres, 2014) cuando me detectaron hipertensión y me compré una bici estática”.

Lahuerta en 'Noruega'… “Había intentado escribir 'Noruega' cinco o seis veces. Pero era horrible. La voz era engolada. Al escribir 'La balada del Bar Torino', como ya tenía controlado el hilo del Valencia, vi que mi vida ya estaba contada. Ahora se trataba de hacer literatura. De intentarlo. Escribir 'Noruega' me ha dado tranquilidad, ya estoy justificado. Necesito pocas cosas para vivir. Conozco bastante bien los mecanismos de cómo funciona la vida. No me la creo. No tengo tarjeta de crédito. Si no hubiera sido por no añadirle dolor a mi madre, igual hubiera acabado debajo de un puente”.

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Lahuerta recorriendo las calles de la A a la Z... “No tengo ganas ni me encuentro cómodo haciendo una carrera literaria, pero sigo escribiendo porque me gusta mucho escribir. Sobre la intimidad. De la ciudad, aunque estoy convencido que mi ciudad ya es solo mi ciudad, no es la ciudad. Mi sueño sería tener una oficina portátil y que la gente viniera a contarme sus historias. Y al acabar cada mes me dieran 800 euros. Con eso sería feliz. Estoy recorriendo todas las calles, de la A la Z, y escribiendo sobre cada una. Voy por la calle Emilio Marí, en Benicalap. En Valencia no hemos tenido la capacidad de vernos: tu vida será importante, pero es que la mía también lo es. Hemos tenido un complejo de inferioridad claro. Lo más patético es que ese complejo después se convierte en fanfarronería, doblemente patético. Una enfermedad muy notoria cuando no sabes quién eres”.

Lahuerta y la rabia… “El motor de la rabia ha sido fundamental en mi vida. Es una putada, pero el principal proceso es saber canalizar la rabia. La rabia ahora ya está canalizada y eso me hace inofensivo. Las cosas que tenía que aportar ya las he hecho. Estoy amortizado. 'Noruega' es el testimonio de una voz póstuma. Creo que Lahuerta se ha jubilado”.

'Noruega', un retrato descarnado ante un cambio de época en Valencia —y, por tanto, en el mundo—, es quizá la novela que mayores adhesiones ha generado en la sociedad valenciana de la última década, rompiendo el altar de las capillas literarias, alcanzando tal grado de transversalidad que fue la recomendación de Pedro Sánchez en el último Sant Jordi.

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